«La mentira ya no tiene patas cortas, le cortaron las piernas»
¿Cómo comprender la realidad argentina? La palabra quilombo no alcanza, tampoco la palabra mentira o inclusive la llamada verdad. La posverdad ya pasó de moda, la distorsión de la realidad queda corta en el mundo emocional-económico-mediático-político. Cuando la justicia es sinónimo de injusticia y corrupción, cuando los partidos políticos no solo pierden credibilidad sino que empeoran la situación de la mayor parte de la población, cuando el Estado se encuentra con muerte cerebral asistida por un respirador artificial (made in FMI), cuando la mentira se desborda y ya nadie cree en nadie ¿Qué hacemos cuando pensamos lo que hacemos?
Los precios suben en la montaña rusa celeste y blanca, mientras los sueldos bajan. «Siglo XX cambalache» dirá el clásico tango, tango que se recarga con todas sus fuerzas en el siglo XXI (¿Cambalache Recargado?)
¿En qué creemos cuando no creemos lo que creemos? ¿En quién confiamos cuando no confiamos en lo que confiamos? País de la indignación, sin respuestas, y con demasiadas preguntas para reformular. ..
Siguiendo la montaña rusa, ¿quién o quienes compran dolares? ¿Por qué el banco central argentino tiene que disponer de sus reservas? Digo, ¿para quién o quienes? Es evidente que hay argentinos que compran (y venden), y esto genera una desvalorización del peso y una inflación abrumadora. Al mismo tiempo, el déficit fiscal, o sea la relación entre lo que entra y lo que se sale (monetariamente) es cada vez mayor, los ingresos bajan y los egresos suben, principalmente en lo que hace al mencionado Estado en muerte cerebral. La economía es el centro de la atención de todos, porque de ella dependen nuestras necesidades. Y un país es un gran negocio manejado por unos pocos, y que, en cierta manera, son contados con las manos los que ganan en todo este cambalache. Además, se sostienen por una retórica de «frenar la subida del dolar» entregando dólares (Retórica de la frenada). Esto último suena contradictorio, ¿no? Lo que se está entregando son dolores a casi toda la población argentina, desempleo y falsas esperanzas. Hay cuestiones que la mayoría de nosotros no sabemos, y el tiempo nos dirá (tarde) que era lo que estaba pasando. Cuando el poder teje sus fuerzas sobre el pueblo: la inmovilización, el miedo y la ilusión en un exterior «divino» (dolar, inversión, etc.) son el triángulo de las Bermudas en donde quedamos atrapados. La posverdad es la mentira llana, o el simulacro; en tanto que, la posmentira ya no es apenas un simulacro, sino el simulacro de otros simulacros, el matrix recargado, la mentira de la mentira que se extiende como espejos enfrentados. La mentira ya no tiene patas cortas, le cortaron las piernas, pero no se preocupen porque le crecieron tentáculos…Para concluir, y rescatando el rico mundo emocional y amistoso que constituye nuestra cultura, podemos afirmar que sentimos con una pasión descomunal como casi ningún otro país del mundo. Sin embargo, y lamentablemente, lo emocional no se corresponde con el tenor de nuestras organizaciones. Si pudiéramos homologar nuestra pasión con alguna forma de orden no centralizada, y el restablecimiento de los valores, quizás la posmentira no sea la verdad de la milanesa.
Columnista de LaTapa. Publicó los siguientes librillos o grillos de letras: "A temperatura dos murmúrios", "Espuma brutal" , "O lado oculto do azul"; "Playa nudista para poemas vestidos" (Biblioteca de Las Grutas, único ejemplar y única edición). También, diversos textos en diferentes espacios digitales.
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En el mercado están convencidos que la estabilidad del dólar se explica por la lluvia de deuda privada que está inyectando divisas. Un paraguas momentáneo. El problema es que el gobierno no está aprovechando la coyuntura para sumar reservas. Desde el 27 de octubre el Tesoro sumó apenas USD 200 millones. Un vuelto frente a los USD 20 mil millones de vencimientos que deberá enfrentar el año que viene.
Desde las elecciones a esta parte, las principales empresas argentinas tomaron deuda por más de USD 3.000 millones. Es la cifra más alta en años. Las provincias se subieron rápido a esa ola: CABA salió este martes con una colocación de USD 600 millones, a menos del 8% de interés, una tasa incluso mejor que la que consiguen varias firmas del sector energético.
