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Orazi participó de la firma de los convenios del Programa Emprender

El Intendente Marcelo Orazi participó esta mañana del acto de firma de convenios para el desarrollo de los talleres de formación laboral del Programa Emprender que implementa el Ministerio de Desarrollo Humano y Articulación Solidaria de Río Negro. La rúbrica de los mismos fue encabezada por el titular del Ministerio Juan José Deco.

En la oportunidad Orazi destacó que “es una gran noticia retomar el Programa durante este año ya que el contexto de pandemia del 2020 no permitió llevarlos adelante”.

“El desarrollo de estos talleres involucra a muchos actores, desde el Municipio hasta distintas instituciones, y por supuesto al Gobierno de la Provincia a través del Ministerio de Desarrollo Humano”, manifestó.

El Intendente agradeció al Ministro Deco por “el acompañamiento permanente durante este tiempo en el que logramos sostener y afianzar el trabajo conjunto”.

Por su parte, Deco señaló que “tenemos muchas expectativas en el desarrollo del programa. Estos talleres son muy importantes para nosotros, para las entidades intermedias y para todas las personas que se capacitan”.

La firma de convenios involucró a 15 instituciones para la puesta en marcha de 49 cursos.

Para conocer la disponibilidad de cupos, horarios y requisitos de los mismos, así como para llevar adelante la inscripción, los interesados pueden dirigirse a la institución que dicta la propuesta, o a la delegación del Ministerio de Desarrollo Humano local.

Durante el acto estuvieron presentes la Legisladora Silvia Morales, el Delegado del Ministerio Cristian Aristan, el presidente del Concejo Deliberante Edgardo Vega y los concejales Claudia Maidana, Silvio Rodríguez y Agustina Fernández.

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  • Los tecno-oligarcas colonizan Washington

     

    Las soluciones digitales que ofrece la empresa Palantir Technologies son, de hecho, el sistema operativo del poder militar en Estados Unidos. Esto representa una inédita cesión de soberanía operativa del sector público en favor de agentes privados a través de un modelo de externalización que resignifica infraestructuras y procesos que constituyen los fundamentos mismos del Estado.

    La empresa es la nave nodriza del nuevo complejo militar industrial digital. Pero, además, y principalmente, es un caso testigo en el sostenido proceso de colonización de capacidades del Estado que llevan adelante los tecno-empresarios de Silicon Valley, protagonistas de una dinámica, extraordinaria por escala y profundidad, de hibridación de poder.

    A través de un contrato con el Pentágono a fines de julio de 2025 y por un monto total de 10 mil millones de dólares —de los más gravosos de la historia en el área de Defensa—, Palantir gestionará decisiones militares fundamentales sobre objetivos, movimientos de soldados e inteligencia. El mantra de la eficiencia, que se articula en función de relatos que consagran los efectos redentores del solucionismo digital y la inteligencia artificial, es el argumento para la operación política de captura de los actores privados de áreas y prácticas que históricamente fueron exclusivas del Estado.

    El control operativo de Palantir sobre el Pentágono representa un salto cardinal de reconfiguración política en Washington: legitima y pondera el protagonismo en el gobierno de lo público de una nueva élite, la de los CEOs de Silicon Valley, que gestionan los procesos de innovación a través de la IA, una tecnología que conlleva capacidades performativas de alcance civilizatorio porque en sus efectos redefine los patrones políticos, económicos y culturales que significan la vida.

    Es una élite que actúa cada vez más como una oligarquía: en su hacer despliega una metapolítica que se asienta sobre postulados anarco-libertarios y una irrefrenable pulsión tecno-utópica al servicio de la progresiva construcción de una hegemonía de clase dominante. “No son solo innovadores, sino los arquitectos del orden posmoderno que está emergiendo a través de la IA, la disrupción digital y el capital tecnológico”, dijo el filósofo Alessandro Aresu.

