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REQUISITOS PARA HACER TURISMO EN RIO NEGRO

Con el objetivo de frenar el aumento de casos de COVID-19 durante el turismo, a partir de este lunes 3 de mayo entraron en vigencia los nuevos requisitos que deberán cumplir las personas que quieran ingresar o circular por Río Negro.

Las medidas resueltas por el Ministerio de Salud de Río Negro (Resolución Nº 2996), contemplan el requerimiento del test COVID negativo para quienes ingresen al territorio por transporte público de larga distancia, sea ómnibus o avión. Se permitirá la presentación de prueba PCR o test rápido siempre y cuando tenga la firma de un laboratorio habilitado.

En este sentido, quedarán exceptuados de presentar el test quienes arriben a Río Negro en vehículos particulares y los que circulen en transpote interurbano provincial e interprovincial. También estarán exentos de hacerlo los niños y niñas menores de 10 años que viajen en ómnibus o avión con acompañante.

Por otra parte, también se deberá presentar el permiso de Circulación RN aprobado. Para eso es necesario registrarse en https://circulacionrn.rionegro.gov.ar o en la app CirculaciónRN y seleccionar la solicitud para turismo.

En el caso de los grupos familiares, un solo responsable puede gestionar el permiso incluyendo al resto de los miembros de la familia. La aprobación del permiso puede demorar unas horas, por lo que se recomienda hacer el trámite con 72 horas de anticipación.

Una vez que el permiso esté aprobado, se tendrá que ingresar al mismo y completar la declaración jurada donde consta que no se presentan síntomas compatibles con el Coronavirus. El seguro/asistencia al viajero con cobertura para COVID-19 es opcional. 

En caso de las personas que acudan a alguna localidad rionegrina a pasar el día, deberán solicitar el permiso de recreación que es de autorización inmediata. Además se recomienda en todos los casos tramitar el certificado nacional CUIDAR en https://www.argentina.gob.ar/circular

Respecto a las nuevas medidas, la ministra de Turismo y Deporte, Martha Vélez, manifestó que “desde el Ministerio acompañamos las medidas recomendadas y resueltas por el Ministerio de Salud ante el escenario particular que presenta la provincia con zonas de alerta como la región cordillerana y zonas de riesgo como los departamentos de General Roca y Adolfo Alsina”.

Además, la funcionaria agregó que “es urgente contener la situación y ahora es un buen momento para tomar medidas anticipadas y evitar que siga habiendo propagación del virus para que la situación sanitaria pueda mejorar de cara a la temporada de invierno, donde comienzan a emerger actividades turísticas en algunas regiones de la provincia, como la cordillera”.

Por último, Vélez sostuvo que desde la cartera que dirige “siempre acompañamos al sector turístico, tanto desde las gestiones ante Nación, como a la hora de pensar las aperturas y los protocolos para cuando la situación epidemiológica lo permitió, por lo que seguiremos trabajando en esta línea para que los daños sean lo más atenuados posible”.

Cabe destacar que la reapertura internacional está condicionada a las normativas que emane el Gobierno Nacional, tanto en el aspecto sanitario como de circulación en los diferentes medios de transporte y a los lineamientos a los que la provincia de Río Negro adhiera.

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  • Santilli renunció a su banca y ahora los libertarios buscan planchar el Congreso hasta diciembre

     

    Diego Santilli renunció este viernes a su banca de diputado nacional para asumir en los próximos días como ministro del Interior, un cargo que estrenó hoy sin haber jurado cuando recibió a los gobernadores Raúl Jalil e Ignacio Torres para negociar el presupuesto.

    Fuentes al tanto de la conversación indicaron a LPO que el encuentro, al que se sumó el jefe de gabinete, Manuel Adorni, fue «productivo». El gobernador de Chubut dijo en referencia a Santilli que «es una decisión acertada tener a alguien con experiencia, que conoce a los distintos actores de la política argentina y que sabe generar los consensos que necesitamos en este momento».

    El ahora ex diputado ya se movía como ministro en funciones en los últimos días, aunque mantenía un pie en el Congreso por los tironeos opositores con el presupuesto. LPO informó que la segunda reunión de ese tenor sería el lunes, con Martín Llaryora, Marcelo Orrego y Gustavo Sáenz. Además, este viernes Santilli almorzó con Lule Menem en Balcarce 50, antes de reunirse con Torres y Jalil en el Salón de los Escudos.

    La intención del gobierno es ir sumando los legisladores que tiene cada gobernador que invita a sentarse para negociar el presupuesto a la lista de voluntades para llegar a los 129 votos necesarios para sacar la ley. Si acuerda con Jalil, Torres, Llaryora, Orrego y Sáenz, puede sumar 13 votos a los 90 propios, contando el salto a la bancada oficialista de la ex PRO Belén Avico.

    Santilli inicia una ronda de negociaciones por el presupuesto con los gobernadores

    En el Excel del oficialismo, se agregan a esa nómina los 19 que quedan en el PRO y tres radicales con peluca. La aritmética les permite frotarse las manos.

    Ese panorama desanimó casi por completo a la oposición. Desde el bloque de Facundo Manes, comentaron que «algunos diputados que continúan después del 10 de diciembre aprovecharon estos días para tomarse un descanso». «Se está pensando, a lo sumo, una sesión de despedida, que no sea confrontativa», precisaron.

    LPO reveló que Santilli se había arrojado el martes pasado, por instrucciones de Karina Milei, a frenar en la puerta de la Sala II del Anexo C del Poder Legislativo a los diputados aliados que se dirigían a la Comisión de Presupuesto. «Bajá uno al menos», llegó a pedirle a un legislador permeable a los pedidos de Casa Rosada. El despliegue del nuevo titular de Interior habría sido reconocido tanto en las oficinas de la secretaria general de la Presidencia como en el primer piso de la Cámara Baja, donde tiene su despacho Martín Menem.

    Bertie Benegas Lynch.

    Hasta principios de esta semana, el oficialismo había dejado trascender que Santilli no abandonaría su banca ante el temor que la oposición forzara una sesión antes del recambio parlamentario. Pese al triunfo electoral, a los libertarios no les sobraba nada con la actual composición del Congreso.

    Por eso, dos diputados peronistas dijeron a LPO que Germán Martínez y Paula Penacca estimaban que había posibilidades que se alcanzara una sesión la semana del 19 de noviembre o que se extendiera el plazo de sesiones ordinarias, acaso una pretensión quimérica. «Es lo que nos dijeron en la reunión de bloque», se excusaba un legislador kirchnerista este viernes.

    Carlos Heller ya había admitido el martes ante la consulta de José Mayans, que lo llamó por teléfono para interiorizarse del trámite en la Cámara Baja, que la oposición estaba lejos del quórum.

    Sin embargo, Carlos Heller ya había admitido el martes ante la consulta de José Mayans, que lo llamó por teléfono para interiorizarse del trámite en la Cámara Baja, que la oposición estaba lejos del quórum. «Lo podemos intentar pero está muy difícil», habría sido la explicación del banquero al formoseño.

    De hecho, el propio Mayans había recibido en su despacho, a fines de octubre, al entrerriano Guillermo Michel, ex director de Aduana y diputado electo en los últimos comicios, para coordinar la estrategia de cara a la discusión parlamentaria con los nuevos integrantes de ambas cámaras.

    Como sea, Santilli se quedó este viernes con los reclamos de dos provincias, Chubut y Catamarca, y también logró que ambos gobernadores asumieran «la importancia de avanzar en el Presupuesto 2026 y los cambios estructurales que necesita el país: modernizacion laboral, reforma tributaria y nuevo código penal», según informaron desde el entorno de Torres.