Los especialistas coinciden en el diagnóstico. Esa liquidez externa, «dólares importados», como definió un operador, mantiene al mercado cambiario bajo control. La estabilidad de este miércoles lo confirma. El Dólar oficial se mantuvo sin variación en la zona de los $1430, mismo nivel que se refleja en la cotización blue. Los dólares financieros también se mantuvieron estables, el MEP se operó en $1.440 y el CCL a $1.471.
En paralelo, la discusión por las reservas se mantiene encendida. No es un debate académico: para los acreedores, el nivel de reservas es la garantía del próximo cobro. Argentina enfrenta pagos por USD 6.000 millones en solo dos meses y las reservas líquidas siguen con un rojo de USD 11 mil millones, la misma cifra que dejó Massa.
El tema dominó parte del Simposio Internacional de Economía que organizó Amigos de la Universidad de Tel Aviv. En ese encuentro, el economista Miguel Kiguel le hizo un planteo directo al presidente del Banco Central, Santiago Bausili.
«No queremos un cuarto episodio de corrida cambiaria porque sería traumático. Para evitar problemas, probablemente haga falta un plan de acumulación de reservas. Confiar solo en que Trump nos mire lindo no alcanza», afirmó Kiguel lanzó delante de empresarios y banqueros.
No queremos un cuarto episodio de corrida cambiaria porque sería traumático. Para evitar problemas, probablemente haga falta un plan de acumulación de reservas. Confiar solo en que Trump nos mire lindo no alcanza.
A su turno, Santiago Bausili recogió el guante y devolvió una respuesta en la enrevesada retórica del caputismo.»Si el Tesoro recupera acceso al mercado, el Banco Central dejará de proveer reservas para los pagos. La remonetización se reflejará en mayor stock de reservas. No debemos forzar ese ritmo. Algunos quieren acumular por la cuenta corriente, pero Argentina es una de las economías más cerradas del mundo. Con la estructura productiva actual, la acumulación sostenible no se dará con un tipo de cambio artificialmente alto y una economía deprimida», afirmó.
Pero para el mercado, la incógnita sigue siendo la misma que impulsó la corrida antes de las elecciones: ¿con qué dólares se van a afrontar los vencimientos? El ministro Luis Caputo ofreció varias alternativas. Habló del swap del Tesoro, del swap chino, e incluso de un préstamo sindicado de bancos globales. Ninguno está cerrado. Todos están en conversación. Y cada uno exige condiciones distintas.
«Lejos de ser algo que nosotros subestimamos, para nosotros es una prioridad, pero hoy por hoy está separado lo que es acumulación de reservas de lo que es el pago de nuestras deudas», explicó el Ministro y amplió «hoy estamos en una situación que cambió, se abrieron varias avenidas desde lo financiero. No solo tenemos el swap chino y el apoyo de Estados Unidos, sino que ahora también estamos hablando con bancos».
Lejos de ser algo que nosotros subestimamos, para nosotros es una prioridad, pero hoy por hoy está separado lo que es acumulación de reservas de lo que es el pago de nuestras deudas.
Pero la preocupación crece. Acaso por eso, el Gobierno intenta enviar señales, aunque sean pequeñas. Este martes el Tesoro compró 40 millones de dólares. Es un monto modesto de cara a los vencimientos, pero en el discurso oficial opera con cierta contradicción con los dichos de Caputo y Bausili. Parece un gesto sin convicción.
Lo concreto es que desde el lunes 27 de octubre hasta el pasado viernes 14 de noviembre, el Tesoro sólo compró USD 201 millones, según estimó la consultora Analytica. Un cálculo similar hizo Eco Go, que estimó las compras en USD 260 millones.
En el barrio Sarmiento del partido de San Martín, una madre esperó a que una maestra saliera de la escuela y, mientras los niños y las niñas se iban a sus casas, la sorprendió en la calle y le dio una piña en el ojo. La docente terminó hospitalizada. No quiere volver a dar clases.
A una cuadra de una escuela de Malvinas Argentinas, conurbano norte, dos chicas se agarraron a golpes. Otros jóvenes las filmaron. Una de las adolescentes volvió al colegio para buscar ayuda: tenía el hombro dislocado. Su familia la fue a buscar. Como desde la escuela no hubo respuesta, tiraron el portón abajo y les arrojaron mate cocido caliente a dos auxiliares docentes. “Entramos a trabajar, no a sobrevivir”, repudiaron las trabajadoras en un comunicado.