    Agentes de las grandes corporaciones tecnológicas controlan o inciden en sectores relevantes de la administración del presidente Donald Trump: en Defensa, en la gestión de la información, en el régimen monetario (criptomonedas), en Comunicaciones y en Energía. Incluso el Ejército está incorporando formalmente a ejecutivos de Silicon Valley a través de la denominada “Unidad 201”. En junio pasado designó con el grado de tenientes coroneles a Shyman Sankar, director de tecnología de Palantir, a Andrew Bosworth, director de tecnología de Meta, a Kevin Weil, director de productos de OpenAI, y a Robert McGrew, exdirector de investigación de OpenAI. La distinción entre el actor (y el interés) público y el contratista (y el interés) privado se ha vuelto deliberadamente borrosa.

    Entre estos tecno-oligarcas se destaca el presidente de Palantir, el empresario  Peter Thiel, quien cree que Estados Unidos vive un proceso de declive que pone en juego su hegemonía y pregona que el Estado debe reconvertirse en una startup para superar el estancamiento. Su empresa es omnipresente en Washington: Michael Kratsios, inversor en Palantir, dirige la Oficina de Política de Ciencia y Tecnología; Stephen Miller, subdirector del Gabinete de Políticas y asesor de Seguridad Nacional, posee unos 250 mil dólares en acciones de Palantir; David Sacks, socio de Thiel, está a cargo del área de criptomonedas e IA del Gobierno.

    Palantir ofrece soluciones para realizar una interpretación inteligente de la información y sus dispositivos se han vuelto primordiales para el Pentágono, pero también para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), el Servicio de Impuestos Internos (IRS), la Oficina Federal de Investigación (FBI) y el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).

    Arquitectos de un nuevo orden

    La exitosa trayectoria de construcción de poder y de adquisición de capacidades soberanas de las grandes compañías tecnológicas enuncia la consumación de un régimen digital que se vuelve hegemónico a medida que redefine los términos en los que se crea y administra el poder. El proceso advierte de una crisis sistémica que implica la pérdida de centralidad estratégica del Estado y la emergencia de un mundo de soberanías porosas e identidades fragmentadas, de un gran escenario político de dominios en construcción. En medio de esta perplejidad, la élite de los tecno-oligarcas acciona con fuerza y determinación y está dispuesta a imprimir las señas de un nuevo orden existencial.

    El futuro que imaginan asume, visibiliza, sus sesgos ideológicos porque, como advirtió el escritor Alessandro Baricco, la de Silicon Valley es, primero, una revolución de ideas y creencias y, recién después, tecnológica. Su imaginario reseña la consumación de un ethos de extrema individuación que los hace percibirse como profetas de un destino inevitable, el de un orden liberal tecnocrático, jerárquico y elitista. Su proyecto político parte de una premisa: salvar el capitalismo en la nube (el modelo de negocios de las plataformas digitales) y la IA de los riesgos socializantes de la democracia. hiperliberalismo, pero sin democracia.

    Los siguientes párrafos, tomados del libro El individuo soberano (1997), de Lord William Rees-Mogg y James Dale Davidson, uno de los textos de referencia para este universo, permiten entrever el perfil de su ideología: “El nuevo Individuo Soberano operará como los dioses del mito en el mismo ambiente físico que el ciudadano común y corriente, pero en un reino separado políticamente. Comandando vastos recursos y más allá del alcance de muchas formas de compulsión, rediseñará los gobiernos y reconfigurará las economías en el nuevo milenio”. O, con más detalle: “La nueva organización de la sociedad está implícita en el triunfo de la autonomía individual, y en la verdadera igualdad de oportunidades basada en el mérito (…) La tecnología hará que los individuos sean más autónomos que nunca (…) Los centros locales de poder se reafirmarán a medida que el Estado se transforma en unidades fragmentadas y superpuestas”.