     

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  • El espía arrepentido del Canal de Panamá

     

    En el patio de una escuela multigrado, sentados sobre sillas de plástico bajo un techo de zinc, la gente de Río Indio escucha a unos ingenieros que llegaron de la capital. Les cuentan lo que ya saben: el Canal de Panamá planea actualizar su infraestructura y necesita más agua. Entonces, la corporación ya diseñó la forma de generar esos nuevos cuerpos de agua. ¿Qué pensaron? Crear reservorios ubicados en el mismísimo suelo de esa escuela y de tantos otros espacios donde vive esa comunidad, de más de dos mil personas, desde hace generaciones. Es julio de 2025. El presidente panameño, José Raúl Mulino, acaba de participar de la Cumbre del Mercosur. Por primera vez, su país está incluido como aliado de esa red de cooperación latinoamericana. Mulino contó del proyecto de Río Indio y en nombre de la soberanía económica de la región, de la resiliencia hídrica y de la sustentabilidad energética pidió apoyo para que el plan sea exitoso y se resuelva lo antes posible, planeando iniciar las obras a principios del 2027. El Embalse Río Indio es el emblema de una serie de megaproyectos que buscan reposicionar la competitividad del paso interoceánico. 

    —Toda persona tiene derecho a la propiedad privada, correspondiente a las necesidades esenciales de una vida decorosa.

    En la asamblea de la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses (CCCE) alguien lee en voz alta un folleto que cita leyes y estándares internacionales que harán posible su destierro. Todos se echan a reír. Se niegan a abandonar sus tierras. Uno de los líderes más jóvenes le cede la palabra a Carlos, quien llegó como estudiante de sociología hace ocho años a estas comunidades y hoy las acompaña como un aliado más. Los campesinos acuerdan volver a cerrar calles en señal de protesta. Carlos les “traduce”  normas y códigos que aparecen en el folleto. Conoce la jerga y la letra chica:  llegó a Río Indio como empleado del Canal para hacer los informes de impacto ambiental y gestionar por la licencia social. Pero se acercó tan genuinamente a la población que terminó renunciando a ese trabajo y compartiendo como uno más.  

    ***

    Carlos sube al camión de campesinos donde cargan un cooler repleto de huesos de res. A esta hora de la madrugada, el asfalto es una cicatriz negra que cruza potreros, cultivos y bosques a orillas del Río Indio, unos 75 kilómetros al noroeste de la ciudad de Panamá. Carlos alza la voz y reza cuando se acercan a la calle que une tres comunidades, imaginando cómo antes del amanecer los que no quieren dejar estas tierras bajarán a cerrarla. Hace unos días el gobierno reprimió varias protestas en contra de reformas a la seguridad social, por lo que a Carlos le preocupa un choque con la policía. 

    Un rebaño de ganado blanco baja por una colina pegada a la calle. Al llegar a la intersección que conecta tres comunidades, Carlos ayuda a los campesinos a empujar un tronco de árbol sobre la autopista y a colgar pancartas de un extremo. Dicen: “No a los reservorios de Río Indio”. En los últimos días, hasta el obispo más poderoso de la región, Manuel Ochogavía, dijo públicamente que tenía miedo por cómo estaban militarizando esa zona del país.

    —¡Cuatro mil seiscientas hectáreas de nuestras comunidades inundadas! —grita uno con las manos al aire, advirtiendo la extensión de un megaproyecto que dejará bajo agua casas, iglesias, escuelas, cementerios y campos y también los bosques que forman parte del Corredor Biológico Mesoamericano. 

    —Las 38 comunidades afectadas estamos en desacuerdo.  

    ***

    El Canal de Panamá, la ruta comercial que conecta al mundo, parece quedarse sin agua. Desde 1914, la vía marítima por donde pasa un 6% del comercio global funciona a base de agua dulce. Cruceros, yates y buques de hasta 17 mil contenedores atraviesan este tajo continental por un sistema de esclusas que opera con ese recurso escaso. En un día, cruzan unos 35 barcos y cada tránsito utiliza 52 millones de galones de agua. Toda esa agua clave para el imperio logístico viene de lagos artificiales. Los estadounidenses construyeron el primero al represar el río Chagres, el mismo que navegaron los españoles durante la conquista. Pero este lago, el Gatún, produce también agua para la mitad de la población de Panamá, un país al que le cuesta distribuir el recurso. Por eso cuando en 2024 la escasez de lluvias obligó al Canal a restringir el paso de buques, ocasionando un atasco de 270 mil millones de dólares, se encendieron las alarmas.

    Al tiempo que el Canal de Panamá busca ampliar sus recursos energéticos, la rivalidad entre Estados Unidos y China se recrudece. En 2024, China estrenó en Perú un megapuerto que compite directamente con el Canal. En 2025 el presidente Trump amenazó con “recuperar” la vía interoceánica porque China la estaba operando. Ese año un consorcio de inversionistas encabezado por BlackRock anunció la compra de los principales puertos del Canal de Panamá que pertenecían a una firma china. Panamá canceló su acuerdo económico de la Ruta de la Seda con el “gigante asiático”. El Departamento de Defensa de Estados Unidos ordenó un despliegue militar para proteger al Canal y contrarrestar “la influencia maligna de China”. En el lapso de un año, el Canal de Panamá pasó de enfrentar la sequía a tener que explicarle al mundo su neutralidad.

    El Canal de Panamá bautizó el proyecto para encarar la sequía como “Agua del futuro”. Un plan que para 38 comunidades campesinas significa el destierro: hace 25 años se habló por primera vez del embalse en Río Indio, y el rechazo social fue rotundo.

    Quienes administran el Canal de Panamá culpan de la falta de agua a la crisis climática. Algunos medios hablan de una sequía sin precedentes. Pero un análisis histórico de las lluvias del país asegura que “las condiciones secas no están fuera del rango razonable”. El antropólogo cultural Ashley Carse, autor del libro Beyond the Big Ditch: Politics, Ecology, and Infrastructure at the Panama Canal, propone que la sequía debe ser entendida como un “evento infraestructural”, es decir, no es solo falta de agua sino que es una crisis que nos obliga a reflexionar sobre cómo “la lluvia, los ríos, las instituciones y las ciudades panameñas están vinculadas al metabolismo del transporte y el comercio global”. Los científicos, por ejemplo, estudian cómo la ampliación del Canal en 2016 impactó en la función de sus reservas de agua dulce: la entrada de sal de los océanos está alterando la ecología de la vía. La propuesta para hacerle frente a todas estas presiones es construir una nueva fuente de agua. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos —clave en la construcción del Canal y sus futuras soluciones de agua— estima que la solución de Río Indio traería 282 millones de dólares anuales en beneficios.

    ***

    El Canal de Panamá bautizó el proyecto para encarar la sequía como “Agua del futuro”. Un plan que para 38 comunidades campesinas significa el destierro. La idea es represar el Río Indio e inundar el área creando un embalse de 4,600 hectáreas para llevar el agua, por un tubo de nueve kilómetros, hacia el lago Gatún, la principal fuente del Canal. Pero a la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses el “agua del futuro” le recuerda al pasado: hace 25 años se habló por primera vez del embalse en Río Indio y el rechazo social fue rotundo. Hoy, los campesinos dicen que el 85 % de las 749 familias que serían afectadas por el proyecto “han manifestado su voluntad de rechazar el embalse”. 

    —La gente no pide cerrar la calle porque quiere. Pedimos que dejen libres nuestras tierras y nuestras aguas —dice, en esta nueva mañana de protesta, uno de los dirigentes campesinos, mientras busca leña para el sancocho comunal. —Eso no nos aparta de nuestro país: somos panameños. Pero tenemos 25 años de lucha y estamos abandonados.

    Unos meses atrás, decenas de botes desfilaron por el Río Indio en rechazo al plan. Los campesinos cargaban banderas panameñas y pancartas que decían: “No a los reservorios de Río Indio”. La noticia le dio la vuelta al mundo y los campesinos buscaron ayuda internacional enviando una denuncia a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También presentaron una demanda ante la Corte Suprema panameña pidiendo frenar el proyecto por posibles violaciones a la constitución, incluyendo el “desconocimiento” de tratados internacionales y ambientales como el Acuerdo de Escazú, así como la falta de consulta previa a las comunidades. La Corte ha jugado un papel clave sobre las tierras del Río Indio. En 1999, cuando el canal pasaba a manos panameñas, la Corte aprobó los límites  que incluían a Río Indio. Múltiples protestas campesinas obligaron a las autoridades a sacar en 2006 otra ley que modificaba esos límites dejando a Río Indio por fuera. Hoy, 25 años después, el Supremo declaró inconstitucional la ley de 2006 devolviendo al Canal las tierras de los campesinos. 

