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DEMOCRATIZACIÓN DE LA DESIGUALDAD

No podemos ignorar que las pruebas de mérito, incluso las justas, son de una gran crueldad para los que fracasan, sobre todo porque este fracaso es necesario para el funcionamiento del mérito y la igualdad de oportunidades

François Dubet



Hay un darwinismo social que nos hace considerar a los más aptos como el eslabón del éxito para la supervivencia. A este éxito lo vamos a ubicar en tres planos: el trabajo, el entretenimiento y la educación.

Las sociedades liberales han propuesto como modelo luego de la espeluznante división del trabajo al rendimiento y la eficiencia como facilitadores de la permanencia, reconocimiento y valoración laboral. De esto se desprende la especialización de tareas ligado a la técnica y a la diversificación de oficios por la creciente superpoblación urbana. Fomentando así la división de clases entre dominados y dominantes, entre el monopolio del poder y la sujeción naturalizada a ese poder.
Con esto queremos decir que la legitimación de un orden “incuestionable” gira en torno a la igualdad de oportunidades, la cual, paradójicamente crea una “desigualdad justa”.

En el entretenimiento, ya sea en los deportes o en el arte, la competencia es una fuente privilegiada que no para de expulsar a los vencidos, en tanto que los que ganan se llevan el “premio” y los elogios, creándose así una segregación selectiva de los derrotados.

Pareciera que lo social precisara imperiosamente de la victoria para fortalecer la democratización de la desigualdad.

Del entrenamiento que realiza el espectador o un participante de un partido de fútbol o de una película surge la idea del mejoramiento, el mérito y el talento. Esto acaba por estructurar una forma de pensamiento emocional ligado al éxito que se expande culturalmente

La educación gratuita y para todos ( e incluso la privada) no ha hecho otra cosa que reforzar las desigualdades y justificar el fracaso escolar por la falta de “mérito”, “dones”, “trabajo”, castigando a través de un sistema evaluador generador de una democracia cruel que avala indirectamente la expulsión de aquell#s que no triunfan o avanzan en sus estudios.

Con esto se quiere decir que la igualdad de oportunidades no produce necesariamente igualdad de resultados.



Si bien dejamos a la política de lado, esta no hace otra cosa que respaldar la democratización de la desigualdad, apoyándose en el discurso económico, camuflando así su poderío, y en definitiva y en concreto, dejándonos verdaderamente ella a nosotros de lado.

La igualdad de oportunidades ha producido cambios positivos, por ejemplo al permitir el acceso gratuito y sin distinción de clase o género a la escolaridad, pero contradictoriamente excluye en el interior del sistema educativo, y es lo mismo que observamos en el plano del entretenimiento y el trabajo.

Para esquematizar con un ejemplo; el 2019 se caracterizó por la movilización que se generó en torno a la película “Guasón”, en donde un personaje aprisionado por el fracaso y el desamparo del Estado, la familia y lo social, se reinvindica en una denuncia pública por medio de una violencia legitimada por su carácter victimizante y que, paradójicamente espera con ansias a la democratización de la desigualdad de los premios Óscar para ir en contra de su propio mensaje.

Otras movilizaciones aparecen como alternativas a la estructuración del rechazo, ya sea en América Latina o en el mundo: por la inclusión de género, por la defensa de la ecología y el cuidado de los animales, por el lenguaje inclusivo, y sobre todo, sí, sobre todo, como sucede en Chile por el reclamo de una democratización de la desigualdad en donde pocos se benefician.

La escuela al igual que la forma de trabajar pasó por diferentes transformaciones. La escuela nació de la Religión y el Estado hace más de cuatro siglos, con un formato de conversión de los niños hacia fieles o patriotas. Sin embargo, en el siglo XX el entretenimiento gracias al rock, a la cultura de la creatividad y a la televisión van a derrumbar la autoridad clásica del maestro y el Estado; luego vino internet y todes pueden ser autodidactas, fomentándose así la autonomía o emancipación individual y colectiva.

Sin embargo, ahora, la ciencia ocupa un lugar preponderante en nuestras vidas, inmiscuyéndose en el trabajo, la escuela y el entretenimiento, los cuales se ven aprisionados por las normas y estadísticas que impone la ciencia, contribuyendo y reforzando a la democratización de la desigualdad.

Lo que acabamos de exponer nos ayuda a pensar de forma crítica como se estructuran nuestras vidas, queda en nosotros revisarlas y generar preguntas, para luego reformular dichas preguntas y encontrar alternativas de igualdad y organización individual y social que escapen y conviertan a la desigualdad justa en formas de convivencia y colaboración más adecuadas a los tiempos en que vivimos.


Pintura de portada: Kay Sage, Tomorrow is never

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