    También resulta útil repasar algunas de las afirmaciones previstas en el Manifiesto tecno-optimista (2023), de Marc Andreessen, uno de los portavoces más activos del ecosistema Silicon Valley: “Creemos que el libre mercado es la forma más eficaz de organizar una economía tecnológica. (…) Creemos que los mercados son una forma inherentemente individualista de lograr resultados colectivos superiores. (…) Nuestros enemigos son la visión sin restricciones de Thomas Sowell (el hombre es por naturaleza defectuoso, egoísta y limitado y las instituciones le sirven como recurso para confrontar sus defectos y excesos), el Estado universal y homogéneo de Alexander Kojeve (que iguala amos y esclavos) y la utopía de Tomás Moro (abolición de la propiedad privada, educación y salud universal, libertad religiosa, ausencia de clases sociales)”.

    Thiel y Andreessen, pero también Alex Karp, Sam Altman, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Eric Schmidt, David Sacks, Palmer Luckey, Balaji Srinivasan, Timothy “Tim” Cook, Sundar Pichai, Jensen Huang, son los nombres propios que esta nueva clase dirigente, que atesora inmenso poder económico (sus empresas superan en volumen a la mayoría de las economías nacionales), son decididamente influyentes porque construyen y facilitan conectividad (infoesfera) y lideran los desarrollos de IA, según sus patrocinadores, la tecnología definitiva.

    Thiel, el jefe

    El presidente de Palantir utiliza la potencia de su patrimonio corporativo para influir sobre el poder político. No crea fundaciones, sino que financia directamente a emprendedores y líderes que expresan sus ideas. Es uno de los principales donantes del partido Republicano con el fin de vigorizar el liderazgo de Donald Trump y apadrinar candidatos que consolidan la prevalencia del ideario MAGA. Su gran apuesta es el vicepresidente, J.D. Vance, a quien empleó en el fondo Mithril Capital y apoya con dinero en sus campañas electorales.

    Vance, el hijo de una familia simple que surgió de Ohio en el Rust Belt (cinturón del óxido) en el país profundo, pasó de los campos de batalla en Irak a las aulas de la prestigiosa Universidad de Yale. De allí egresó como abogado y poco después desembarcó en el entorno de Thiel. Ahora ejerce como interfaz entre el mundo de la política y Silicon Valley. Thiel, catalogado como uno de los intelectuales de derecha más influyentes de los últimos 20 años, se define como anarco-libertario. Plasmó los rasgos salientes de su ideología a través de la proclama “La educación de un libertario”, en la que puntualizó: Sigo comprometido con la fe de mi adolescencia: la auténtica libertad humana como condición previa para el bien supremo. Me opongo a los impuestos confiscatorios, a los colectivos totalitarios y a la ideología de la inevitabilidad de la muerte de cada individuo. Por todas estas razones, sigo llamándome ‘libertario’. Pero debo confesar que en las últimas dos décadas he cambiado radicalmente mi manera de pensar sobre cómo alcanzar esos objetivos. Y lo que es más importante, ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles.

    Thiel, junto con Karp, Luckey y Andreessen, son activistas comprometidos del reaccionario movimiento “tech-right”, la extrema derecha dentro de la tecno-oligarquía, que reivindica procedimientos autoritarios para organizar la vida común y promueve un orden social jerárquico, piramidal y elitista, administrado por un poder concentrado.

    Élite cognitiva

    La tech-right es el soporte de Silicon Valley para el movimiento de extrema derecha que está inundando la política en los países de Occidente y perfilando de manera creciente el sentido común de sus sociedades, que Quinn Slobodian, en el libro Los hijos bastardos de Hayek. Raza, oro, coeficiente intelectual y el capitalismo de la extrema derecha (2025), define como “nuevo fusionismo”. El autor lo describe como “un intento de desarmar la obra del humanismo liberal igualitario de los últimos 200 años y restaurar un orden jerárquico, basado en las diferencias naturales entre los seres humanos”, a medida que postula un ordenamiento social cimentado en “cuestiones de raza, inteligencia, territorio y dinero”.