    —Podemos abrir cada dos horas durante 15 minutos para que circule la vía —negocian con unos policías que llegaron a vigilar el cierre de calle. 

    Un pantano de autos y camiones rodea la intersección de tres pueblos del Río Indio que los campesinos bloquean en señal de protesta. Un olor intenso a caldo se desprende desde un restaurante abandonado y Carlos sonríe, sin entender por qué los más viejos se acercan a los policías para invitarlos a almorzar. En medio de la tensión y los bocinazos de la fila de autos, Carlos mira cómo aparece la creatividad para la protesta social. Cualquier amenaza de violencia policial parece diluirse en ese plato hondo desechable. 

    ***

    Carlos vive y trabaja como promotor social en la periferia de la ciudad de Panamá. Es robusto, más alto que el panameño promedio. Da la impresión de ser un aspirante a cura franciscano, quizás por su habitual paciencia, barba ligera y alopecia temprana. No sorprende que haya sido seminarista durante un tiempo en Nicaragua. Tampoco que haya vuelto a Panamá para estudiar sociología. Sus profesores lo recuerdan como alguien con vocación por la vida comunitaria, de los que más participaba en clase, con un interés genuino por el trabajo de campo. Cuando un profesor lo llamó en 2017 para ir a trabajar por primera vez a Río Indio —con la tranquilidad económica y el poder que da un trabajo en un proyecto del Canal de Panamá— no lo pensó dos veces.

    La cuenca del Río Indio, donde viven trece mil campesinos, es conocida por su lucha en defensa de la tierra, pero hasta mediados del siglo pasado se sabía muy poco de ella. En 1950, la National Geographic y el Instituto Smithsonian anunciaron un reconocimiento arqueológico sin precedentes al oeste del Canal de Panamá, donde cruza el Río Indio, un lugar que los relatos oficiales describen como la “salvaje, exuberante y tropical cuenca hidrográfica del Atlántico”.  “Desde la visita de Cristóbal Colón, en 1502, no se ha investigado casi nada sobre la región”, afirmaba la National Geographic Society, celebrando que la exploración iba a “llenar 449 años de vacío”. Entre los restos arqueológicos que se encontraron después hay semillas de palmeras carbonizadas que datan de unos 4000 a.C. , “la fecha más antigua para toda la vertiente Caribe de Panamá, que demuestra la antiquísima ocupación humana de los bosques húmedos del Atlántico”. En el período precolombino, el Río Indio dividía las poblaciones del Gran Coclé —donde se hablaban diferentes lenguas del grupo chibchense— del Gran Darién, donde hablaban la lengua de Cueva. Durante la colonia española sirvió como hito de la división política y algunos cronistas describen con asombro las papayas que crecían en el área, “tan grandes como ollas”. Quizás las mismas que Carlos observaba en los patios de las casas cuando llegó a Río Indio en 2017. 

    Carlos era uno de los sociólogos que estudiaba los acueductos rurales, contratado por el Canal de Panamá. Su misión: convencer a los campesinos de que el proyecto mejoraría su calidad de vida. Pero mientras más se adentraba en la cultura comunitaria, más lamentaba que ese entorno fuera a desaparecer.

    Por todo ese bagaje cultural e histórico, no se descarta que los pueblos y los suelos que queden sumergidos en Río Indio sean ricos en restos arqueológicos. Poco antes de que el Canal de Panamá volviera a manos panameñas, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos hizo un viaje de reconocimiento a Río Indio para evaluar su potencial como futura fuente de agua. Allí, sobre los retazos del pasado del Istmo, vuelve a escribirse la historia de aquel puente que quiere seguir conectando el mundo.

    Carlos era uno de los sociólogos que estudiaba los acueductos rurales. Estos estudios eran parte del Plan de seguridad hídrica 2015-2050 creado por el gobierno. Aunque ese mismo plan procura hacerle una mejora tangible a la calidad de agua de las comunidades campesinas, también contempla su desplazamiento. Aquellas mejoras generaron en algunos campesinos confianza en la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), algo que será clave para obtener la licencia social que requiere un proyecto como ese. Carlos tenía la misión de que los campesinos vean lo que hace el Canal de Panamá para las poblaciones que viven en la cuenca hidrográfica. Más de cincuenta hectáreas de reforestación en doce comunidades, cinco acueductos rurales, licitaciones de carreteras, caminos de movimiento agropecuario. O sea, que vean que el Canal quiere mejorar la calidad de vida de los campesinos. Pero no fue fácil. Sobre todo, porque desde que empezaron los rumores del destierro nadie sabe exactamente a dónde los llevarán. El Canal dice que ya tiene algunas zonas de reasentamiento preidentificadas en zonas cercanas al proyecto, aunque todo depende de la negociación con las comunidades. El costo del reservorio en Río Indio se estima en 1,600 millones de dólares. Unos 400 millones serán destinados al reasentamiento.

    En su tiempo libre Carlos aprendía de la vida comunitaria en Río Indio, en aquel entonces una zona de difícil acceso y donde hasta ahora, cuatro de cada diez pobladores viven en la pobreza.“El Panamá profundo”, dice Carlos. Le sorprendía el pilón que compartían varias familias para descascarar el arroz de la cosecha. Los cultivos que se sembraban en tierras comunales. Le encantaba aprender sobre plantas medicinales, sombreros tejidos a mano y tubérculos raros como la papa de aire. Cuando terminaba su trabajo, algunos le insistían que se quedara a almorzar. Otros le regalaban un poco de plátano, café, arroz colorado. Carlos cruzaba montañas y quebradas en nombre del Canal, pero estiraba las horas lo más que podía para quedarse y tratar de comprender los saberes de la gente de campo. 

    Aquella vida rural en la cuenca del Río Indio, de la que había leído en trabajos de la antropóloga panameña Luz Graciela Joly, le parecía lejana a la academia y la ciudad que habitaba. Le intrigaban las maneras que tenía la gente de entender la naturaleza y la defensa de un territorio en disputa. Quería saber cómo se organizaban para manejar un recurso clave como lo es un acueducto rural. Cómo allí, donde el Canal quiere construir la solución a la sequía, hay escasez de agua. Mientras más se adentraba en los valles y montañas de Río Indio, más conciencia tomaba de que todo ese entorno estaba a punto de desaparecer.

    —Sabemos que hay hermanos de la ACP (Autoridad del Canal de Panamá) sentados, escuchando la misa —pronunció un día un cura del pueblo durante su homilía, haciendo referencia a Carlos y los trabajadores del Canal. —Espero que Dios les toque sus conciencias y puedan ver lo bonito que se vive aquí.

    Carlos escuchaba la narrativa del Canal, que decía querer hacerle el bien a las comunidades de Río Indio. “Pero cuando vas allá te das cuenta de la realidad”, dice. En 2017 el rumor de que volvían los planes de un embalse en Río Indio era noticia en todas las comunidades. El fantasma de 1999 aparecía otra vez para sembrar el terror. 

    —No es  justo que la misma gente que viene a hacernos daño  se quede en la casa de Dios —gritó una monja, un día que Carlos se quedó a dormir en la iglesia de Limón, como parte de su misión para el Canal. —Pero la casa de Dios es para todos.

    Carlos no comprendía por qué las autoridades del Canal se preocupaban por la calidad del agua que llegaba a las comunidades al mismo tiempo que estudiaba cómo sacarlas de allí. Carlos empezó a participar en más eventos de la comunidad. Iba a las celebraciones de la palabra acompañando a los curas de pueblo en pueblo. Asistía a los funerales de las familias que ya lo conocían. Ayudaba en las fiestas patronales. Documentaba el encendido de velas en los cementerios en honor a los muertos a inicios de noviembre. Empezó a comparar las dinámicas de vida de los campesinos versus lo que él y la gente del Canal le decían a la comunidad. Y vio que la verdad en Río Indio tenía dos caras. 

    —Yo quería ver cuáles eran las verdades de la comunidad versus las verdades que nosotros le decíamos.