En Mar del Plata, madres y padres incendiaron la casa de un chico de diez años acusado de haber tocado a niñas de seis que van a la misma escuela. “Me cagaron a palos y me dejaron en la calle, sin nada”, dijo la mamá.
Dos alumnas discutieron en el patio de una escuela en José C. Paz. Las madres entraron y, en lugar de separarlas, arengaron el enfrentamiento. Docentes y directivos contuvieron la situación hasta que llegaron la policía y el servicio de emergencias que atendieron a varias personas con crisis nerviosas.
En una escuela de Río Cuarto, Córdoba, un adolescente le tiró agua hirviendo a su preceptor. Las autoridades lo suspendieron por tres días y lo cambiaron de división.
Estos cinco hechos fueron titulares de noticias. Todos transcurrieron en noviembre y reavivaron una preocupación que crece en las comunidades educativas: ¿qué pasa con la “violencia escolar”? Un término que parece quedarse corto a la hora de describir situaciones muy diversas con al menos un punto en común: son conflictos que se derraman más allá de las aulas y terminan con daños severos. Situaciones sobre las que no hay cifras oficiales y están muy lejos de lo que se espera que ocurra en una escuela.
Para Alberto Sileoni, ex director general de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires, son episodios marginales que adquieren visibilidad por los medios: “no hay una pandemia de violencia en las escuelas bonaerenses o argentinas”.
Los y las docentes insisten: algo se está moviendo, hace rato, en las rutinas escolares.
Puentes rotos
―Seño, ¿puedo ir al baño?
―No, Matías, esperá a que termine la clase. Ya fuiste tres veces.
Matías siguió con las multiplicaciones de Matemática. Ni bien salió de la escuela, le contó a su mamá que la maestra no lo había dejado ir a hacer pis. La mujer entró al establecimiento, una institución parroquial de San Martín, provincia de Buenos Aires, y buscó a la docente de cuarto grado.
―¡¿Cómo le vas a decir a un nene que se aguante?! Si lo siguen tratando mal voy a llegar hasta las últimas consecuencias ―gritó, enfurecida, y empujó a la maestra.
No fue la única amenaza. Antes, había escrito varios correos electrónicos con el mismo tono. Otras madres, también: “Yo hago taekwondo. Si no resuelven este problema a su manera, podemos probar de esta forma”.
Fernanda* es psicóloga del Equipo de Orientación Escolar de esa escuela y reconoce las dificultades que atraviesa la institución en su vínculo con las familias: “No quiero caer en discursos que las culpabilizan por todo ni en dicotomías de buenos y malos, pero a veces es una situación muy bizarra marcarle a un adulto que no puede empujar a una maestra ni insultarnos en un mail”.
Agustín es maestro en una Escuela Normal de la Ciudad de Buenos Aires. En un partido de fútbol, un estudiante de tercer grado le pegó una trompada a otro compañero. Agustín lo retó y escribió una nota en el cuaderno de comunicaciones. “La respuesta que volvió desde la casa fue que yo estaba equivocado porque su hijo en realidad se defendió ya que no lo habían dejado jugar”.
“No quiero caer en discursos que las culpabilizan por todo ni en dicotomías de buenos y malos, pero a veces es una situación muy bizarra marcarle a un adulto que no puede empujar a una maestra ni insultarnos en un mail”.
Históricamente, en esta escuela pública centenaria a la que van chicos y chicas de clase media e hijos de trabajadores ambulantes, las familias entraban con sus hijos hasta el momento de la formación. Presenciaban “los buenos días”, el anuncio de alguna noticia y el izamiento de la bandera. Desde hace unos años, ese ritual se cortó. “Ahora se quedan de la puerta para afuera porque muchos padres entraban de mala manera a hablar con los docentes. O a veces con la mejor voluntad, pero no era la forma. Hay otros pasos a seguir y canales de diálogo: pedido de reunión, dejar un acta escrita”, explica Agustín.
Muchas familias se quejaron de la decisión. Entre ellas, las que jamás atacaron a un maestro y disfrutaban de ese momento con sus hijos. Dicen que los docentes y directivos alimentan la distancia con ellos. Que “ya no es la misma escuela de antes”.
¿Alguna escuela lo es?
