Un buen número de participantes tuvieron las propuestas de beach básquet y caminata saludable desarrolladas en la Isla 58 en conjunto entre la Dirección de Deportes de la Municipalidad de Villa Regina y la Dirección de Gestión Deportiva de Río Negro.
Las actividades tuvieron lugar en el balneario municipal en la tarde del sábado y forman parte del cronograma establecido por el área que conduce Susana Fantini a nivel provincial que se llevan adelante en distintos puntos de Río Negro.
La Dirección de Deportes local agradece a quienes se acercaron a participar de estas iniciativas y a Deportes de la provincia por acercar las mismas a la comunidad reginense.
El candidato libertario cruzó todos los límites y se tuvo que ir entre abucheos.
El economista y diputado de La Libertad Avanza José Luis Espert expuso una vez más su estilo provocador en la apertura de la Cumbre Mundial de Comunicación Política recordando cómo en redes sociales había agredido a Florencia Kirchner, hija de la expresidenta Cristina Kirchner, calificándola como «hija de una gran puta». Lejos de la reacción de los trolls que lo celebran en las redes, desde el auditorio se reprobó la expresión del diputado y le exigieron que se retire del auditorio.
La reacción contra la violencia de Espert ocurrió en el Salón Juan Pablo II de la Universidad Católica Argentina en el panel de apertura del congreso, en el que lo acompañaron el diputado Martín Yeza (PRO) -que se reía tras los insultos- y los senadores Maximiliano Abad (UCR) y Sergio Uñac (PJ).
Tras lo ocurrido, Abad escribió en las redes sociales hablando de «pedagogía democrática» sin criticar los dichos de su posible aliado en las próximas elecciones bonaerenses, mientras que Uñac repudió las declaraciones del diputado mileísta.
«Cómo no vas a estar amargada si sos hija de una gran puta. Hija de una gran puta», fueron las palabras que Espert pronunció a los concurrentes de la cumbre que se promociona como «el evento que reúne a los mejores exponentes de la comunicación política y expertos en campañas electorales».
Espert se expresó de esta manera con la intención de reflotar un tuit suyo del año 2012, en el que citaba un textual de la hija de la exmandataria. «Flor Kirchner. ‘Parece que mi pecado es ser Kirchner’. Y sí, tesoro bonito, ser una hija de puta literal es jodido», decía aquella publicación, que Espert repitió durante su exposición.
La publicación citada por Espert fue fuertemente cuestionada, el diputado libertario fue abucheado por el público y debió dejar el recinto escoltado por seguridad.
INSULTÓ A CRISTINA: Alumnos de la UCA echan a Espert que se tuvo que ir escoltadopic.twitter.com/n9f80mDFq5
— Noticias La Insuperable (@NoticiasLaInsup) June 11, 2025
En Villa Regina poco han hecho los gobiernos de turno para sanear nuestro margen del río Negro y colaborar con la salubridad de sus aguas; dando una solución definitiva al derrame de efluentes que son vertidos con un tratamiento mínimo al río. Como si la propia desidia de infraestructura no fuera suficiente, nuestra localidad se…
La tierra tembló. Eso sentimos, hace 10 años, el 3 de junio. O nosotras temblamos, atravesadas por la furia y la alegría, ante una multitud que aparecía y desbordaba, trazando una experiencia feminista que aún no decía del todo ese nombre sino que apenas lo insinuaba. Porque en esas multitudes callejeras que recorrieron varias decenas de ciudades de la Argentina, los declarados feminismos eran una parte y no el todo. Una suerte de núcleo incandescente, un carbón a la espera, que no dejaría de encenderse con el aire callejero y contagiar en un incendio de proporciones.
Escribíamos en Facebook, todavía nos llamábamos por teléfono para sostener una conversación, no existían los grupos de Whatsapp y Twitter mantenía una atmósfera en la que se podía respirar. Con esas herramientas, más las notas escritas apasionadamente en los pocos medios que las publicaban, se fraguó una insurrección, una fractura en el acontecer político.
Era el último año de Cristina Fernández de Kirchner en la presidencia, ya sin ninguna esperanza de continuidad de ese proyecto nacional y popular. Faltaba poco para que empezara el invierno, el duelo electoral sería en octubre. Nadie hablaba de esto el 3 de junio de 2015, lo único que se repetía era Ni Una Menos. Una consigna que ya tenía su pequeña historia, un cartel con el que se fotografiaron todos y todas, desde actrices de cine hasta el jefe de la Policía de la Ciudad o Lionel Messi. Había sido también la nominación de una maratón de lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua contra los femicidios que se habían acumulado en el verano, cuerpos arrojados en basurales, envueltos en bolsas negras, cuerpos adolescentes, de niñas, de jóvenes.
Ni una menos, dijimos entonces, porque había desbordado el hartazgo también frente al tratamiento mediático de estos femicidios que en las redes empezó a reproducirse como denuncia hacia los títulos estigmatizantes: la fanática de los boliches que no terminó la secundaria, la que fue vistiendo un short a una entrevista de trabajo, las sospechadas de siempre, aun asesinadas.