    Después de trabajar por casi un año en Río Indio para el Canal de Panamá, Carlos se dio cuenta que su recorrido por las poblaciones le permitió crear metodologías de trabajo únicas, pero su conocimiento académico y técnico parecía superado por la realidad campesina. Era un punto de inflexión en el que sabía que debía soltar la mano del Canal y todo lo que representaba. ¿Estabilidad económica? ¿Experiencia para su perfil laboral? ¿Contactos? Cuando consiguió otra oferta de trabajo, esta vez como asesor de las organizaciones campesinas que se oponían al embalse en Río Indio, renunció al Canal. 

    Al tiempo que el Canal de Panamá busca ampliar sus recursos energéticos, la rivalidad entre Estados Unidos y China se recrudece. En 2024, China estrenó en Perú un megapuerto que compite directamente con el Canal.

    En 2019 volvió a trabajar como investigador para el Canal de Panamá. Se encargó del levantamiento de información, cultura y visión de las comunidades, temas con los que estaba familiarizado pero esta vez con la intención de impulsar el conocimiento no solo para la corporación sino también para el mismo fortalecimiento de las comunidades y sus actores claves.

    —Entras en un juego de doble sentido, estás trabajando para una entidad, pero al mismo tiempo usas todos los recursos que tiene la entidad para fortalecer otro movimiento en contra —dice Carlos.

    Carlos había recopilado información precisa. Mapas, actas de reuniones, datos actualizados. En aquel entonces, por ejemplo, se dejó de hablar de un “embalse” y se le empezó a llamar al proyecto de Río Indio “reservorio multipropósito”. Esa información estaba disponible para el acceso público, pero los documentos usan una jerga técnica que para muchos suena ajeno. Carlos se convirtió así en una especie de espía, interpretaba las verdaderas intenciones de los estudios que se realizaban en el área. Monitoreo de la calidad del agua. Muestras de suelo. Inventarios de flora y fauna. Encuestas socioeconómicas. Dibujos técnicos de la presa y el lago artificial que dejarían los territorios sumergidos. Todo eso sirvió para acceder a una información más profunda y detallada de lo que se venía. El “Agua del futuro”. Para las comunidades de Río Indio, Carlos era un canal.

    ***

    Muy cerca del Río Indio, desde lo alto de un árbol de laurel, un centenar de orugas negras caen sobre la orilla. El Limón de Chagres es un valle verde rodeado de potreros y bosques montañosos con suelos de arcilla. El olor a leña quemada se desprende desde una pequeña colina donde espera Digna. Blusa turquesa. Falda negra. Botas de caucho y sombrero pintao. 

    —La Autoridad del Canal de Panamá es como una serpiente que va por el camino y te quiere picar—dice Digna. —Si estás atento y prevenido, no te va a ver. Pero si te descuidas…

    Es la misma mujer que está al frente esta mañana de julio en el corte de los caminos. La presidenta de la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses había caminado durante horas por quebradas, valles y acantilados desde Los Uveros, la comunidad donde vive, hasta Limón —el primer pueblo a inundar—, donde se crió y donde sus padres ayudaron a construir la escuela a la que llegan los ingenieros del Canal para hablar con los campesinos. Muchos de los poblados de la cuenca del Río Indio no tienen vías asfaltadas como Limón, donde los campesinos toman el camión de la protesta. Por eso Digna y otros dirigentes sospechan de esa vía: la ruta hoy les sirve para vender sus cosechas, pero servirá también para traer la maquinaria pesada que construirá la presa.

    —El diálogo se debe hacer con todas las comunidades afectadas, y deben estar los diputados, los representantes, los alcaldes, con las instituciones de gobierno cara a cara para ver qué es lo que se va a decidir en esto —propone Digna—. No es nada más que llegan a casa por casa, porque todo el mundo está con los ojos pelados esperando “ya, me van a pagar mañana mi plata y me voy”. Están vendando los ojos para que la gente diga sí al proyecto. ¿Y luego qué? Nada.

    En julio, Panamá participó por primera vez de una Cumbre del Mercosur. Allí, el presidente contó del proyecto de Río Indio, y en nombre de la soberanía económica de la región, de la resiliencia hídrica y de la sustentabilidad energética pidió apoyo para que el plan sea exitoso y se resuelva lo antes posible.

    En su tono se escucha la frustración de una dirigente que defiende su territorio desde que el Canal de Panamá pasó a manos panameñas en 1999. Que empezó en los movimientos sociales cuando era muy joven, aprendiendo de los abuelos y los dirigentes con más experiencia. Que marchó desde Río Indio hasta la ciudad y acampó frente a las oficinas del gobierno para pedir que frenen el embalse. Que habló en la Asamblea Nacional para exigir que se respeten los derechos de los campesinos y luego, afuera del edificio, ayudó a sembrar un árbol en señal de protesta. Que cargaba a su hijo en brazos cuando visitaba comunidades cercanas. Que vendía billetes de lotería para ganar algo de dinero. Que trabaja la tierra y el ganado junto a su esposo y sus hijos. Que de tanto luchar perdió un embarazo. 

    Carlos conoció a Digna cuando regresó a Río Indio con su nuevo trabajo, enfocado en ecología integral en la zona. Era 2018 y los campesinos escogieron como dirigente de la organización a Digna.

    —Es una mujer muy arraigada a su tierra —dice Carlos, quien es padrino de uno de los nietos de la dirigente. —Ha crecido ahí, ha hecho su vida ahí y tiene un entendimiento del valor de la tierra que va más allá de lo que produce.

    Digna y los campesinos proponen que el Canal de Panamá busque agua en otro proyecto, como el lago Bayano, pero el Canal dice que este tendría un impacto socioambiental diez veces mayor al de Río Indio. Una semana antes de la protesta, Digna asistió a un debate técnico que organizó la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA). Entre las conclusiones, un ingeniero del Canal señaló que traer agua desde Bayano es más caro. Pero para los ingenieros de la SPIA esto es cierto solo si se compara el precio global. Bayano, en general, tiene más capacidad que el Río Indio, un río que en temporada lluviosa mide unos diez metros, pero en temporada seca sólo tres. 

    ***

    Al día siguiente de la protesta, la Coordinadora Campesina vuelve a cerrar la intersección de los tres pueblos. Es una mañana con la humedad a tope. Jordan, otro ahijado de Carlos que vive con sus padres en este poblado central para el embalse de Río Indio, se pone sus botas de caucho pequeñas y mira al cielo. 

    —¿No tienes botas? —le pregunta Jordan a su padrino. 

    Van a visitar a su abuelo, Anastasio, dirigente de la Coordinadora Campesina por la Vida. Jordan tiene siete años, y conoce el camino y los animales que la alojan como la palma de su mano. 

    —Mira, ¡ese es un gavilán pollero!

    De un brinco desaparece en medio de un follaje espeso, quebradas y barro. Se detiene en medio del trayecto mirando la copa de los árboles. Sube las colinas sin agitarse, como un guía experimentado que debe bajar el ritmo para esperar a los turistas ajenos al monte. Un guía que, además, solo con sentir la humedad, el cambio de dirección del viento y una leve variación de luz, sabía que en pocos minutos iba a llover. 

    Y llovió.

    —Si el proyecto avanza, no imagino cómo será el futuro de mi ahijado. ¿Qué podría hacer en la ciudad? —dice Carlos.

    De regreso a casa, Jordan le lee a su padrino la tarea en voz alta. Estudia en otro pueblo, en una escuela multigrado. Hace poco que empezó a leer. Mira bien las imágenes, pronuncia las sílabas y pregunta qué significa cada palabra. Desde la cocina, dentro de la casa de madera con techo de zinc que construyó su esposo, su madre ríe. Hay una palabra que Jordan escuchó varias veces y en varios lugares, pero no entiende el dibujo que muestra el libro ni por qué tiene una forma de agua.

    —¿Qué es una presa? —grita.

    *El nombre de Carlos fue cambiado.

    Agradecimiento: esta crónica fue escrita bajo la mentoría de Sol Lauría.

    La entrada El espía arrepentido del Canal de Panamá se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    Pedro camina con un expediente bajo el brazo y el gesto confiado. Su traje de abogado siempre estará impecable, al igual que el pelo endurecido con gomina. El edificio de Comodoro Py es un enorme bloque de cemento estilo soviético con ascensores que parecieran estar siempre a punto de frenarse. Son las diez de la mañana.