Un whatsapp y ya no jode más
Melisa y Fabián estudian en una institución estatal de San Isidro, conurbano norte. Ocho de cada diez adolescentes que concurren allí son del barrio popular La Cava. Ellos dos están de novios y hace tiempo sus docentes notaron que se relacionan de manera muy conflictiva. Por ejemplo, se revisan sistemáticamente los celulares. Los docentes problematizan este tipo de vínculos desde la Educación Sexual Integral (ESI). Un día, Fabián empujó a Melisa contra los bancos del aula. Mientras la preceptora salió a informarle al equipo directivo, la chica le mandó un mensaje a su papá, que enfiló directo hacia la escuela. Las autoridades llevaron al alumno a la dirección y, cuando el padre de Melisa llegó, no lo dejaron pasar.
―Che, loco, ya estamos hablando con el pibe. Es una escena terrible para tu hija que toda la escuela vea cómo su padre hace un escándalo fenomenal ―lo frenó Federico Cano, vicedirector del secundario.
―Bueno, quedate tranquilo, yo espero acá. Es lo mismo. Si no me dejás matarlo adentro, lo hago afuera ―respondió el padre. Después llamó a la madre de Fabián para decirle que le iba a prender fuego la casa.
La mujer lo denunció por amenazas, así que el vicedirector y la orientadora escolar cerraron el día en la comisaría. “La comunicación inmediata con los celulares hace que las cuatro paredes de la escuela se rompan muy fácilmente”, lamenta Federico.
Como en la escuela de San Martín, donde una pelea entre estudiantes de sexto año afuera del edificio, en el horario del almuerzo, derivó en que los padres, tíos y primos de uno de los lastimados le pegaran una paliza al adolescente que dio la primera piña. Ni bien se enteraron, los adolescentes, profesoras y autoridades que estaban adentro de la escuela, salieron hacia la calle a buscarlos. Pero era tarde: el mensaje a los adultos por WhatsApp había llegado más rápido. Y el resto del alumnado filmaba con sus celulares la pelea en la vereda.
Federico insiste en que las piñas en la puerta de la escuela no son una novedad, pero la viralización y espectacularización en los entornos digitales fogonean aún más cualquier conflicto: “Todo escala más rápido y nunca se termina”. El docente viene de reunión en reunión con directivos de otras escuelas del barrio por enfrentamientos que se publicitan a través de un grupo de WhatsApp llamado “peleas Martínez”. El grupo lo integran cerca de 200 adolescentes, en su mayoría son chicos, pero también hay chicas. El que “gana” se lleva de premio, además del reconocimiento de sus pares, un video que lo termina de coronar como vencedor.
“La comunicación inmediata con los celulares hace que las cuatro paredes de la escuela se rompan muy fácilmente”, lamenta Federico.
Cuando al vice algún joven le cuenta quiénes son los próximos, llama a la directora de otra escuela para ver si puede hacer salir a sus estudiantes un rato más tarde y así evitar que se crucen con los suyos. “Hay una gran parte de este trabajo librada a la voluntad y buena onda entre directivos. Aunque no es solo voluntarismo, detrás hay toda una formación pedagógica que parte de la idea de que hay que articular. Pero nunca se nos convocó a los directores del mismo territorio educativo a conversar sobre los problemas que tenemos”, señala.
Esto no es un tribunal
La familia de Manuel tocó la puerta de la oficina. La directora de esta secundaria parroquial de CABA la había citado el día anterior para conversar. El adolescente “le hace chistes que no corresponden a sus compañeros, no trabaja en clase y no se responsabiliza por lo que hace”.
Florencia presentó la denuncia y, al enterarse de que el adolescente iba a ir a un viaje de estudios con su hija, también recurrió a los diarios y a la televisión. “Fue la herramienta que tuve para protegerla”, sintetiza y evidencia un fenómeno cada vez más extendido: la impotencia –muchas veces fundada– de las familias frente a la vulneración de derechos de sus hijos/as y las limitaciones con las que se topan las instituciones escolares para lidiar con situaciones de violencia exacerbada. La erosión de la confianza.
Ana Campelo, ex coordinadora del Área de Convivencia Escolar durante el gobierno de Alberto Fernández y del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas en 2011, advierte un proceso creciente de judicialización de las relaciones escolares. El emparentamiento se da tanto en las vías judiciales en las que se encauzan conflictos, como en la jerga escolar cotidiana. “Esto se ve en el uso de términos altamente estigmatizantes como agresor, acosador, matón, perpetrador, bully y en las mismas categorías dicotómicas de víctima y victimario, naturalizadas en el ámbito pedagógico, aunque provienen del discurso jurídico”, detalla.