Ni Una Menos, una cuenta imposible que resta de la vida y suma a las estadísticas. También una pregunta que cruzó la organización de esa primera concentración y atravesó como una cuerda, a veces enredada y otras tensa, los diez años que pasaron desde entonces: ¿Cómo hacer de la politización de un duelo compartido por esas víctimas (que hasta entonces se contaban en privado) una acción rebelde y no sólo un reclamo que, desde el protagonismo de las familias dolientes, homologara el pedido de justicia con el de una falsa seguridad y un mayor punitivismo?
Al final, ese 3 de junio cuando la manifestación desbordó en Buenos Aires y en todas las capitales, ciudades y pueblos del país —también en otros países de América Latina— lo que primó fue el aquelarre colorido que ya se venía gestando en los llamados todavía Encuentros Nacionales de Mujeres. Banderas políticas, territoriales, de colectivas feministas, organizaciones sociales, centros de estudiantes, sindicatos, grupos artísticos, performáticos, tambores; también, y como novedad que no sería fugaz sino que empezaría a nutrir una nueva lengua política callejera desde entonces, las consignas pintadas a mano en cartones o sobre el cuerpo, la piel del torso, las manos, los rostros. En el escenario, aunque sin acuerdo unánime de las organizadoras —un grupo eclécticto de periodistas, intelectuales, artistas, escritoras, activistas que habían participado de la lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua—, estuvieron los pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito que en 2015 cumplía diez años. Los desacuerdos tenían que ver con el temor de que palabras como “aborto” o “educación sexual integral” desgajaran a la multitud. Un año después, esas demandas estarían en la primera fila de las manifestaciones masivas que irían empujando su potencia una a otra como los ríos de montaña a los cauces del valle.
La fuerza callejera fue una corriente vibrante, como si en ese suelo compartido los pies pisaran más firmes, las espaldas se acomodaran, el brazo de la compañera, de les compañeres, fue sostén, garra y goce común. Ahí estábamos, diciendo masivamente ¡Basta! Al orden jerárquico de los géneros, a las violencias naturalizadas, al ninguneo de las voces que pedían escucha. Nadie se fue cuando terminó el acto, seguían llegando grupos a la Plaza de los Dos Congresos cuando otros ya se habían ido y ni el frío sacaba las ganas de quedarse, ahí, con otres.
Desde aquella primera vez el llamado a la calle fue reescrito: Ni una travesti menos, Ni una menos en las cárceles, Ni una migrante menos. O sin las putas, no hay Ni Una Menos. Esa apropiación interseccional, que marcó desde el inicio la diferencia con el arquetipo “mujer” y la apelación a que esa mujer es “tu hermana, tu madre, tu hija”, no se detuvo ni dejó de interpelar y reactivarse a lo largo de estos diez años. Amplió el movimiento, narró la opresión colonial, racista, cisexista, heteronormada, patriarcal, clasista. Era un terreno de combates, entre la búsqueda de una interseccionalidad ensanchada y el esfuerzo de los sectores conservadores —dentro y fuera del movimiento feminista— para interpretar un sentido monolítico, en el que la única demanda válida sería la crítica a la violencia femicida, presentada como pura y carente de politicidad.
2. De la represión al paro
Los efectos inmediatos de ese acontecimiento multitudinario —que marcó el ingreso al activismo feminista de muchísimas jóvenes— fueron un crecimiento exponencial de las denuncias de violencia por razones de género y un desborde masivo en el siguiente Encuentro Nacional de Mujeres, en octubre de 2015, en Mar del Plata. La sed por seguir sosteniendo la conversación que se había abierto de manera incandescente y convulsionada a través de la consigna Ni Una Menos fue evidente. En las calles de la ciudad aparecieron grupos neonazis llamando a su propio orden a esas mujeres invasoras, y por primera vez en 29 años consecutivos de Encuentros, la marcha de cierre fue ferozmente reprimida: gases, balas de goma, detenciones dentro de la Catedral de la ciudad. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, era también candidato a presidente por el peronismo. Hoy es funcionario del gobierno libertario neofascista.
Al año siguiente, ya con Mauricio Macri y su sueño neoliberal en el poder, la represión en Rosario, la sede del 30º Encuentro Nacional de Mujeres, creció en brutalidad y criminalización. Las requisas en las rutas, tanto para llegar como para salir de la ciudad, fueron burdas e incesantes: se buscaban aerosoles como prueba de delito. A este Encuentro asistieron unas cien mil personas.
Menos de una semana después de terminado, el 19 de octubre de 2016, el Primer Paro Nacional de Mujeres volvió a tomar las calles de todo el país y las réplicas se organizaron en Bolivia, Chile, Perú, Uruguay. En Italia nació Non Una di Meno que se sostuvo como un movimiento masivo a escala nacional hasta 2020. En las marchas feministas en Chile, Uruguay, México, España se entonó “Ni una menos” y “Abajo el patriarcado se va a caer/ se va a caer”. Aquí en Buenos Aires, la última frase del documento que se leyó en esa jornada fue el grito “¡Vivas nos queremos!”, para retomar el temblor que había producido en Ciudad de México. La fuerza del movimiento se internacionalizó.
