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LUIS Y LA BICICLETA #12

CAPÍTULO #12

La rutina abruma pero ordena. Sin la cotidiana regularidad de hacer todos los días lo mismo, o algo muy parecido a eso, Luis está perdido. «Como bola sin manija», tal cual decía su padre a la hora de la siesta que no gustaba dormir, en esos veranos abrumadores y eternos del Santiago del Estero natal. La irremediable tragedia del ser, de realizarse, de existir dentro del orden establecido. En el segundo mate de la mañana, después de haber dejado a los chicos en el colegio, se pone a pensar en eso. Recuerda su infancia, una época repleta tanto de felicidad como de austeridad. En su provincia la pobreza es una costumbre estipulada por los pocos poseedores de la tierra. Los mismos que disponen de riqueza desproporcionada son los que deben ser obedecidos por temor. O necesidad.

Luis se crió entre calores abrasadores, inverosímiles, incapaces de ser mitigados con escasos recursos, y mandatos religiosos y feudales de consecuencias para la formación de su personalidad. Peleando contra lo determinado, logró completar la secundaria y rápidamente consiguió su primer empleo como repositor en una cadena de supermercados. Ese puesto le auguró algo parecido al crecimiento y, un año más tarde, el posterior traslado hacia esta ciudad.
Masticando tolerancia resistió a la humillación que repicaba cada noche en su hemisferio derecho a la hora de apoyar la cabeza contra la almohada. Los primeros días en su nuevo hogar fueron desesperanzadores. Al foráneo lo recibieron con la hostilidad de lo extraño. Sus compañeros se reían de su acento, de la erre estirada y de su cultura de trabajo a destajo. Al finalizar la primera semana, el delegado del gremio lo interceptó en el vestuario y le dejó bien en claro que acá se laburaba distinto. «Negro, tómatelo con calma. Nos vas a hacer quedar mal al resto y a los muchachos no les gusta eso. Te lo digo de onda porque me caíste bien y no quisiera que tengas bardo por ponerte la pilcha de empleado del mes, ¿entendes lo que te digo?”. Luis estaba acostumbrado a la opresión, aunque esa vez lo sorprendió el sinsentido de la coacción disfrazada de consejo.
Treinta y cinco cuadras separaban el cuarto de pensión, que mantenía inmaculado por su obsesión con el orden, con el almacén erigido en la zona de prosperidad del lugar. Tres pesos costaba el pasaje de micro que podía dejarlo a mitad de camino de su destino final. Razón suficiente para elegir un medio de transporte diferente.

El cuadro juntaba óxido de meses a la intemperie. La cadena había sido repasada con kerosene, sin embargo las cubiertas brillaban vírgenes. Un pedal era verde, el otro negro. Tenía instaladas dos luces de gato. En fin, andaba, y eso era suficiente. La compró con la primera quincena. Fue casi una ósmosis instantánea: la bicicleta lo empoderó de efímera libertad. Cada día, bien temprano en la mañana, o en el comienzo de la madrugada –según el turno que el encargado resolviera sobre la marcha-, el flamante vehículo lo cortejó con lealtad y franqueza. Progresar con el impulso del cuerpo, constante accionar de un laburante.
Ese reciente pasado de esfuerzo aún resonaba vivo en su memoria. Sobre todo porque su historia local contó casi de inmediato con una protagonista que tomó el papel principal de su vida. Conocer a Eva fue su génesis. Al poco tiempo de cruzar miradas se animó a saludarla, una noche en la cocina de la pensión. La charla fluyó de inmediato y la complicidad también. La inconfundible sensación de atracción mutua los catapultó a animarse a comenzar una relación de compañerismo, lealtad, respeto y amor real. No como el de las películas. Amor con idas y vueltas, pero con respeto. Amor sin límites, del que duele de vez en cuando. Pero un amor que pudiera con todo, siempre que de común acuerdo decidieran que el objetivo seguía siendo estar juntos.
El recuerdo lo hizo temblar, sabía que tenía mucho más de lo que alguna vez había soñado. Se sintió completo, afortunado.

De primera mano no comprendió lo que oía. Seguía con la mente empapada y los ojos otro tanto. Las memorias lo habían abstraído del mundo. Enseguida conectó violentamente con la realidad. Lo que la radio repetía, ahora con más detalles, era la firma del acuerdo con el FMI con el que el gobierno pretendía enderezar el rumbo y hacer frente a la tormenta.
Todas sus historias fueron sufrientes y quedaron atrás.

Autores: Ferraro, Inostroza, Linares

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