Antiguamente, cuando una persona presentaba una crisis en la esfera de lo mental, el psiquiatra sometía a dicha persona a un procedimiento llamado electroshock, en una institución conocida como manicomio. En ese entonces, digamos que, más de cincuenta años atrás, el poder médico decidía sobre el «paciente» (quien espera que el médico actúe), sobre un modelo verticalista de tipo paternalista. Esta situación cambió gracias, en parte, al surgimiento de la Bioética, la cual pregona cuatro principios: la autonomía de la persona, beneficencia, la no maleficencia, y la justicia. De esto se desprende el «primum non nocere», o sea, «primero no hacer daño», precepto griego, en este caso en latín. Cuando no se tiene en cuenta la decisión del otro, suceden este tipo de cosas. En gobiernos donde primalo que llamaré las cuatro M: monarquía, monopolio, manipulación, y manicomio; van apareciendo señales de turbación y alteración en la consciencia. De golpe, puff: un electroshock económico. Uno va al supermercado y ve cómo el precio de un producto se disparó al más del cien por ciento, o subió la luz, o el gas, todo de una manera disruptiva, invasiva y poco empática. La cuestión del electroshock social viene desde la conformación de este país, llamado Argent-ina, siendo la palabra argent, de origen francesa, significando dinero. Pero, para que la independencia de este territorio cercado por fronteras ocurriera: se «electrocutó» simbólica, física y materialmente a las personas que ya habitaban estos territorios, generándose un manicomio nacional, cerrado y con un discurso hegemónico. En la medida en que el poder sea centralizado, y sólo se lo utilice para ganar votos, territorios, dinero, o más poder y el mismo no se redistribuya, los monopolios, y la labor de las manos, ya no en un sentido peyorativo, sino más bien colaborativo, seguiremos hablando de lo mismo…
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En la diminuta isla Sentinel del Norte vive uno de los últimos pueblos completamente aislados del planeta. Su historia, su modo de vida y su decisión de mantenerse lejos del mundo moderno abren un debate incómodo: ¿cómo se garantiza el respeto a los derechos humanos cuando un pueblo exige que nadie cruce su frontera?
Por Alcides Blanco para NLI
Un pueblo antiguo frente al mundo moderno
Los sentineleses habitan Sentinel del Norte desde hace al menos 30.000 o 40.000 años, según estimaciones arqueológicas sobre la ocupación del archipiélago andamanés. Son descendientes de las primeras migraciones humanas que salieron de África y siguieron rutas costeras por el Índico. Su aislamiento actual no es un retiro reciente: es un proceso de larga data marcado por la defensa del territorio y, probablemente, por la memoria colectiva de contactos violentos que sufrió la región tras la llegada de potencias coloniales.
A diferencia de otros pueblos vecinos —granandamaneses, jarawa u onge— los sentineleses lograron sostener su aislamiento, y eso les permitió mantener una continuidad cultural casi absoluta.
Cómo viven: lo que se sabe desde la distancia
La investigación sobre ellos es excepcional justamente porque evitan todo contacto. Lo poco que se conoce surge de observaciones a distancia, vuelos controlados y breves interacciones fallidas.
Algunas características aceptadas por la antropología:
Subsistencia por caza, pesca y recolección. Se los ha visto capturar peces, cangrejos y moluscos en aguas poco profundas. En tierra cazan pequeños animales y recolectan frutos del bosque.
Tecnología simple pero adaptada. Fabrican arcos largos, flechas de punta afilada y lanzas. Aprovechan con habilidad restos de barcos encallados para producir herramientas metálicas, sin que eso implique ningún tipo de cambio cultural mayor.
Viviendas ligeras. Usan estructuras pequeñas, techadas con hojas, aptas para un clima tropical sin estaciones marcadas.
Navegación de corto alcance. No emplean embarcaciones oceánicas, pero sí balsas o canoas sencillas que les permiten desplazarse por la zona de arrecifes sin alejarse de la isla.
Organización social imprecisa. No hay datos sobre linajes, jefaturas o sistemas de parentesco. Se observa una comunidad pequeña —50 a 150 personas— lo que sugiere grupos familiares extensos y cooperación permanente.
Ausencia de agricultura. No se han detectado cultivos ni señales de domesticación vegetal; dependen por completo del entorno natural.
Uso restringido del fuego. Se ha observado humo en algunas temporadas, lo que indica control del fuego, aunque no se ha documentado su empleo en grandes fogones ni trabajos complejos.
Su cultura, aunque desconocida en sus detalles, se mantiene íntegra porque nunca hubo imposición externa, ni colonización, ni misiones religiosas, ni programas de “integración”.
La política del no contacto
India mantiene una política estricta: prohibición absoluta de acercarse a Sentinel del Norte. El objetivo es doble: proteger a los sentineleses de enfermedades letales para las que no tienen defensas y evitar que turistas, aventureros o misioneros enfrenten ataques que son, en realidad, actos de defensa territorial.
Lo ocurrido en 2018 con el joven misionero estadounidense John Chau —muerto al intentar ingresar ilegalmente para evangelizarlos— dejó claro que cualquier intento de contacto forzado es un error ético y sanitario.
Derechos humanos: el derecho a la distancia
El caso sentineles pone en primer plano un derecho poco discutido: el derecho a no ser contactado, una extensión radical del derecho a la autodeterminación. Lo que en otros pueblos se expresa como autonomía territorial, en Sentinel es una frontera física y simbólica que no debe cruzarse.
Para los organismos internacionales y para los Estados, respetar los derechos humanos en este caso no implica intervenir, sino aceptar que la primera y única voluntad expresada por este pueblo es mantenerse aislado. Protegerlos implica garantizar que esa elección se sostenga.
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