    —Ahora vamos a la audiencia. Te quedas calladita eh, no lo putees al pibe ni hagas nada. Ustedes déjenme hablar a mí —advierte, y sigue caminando.

    En sus manos lleva pruebas que se supone ayudarán a ganar el caso: la autopsia que demuestra cómo Alberto Domínguez Cossio, mi padre, murió luego de ser atropellado. Los papeles cuentan el momento en que su cuerpo cayó pesadamente, de acuerdo con los testimonios de quienes lo vieron: Mariela, la del laverrap de enfrente, Jorge, el verdulero y Marcos, el portero de su edificio. También lo vio Matías, el pibe que lo mató, pero lo que hizo él después nadie lo sabe.

    —Buenos días, vengo a la audiencia judicial del caso Domínguez Cossio contra D. —dice Pedro y entrega una copia de la citación a un chico flaquito, alto, con una camisa gigante que desborda el pantalón gris.

    De un lado, un banco. Del otro, un grupo de personas que miran en nuestra dirección. Son ellos. El abogado de Matías y sus padres. Todos miran. Matías también.

    ***

    —Gorda, te traje unas cositas porque mamá me dijo que te quedaste sin nada —dijo papá a través del portero eléctrico—. Abrime y si querés miramos tele.

    Papá subió; traía tres bolsas de supermercado con todos los nutrientes que él consideraba necesarios: fideos, salsa para fideos, carne picada para bolognesa para los fideos, polvito para flan, manteca, pan blanco, azúcar, aceite, leche entera, postrecitos. Llegó con una media sonrisa.

    —Qué hacés, Matute —dijo, insistiendo en llamarme como el Oficial Matute del dibujito “Don Gato y su pandilla”.

    Apoyó las bolsas y abrió la heladera. India saltó de la cama y fue a recibirlo. Ronroneaba.

    ***

    —Ahí está el pibe, ese hijo de puta. No lo mires. ¿Por qué llorás? No lo mires. Candelaria no hace falta que llores, ya está. Es un pendejo —dice mamá y Pedro, el abogado, asiente.

    El juez parece no haber llegado.

    —Qué raro, siempre llega temprano él —dice el flacucho del expediente.

    Pedro decide esperar en la confitería y bajamos por las escaleras porque el ascensor más cercano es para los presos. Hay dos tipos de personas en el bar: los abogados que pueden pagar un buen traje y sus clientes, con hambre de ganar, y los abogados que con suerte se compraron una camisa y sus clientes sin esperanza. A Pedro lo recomendó Tío Martín, quien, en una cena, después de alabar al Gobierno casi a los gritos, recomendó a Pedro como un abogado brillante en casos del fuero civil.

    —Con Pedro van a poder —dijo. Y mamá creyó que sí.

    La primera vez que vimos a Pedro él dijo que era imposible que perdiéramos el caso.

    —Las pruebas están todas, aunque haya sido sobreseído en lo penal. Está la autopsia que determina cómo tu papá murió a causa de los daños en el cerebro que le dejó el accidente, está la admisión de culpa del pibe cuando le tomaron declaración en la comisaría; está la pericia mecánica que hay que hacerla y por supuesto, la psiquiátrica, que va a determinar qué grado de trauma les quedó y va a permitir establecer la cifra —enumeró con tono tranquilo, casi aburrido, apoyado en la mesa de vidrio de la sala de reuniones de su estudio. Mamá tomaba nota en un cuadernito. El contenido del expediente aún era un misterio, pero Pedro decía que todo estaba ahí.

    ***

    El agua de la ducha acababa de cortarse. Toalla, ponerme ropa a las apuradas, tropezarme con zapatillas tiradas, guardar todo adentro de la mochila. Corrí a casa de mis viejos para terminar de arreglarme, nos separaban dos cuadras. Cuando llegué estaban ellos dos, tranquilos, cada uno con sus cosas.

    —¿Querés ensalada de papa y huevo? Te la hago rápido así te arreglás que tenés que irte a laburar —había dicho papá.

    Mamá estaba colgando un lavado de ropa y él trabajaba desde su computadora, un monitor culón que rugía cada vez que se prendía. Ellos vivían en un departamento de dos ambientes en la zona de Tribunales. El departamento —interno, con un ventanal que daba a un pulmón— se ceñía con la luz sobre el living. Me fui a terminar el baño interrumpido cuando escuché que papá cerraba la puerta para ir a la verdulería.

    Después, todo.

    —Candelaria, está Mariela, la del laverap, en el teléfono. Dice que tu papá tuvo un accidente. Bajo a buscarlo a ver qué pasó —dijo mamá gritando desde el living.

    Salí rápido y me sequé como pude. Ropa, peine, zapatos.

    Una bicicleta en contramano, papá cruzando la calle, la bicicleta no frena, papá en el asfalto. Matías lo atropelló, lo vio caer, se asustó y se fue. Eso es lo que contó Mariela después, aunque hubiese preferido saberlo por él.

    Diez minutos después la puerta se abrió con la cara confundida de papá que me miraba, con su remera roja hecha jirones y un golpe muy fuerte en la frente, un hilo de sangre recorría sus canas y su mejilla. Lo traía Marcos, encargado del edificio, amigo de papá, cómplices de chistes malos entre puerta y ascensor. Papá tambaleaba, se sentó en el sillón mientras yo llamaba a la ambulancia. Mamá bajó a la calle a ver si estaba la persona que lo había atropellado. Mariela le dijo que era “un pibito que llegó muy agitado, blanco como el papel”, y que le pidió un vaso de agua.

    Papá me pidió que le sostuviera la mano, que me quería mucho, que tenía miedo. Por alguna razón no me pareció grave el asunto y le hice algún chiste.

    —Papá, ¿qué sentís? ¿Querés agua? —le dije, mirando fijo el golpe y sus ojos, que no miraban a nada en particular.

    —Nada, nada, te quiero mucho, te quiero —repetía, con la voz agitada.

    —Yo también te quiero, papá, tranquilo que ya llega la ambulancia —recuerdo que dije.

    “Esto es un golpe. Es una boludez. Mañana va a estar laburando y mamá quejándose de que le pide cosas desde el cuarto”, pensé.

    A los pocos minutos —quizás fueron muchos— llegaron dos hombres corpulentos y expeditivos que ayudaron a papá a bajar los nueve pisos hasta el trasto con luces y sonidos insoportables. La gente nos miraba. El verdulero estaba parado en la puerta de su negocio asomado.

    La terapia intensiva debería llamarse limbo. Un lugar fuera de la ubicación natural de tiempo y espacio, donde las personas ingresan en las peores condiciones a una burbuja para quedarse ahí, estáticas, hasta que los semidioses blancos decidan que deben ingresar al sector seis metros bajo tierra o volver al lugar de donde vinieron.

    Apenas llegó la ambulancia al hospital, llevamos la camilla con papá a los gritos. El médico que llegó se dirigió a mí, porque mamá estaba con papá, calmándolo. “Tiene un golpe fuerte en el lóbulo temporal de la cabeza”, recuerdo que dije. No sé cómo recordé las partes del cráneo, alguna clase de biología del colegio se me quedó grabada. A papá se lo llevaron, mientras él miraba a su alrededor, aterrado. Me sentí una traidora. A las siete de la tarde estábamos sentadas en un sillón negro de cuerina, frío, como todo lo que había ahí.

    Cuatro horas más tarde, apareció el médico.

    —Mire, señora, su marido se dio un fuerte golpe, tiene un hematoma grande en el cerebro y tenemos que operar, sino el riesgo es muy grande —le dijo.

    Ella dudó, tembló y me miró como si yo tuviera respuestas.

    —No sé, no sé, deberíamos hablar con el médico de mi marido, me parece —dijo, con una demora en responder que me irritó.

    —No jodas y firmá eso. No me voy a quedar sin padre. No me jodas, opérenlo — dije, y empecé a llorar.

    Lo que pasó entre aquellas horas y las seis de la mañana es nebuloso. Sé que me fui a mi casa. A las seis de la mañana, el llamado del hospital me tranquilizó con la noticia de que la operación había sido un éxito y papá despertaría en tres días. Nunca me gustaron las mentiras.