Aquella huelga feminista fue convocada como respuesta a un femicidio, también como demanda al fin de la moratoria previsional que había amparado sobre todo a quienes habían trabajado sin salario en tareas de cuidado toda la vida. Retomaba la tradición de la huelga de las escobas a principios del siglo XX, la de las putas de San Julián en respuesta a la matanza de trabajadores rurales en Santa Cruz en 1922; a la vez conectaba con las protestas en Polonia ese mismo 2016 para frenar reformas impulsadas por el gobierno de ultraderecha que restringían o directamente cancelaban el acceso al aborto legal. De esa alianza transnacional, tejida gracias a un uso activista de la plataforma Facebook, a la que se sumaron lenguas y territorios insólitos, fuerzas sindicales y agrupamientos feministas, nació el Paro Internacional de Mujeres en 2017.
La herramienta del paro, en nuestro país sobre todo, no fue meramente simbólica sino que tomó formas diversas e interpeló a las centrales obreras que resistieron —sobre todo las conducciones completamente masculinizadas— un llamado a huelga que no habían convocado. Las trabajadoras sindicalizadas y las secretarías de género de los distintos sindicatos se vieron respaldadas por el movimiento feminista. Se involucraron de inmediato en la imaginación de las distintas formas de “parar”. Se gestaron asambleas en los lugares de trabajo, ceses de tareas para participar de la movilización, la consigna “trabajadoras somos todas” fue una síntesis para narrar y demandar por las inequidades en las múltiples formas de trabajo no pago y trabajo informal, reclamando a la vez el acceso para todas y todes al sistema previsional. Se formó el “bloque sindical feminista” que desde entonces motoriza los 8M, consiguiendo persistencia y transversalidad en las alianzas que contradicen a las dirigencias.
Si la ola del primer Ni Una Menos había tocado las orillas de México, Perú y España en 2016, cuando en esos países sucedieron grandes movilizaciones con la misma consigna, la huelga feminista tuvo la potencia de mover el mundo complejizando las preguntas en torno al trabajo. ¿Quiénes pueden hacer huelga? ¿Las trabajadoras sexuales pueden? ¿Migrantes con trabajo informal? ¿Las travestis recién llegadas a la ciudadanía? ¿Las amas de casa con niñes a cargo, quienes cuidan a personas mayores o enfermas? Y si las mujeres, travestis, trans paran, ¿trabajan los varones, cuidan los varones? ¿De eso se trataría “apoyar” las luchas?
La potencia de ese primer paro feminista en 2017 no pasó inadvertida para el gobierno neoliberal de entonces. La misma ministra que hoy despliega la salvaje represión contra jubilades, fue responsable de la que se desató al cierre de la movilización feminista. Veinte jóvenes fueron detenidas violentamente y al voleo. Ninguna de las causas que se abrieron contra ellas encontraron razón alguna para seguir su curso en la Justicia y al año siguiente fueron desestimadas.
3. Vaivenes de la marea
Como todo movimiento plural y masivo, este nació con sus propios dilemas. El grito común Ni Una Menos, el airado y generalizado reclamo contra la expansión de la violencia femicida, se tradujo también en posiciones como el reclamo de mayor “seguridad”, con la exigencia correlativa de punición y castigo que, en la imaginación escueta del presente, es sinónimo de cárcel y de condenas perpetuas. Ante estas posiciones políticas punitivistas y securitistas, el desafío y el esfuerzo desde el colectivo Ni Una Menos estuvo puesto en narrar públicamente la violencia machista como clave de una estructura desigual, histórica; capaz de enmascarar sus razones económicas y políticas en la presunta “naturalidad” de las relaciones familiares, en la razón biológica de los cuerpos.
A la vez, el enorme dispositivo de audibilidad que fue la puesta en común masiva de las marcas de la violencia por razones de género habilitó la revisión de cada vida, el reconocimiento de viejas y nuevas humillaciones o padecimientos que dio lugar a una lógica de cancelaciones que parecían encontrar en ese modo del castigo la única reparación posible. Otras consignas se masificaron al calor de la marea que cada vez más se reclamaba feminista: Yo te creo, hermana o No nos callamos más, pasaron de sacar del silencio y la naturalización a las relaciones abusivas, los micromachismos y otros grados de violencia sexual a convertirse en una herramienta punitiva que expandió los escraches en escuelas secundarias, en universidades, en ámbitos de trabajo, en las redes sociales; además de en los estrados penales. Hubo condenas y cancelaciones, sin posibilidad de réplica ni capacidad de diálogo, revisión ni recapacitación. ¿Cómo remontar el miedo y el control que surgió en los vínculos y en las tramas grupales afectivas?
