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BIOGRAFÍA DE UNA MANO (parte II)

Levantarse de madrugada para hornear el pan y las facturas se estaba convirtiendo en un verdadero placer. ¿Verdadero placer? Quizás el apretujar y acariciar las masas era eso que la mano iba sintiendo, y que la acercaba a los bordes de una difusa verdad escondida debajo de sus uñas.
Llueve. Llueve lento. Llueve a veces. Llueve con viento y sin él. Llueve sobre la palma de la mano. Llueve sobre mojado, sobre el sudor de esa misma mano que ahora está inquieta. Una inquietud que llega a erizar sus más pequeñuelos pelitos. Una inquietud que no parece tener causa, como un puro efecto que repercute en el anular sin caer al piso. Estremecida, da un salto hacia el vacío de su memoria y no ecuentra nada. Podrían haber aparecido: la imagen de la mano-mamá o la mano- papá, y porqué no la de su hermana. Pero no. Tocó madera y su propia piel. No estaba sola. Lo supo luego de escuchar un rechinar de dientes. Pensó que en realidad estaba bien adentro del sueño de otra mano. Por un instante sintió las amarras, y una potencia que la retenía allí. Intentó safarse cruzando sus dedos. No lo logró. Cerró el puño y quizo aplaudir. No lo logró. Escupió hacia arriba y quedó ciega en su tacto. La mano que mece la cuna. La mano que revienta sus nudillos contra la pared. La mano justa para decir adiós. La mano que alterna con otra mano mensajes de confusas señas.
Y si la mano decide salir de esa onírica inquietud es porque lo necesita, lo desea y lo pide a gritos.
Despacito, despacito. Hay un surco bien profundo en el medio de todas las manos. Temblores que se precipitan por el agujero de aquel surco. Recuerdos de una obscuridad subyacente a otra oscuridad. La mano se agacha para rescatar a una mano que ya no aguanta el tedio de tener los cinco dedos de siempre. Alfajor con dulce de leche. Nada que ver para una mano que sigue ciega. Ciega por recibir tantas órdenes de un cerebro atolondrado de fútiles y alarmantes informaciones. Es la sangre y el periplo que se mezclan en la frontera que separa y une el antebrazo con la mano. Un peaje ahí. Sí, para quebrar el suspiro y la indebida articulación de las cosas y las palabras. No me arrepiento de haber sido una mano honesta y trabajadora. Dice la mano jorobada mientras pretende enlazar a las emociones con una supuesta justicia social. Arrebatos de querer ser otra mano que alguna vez creyó no ser. Prolegómenos para introducir la llave equivocada en la puerta exacta de la desesperación de las idénticas falangetas. Pum Pum. Dos disparos fueron suficientes para darse cuenta que la biografía de una mano acabó por ser el principio . y el final de una historia biográficamente inconclusa…

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    Cipayos desde siempre: Quirno en el Cabildo del 22

     

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    El canciller Pablo Quirno, en un rapto de orgullo genealógico mal medido, intentó lucirse en la red social X al presumir que un antepasado suyo había participado en el histórico Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, aquella reunión clave en la que se discutió el futuro del Virreinato del Río de la Plata ante la caída de la Junta de Sevilla. Pero, como suele ocurrir con quienes confunden linaje con honor, el canciller omitió un pequeño detalle: su ancestro votó por mantener al virrey español.


    De los corrales de Flores al servilismo virreinal

    Quirno compartió con entusiasmo la nómina de asistentes al Cabildo, donde figura su ancestro Norberto Quirno, registrado como “vecino” y “comerciante”. Según explicó, aquel Quirno había llegado a Buenos Aires en 1794, convirtiéndose en “pionero de la industria lechera nacional”, con un tambo en la zona de San José de Flores. Originario de Navarra, Norberto Quirno de Chandia contrajo matrimonio en Buenos Aires en 1799 con Manuela Josefa Gonzalez de Noriega Gomez Cuelli esparciendo su apellido por la «aristocracia» porteña.

    El problema es que en el mismo documento que el propio canciller publicó —la lista de votaciones del Cabildo— se detalla con claridad que Norberto Quirno apoyó la continuidad de Baltasar Hidalgo de Cisneros, el virrey del Río de la Plata. Es decir, el antepasado que hoy el funcionario libertario enarbola como símbolo de “participación cívica” fue, en rigor, un defensor del dominio colonial.


    El Cabildo del 22: cuando se jugaba la independencia

    El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 fue la antesala del nacimiento de la Patria. Convocado por el propio Cabildo para resolver el vacío de poder tras la disolución de la Junta Central de Sevilla, reunió a unos 250 “vecinos notables”. Allí se planteó una pregunta crucial: si el pueblo tenía derecho a reasumir la soberanía.

    La mayoría votó por destituir al virrey Cisneros, dando inicio al proceso que culminaría tres días después con la Primera Junta. Pero una minoría —entre ellos Norberto Quirno— optó por la obediencia al poder colonial. En otras palabras, mientras algunos vecinos empujaban la historia hacia la libertad, otros se aferraban a los privilegios del orden virreinal.


    Los Quirno y la herencia del sometimiento

    Dos siglos después, la línea familiar de los Quirno sigue fiel a su raíz conservadora. El canciller Pablo Quirno Magrane, hoy funcionario de Milei, es nieto de Avelino Quirno Lavalle, uno de los fundadores del Partido Conservador Popular, aquel que representó a la oligarquía en los años del fraude y la dependencia.

    Avelino Quirno, además, tiene un capítulo oscuro: fue quien prestó su domicilio legal al nazi Hugo Byttebier, un SS belga que se refugió en la Argentina y mantenía amistad con nada menos que Adolf Eichmann, el arquitecto del Holocausto. No es, precisamente, el tipo de árbol genealógico que un representante de la Argentina democrática debería exhibir con orgullo.


    De virreyes a libertarios

    La publicación de Quirno en X, pretendidamente patriótica, terminó siendo un espejo involuntario de la historia de su familia: de aquel comerciante que votó por la corona española al actual funcionario que celebra la sumisión al Fondo Monetario y a Washington.

    Mientras el Cabildo del 22 fue el escenario donde se abrió la puerta a la independencia, los Quirno —ayer y hoy— parecen preferir las cadenas del poder extranjero. Porque en la historia argentina hay nombres que cambiaron de siglo, de uniforme y de bandera, pero no de bando: los cipayos de siempre.

     

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