    Slobodian indica que el “nuevo fusionismo” comenzó a formarse en la década de 1990, cuando “quienes discutían sobre la necesidad de defender el capitalismo y la libertad económica comenzaron a apelar a categorías científicas: en particular, la biología evolutiva, la psicología cognitiva e incluso las pseudociencias raciales”.

    En este proceso se introduce el coeficiente intelectual (CI) como mecanismo para catalogar la vida social, reemplazando los patrones económicos con los que el discurso neoliberal tradicional justificaba sus demandas meritocráticas en contra del humanismo socialmente integrador. La reivindicación del CI avisa en términos operativos, pero también ideológicos, de la emergencia de una “élite cognitiva”, el corpus que expresa al nuevo agente social de ruptura. 

    El propio Trump supo ejemplificar sin rodeos el sentimiento de superioridad que expresa este grupo cuando en 2013, por ejemplo, escribió: “Lo siento, perdedores y detractores, pero mi coeficiente intelectual es uno de los más altos, ¡y todos lo saben! Por favor, no se sientan tan estúpidos o inseguros, no es su culpa”.

    IA + eugenesia

    Los cultores de la “tech-right” se definen como “reaccionarios” porque rechazan los fundamentos de la modernidad liberal y se describen como antiilustrados, eugenistas, antidemocráticos (tecno-monárquicos) y aceleracionistas (abogan por el impacto tecnológico exponencial sobre todas las dimensiones de la vida). Sus ideólogos principales son el historiador y tecno-emprendedor Curtis Yarbin y el filósofo Nick Land.

    Yarbin vocifera su menosprecio por la democracia, “el fallido experimento democrático de los dos últimos siglos”, dice, porque, entre otras razones, permite que coexistan en los mismos espacios de decisión personas de alto CI con otras de bajo CI, e impulsa como correctivo la instauración de una “tecno-monarquía”. En una entrevista publicada a comienzos de 2025 por The New York Times dijo lo siguiente: “Cuando pido a la gente que reflexione sobre esta cuestión, los animo a que miren a su alrededor e identifiquen que todo lo exitoso que les rodea ha sido creado por una monarquía. Estas entidades que llamamos empresas son esencialmente pequeñas monarquías. Por ejemplo, si miran a su alrededor y ven una computadora portátil, esa computadora ha sido fabricada por Apple, que funciona como una monarquía”.

    El culto a la inteligencia, con el CI como parámetro, justifica en el universo ideológico de Yarbin la instrumentación de estrategias de eugenesia que redefinirán el rol de las personas en el mundo reconvertido en una gigantesca startup. En este sentido, por ejemplo, sugiere aislar a personas a las que sus presuntas carencias cognitivas las hacen menos productivas: “Encerrarlos en aislamiento permanente, como una larva de abeja en una celda cerrada, salvo en caso de emergencias. Esto volvería loco a cualquiera, salvo por el hecho de que la celda contendrá una interfaz de realidad virtual inmersiva que le permitirá vivir una vida rica y satisfactoria en un mundo completamente imaginario”.

    Land ha sistematizado estas ideas a través de su teoría de la “Ilustración oscura”, en la que argumenta sobre los fundamentos del nuevo orden: monarquismo, autoritarismo tecno-feudal y eugenismo (“abandonar el Homo sapiens como reliquia o fósil viviente”). Un orden, subraya, en el que la digitalización y la biomecánica desintegrarán las formas de soberanía y deconstruirán el sentido totalizador de lo político.

    El filósofo argumenta las condiciones que articulan la transformación en marcha:

    1. El cambio evolutivo está asociado al origen de nuevas especies (transhumanismo).

    2. Varios modos de evolución pueden operar simultáneamente, pero el más efectivo (digitalización + IA) domina el proceso.