Quienes integramos este movimiento, el que se vinculó a ese grito común, no dejamos de ser parte de la querella, no abandonamos el esfuerzo de pensar modos alternativos de justicia y de retomar, en la conversación pública, la crítica al punitivismo y la posibilidad de imaginar y practicar justicias alternativas. En 2017, el femicidio de Micaela García fue usado para tratar, en el Congreso de la Nación, la propuesta de aumentar penas y modificar su ejecución para personas acusadas de delitos graves, como el narcotráfico o la violencia de género. Allí dijimos: ¡No en nuestro nombre! Porque sabíamos que a la vez que se producía esa deriva punitivista de nuestras demandas, se nos solicitaba, una y otra vez, que cumplamos cabalmente con el rol de víctimas, víctimas puras, sin voluntad ni agencia política. Es imprescindible volver a plantear una discusión: porque el núcleo que parecía encontrar las soluciones a problemas estructurales en el atajo del castigo, no dejó de teñir la experiencia de los feminismos masivos, como una suerte de baldón, de obstáculo, de límite para construir una política emancipatoria.
Esa efervescencia feminista que ya no dudaba en decir su nombre también vivía fuera de la calle: en los barrios, en las organizaciones sociales, en los sindicatos, en las universidades, en las escuelas, en los partidos políticos, en las casas. En muchos de esos espacios se discutía cómo organizarse y cómo marchar. También se debatía la distribución de poder y de las tareas militantes dentro de las organizaciones. El trabajo no pago de los cuidados, la demanda de salario para las cocineras de los comedores populares —la enorme mayoría ellas— se plantó en el centro de las demandas comunes.
Las asambleas feministas fueron más que una instancia de discusión sobre las formas de habitar la calle en una fecha u otra: allí se cosió durante años una transversalidad difícil, no exenta de conflictos y diferencias, compleja y radicalmente política, que no se conformaba en la imagen aliviadora de la sororidad. Hicimos política. Ese hacer nunca cesó desde entonces.
Y se extendió, mutante y díscolo, en un proceso que buscaba esquivar todo encierro en un nicho llamado agenda de género. Porque hubo asambleas y ollas populares en los barrios, tramas organizativas territoriales, movilizaciones por la desaparición de Santiago Maldonado, alianzas con obreras en lucha por los despidos en Pepsico o con activistas mapuche en el sur del país. Feminismos devino, para nosotrxs y muchxs otrxs, en el nombre de una búsqueda alternativa y confrontativa con la lógica neoliberal en sus muchos frentes en el empecinado deseo de diseñar y experimentar otras formas de vida.
La discusión por el derecho al aborto legal, que tomó impulso en 2018 cuando el 8M de ese año el Paro Internacional convocó 800 mil personas sólo en Buenos Aires, se amplió con esa politicidad que había tomado las casas, los trabajos, los barrios, los lugares de estudio. La discusión fue mucho más allá de las decisiones personales sobre el propio cuerpo y consideró otras dimensiones. La dimensión de una autonomía que no se realiza en el vacío sino en la comunidad, la defensa de proyectos vitales que hacen a la justicia social, el derecho al goce, a la salud pública, a la equidad, que el deseo cuente y no el mandato de maternar o paternar; y también el reconocimiento de las diversas identidades de género con capacidad de gestar.
El aborto legal se consiguió como un derecho social y no sólo personal. Aunque lo personal sigue siendo político. El grito de autonomía “mi cuerpo, mi decisión” no era una mera afirmación individualista sino el llamado a dar fin a una sujeción que se tramaba con otras. No lo era para nosotres y quizás sí para una interpretación liberal, que lo dejó en disponibilidad para unos usos que hoy son la cruel inversión de la trama sensible en la que el grito surgió.
Es esa capacidad de los transfeminismos —dicho así para nombrar su interseccionalidad— de poner en disputa desde la distribución de la riqueza hasta el proyecto vital de cada quién, la que está en la mira del gobierno libertario que pone en el núcleo de su acumulación de poder a la batalla cultural. Destruir el Estado desde adentro, como prometió Milei en su campaña, implica desarticular también la conversación, el movimiento callejero, el lenguaje, la diseminación de la política transfeminista en el foro público pero también en el íntimo que hasta 2020 se radicalizó a la vez que se masificó. Privatizar los cuidados, cargar sobre las familias en términos tradicionales los costos del ajuste —¿quién salva del hambre a jubilados y jubiladas o quiénes organizan los imprescindibles cuidados sino las familias?—, instalar la idea de sacrificio con un horizonte de futuro cada vez más lejano, la de autoritarismo e individualismo contra toda idea de comunidad, reponer la autoridad de lo masculino como la ley del más fuerte. La ruptura del lazo social y la estigmatización total de un movimiento emancipatorio tan aguerrido como gozoso es necesaria para instalar un proyecto económico en el que sólo hay promesas para favorecer y legitimar el extractivismo, la timba financiera y la acumulación de unos pocos mientras que a las mayorías solo nos queda sortear las horas para sobrevivir hasta el fin del día.
4. ¿Quiénes somos?