La impotencia –muchas veces fundada– de las familias frente a la vulneración de derechos de sus hijos/as y las limitaciones con las que se topan las instituciones escolares para lidiar con situaciones de violencia exacerbada.
Desde el Equipo de Orientación Escolar de la escuela parroquial de San Martín, Fernanda coincide en que la escuela está sometida a palabras de otros ámbitos: “Tenemos que hacer lo que indica el neurólogo, el servicio local, la Justicia o la política, y en ese camino hay algo de la palabra pedagógica que se pierde”.
Ponerle un nombre al malestar
Para Campelo, la equiparación entre problemas de convivencia y delito no es nueva, sino que se intensifica al calor de la época y, paradójicamente, en tiempos de campañas “antibullying”. A principios de noviembre, el Senado de Mendoza le dio media sanción por unanimidad a un proyecto de ley que incorpora al Código de Contravenciones provincial una figura vinculada a la responsabilidad parental ante casos de acoso escolar. La iniciativa contempla multas para las familias.
“Toda sociedad recurre a los significantes que encuentra a su disposición para nombrar el malestar que la aqueja —opina Campelo— y ‘bullying’ es el significante por excelencia en relación con las violencias en las escuelas. Sin embargo, ¿es el problema que hoy padecemos?”.
Recientemente, la Ciudad de Buenos Aires lanzó un Protocolo Integral para la prevención, detección, intervención y seguimiento de situaciones de bullying entre pares. Santino es vicepresidente del centro de estudiantes de su secundario, una institución de gestión estatal, y dice que el fenómeno es una conversación recurrente con sus compañeros y compañeras. Pero lo identifica, sobre todo, en la primaria. Según el análisis del Observatorio Argentinos por la Educación de las pruebas Aprender, a nivel nacional, el 36 por ciento de los niños y niñas de sexto grado se sintió discriminado en las aulas, y 6 de cada 10 sufrió algún tipo de agresión allí o en redes sociales. Aunque esas situaciones no necesariamente implican un acoso sistemático.
El espacio de participación estudiantil de Santino se enfoca, sobre todo, en charlas sobre ESI y salud mental: el tema más nombrado entre sus pares. “Para un estudiante no hay nada mejor que otro estudiante”, resume. Martina, alumna del último año de una escuela privada de Santa Fe, destaca: “Hay que actualizar los contenidos de la ESI y pensar propuestas en base a lo que necesita cada curso. Yo sé que en mi grupo una charla sobre ciberacoso o bullying no va a tener mucho efecto porque no es el problema que nos atraviesa, pero sí trabajar las apuestas online o los escraches”.
Al vicedirector de la escuela de San Isidro le preocupan otras cuestiones. Cuando llama al apoyo escolar del barrio para preguntar si lo vieron a Juan, estudiante del ciclo superior, le responden que hace rato no pasa por ahí. Todo conduce a lo mismo: la crisis social y la falta de proyección y de sentido entre sus estudiantes.
—En un año terminás la escuela. ¿Querés trabajar? ¿Vas a estudiar? ¿Ambas? —le pregunta a un alumno de sexto año.
—Me chupa un huevo.
—Dale, imagino que te querés comprar una remera piola, alquilar un departamento para estar con tu novia tranquilo. Algo.
—Qué sé yo, me chupa un huevo.
La autoridad en crisis
Para Campelo asistimos a una declinación de los modos tradicionales del ejercicio de la autoridad: “Hoy no alcanza con tener un título o un cargo. Esto tiene que ver con la retirada del Estado de bienestar, con la puesta en duda de la promesa de un futuro mejor a través de la educación. Y las construcciones discursivas hegemónicas sobre el bullying erosionan aún más la autoridad bajo la idea de que la escuela no va a hacer nada para protegerte”.