    —Su padre está en coma inducido porque tiene que descansar y recuperarse. En algunos días ya lo iremos despertando —decía el médico en los primeros días.

    En terapia intensiva, las camas y los dolientes estaban cerca entre sí. Las familias, los que esperábamos, también. Recuerdo poco a la señora que visitaba al hombre de al lado, igual de pálido que papá. También era un problema la condición de visita: cuatro personas a la vez. ¿Cuatro? Éramos seis hijas, cuatro nietos, cuatro cuñados, novios, tíos. Qué cuatro. Estábamos todos. Mi hermana Vicky había vuelto de México cuando se enteró del accidente. Connie, segunda en nacer, le acariciaba la mano. Sil, la primera, decía que tenía las cejas larguísimas y se parecía al viejo de Volver al futuro. “Dale, chanta, levantate”, decía yo. Milagros, la última, miraba la escena con cautela.

    Lo malo de las despedidas es que se dicen las últimas cosas que le dirías a alguien en vez de lo que uno realmente quiere decir. Sólo se me ocurrían cosas idiotas para decirle a un hombre pálido, en un triste degradé, cuyas palpitaciones aumentaban y su respiración disminuía. No me contestaba. Tampoco podía saber si me escuchaba o hablaba en vano. La sala era de un blanco intenso, sin perfumes, sin telas exóticas ni televisores. Las enfermeras no sonreían ni respondían preguntas.

    En esa época trabajaba en un call center. Mi jefa era una húngara con cara brava que sólo demostraba calidez cuando nos traía los sobrantes de masitas de las salas de reuniones. Me sonó el teléfono justo cuando entraba a trabajar.

    —Candelaria, carajo, vení al hospital ya. ¿Qué haces que no estás acá? —gritaba mamá.

    —¿Qué te pasa? ¿Pasó algo más?

    —Tu padre se está muriendo, nena, está mal mal, vení.

    Recuerdo que lloré mucho frente a mi jefa, que no sabía como contenerme y los colores se le subían a las mejillas, quizás por compasión o vergüenza. Me limpié los mocos, avisé que tenía que irme y salí al calor del microcentro, ese mundillo donde todos te chocan, sobre todo cuando estás apurado.

    Esa noche, el médico nos reunió en círculo afuera de la sala.

    —Bueno, miren: sólo hay dos posibilidades. El paciente tiene un daño cerebral muy severo. Si despierta, ya no será la misma persona. Lo más probable es que quede en estado vegetativo. En ese caso podríamos recomendarle lugares para que quede internado. Si no, tendrían que decidir si firmar la autorización de no resucitación en caso de ataque cardíaco —dijo.

    No aguanté.

    —Dijiste que se iba a despertar. Estás diciendo cualquier cosa. Acá nos mienten. ¿Qué carajo les pasa? Si dijeron que se iba a despertar —dije. Era un traidor. Mis hermanas me callaban.

    La no resucitación. Ese día miré el monitor que estaba al lado de la camilla de papá. Sus pulsaciones aumentaban. Papá estaba hinchado de líquido como un pez globo. Le hubiese causado gracia el chiste. Pero ya no parecía él.

    Al día siguiente, con mis hermanas tomamos coraje. Hicimos fila, cada una dijo lo que pudo. Yo no sé que dije. No pensé en despedirme. Para mí todo era un error. Una confusión estúpida, pero todas sabíamos en nuestro interior que papá no pasaría del fin de semana, le gustaba que las cosas terminen rápido, como arrancar una curita.

    Esa noche dormimos cerca del hospital. Me desperté agitada de un sueño intranquilo en un lío de sábanas a las cuatro de la mañana. Papá se sacudió en su camilla con un ataque cardíaco a la misma hora.

    Yo respiré, él no. Ya no lo haría nunca más.

    ***

    —Bueno, vamos subiendo a la audiencia. Ya es hora —dijo Pedro.

    Cuando volvimos al pasillo del juzgado, lo vi: más alto que yo, flaquito, anteojos redondos con montura de carey y una barba incipiente. Sus ojos verdes acuosos me miraban con gesto de preocupación. No pude evitar llorar con angustia y mamá me agarró del brazo, llevándome a un banco del costado.

    —No lo mires Candelaria, ¿para qué lo mirás? —dijo.

    De pronto, una voz.

    —Disculpen, no quiero molestarlas. Quería presentarme y saber si estaban bien —dijo la cara que había visto segundos atrás, la que tantas veces había visto en fotos. Matías, estudiante de ciencias sociales, hincha de Boca. La persona que atropelló a papá y de quien nunca supimos nada más, me miraba a los ojos.

    ***

    Identikit: Papá se llamaba Alberto. Medía un metro ochenta y caminaba lento, porque siempre se distraía con algo. Todas las noches, antes de entrar al edificio, miraba primero a los costados, luego la luna. Cantaba en la ducha óperas ridículas y contaba chistes malos. Tenía dos ex esposas, una esposa y seis hijas. Papá había nacido un año después de que finalizara la Segunda Guerra Mundial, en una familia de clase media acomodada. Su infancia transcurría lentamente en la dulzura de los años donde se podía jugar en las calles, andar en bicicleta hasta tarde y jugar a las bolitas en los patios del colegio.

    Él correteaba por el jardín, jugaba y continuamente pensaba en qué quilombos podía meterse. Aunque siempre estaba prolijo. Con raya al costado, bermudas, camisa de manga corta, papá y sus primos se escondían detrás de unos arbustos con piedritas para lanzárselas a las señoras paquetas que sacaban a pasear a sus perritos por el barrio. Mi abuelo intentaba retarlos, pero muchas veces se reía, perdiendo todo tipo de autoridad.

    Papá era, además, un experto en meter la pata. En las últimas vacaciones familiares casi logra que toda la familia pierda el colectivo a Pinamar por olvidarse del cambio de horario de verano y poner la alarma. Se confundió de esposa en dos oportunidades distintas, agarrando a señoras desconocidas del brazo en la calle y diciéndoles “vamos, querida”. Siempre nos hacía caminar cuarenta minutos abajo del sol mientras él se decidía por el montículo ideal para acomodar la sombrilla.

    Un día, cuando mi hermana mayor estaba en el gimnasio, se cruzó con papá en la clase de aeróbics. La asistente del lugar avisó a la clase que la profesora no iba a llegar. Syl se estaba por ir cuando escuchó la voz de papá que decía “bueno, chicas, dale, arranquemos igual” y vio atónita cómo el tipo salía del fondo de la clase con shorts cortos fluorescentes y medias hasta la rodilla. Se puso al frente de la clase y comenzó a hacer movimientos aeróbicos mientras un par de señoras lo seguían.

    Otro día, cuando ella volvía de bailar, entró llorando a casa. Papá le preguntó qué le pasaba y ella le mostró que le habían pegado un chicle en el pelo. “Tranqui, gorda, yo te lo soluciono”, dijo. Agarró una tijera y le cortó el mechón de raíz. Papá animaba mis cumpleaños infantiles, cocinaba para treinta y también para los indigentes del barrio. Era experto en adular secretarias para que lo avancen en la cola de algún edificio público. Era fanático de Sinatra y teníamos la tradición de mirar todas las películas de Star Wars el primero de enero. Inventaba recetas y rutinas de gimnasia; leía todos mis cuentos y era fanático de los dibujos animados.

    ***

    Al mes del entierro, busqué a Matías en Facebook. Ese día, en la oficina de Pedro, cuando llevamos el expediente, me había enterado del nombre completo. Eran las dos de la mañana y estaba en mi departamento, un momento furtivo. Por la causa sólo sabíamos el nombre. También sabíamos que apenas fue el accidente, en esos minutos en los que yo llamaba a la ambulancia, él pedía un vaso de agua y corría a la estación de policía. Hizo una declaración: admitió haber visto “de repente” a un señor cruzar la calle y haber chocado contra él. Dijo que sus cabezas se habían golpeado y que el señor había caído al asfalto. Que luego lo habían ayudado a levantarlo y él, Matías, se había ido aturdido. Y eso es todo lo que hizo.

    En el perfil veo que escuchamos la misma música, que tiene mi edad y que estuvimos juntos en la misma marcha por el aborto legal. En las fotos, él sonríe. Por las fotos, él podría haber sido algún conocido en una fiesta.

