Antiguamente, cuando una persona presentaba una crisis en la esfera de lo mental, el psiquiatra sometía a dicha persona a un procedimiento llamado electroshock, en una institución conocida como manicomio. En ese entonces, digamos que, más de cincuenta años atrás, el poder médico decidía sobre el «paciente» (quien espera que el médico actúe), sobre un modelo verticalista de tipo paternalista. Esta situación cambió gracias, en parte, al surgimiento de la Bioética, la cual pregona cuatro principios: la autonomía de la persona, beneficencia, la no maleficencia, y la justicia. De esto se desprende el «primum non nocere», o sea, «primero no hacer daño», precepto griego, en este caso en latín. Cuando no se tiene en cuenta la decisión del otro, suceden este tipo de cosas. En gobiernos donde primalo que llamaré las cuatro M: monarquía, monopolio, manipulación, y manicomio; van apareciendo señales de turbación y alteración en la consciencia. De golpe, puff: un electroshock económico. Uno va al supermercado y ve cómo el precio de un producto se disparó al más del cien por ciento, o subió la luz, o el gas, todo de una manera disruptiva, invasiva y poco empática. La cuestión del electroshock social viene desde la conformación de este país, llamado Argent-ina, siendo la palabra argent, de origen francesa, significando dinero. Pero, para que la independencia de este territorio cercado por fronteras ocurriera: se «electrocutó» simbólica, física y materialmente a las personas que ya habitaban estos territorios, generándose un manicomio nacional, cerrado y con un discurso hegemónico. En la medida en que el poder sea centralizado, y sólo se lo utilice para ganar votos, territorios, dinero, o más poder y el mismo no se redistribuya, los monopolios, y la labor de las manos, ya no en un sentido peyorativo, sino más bien colaborativo, seguiremos hablando de lo mismo…
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En 1933, mientras el mundo se sacudía por la crisis y Argentina intentaba sostener su economía agroexportadora, el gobierno conservador de la llamada Década Infame firmó el Pacto Roca–Runciman: un acuerdo que dejó al país arrodillado frente a los intereses británicos y consolidó una dependencia económica que duraría décadas. Fue presentado como una “solución”, pero terminó siendo un símbolo de subordinación colonial en plena era de pactos secretos, fraudes patrióticos y negocios turbios entre políticos criollos y los frigoríficos británicos.
Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable
Un país en crisis y un acuerdo a medida del imperio
Tras el derrumbe del comercio mundial por la crisis de 1929, el Reino Unido decidió publicar sus “preferencias imperiales”: un sistema para privilegiar a sus colonias en el intercambio comercial. Argentina no era colonia, pero dependía de vender carne a Londres. El gobierno de Agustín P. Justo envió entonces a su vicepresidente, Julio A. Roca (h), a negociar con los británicos. Del otro lado estaba Walter Runciman, presidente del Board of Trade británico.
El resultado fue un contrato bilateral desequilibrado que entregaba ventajas a los frigoríficos británicos, garantizaba su control absoluto del comercio cárnico y sometía al Estado argentino a condiciones humillantes.
La famosa frase que marcó a fuego la entrega
En medio de esas negociaciones, Roca declaró que «la Argentina es, en lo comercial, una parte integrante del Imperio Británico». La frase —registrada por la prensa de la época y señalada por Cornejo Linares en su análisis histórico— se convirtió en la marca indeleble del pacto como símbolo de sumisión(1).
¿Qué decía realmente el Pacto Roca–Runciman?
Detrás de los formalismos diplomáticos, el acuerdo establecía medidas que hoy serían inadmisibles para cualquier país que aspire a la soberanía económica:
1. Cuotas de carne y favoritismo explícito
Argentina solo podía exportar a Gran Bretaña un 85% del cupo preexistente, mientras que el resto quedaba bajo control directo de los frigoríficos británicos(2).
2. La CADE y los ferrocarriles: beneficios sin control nacional
El pacto aseguraba la continuidad de los privilegios de los ferrocarriles británicos y permitía ajustes tarifarios que perjudicaban al comercio interior.
3. Exenciones impositivas y garantías extraordinarias
Los capitales británicos obtenían beneficios fiscales y operativos, mientras el Estado argentino asumía obligaciones sin recibir contrapartidas equivalentes.
4. Un control total sobre la cadena cárnica
Los frigoríficos británicos quedaron con el 90% del negocio de la exportación de carne. El resto del mercado siguió en manos de un pequeño grupo local asociado al poder conservador.
La reacción nacional: del escándalo a la resistencia
El pacto generó un repudio inmediato. El senador Lisandro de la Torre encabezó la denuncia parlamentaria más famosa de la época, demostrando cómo el acuerdo favorecía a los frigoríficos extranjeros a costa del interés nacional(3). Su investigación derivó en el escándalo de las carnes y en el asesinato del senador Enzo Bordabehere en pleno recinto, un episodio que retrata hasta qué punto el poder económico estaba dispuesto a defender sus privilegios.
La sombra larga del pacto
Aunque algunos defensores lo justificaron como una medida “pragmática” en tiempos de crisis, el Pacto Roca–Runciman selló un modelo de dependencia y consolidó la hegemonía británica sobre la economía argentina durante buena parte del siglo XX.
Esa estructura recién comenzó a resquebrajarse con las políticas de industrialización por sustitución de importaciones y la consolidación de un Estado planificador a partir del peronismo, que rompió la lógica colonial que el pacto había cristalizado.
Un espejo histórico para el presente
Recordar el Pacto Roca–Runciman no es un ejercicio académico: es revisar el adn de los modelos de entrega, los alineamientos automáticos y las subordinaciones externas que, cada cierto tiempo, vuelven a aparecer disfrazadas de modernización o “necesidad económica”.
Referencias
1) Cornejo Linares, R. Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas, análisis del período 1930–1933.
2) Rouquié, Alain. Poder Militar y Sociedad Política en la Argentina; capítulo sobre acuerdos comerciales en la Década Infame.
3) Cámara de Senadores, Debates Parlamentarios de 1933–1935: Intervención de Lisandro de la Torre en la Comisión Investigadora de Carnes.
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