Anabella Díaz es docente de Lengua y Literatura hace más de 25 años en Carlos Paz, Córdoba, y fue vicedirectora en el nivel medio. “A las escuelas se le debilitan las herramientas básicas que le permiten construir autoridad pedagógica”, plantea. Se refiere, por ejemplo, a la flexibilización en torno a las faltas o el horario de ingreso al aula. “Da lo mismo si un pibe quedó libre o no. Los propios chicos te dicen ‘para qué voy a estudiar todo el año si con un trabajo práctico en diciembre resuelvo todo’”, asegura y define a la normativa como “una gelatina” que va adoptando formas diversas: “la del reclamo del padre, el trabajito final de tres preguntas que se resuelve con ChatGPT, la inspectora que llama para preguntar qué alternativas evalúan los directivos para alivianar a ese estudiante que faltó 40 días. Todo es un gran simulacro”.
Sin embargo, aclara que tampoco se trata de idealizar el pasado: “La autoridad no es un director con cara de malo retando, sino el resultado final de una trama donde la escuela es respetada por familias, docentes y estudiantes. En ese sentido, los Acuerdos Escolares de Convivencia deben incluir sanciones con consecuencias claras. El primer paso es la conversación, pero tampoco se puede charlar diez veces lo mismo”.
En la Argentina, con el regreso de la democracia, el paradigma escolar disciplinario centrado en los castigos se reemplazó por otros mecanismos de tramitación de conflictos. La Resolución N° 93/09 del Consejo Federal de Educación (CFE) profundizó ese camino de involucramiento de los jóvenes en la convivencia escolar. En 2013, la Ley Nacional para la Promoción de la Convivencia y el Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas prohibió las sanciones que impidan la continuidad escolar. Hoy, se opta por apercibimientos orales o escritos, actividades de servicio comunitario-escolar, suspensión de uno a tres días, cambio de turno o de escuela, aunque puede variar según la jurisdicción. Los Acuerdos de Convivencia Escolar tienen un rol clave y promueven la responsabilidad de los y las estudiantes en lugar de la punición automática.
Los Acuerdos Escolares de Convivencia deben incluir sanciones con consecuencias claras. El primer paso es la conversación, pero tampoco se puede charlar diez veces lo mismo”.
“El problema con las sanciones, para empezar, es que ya en sexto grado hay niños que no traen el cuaderno de comunicaciones”, puntualiza Agustín. En secundaria, esa herramienta tiene aún menos peso: “Muchos pibes se te ríen en la cara si se los pedís”, comenta Federico. En los intercambios que tiene con otros docentes, se repite la misma inquietud: cómo reponer los bordes. “Muchos vemos en el límite un valor pedagógico. Uno sabe, porque también fue estudiante, que un buen ‘no’ a tiempo puede ser mucho más ordenador que mil ‘vamos viendo’. Pero también sabemos que en buena parte de nuestros colegas hay una fantasía disciplinante y autoritaria”.
Soluciones comunitarias
Para Campelo, los Consejos Escolares de Convivencia, órganos colegiados y participativos formados por estudiantes, docentes, directivos y familias, pueden ser espacios muy valiosos donde circula la palabra y se piensan soluciones democráticamente. Desde allí, explica, se idean intervenciones situadas que apuntan a “ofrecerle otros lugares a los niños, niñas y adolescentes que son catalogados como ‘los revoltosos’ o ‘problemáticos”. Por ejemplo: en una escuela, invitaron al alumno que desafiaba constantemente a sus docentes a tocar la armónica en el concierto escolar de fin de año. Al final, pidió el micrófono. La directora dudó, pero confió. “Gracias por escuchar”, dijo el niño al auditorio.
En el nivel primario de la escuela parroquial de San Martín donde trabaja Fernanda, hay asambleas estudiantiles todas las semanas. Los chicos y chicas lo tienen incorporado y, cuando llega la hora, van a buscar el libro de actas para iniciar la reunión y debatir, por ejemplo, qué juegos están permitidos en el recreo y cuáles no. También hay “mediadores escolares”, una figura impulsada por una política pública bonaerense que apunta a que los propios estudiantes, elegidos por sus compañeros/as, intervengan ante situaciones conflictivas de sus grupos.
En cuanto a las familias, luego de varias reuniones fallidas, Fernanda cuenta que se propusieron armar secuencias de trabajo. Les plantearon ejercicios teatrales a los niños y niñas en torno al cuidado e invitaron a sus madres y padres a compartir la actividad. También les pidieron a los estudiantes que diseñaran maquetas sobre puentes y muros para trabajar la forma de relacionarse con los demás. Luego, les mostraron las obras a los adultos y les preguntaron cuándo creen que hay muros y en qué momentos puentes entre la escuela y las familias. “Nos la jugamos porque venía todo muy tironeado y podían salir con cualquier cosa, pero hubo algo del proceso previo que ayudó. No es que se los citó de un día para el otro a una reunión, sino que fueron parte de una conversación a lo largo del tiempo. Y hubo devoluciones muy positivas, nos transmitieron que necesitaban escucharse y poner en común”.