    —Cande, es tarde. ¿Qué estás viendo? —dijo Iván, mi novio, asomándose por mi hombro.

    —Es el pibe que atropelló a papá. Pedro me pasó el nombre —dije, y le mostré la pantalla.

    Las ojos de Iván se achicaron un poco y me miraron después:

    —Pará. ¿Matías? ¡Yo a ese pibe lo conozco! ¡Fue conmigo al colegio y cursó conmigo en la facultad! —dijo, casi en un grito, dejándome en silencio.

    ***

    Mamá me lo contó un día que salimos solas a tomar un café. La primera de muchas salidas solas sin papá.

    El día antes del accidente, ellos dos habían ido caminando hasta la pizzería que les gustaba, unas veinte cuadras de un barrio coqueto, con edificios que bordean parques.

    —Yo me siento bien, gorda, la plata va y viene, las chicas están bien y crecidas. Tenemos techo, comida. Estamos bien. Creo que en mi vida hice todo lo que quería hacer. Si me voy mañana, está bien. Ya hice todo —le habría dicho papá, después de la panzada de pizza y de mucha conversación.

    —Ay Alberto, no hablés pavadas, vas a vivir hasta los cien años para joder de viejo —le espetó mamá.

    —En serio, María Rosa. Yo estoy bien. Ya cumplí —le contestó. Luego, volvieron con el paso lento y pesado que tenía papá, por momentos arrastrando los pies, mirando cada tanto la luna, en la calle de adoquines que bordea el Cementerio de la Recoleta. Cementerio que, semanas después, yo visitaría con un ramo de veinte pesos.

    ***

    —Sólo quería saludarlas —dijo Matías.

    —Todo esto es muy difícil, ¿sabes? Gracias por acercarte igual —le dijo mamá.

    —Sí entiendo, para mí también —respondió. De reojo vi que Pedro recién se daba cuenta del acercamiento y miró con recelo al abogado de Matías.

    —Tu cliente no se le puede acercar a mi clienta —le dijo a él, un joven de veintipico con el título fresco. Matías se dio vuelta cuando su abogado le pidió que se alejara y Pedro se acercó con el rostro duro.

    —¿Qué dijo? ¿Están bien? Es todo acting esto, eh, eso de acercarse es acting —dijo.

    La puerta de la sala de audiencias se abrió y esta vez no fue la voz del flacucho la que habló. En algún momento, entre las preguntas de Matías y las contestaciones de Pedro, había entrado el juez, un señor grandote con traje negro y portafolio. Ya no importaba si antes ambas partes estábamos separadas por algunos pasos: en aquel momento estábamos pegados en un pasillito como en un vagón de subte en hora pico. Matías delante de mamá, yo detrás.

    Los padres de él no estaban y eso me llamó la atención: estaba solo con su abogado.

    Pasamos a la oficina del juez. Había un escritorio de madera, una biblioteca vidriada con muchos libros de derecho, un sillón estilo Chesterfield y dos sillones enormes de cuero marrón. Traté de sentarme sola y de recomponerme un poco.

    —Bueno, buenos días a todos. Vamos a ir directo al asunto. Leyendo el expediente creo que lo mejor para todos sería llegar a un acuerdo. Entiendo que es una situación muy dolorosa para ambas partes, por lo más recomendable sería terminar el juicio en una instancia temprana. Creo, por lo que hablé con los abogados de ambas partes, que todos estamos de acuerdo —dijo el juez y me miró. Yo lloraba. Desde que el juez dijo “bueno” yo había empezado a llorar. El hombre me acercó un paquete de pañuelos descartables.

    —Sí, nosotros queremos negociar. Esta es una instancia de mediación, por lo tanto, venimos a eso —dijo Pedro.

    Matías seguía en silencio y mirándome cada tanto, como si me fuera a romper. Yo también lo miraba.

    —Cuanto antes terminemos con esto y podamos seguir adelante, mejor —dijo mamá, tomando mi mano.

    Miré a mi alrededor con unas ganas enormes de que aquel diálogo terminara. El juez decidió establecer un plazo de cuarenta días para negociar. Un mes más. Fueron aproximadamente quince minutos que estuvimos allí, hasta que salimos y Pedro nos llevó a un rincón, al lado de la mesa de entradas de la oficina.

    —Bueno, vamos a negociar entonces. La cifra es la que hablamos. Ellos están con ganas de negociar y cerrar el asunto. Che Candelaria, el chico quiere hablar con vos —dijo.

    —Voy yo también —contestó mamá.

    —No, pidió específicamente que fuera ella —atajó Pedro, y agregó—: No contestes nada. Sólo escucha lo que tiene para decir.

    Fui. Él me esperaba en el pasillo.

    ***

    El día del velorio, llegué a mi casa del hospital a las ocho de la mañana. El cuerpo de papá había sido llevado a la morgue porque ahora su muerte estaba calificada como homicidio culposo. ¿Sabría el pibe? ¿Sabría eso del homicidio culposo? Dos policías fueron al hospital cuando fuimos a ver el cuerpo de papá. Sólo recuerdo que le pregunté al médico cómo iban a hacer para despertarlo. “Nena, ya se murió”, dijo, poniendo los ojos en blanco. El cuerpo me dolía, como si el oxígeno llegara de a cuotas a los pulmones y los músculos de mi espalda estaban agarrotados. Mi casa era la imagen del abandono de varios días: sábanas sucias, el plato del gato vacío, los yogures vencidos en la heladera. ¿Qué se pone alguien para un velorio? ¿Ropa negra como en las películas?

    El sol calentaba el monoambiente y mi celular vibraba. “Cande, lo siento muchísimo. Me enteré lo que pasó. Pero tu papá ya está en el cielo”, fue lo que más leí. Me puse un jean y una remera. Tiré yogures. Barrí el piso. El silencio de la casa me aturdía.

    Mi novio me llamó con voz cautelosa y me preguntó si quería ir al picnic del Partido Obrero, quizás me serviría para distraerme. No pensé que eso era algo inapropiado. Entendía que algo había pasado, pero no sabía muy bien qué. Me sentía como en un estado de flotación, envuelta en un líquido amniótico que impedía entender los hechos correctamente. Recuerdo que contesté que sí. Recuerdo que me pasó a buscar en un auto con 3 conocidos suyos, que reían a carcajadas. Recuerdo también estar en el picnic y una chica me miró con lástima y dijo “todo pasa, ya se te va a pasar”. En algún momento, algo hizo ruido: las risas, la gente comiendo, el sol en mi nuca y la despreocupación ajena, la música fuerte. La gente vibraba en una sintonía ligera, mientras yo estaba en cámara lenta. Dije que me quería ir y prácticamente me fui corriendo a tomar un taxi y volver. 

    “Tengo un velorio hoy. Tengo un velorio. Tengo que comprar flores”, pensaba.

    “Estoy en la morgue. Un beso. Mamá”, leí en el celular.

    ***

    Fue un martes. Ocho meses antes de la citación judicial a Comodoro Py y de ver a Matías. Ese día era la segunda audiencia de mediación que habíamos programado con mi abogado y el suyo. Estábamos sentadas las dos, mamá y yo, en una mesa larga de madera con una señora que nos sonreía con amabilidad —la mediadora— mientras agitaba un lápiz entre sus dedos en señal de impaciencia.

    —Espero que no nos deje plantadas como la vez pasada —dijo mamá.

    —Le mandamos la citación a la oficina del padre. Le tiene que haber llegado. Porque la vez anterior la mandamos al domicilio y no pasó nada —contestó Pedro.

    Diez minutos, quince. Media hora después, no llegó nadie, ni abogado ni acusado. Otra oportunidad desperdiciada.

    —La tercera es la vencida. No le quedará otra que ir —dijo Pedro.

    En el pasillo, mamá me miró con resignación. Matías seguía sin aparecer.

    ***

    —Candelaria, esta es tu tía segunda, saludala —presentó mi tía, hermana de papá. Saludé a la tía segunda, cuyo nombre no recuerdo, y esquivé la marea de gente que se agolpaba en las verjas de la iglesia.

