Retratos de una joven no tan formal
A sus 25 años, Díaz Perez publicó dos libros: No te me insinúes más, por favor y Evitarás el escándalo, ambos editados en Bahía Blanca, el primero en 2015 por la Editorial de la Universidad Nacional del Sur y el segundo en agosto de 2019 por Hemisferio Derecho. Hace un par de meses, en un paso fugaz por Villa Regina, la autora tuvo la amabilidad de darme un ejemplar de cada uno.
Lo primero que me llamó la atención de los libros fueron sus muy buenos títulos. En el caso de No te me insinúes… el título me recordó al de la primera novela de Romina Paula ¿Vos me querés a mí?. Pero No te me insinúes… no es una novela, y si su título tiene alguna relación con lo que narra, quien esto escribe no supo encontrarla. Es un diario, hecho y derecho, ordenado a partir de las fechas y unificado por las peripecias de una misma persona, Julia, una joven estudiante que va y viene entre sus vínculos familiares y un ex novio, y sus nuevos amigos en la ciudad en la que estudia, que queda a un viaje en micro de distancia de su ciudad natal (igual que Bahía Blanca y Villa Regina, aunque si no me equivoco esos nombres no figuran en todo el libro).
Piglia fue uno de los muchos críticos que señaló lo que es bastante evidente: que para que algo sea un diario solo hace falta encabezar cada entrada con una fecha. (Jugando con este aspecto, Alejandro Rubio títuló uno de sus últimos libros Diario y encabezó todas las entradas con la misma fecha). Como pasa en muchos diarios, en No te me insinúes… algunas de las entradas se reducen a una palabra o una frase, aprovechando la libertad de este género: cualquier cosa escrita debajo de una fecha puede entenderse como un indicio sobre la vida de quien lo escribe o como algo aleatorio y sin sentido, o como una huella sugerente de la vida de alguien.
Algo parecido a lo de Rubio ya había hecho Fogwill con su Memoria Romana, datada en 1982 (lo que permitiría leerla en relación con Los Pichiciegos, casi como un agregado o un comentario). El diario viene poniéndose al servicio de la escritura de ficción hace varios siglos: cualquier lector bien instruido sabrá al respecto.
Lena Díaz Perez, que estudia profesorado y licenciatura en Letras en la UNS, no puede desconocer esta relación entre novela y diario. Muy al pasar da cuenta de que lo sabe en uno de los poemas de Evitarás… (“Horror de día III”) donde aparece el nombre de Werther, el joven de la famosa novela de Goethe, que es la pretendida transcripción de un diario íntimo. Los poemas de Evitarás… son muy parecidos a los muchísimos que hoy se escriben y se leen en voz alta: siempre escritos en primera persona del singular, llenos de referencias a la cotidianidad urbana actual y a diversos objetos de consumo. Me llamaron la atención las referencias a Puig, Ginsberg y Lamborghini: ¿Tampoco esta nueva generación puede superar los ’60?
No hace falta leer No te me insinúes… como una novela, claro está. (Acá lo leo como una ficción, pero quizás no sea esa la lectura que propone el libro). En ese sentido apunta quizás la cita de Reinaldo Laddaga en la contratapa, que se refiere a autores “anfibios, [que] se mueven entre la palabra impresa y la virtual, la erudición y la cultura pop”. Por mi parte, considero que se puede leer No te me insinúes… como el primer capítulo de una novela por entregas, cuyo segundo capítulo vendría a ser Evitarás… Si en el primer libro la protagonista se despierta cerca de las 12 a comer una milanesa que le prepara el padre, en el segundo se encuentra con la necesidad de trabajar y las frustradas ilusiones de fama, entre otros dilemas de la adultez de los jóvenes sensibles.
Supongo que al menos desde el Werther este tipo de relatos “confesionales” ofrecen dos posibilidades de lectura: si quien lee se identifica con el protagonista, considerará sus penas como una forma de criticar el orden social; mientras que si quien lee toma alguna distancia, probablemente terminará considerando las penas del protagonista un asunto sin importancia. Sin embargo, es un error de lectura menospreciar a una narración de ese tipo porque se desprecia al protagonista, o sobrevalorarla porque nos identificamos. La puesta en escena de subjetividades ejemplares, o contra-ejemplares, nunca es lo más importante en la literatura.
Casi como anticipándose a discusiones que se darían varias décadas después, o que quizás nunca dejaron de darse, Ángel Rama escribió en su diario que “el subjetivismo sólo es verdaderamente interesante cuando lo es la subjetividad puesta en juego”. Leyendo anoche los libros de Lena Díaz Perez me acordé de esa frase. Algo de estos requisitos de inteligencia sobrevuela No te me insinúes…, cuando en la entrada del 12 de enero de 2014 anota: “PD: perdón si esto no es interesante”, después de preguntar: “¿A alguien acaso puede interesarle qué hacía yo en el jardín de infantes (…)?”.
En esa misma entrada leemos: “No voy a contar un historia en particular que disponga de un principio, un desarrollo y un final… o tal vez termine haciéndolo, pero no lo creo”. El imperativo de adecuarse a las categorías aristotélicas (que suele atormentar a quienes narran sin esquemas ni escaletas, a quienes son más bien poetas que narradores) también aparece ahí como una exigencia con la que No te me insinúes… aparentemente no termina de cumplir, aunque quizás solo sea porque la historia está desarrollándose y falta todavía para encontrarle algún final o algún sentido. Parece que así lo entiende Julia, cuando decide terminar con ese diario como quien logra cerrar un capítulo de su vida.