La fuerza que se desplegó bajo el nombre de feminismos, muchas veces definió su quehacer como cuestión exclusivamente de mujeres. En parte porque en cada ámbito necesitaba sacudirse desigualdades, violencias naturalizadas, presiones, bloqueos que vienen de muy atrás. Esos feminismos masivos, que portaban la novedad de su escala, arrastraban como un río innumerables afluentes: estaban en su seno los Encuentros Nacionales de Mujeres, los cuerpos festivos y rabiosos en cada cierre, los activismos de las lesbianas y su insolencia en las calles, la furia travesti, los saberes que se habían gestado y transmitido en los grupos de lectura, las asambleas de las piqueteras en el Puente Pueyrredón que buscaron así su voz política dentro de las organizaciones.
El separatismo pudo ser la táctica que surgió para poblar las calles y dirimir discusiones sin que se nos impongan modos de organización y toma de decisiones propias de estructuras verticalistas, partidarias, sindicales, movimientistas. La apuesta radical por la horizontalidad, la práctica de buscar consenso y no dirimir las diferencias por votación, la tradición asamblearia fueron una dinámica heredada de los Encuentros Nacionales de Mujeres, pero también de los movimientos de base nacidos en los años noventa que agitaron el estallido del 2001 y las asambleas populares que surgieron en muchos barrios.
La asamblea fue la forma de organización privilegiada del movimiento feminista. En ellas no participaban varones cis, e incluso la presencia de masculinidades trans es señalada todavía con incomodidad. El fantasma que se agita y que clausuró tantas veces cualquier discusión al respecto es la posible presencia de un abusador. “Una compañera encontró a su abusador en una marcha”, se escuchó en una discusión previa al 8M este mismo año 2025, una formulación difícil pero repetida, con el adjetivo posesivo “su” como si hubiera un abusador para cada quien, que exhibe a la vez la ilusión de un espacio seguro y al separatismo como modo de exclusión punitiva, que desconoce la interseccionalidad porque no ve otra distinción que la de género.
La centralidad otorgada al sujeto mujer no esquiva un aroma biologicista o esencialista: las mujeres serían las portadoras de otra racionalidad, otra sensibilidad y otras prácticas por el solo hecho biológico de ser mujeres, como si esa asignación diferencial no fuera, precisamente, el molde provisto por la lógica del binarismo. Esa esencia estaría vinculada a una situación persistente de ser receptoras pasivas u objeto de daño, por eso la facilidad con la cual se fue conformando la condición de víctima, y más aún, buena víctima, que organiza el debate público. Y no decimos, por supuesto, que no haya daños enormes que tramitar ni que la lógica patriarcal no se inscriba como herida y humillación en nuestras historias, cuerpos y sensibilidades. Pero sí hay que señalar que la centralidad de las víctimas como voces incuestionables, incapaces de mentir o dañar se convirtió en una especie de renuncia a la consideración crítica y elaboración común de los problemas, y socavó la búsqueda de alianzas.
Pero, en el proceso político de nuestros feminismos masivos, en sus dispositivos de construcción, en marchas y asambleas, los tejidos fueron transfeministas. Nunca fueron hechura solo de mujeres cis, sino un ámbito de confluencia y tejido junto a lesbianas, travestis y trans que empujaron las discusiones entre 2018 y 2019 acerca del nombre del Encuentro Nacional de Mujeres hasta lograr transformarlo en Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersexuales y no binaries. Nombrar es parte de un esfuerzo de tejido y de reconocimiento: la heterogeneidad es constitutiva y no un horizonte a alcanzar.
Sin embargo, la nominación descriptiva amplía y restringe a la vez. Siempre quedan cuerpos y experiencias afuera. Lo que dio fuerza y voz al principio trajo el nudo de un problema, de un menoscabo, porque relega la posibilidad de una política de alianzas e interpelaciones que pueda plantear una pelea contra el neoliberalismo entre todxs y para cualquiera. ¿Se puede construir un movimiento emancipador levantando fronteras de género? ¿Sostenido en jerarquías de víctimas? ¿No era propuesta del movimiento “cambiarlo todo” cuando tuvo la habilidad de plantarse como sujeto político para disputar la misma categoría de trabajo?
5. Hacia un frente antifascista
El camino de la institucionalización del movimiento feminista, transitado entre 2019 y 2023, con la vuelta de un gobierno autoproclamado nacional y popular, fue consistente con la construcción de una agenda que se definía alrededor de las cuestiones de género. La experiencia de la pandemia fue un parteaguas que retrajo no sólo la movilización feminista sino todo tipo de movilización popular. Provocó una intemperie de nuevo tipo, la que surge de la ausencia de un horizonte abierto a distintas posibilidades de vida, para suplantarlo con la lógica de la amenaza médica, económica, social.
Como contracara, aún en ese contexto hubo experiencias feministas resistentes, que pensaron el territorio y los modos de habitar. En los barrios, las cuidadoras comunitarias, las que sostuvieron la olla popular y desafiaron a la fuerza el aislamiento dieron la vida sin metáforas. Ramona, en la Villa 31 fue emblema, denunció la falta de agua en el barrio cuando la recomendación era lavarse las manos ante cualquier contacto. Murió de covid, dejó dos hijos discapacitados. Las medidas de aislamiento desnudaron las grietas de clase y muchas trabajadoras esenciales fueron aquellas cuyo trabajo no era reconocido como tal.
