LO QUE EL VIENTO NUNCA SE LLEVÓ
Sombra sobre sombra es el lema del ensombrecimiento. Radiación ultravioleta de los poderes (estudiar los pormenores en la Climentología diaria del yo no soy yo). Poder decir que a veces la sombra protege, y otras impide recibir ese calorcito tan ansiado. Y si la sombra se pierde en el sentido vigente, entonces se duplican las apuestas de lo absoluto sin sombras. Hay un lado de esto que se conecta con los estrechos contornos de un conocimiento anticipado de aquello. Relieves. Permutas. Bramidos. Esperas. Conciertos y alarmas que no suenan. No hay con-tacto que la sombra pueda sentir-nos. No hagas sombra sobre tu propia sombra, dijo el sol en un rapto de lucidez desprevenida.
Recuerda el epitafio que alumbra la parábola y la instancia arcáica, dijo el relámpago de enervada emoción escondido en el armario de todas las inoportunas neblinas de los impedimentos.
Untar la miel del espectáculo inútil sobre el pan del hambre insular no sería la fórmula para pasar de ésto a lo otro, dijo un torpedo de supuestas soluciones en el medio de un submarino hecho en el bar de la famosa esquina conocida del pleno desconcierto.
Te mando un stiker de repudios, sombra. Y te sacas el gastado sombrero que el viento nunca se llevó. Realmente, cuando una parodia parodea a otra parodia, el bucle de la infamia se hace enorme en las fauces siempre abiertas del mercado especulativo por encima de las necesidades en constante insatisfacción. Recuerdo aquel día en que la frescura de una sombra sumamente hot se había tirado un balde de agua helada sobre su espléndida y parduzca cabeza de superficie latente, justo en una mañana con quinientas sombras cabalgando por encima de las escamas de moribundos peces que la dueña de la verdad usaba como lentejuelas un sábado entero y sin orégano o dientes de ajo y arrebatos.
Potada-La voz del viento, 1923 R. Magritte