    Era el día del entierro y yo llevaba un vestido verde oliva, uno que jamás podría volver a usar sin pensar en tumbas. También tenía en mi mano un discurso que iba a leer en la ceremonia. Sobre los adoquines de piedra se agolpaban setenta años de papá: amigos, colegas de trabajo, compañeros del primario y secundario, linyeras del barrio que lo conocían y adoraban porque el viejo les hacía el desayuno y se contaban chistes; primos, tíos, hijas, nietos y nietas, su ex esposa, ex novias. Quizás en la fila había desconocidos y turistas. También había amigas de mi mamá y mis amigas de la infancia. Incluso estaba Panchito, el nene con el que jugaba a Baywatch en el club. Yo era Pamela Anderson y el David Hasselhof. Ahora Panchito se llama Francisco y está, altísimo, acompañado por sus padres.

    —¿Cómo se llama el que murió? —dijo el cura.

    —Alberto —le contesté mientras veía a un centenar de personas de distintas edades llenar la iglesia.

    ***

    Hola, Matías, mi nombre es Candelaria Dominguez. Soy la hija de Alberto, el señor con el que tuviste un accidente el año pasado. Pensé varias veces si escribirte o no, no sabía si te iba a incomodar. Pero tenía ganas de juntarme con vos a tomar un café, charlar, si te parece, y saber cómo estás después de lo que pasó. Si tenés ganas, te dejo mi número. Te mando un saludo, espero que estés bien.

    Ese mensaje dejé un 15 de agosto a las cuatro y media de la tarde, cuando lo escribí en la oficina, en medio del barullo de mis compañeros de trabajo.

    Por tres días, no tuve respuesta.

    Al tercero, mientras estaba en una cena con compañeros de un taller de escritura, contestó.

    Hola Candelaria, ¿cómo estás? Sinceramente prefiero no juntarme. Te pido disculpas, pero para mí también fue una situación traumática. Espero que puedas respetar y entender mi decisión. Te mando un saludo.

    A Matías lo nombraban en fiestas en mi casa. Al haber ido al colegio con mi novio, siempre alguien lo nombraba en anécdotas de secundaria. También estuvo en el mismo lugar que yo, con horas de diferencia, el día que se recibió de la misma carrera que mi novio. Cuando fui a festejar el título de sociólogo con Iván al patio de la UBA, Matías ya había celebrado ahí varias horas antes. Se había cruzado con mi novio y le había deseado suerte en su examen final. Matías siempre estaba ahí.

    —Te quería pedir disculpas porque en su momento vos me mandaste ese mensaje y yo te contesté medio seco, pasa que no quería juntarme, no estaba listo, para mí fue muy difícil todo esto —dijo, afuera de la sala de audiencias, soltando de un tirón, y su altura me llevaba dos cabezas. Veía a nuestros abogados mirar la escena con cautela y a mamá que estaba decidida a avanzar entre nosotros dos.

    —No pasa nada, no te preocupes, quería saber si estabas bien. Quiero que estés bien, que esto no te marque, porfa, quiero que sigas con tu vida y seas feliz, ¿sabés? —le contesté, llorando mucho.

    —Gracias, gracias.

    —¿Te puedo abrazar?

    —Sí.

    ***

    El abogado de Matías hizo agua. El trabajo sucio lo hicieron otros. Durante esos cuarenta días, que terminaron siendo sesenta, no hicieron ninguna oferta ni aceptaron nada de lo que Pedro les propuso. Quisieron ir a juicio. Quisieron exponernos a mamá y a mí a pericias psiquiátricas. Las hicimos.

    Mi pericia: estrés postraumático grave crónico. Mirá vos, jodida quedé. Según las psicólogas, “Candelaria revive el accidente, pero no muestra rencor por el acusado. Sólo un profundo dolor por la muerte de su padre, una pérdida enorme”. No importa, la pericia no importa, la pericia técnica que analizó el accidente tampoco. Los testigos que sumamos no alcanzan. Ellos quieren seguir, ir a juicio, exponernos, exprimirnos, agotarnos. No se preocupen, ganaron. Estamos agotadas, no tenemos más ganas de ir a tribunales, verle la cara a nuestro abogado engominado ni a tu abogado flacucho. Estamos agotadas, Matías, aceptamos tus míseros cuarenta mil pesos, nos rendimos. 

    ***

    Pasaron diez años.

    Los últimos tres, papá, fueron una mierda. Algo pasó, un desbalance en el sistema. Dejé de existir. Yo, que destrozada por tu muerte había sido delegada sindical, me había puteado con viejos militantes en cuartos diminutos, me amigué con viejos militantes en actos gigantes, escribí crónicas, defendí compañeras y me separé después de ocho años con mucha incertidumbre. Era una sombra. Le había cedido mi poder a un villano diminuto, viejo, de esos de películas de comedia. Pero tranquilo, todo se acomodó. Pude. Salí del pozo. Con cicatrices, pero salí. Pasaron diez años. Mamá y yo nos vemos cada tanto, sus manos siguen frías. Ahora pinta, mucho más que antes. Ahora abraza, mucho más que antes, también. Trato de invocarte. Cocino, pongo nuestra canción, la que bailaste medio borracho en el casamiento de Vicky. Cada tanto miro fotos tuyas. Trato de emularte, ser quien me enseñaste a ser. Trato de dar mucho amor, de acompañar y cuidar. Trato de hacerle chistes a quien la está pasando mal. Trato de decirme que todo va a estar bien. Pasaron diez años, pa. ¿Viste todo? ¿Me viste publicar? ¿Escuchaste mis canciones? ¿Viste cuando quise que todo termine? Perdón por eso. Supe salir, ¿sabés? Salir de los monstruos y mirarlos, darte cuenta que son bastante patéticos, me hizo acordar a vos, te hubieses reído bastante.

    ***

    —Boluda, jajaja, ¿de dónde lo conocés a Matías? —me dijo mi amiga Jose, hace un año, prendiéndose un porro en el jardín de su casa.

    —Eh, ¿es amigo tuyo?

    —No, conocido, ¿por? ¿Te lo culeaste? ¿Es un boludo?

    —No, Jose. Hace nueve años mató a mi papá.

    Me mira, se pone seria, no dice nada y me escucha. Le cuento la historia. Cierra los ojos y resopla. Digo mató, mató, mató. Ya no digo accidente. Fue un accidente, pero también lo mató. Lo dejó ahí. Conviven las dos cosas: querer que Matías esté bien, pero querer que sepa que lo dejó tirado a papá. Las ganas de trompearlo y querer que esté en paz al mismo tiempo.

    —Cande, vos sabés que él estuvo mal, ¿no? Ahora me cierra.

    —No, no sabía. Lo que sí sé es que está en todas partes.

    —Sí, gorda, trabajan en el mismo ambiente, va a aparecer —me dijo.

    Hace unos meses volví a leer y a escribir un poco. Vivo sola. Mi casa ya no es un lugar de miedo, sino un refugio. El tóxico con el que conviví los últimos años se fue. Pongo la música que quiero y miro las películas que quiero. Vienen mis amigas y les cocino. Aún hay cosas que me cuesta hacer, partes mías que voy reconquistando, como si se hubiesen caído tesoros en lugares recónditos y los voy encontrando de a poco.

    Una amiga me dice de ir al epicentro de Chacacrespo, a ver a una bandita indie que la está pegando y que tocan en el Art Media. Adentro hay un bolonqui de hipsters, birras calientes y fans de la banda. Me abro paso con ella que, como es más petisa que yo, se pega detrás mío mientras despejo el camino.

    Y de pronto, él.

    Matías.

    Matías sonriendo. Matías sonriendo y saltando, a tres metros de distancia. No me ve. Lo veo bien, lo veo con amigos, contento. Así estamos los dos.

    Sobrevivimos, Matías. Que estés muy bien, no me vas a ver, no quiero amargarte la noche.

    Sobrevivimos.

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  • En Regina hubo Hockey

    Hoy se disputó la primer fecha de Hockey en la que diferentes categorías se enfrentaron. Los equipos, todos de Regina. La Tapa se hizo presente en el hermoso predio del Club CAID; allí el público se hizo presente desde las 13 Hs para disfrutar de una tarde a puro sol y «bochas». El primer partido…

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