La pandemia dejó un cansancio en los cuerpos que aún se siente en la acumulación de los trabajos rentados y los de cuidado no pagos, también en la resistencia dentro de los hogares cerrados donde la violencia machista encuentra sus más amplias condiciones de posibilidad. Ahí también hubo redes desafiando el aislamiento, las redes que nos sostuvieron y que siguen apañando en los territorios.
Muchos de los feminismos se institucionalizaron de distintos modos, no sólo pasando a integrar las oficinas públicas, sino en el marco de lógicas académicas, periodísticas y culturales que nos reconocían una “cuota” al modo del nicho o el cuarto propio. Una vez más, lo que ampliaba posibilidades o transformaba los campos de visibilidad, también producía nuevas restricciones y desplazamientos.
Pero el sujeto poderosísimo de los transfeminismos, el que encarnó peleas y transformaciones que no dejarían a nadie incólume, el que fue capaz de inventar símbolos y ensayar otra lengua, el que hizo política del deseo y puso en práctica una idea de libertad efectiva y encarnada, el que estuvo en las luchas obreras, imaginó la transversalidad sindical, quiso construir otros modos de vida, ese sujeto pasaría a ser señalado como el enemigo público del régimen neo autoritario y fascista. No el único, pero uno de sus enemigos más denigrados. Porque su campo de enemistad es vasto e incluye a las personas que trabajan en el Estado o se dedican a la ciencia o son docentes, las que se han jubilado, las existencias trans, las personas discapacitadas, las disidencias sexuales, les migrantes. Es un gobierno que construye su legitimidad desde la exaltación de la crueldad y el odio, y esa gritería altisonante es la que acompaña una profunda modificación de la estructura social argentina, buscando hacerla aún más desigual.
En ese contexto, en un verano caliente, el presidente tiró su metralla discursiva en Davos desatando una caza de brujas contra la comunidad LGTBINBQ+, acusandola de “pedófila”. La respuesta inmediata fue un nuevo proceso de amasado asambleario y transversal que dio lugar a otra movilización que fue fiesta rabiosa y encendida, la del 1 de febrero del 2025, la Marcha del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+: dos millones de personas en las calles de todas las ciudades del país y muchas del mundo. Un acontecimiento de la magnitud y la contundencia del 3J de hace años, gestado sin estructuras partidarias, ni sindicatos ni federaciones; aunque también se convocaron a la calle.
Si el 3J había surgido en los últimos tramos del gobierno más democrático que recordemos, la marcha del 1F fue la advertencia callejera de que hay que disputar contra el nuevo orden autoritario. La movilización encontró sus palabras comunes y parió una novedad.
Un año entero de crueldad neofascista, de instigamiento al odio, de declarada intención desde el gobierno nacional de convertir en descartables a determinados grupos, a algunos cuerpos, se topó con una resistencia que se había acumulado en el mismo tiempo, una militancia marica, tortillera, trava, marrona, rota, anticarcelaria, migrante, trans; que llegaba a las marchas directo de la noche y con sus códigos, que armó otra composición de cuerpos y experiencias cuir.
Estas existencias díscolas fundaron una experiencia de lo común y, a la vez, fueron capaces de interpelar por afuera de cualquier identidad para recuperar el lazo social, para hacer de la hospitalidad también un grito de guerra: no nos vamos a abandonar ahora, nadie va a echar a esa tía trava de la mesa, no vamos a ignorar a ese pibi no binarie que resiste en la escuela los aires de violencia que intenta imponer la ultraderecha en el poder. A ese llamado se acudió porque hubo necesidad de reconocerse en un mismo lado de la historia: el antifascismo. En Buenos Aires, en la mayoría de las ciudades y pueblos de Argentina, en los países limítrofes, en ciudades de Norteamérica y Europa.
No faltaron —ni faltan— voces que advertían que el régimen actual no puede denominarse estrictamente fascismo, pero la discusión no es teórica ni historiográfica: se trata de encontrar la clave con la cual confrontar un gobierno que no cesa de declarar la guerra contra gran parte de la población y que moviliza, para hacerlo, todas las fuerzas sensibles de la hostilidad y el odio. Se trata también de remover en la memoria histórica colectiva las muchas herramientas de resistencia que alimentaron los antifascismos. Se trata sobre todo de llamar a todxs lxs que no defienden el arrasamiento de la vida que supone esta nueva fase del capitalismo a unirnos.
Por todo eso es necesario un frente antifascista y antirracista, capaz de recoger los hilos de nuestros tramados feministas y transfeministas, de la festiva y airada insistencia mostri, del movimiento LGTBINBQ+ que alumbró este 1F. Con cada grupo, cada persona, cada sensibilidad, cada organización que se sintió convocada.
Son tiempos difíciles. De esos en los que nos preguntamos, nos murmuramos unxs a otrxs, cómo resistir. Revisar estos diez años, recuperando todo lo que aprendimos y también los debates irresueltos, las diferencias irreconciliables, los errores, los procesos, desde nuestras fuerzas y de los obstáculos que las menguaron, es parte de ese esfuerzo. Recorrer nuevamente un territorio y una historia, para encontrar los carbones encendidos, las migas desperdigadas, las palabras no dichas, los sueños no realizados.