    3. Una minoría de individuos (élite tecno-cognitiva) gestiona la evolución y la especie en su conjunto representa el laboratorio de ensayo.

    Un breviario que, aún cargado de desmesura, reseña sin eufemismos las ensoñaciones mesiánicas de la tecno-oligarquía. Sobre las formas y los fines, Evgeny Morozov explica: “No escriben sobre el futuro; lo instalan. (…) Se autoproclaman portavoces oficiales de la humanidad (…) La metamorfosis alcanza su etapa final no en manifiestos ni en hilos de tweets, sino en la colonización de los salones del poder en Washington. (…) ¿Su estrategia? Perturbar primero, eliminar después”.

    La entrada Los tecno-oligarcas colonizan Washington se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    UNA VISIÓN SOÑADORA DE LA MÚSICA Y LOS LUGARES DE LA PATAGONIA

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    Un barco de lujo emerge desde las profundidades de Alejandría

     

    Un hallazgo arqueológico de enorme valor volvió a poner a Alejandría en el centro del mapa histórico: una embarcación de placer de más de 2.000 años fue identificada frente a la costa, en la zona del antiguo Portus Magnus, revelando un capítulo nuevo sobre la vida cotidiana, la religión y el poder en el Egipto romano.

    Por Alcides Blanco para NLI

    Un descubrimiento que cambia lo que sabíamos

    El anuncio del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, liderado por Franck Goddio, sacudió al mundo académico: bajo las aguas que hoy cubren la isla hundida de Antirhodos apareció un barco de 35 metros de largo, construido en la primera mitad del siglo I d.C., y pensado para trasladar con lujo y solemnidad a miembros de la elite alejandrina.

    Los arqueólogos destacan que se trata del primer barco de este tipo encontrado en Egipto. Hasta ahora, las fuentes antiguas describían embarcaciones fastuosas utilizadas para ceremonias y procesiones religiosas, pero nunca se había hallado una físicamente. La combinación de técnicas romanas y egipcias en su diseño, junto a su estructura de fondo plano, confirma que estaba adaptado a las aguas calmas del gran puerto.

    El casco conserva partes clave que permiten reconstruir su funcionamiento: habría sido impulsado por más de veinte remeros, lo que confirma la magnitud del despliegue ceremonial que podía acompañar.


    La Alejandría que duerme bajo el agua

    Una ciudad que cayó al mar

    La ubicación del hallazgo no sorprende a quienes estudian la zona. La antigua Alejandría sufrió terremotos, licuaciones del terreno y tsunamis que hundieron barrios enteros, templos y palacios. La isla de Antirhodos —donde se ubicaban complejos administrativos y espacios vinculados al culto de Isis— quedó sumergida hace siglos, conservando bajo el agua fragmentos de la vida más opulenta del Egipto helenístico y romano.

    En ese contexto, la aparición de esta embarcación no solo confirma lo que relataron cronistas como Estrabón; también abre una nueva ventana a la vida ceremonial, al ocio y a los rituales que tejían la identidad de la ciudad más cosmopolita del Mediterráneo antiguo.

    Detalle del mosaico del Nilo de Palestrina, que muestra embarcaciones mucho más pequeñas que la hallada frente a la costa de Alejandría. Fotografía: DEA/S. Vannini/De Agostini/Getty Images

    Uso religioso y poder político

    Los especialistas creen que el barco pudo haber sido utilizado en procesiones sagradas, especialmente vinculadas al culto de Isis, una de las deidades más relevantes del período. Este tipo de embarcaciones, cuidadosamente ornamentadas, eran símbolos de estatus y también herramientas políticas: mostraban la capacidad de las élites para organizar ceremonias complejas, esenciales para legitimar su autoridad.


    Qué viene ahora

    El descubrimiento fue estudiado in situ y, siguiendo las normativas de preservación del patrimonio subacuático, no será extraído. Permanecerá en su lecho marino, donde las condiciones de conservación son óptimas.