Federico subraya que los conflictos más urgentes tapan una mayoría silenciosa que le dedica mucho esfuerzo a la escuela: “Todavía hay familias a las que les pedís el mapa y se despiertan temprano para comprarlo aunque estén justas de plata, o les pedís comida para colaborar en la feria y se organizan para cocinar una torta. Madres y padres que vienen a escuchar una devolución sobre su hijo y escuchan atentamente, agradecen”.
Hay equilibrios que sobreviven, dice. “A pesar de la descomposición y del caos”.
*Los nombres reales de Matías, Fernanda, Agustín, Melisa, Fabián, Manuel y Juan fueron alterados por pedido de los entrevistados.
Whirlpool confirmó el cierre definitivo de su planta de lavarropas en el parque industrial de Fátima, en Pilar, y dejó en la calle a 220 trabajadores. Otra postal del modelo Milei, que desarma producción nacional y reemplaza empleo argentino por importaciones, incluso en empresas que, como esta, acababan de invertir millones para expandirse.
Por Celina Fraticiangi para Noticias La Insuperable
La multinacional estadounidense comunicó que abandona por completo la actividad industrial local y que, de ahora en más, sólo mantendrá en el país operaciones comerciales, de ventas y servicio técnico. Es decir: de fabricar en Argentina se pasa directamente a importar todo.
La fábrica que Milei se llevó puesta
La planta de Pilar había sido inaugurada en octubre de 2022 luego de una inversión de US$ 52 millones. El proyecto aspiraba a producir 300.000 lavarropas al año y exportar el 70%. Nada de eso ocurrió bajo el actual esquema económico, que hundió el consumo y abrió las importaciones sin control.
Según confirmaron fuentes de la empresa, el desplome en la demanda interna y el aumento explosivo de las importaciones hicieron “inviable” sostener la producción. En el comunicado oficial, la firma explicó que la decisión forma parte de “un proceso continuo de revisión y mejora productiva”, aunque puertas adentro admiten que la filial se vio golpeada por el “contexto de fuerte desaceleración del consumo”.
El resultado: 220 familias sin ingreso y una ciudad industrializada que pierde otra fábrica.
De producir 600 lavarropas al día a cerrar para siempre
En las últimas semanas, el ajuste ya era evidente. Trabajadores consultados señalaron que la producción había caído de 500/600 unidades diarias a solo 400. La empresa había despedido a los empleados eventuales hacía dos semanas y luego adelantó las vacaciones al 22 de diciembre, aunque sin avisar que la decisión final sería tan drástica.
Nadie imaginó el golpe definitivo: cierre total y desvinculación masiva.
Importar es la nueva política industrial del Mileísmo
Whirlpool afirma que seguirá abasteciendo al mercado local con sus productos, pero ahora traídos desde Brasil o China. Es decir: cada lavarropas que antes se fabricaba en Pilar será una importación más en la balanza comercial argentina.
Mientras tanto, la multinacional conservará entre 100 y 120 empleados en administración, ventas y logística, “garantizando el portafolio de productos y el servicio técnico”. Lo industrial, finiquitado.
El mismo manual que se repite en empresa tras empresa desde la llegada de Milei: industrias que cierran, trabajadores despedidos y un país que vuelve a depender del exterior.
Un golpe más al entramado industrial
Whirlpool lleva 35 años en Argentina y es líder en línea blanca. A nivel global factura US$ 19.000 millones, emplea 59.000 personas y opera 55 centros productivos y tecnológicos. Pero en el esquema del Mileísmo, ni su tamaño ni su trayectoria sirvieron para sostener una línea de producción local.
El mensaje que deja este cierre es sencillo y devastador: en el país de Milei, producir no es negocio; importar, sí.
La Dirección de Recursos Humanos de la Municipalidad de Villa Regina informa que desde el 20 al 23 de septiembre se realizará la tradicional muestra de la Universidad Nacional del Sur (UNS) en formato virtual. Para acceder a la misma los interesados deberán ingresar al link muestradecarreras.uns.edu.ar Para quienes no tienen acceso a internet desde…