Es nuestra insistencia seguir dando pelea contra el capitalismo voraz y tecnológico del segundo cuarto del siglo XXI que recién empieza. Pelea que cuando se formula desde los transfeminismos no es sólo contienda, es también la posibilidad de diseñar, al mismo tiempo que se lucha, otras formas de vida, más comunitarias, menos heteronormadas, que confronten con la política del descarte, que invente modos no mercantiles ni opresivos de interrelación con les otres, todes los seres vivientes, con la tierra, el agua y el aire que respiramos. Una contienda en la que se pueda bailar con placer y también con rabia, pelear con goce y con inteligencia colectiva, acariciar la utopía que nos hace tanta falta para hacer del mundo un lugar en el que todes podamos vivir, soñar, investigar, aprender, jugar, comer rico y con muchos colores, descansar, desear, gozar. Recuperar la militancia alegre, el entusiasmo por lo que el futuro pueda traer.
Recordamos, colectivamente, los meandros de esos ríos profundos de los que somos parte. Lo hacemos para soñar también de modo colectivo. Y volver a empezar. Cada vez, otra vez.
Karina Milei enfrentará este domingo, en las elecciones provinciales de Misiones, un desafío territorial trascendente para el armado de las listas nacionales de octubre. Como el gobierno pactó el rechazo de Ficha Limpia con el jefe político del distrito, Carlos Rovira, le negó espacio en su lista al radical con peluca Martín Arjol, que había sido expulsado de la UCR por sumarse al pelotón de diputados que blindó los vetos de Javier Milei contra jubilados y universidades.
Esa decisión táctica de la Casa Rosada le allanaba el camino al oficialismo local, para que el gobernador Rubén Passalacqua pudiera cosechar un buen caudal electoral en la disputa por las 20 bancas en juego. “De esos 20, los renovadores pueden meter 15”, presumió un dirigente peronista de Posadas.
Cuando los radicales dejaron afuera Arjol y Lule Menem le negó el ingreso a la nómina de La Libertad Avanza, el diputado nacional armó contrarreloj su propio Partido Libertario para colarse en la Legislatura provincial comiéndoles electorado a sus antiguos correligionarios y la base social de apoyo a Milei en tierra mesopotámica. “Les vamos a ganar y van a tener que venir a arreglar con nosotros para las demás provincias o en octubre”, desafían los diputados del radicalismo que se fueron de la bancada de Rodrigo De Loredo para armar La Liga del Interior, un bloque de seis integrado por los que respaldaron los vetos de Milei en 2024.
La postulación inorgánica de Arjol, según los sondeos que maneja el Frente Renovador de la Concordia, orilla los 3 puntos de intención de voto, mientras que el karinista Diego Hartfield alcanza 5 puntos. Los indecisos, admiten en el oficialismo misionero, trepan al 15 por ciento.
Como si fuera poco, un experimentado dirigente del PRO le dijo a LPO que “va a votar poca gente, un 50 por ciento aproximadamente”, pero concedió que “el gobierno provincial está arriba, después LLA, luego Unidos por el Futuro y, más lejos, Arjol”. Unidos por el Futuro es la alianza entre el PRO y la UCR.
Cerca de Arjol se mostraban confiados este jueves. “Las cartas están echadas”, repetían.
Arjol, en el Congreso.
Fuentes del peronismo misionero comentaron que “al FR nunca le fue muy bien en las elecciones de medio término” pero advierten que el escenario actual le ofrece mejores chances. “En 2017, el PRO sacó 20 puntos pero aglutinaba al macrismo, el radicalismo y a los peronistas del esquema de Ramón Puerta pero ahora eso está todo dividido y el PRO no existe”, precisaron.
De hecho, una incógnita para este domingo es la performance que pueda llegar el caso más extravagante de estos comicios, la candidatura del policía retirado Ramón Amarilla. Detenido preventivamente bajo acusación de sedición por encabezar las protestas contra el gobierno por reclamos salariales en 2024, el ex uniformado se presentó como cabeza de la lista “Por la Vida y los Valores”.
En 2017, el PRO sacó 20 puntos pero aglutinaba al macrismo, el radicalismo y a los peronistas del esquema de Ramón Puerta pero ahora eso está todo dividido y el PRO no existe.
Si bien el fiscal electoral Flavio Marino Morchio había pedido la impugnación de su postulación, el Tribunal Electoral de Misiones confirmó, el pasado 7 de mayo, el derecho de Amarilla a competir por una banca. La defensa de Amarilla había recusado al fiscal por ser primo del gobernador: el padre de Morchio es hermano de la madre del mandatario provincial.
De las 20 bancas en disputa, el FR arriesga 12, la UCR tiene que retener cuatro, el PRO revalida dos y el Partido Agrario y Social las otras dos.
El INDEC dio a conocer el IPC correspondiente al mes de mayo de 2025, que alcanzó 1,5%. La inflación interanual, que sumó 43,5% redujo su valor respecto al mes anterior en 3,8 puntos porcentuales.