    Los próximos pasos incluirán análisis tridimensionales, estudios de la madera y la posible identificación de pinturas o decoraciones. Cada dato permitirá reconstruir no solo un barco, sino una cultura entera que vivía a la vez en la opulencia, la ciencia, la religión y el comercio.

     

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    El día que el ser humano conquistó el aire

     

    Un día como hoy, 17 de diciembre, pero de 1903, en una playa ventosa de Estados Unidos, un vuelo de apenas 12 segundos cambió para siempre la historia de la humanidad y abrió una nueva era tecnológica, política y militar.

    Por Alcides Blanco para NLI

    Un experimento que parecía imposible

    Durante siglos, volar había sido un anhelo humano más cercano al mito que a la ciencia. Desde los bocetos de Leonardo da Vinci hasta los planeadores del siglo XIX, la idea de elevarse del suelo siempre chocaba con un límite técnico insalvable: el control. El 17 de diciembre de 1903 ese límite fue finalmente superado.

    En Kitty Hawk, una zona costera elegida por sus fuertes vientos y dunas blandas, los hermanos Orville Wright y Wilbur Wright lograron hacer despegar una aeronave más pesada que el aire, propulsada por motor y, lo más importante, controlada por el piloto.

    El Wright Flyer, construido en madera, tela y alambre, recorrió apenas 36 metros a una altura mínima. Orville estuvo a bordo durante 12 segundos. Puede parecer insignificante desde los parámetros actuales, pero en ese instante el mundo cambió para siempre.

    El verdadero secreto: el control del vuelo

    Muchos inventores habían logrado antes pequeños saltos o planeos impulsados por motores rudimentarios. Lo que distinguió a los hermanos Wright fue haber resuelto el problema central de la aviación: cómo controlar un avión en el aire.

    Su sistema de control tridimensional —alabeo, cabeceo y guiñada— permitió que el piloto gobernara la aeronave de manera estable. Ese principio, con variaciones tecnológicas, sigue siendo la base de la aviación moderna hasta hoy.

    Lejos de los grandes laboratorios o del apoyo estatal, los Wright trabajaron de forma casi artesanal, financiándose con su pequeño taller de bicicletas. La historia oficial suele olvidar que este avance clave no nació del complejo militar-industrial, sino del ingenio individual y la experimentación persistente.

    De hazaña científica a herramienta de poder

    El impacto del primer vuelo controlado no fue inmediato. Durante varios años, los Wright enfrentaron el escepticismo de gobiernos y científicos. Sin embargo, cuando las potencias comprendieron el potencial estratégico del avión, la historia tomó otro rumbo.

    En pocas décadas, la aviación pasó de curiosidad científica a instrumento central de la guerra, el comercio y la dominación global. Las dos guerras mundiales demostraron hasta qué punto aquel vuelo de 1903 había modificado el equilibrio del poder internacional.

    Pero también abrió la puerta a la integración de territorios, al transporte civil masivo y a la posibilidad concreta de acortar distancias entre pueblos y naciones, un aspecto que suele quedar relegado frente al relato bélico.

    Un legado que sigue volando

    Hoy, a más de un siglo de aquel despegue precario, millones de personas vuelan cada día sin pensar en ese origen humilde. Sin embargo, todo avión comercial, militar o experimental sigue siendo heredero directo del Wright Flyer.

    Recordar el primer vuelo controlado no es solo un ejercicio de nostalgia tecnológica. Es también una oportunidad para reflexionar sobre cómo los avances científicos pueden servir tanto a la humanidad como a los intereses de dominación, según quién los controle y con qué fines.

    Aquel 17 de diciembre de 1903 no solo nació la aviación. Nació, también, una nueva dimensión del poder moderno, una que aún hoy sigue definiendo el rumbo del mundo.

     

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