El rubro que más aumentó sus precios fue Comunicación, que aceleró su incrementó mensual marcando 4,5%. Las principales empresas del sector aplicaron aumentos cercanos al 4,5%, según el servicio y la compañía en rubros de telefonía celular, internet y cable. El rubro sigue, en términos interanuales, por encima del promedio de precios , con un 47,2% en los últimos doce meses.
Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles tuvo un incremento de 2,4% en el mes. En el área metropolitana, en mayo, electricidad y gas ajustaron en 2,3% a 2,5% respectivamente para residenciales en promedio. Las tarifas de agua, que debían haberse incrementado según la fórmula de ajuste que se aplica mensualmente, sólo subieron en 1% por la decisión del gobierno de topear el aumento.
Desde la consultora LCG, que fundó Martin Lousteau, ponen el acento en este rubro. “Con estabilidad cambiaria, la inflación de servicios volvió a superar ampliamente a la de bienes: 2,7% y 0,9% respectivamente (unasituación similar se reflejó en el IPC CABA), evidencia de una inercia que viene desacelerando a un paso más lento, sobre todo si se considera que en mayo los ajustes por tarifas fueron suspendidos”, marcan desde esta consultora.
Prendas de vestir y calzado mostró incrementos moderados. La variación fue de 0,9% cuando el mes anterior había mostrado un salto del 3,8%.
Alimentos y Bebidas moderó su dinámica respecto al mes anterior. En promedio, el incrementó del rubro ascendió a sólo 0,5% cuando había sido de 2,9% en abril, en marzo de 5,9%, en febrero de 3,2%, y en enero sumó 1,8%.
Al hacer zoom en el rubro alimentos, se destaca que la carne se mantuvo sin variaciones, en tanto los precios de frutas y verduras, “tiraron” para abajo. Tanto las frutas como las verduras se movieron fuerte a la baja, las caídas fueron del 7,3% y del 16,9% respectivamente.
Otro rubro que merece atención es Transporte, que tuvo una reducción de 0,4% respecto al mes anterior. En mayo, los combustibles redujeron su precio en 4% en promedio, que, en la práctica, significó una baja de apenas 2% en el precio final, tal como muestran las estadísticas de CECHA. Esta baja compensó los aumentos de transporte público en AMBA, de entre 5,7% y 5,9%.
“La evolución de los precios, en mayo, estuvo influenciada por la moderación de la evolución del tipo de cambio, con un dólar mayorista que se movió 2,3% respecto al promedio del mes anterior, derivado de las políticas orientadas a apreciar el peso y sostener el carry”, explicó a LPO Hernan Letcher, director del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).
Según esta casa de estudio, el análisis sobre la evolución de la inflación en el mes de mayo está atravesado por la decisión del gobierno de privilegiar la baja de la inflación por sobre cualquier otra variable de la economía, básicamente acumulación de reservas.
Así entonces, el resultado de mayo es el reflejo de las políticas orientadas a “planchar” el precio del dólar, “con anuncios de desregulación de inversiones de no residentes, intervenciones en dólar futuro, estacionalidad en la liquidación del campo, declaraciones del propio Milei para que liquide el campo por reposición de retenciones desde julio, suba de tasa, incentivos al carry para no residentes”, afirman desde el CEPA.
A contramano de las declaraciones oficiales que sostienen razones monetarias como causal inflacionaria, el gobierno profundizó las anclas vinculadas a la relación costo demanda.
Toto logra mover la marioneta al tirar y soltar los hilos de los que pende el indicador. Acomoda los aumentos de los regulados, como tarifas, naftas y medicamentos; en tanto pisa los salarios.
“Le agregó a esto controles a través de presión a supermercados, además de llamados a empresas para que no suban precios, como el caso de una automotriz a la que le reclamó públicamente”, agregó Letcher.
“Desde nuestra óptica, el no repunte del consumo se mantiene como la principal estrategia del gobierno para moderar precios”, concluye Letcher.
Respecto a la polémica sobre los ponderadores para determinar el ICP, las reestimaciones actualizadas podrían resultar en diferencias sustanciales respecto a las mediciones actuales de inflación dependiendo del momento en que se apliquen.
“Si, por ejemplo, se aplicaran desde la medición de diciembre 2023, la diferencia en la medición de inflación del periodo enero hasta la actualidad significaría, aproximadamente, un 10% “, estimaron desde CEPA.
Desde LCG coinciden con la lectura y agregan que “La contracara ha sido resignar el cumplimiento de la primera meta de acumulación de reservas con el FMI (resta sumar aproximadamente USD 4 MM) al comprometerse a comprar reservas sólo cuando el tipo de cambio tocara el piso de la banda. Con ello, y con la intervención en el mercado de futuros, el Gobierno intentó evitar que cualquier presión sobre el tipo de cambio termine trasladándose a precios. Hay que decir que, en paralelo, también recurrió a la moderación de aumentos previstos en regulados (tarifas), a la coordinación con cámaras de ventas para el control de precios puntuales y al manejo de las paritarias, todo en un contexto en el cual la actividad no termina de despegar”.
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