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LA SILLA DEL IGUAZÚ

Uno espera algo que a veces nunca sucede. La oruga cayó de la rama. Había comido unas cuantas hojas a más no poder. Saciada se precipitó al suelo en un éxtasis placentero. Cayó liviana, su cuerpo sumamente blando no sintió el impacto. Lejos de las alturas que la vieron como una simple oruga, se le activó el néctar de la transformación. El género se trastocó en su intimidad, y en vez de pupa se convirtió en pupo. Un ombligo sin cuerpo tirado sobre la superficie de la selva.
Entre tanto, una abeja que la sobrevolaba advirtió el hecho; entonces se posó sobre el pupo, y le inyectó el veneno sin razón alguna. Naturaleza de crueldad bondadosa que presagiaba lo peor. Pero lo peor no aconteció. El pupo no murió, al contrario, dentro de su estructura pupina, se produjo un abrupto cambio enzimático que hizo nacer una silla. Cuatro patas asentadas sobre el mismo piso donde habían estado la oruga y el pupo. Ahora, en el medio de la selva, no hay nadie que se siente sobre ella. Muy cerca, el río Iguazú se desploma en formidables cataratas. Una mariposa azul brillante despliega sus alitas hasta llegar a la silla, reposando por un instante sobre su respaldar. Ese inesperado y fortuito encuentro, le otorga a la silla una vitalidad que hasta el momento no se manifestaba. La silla empieza a mover con cautela sus patas traseras, luego las de adelante… Avanza lento por la selva como investigando cada esverdeado rincón… Después de unos minutos, y ya con confianza en sí misma se anima a correr… Los coatíes no pueden creer lo que ven. Un exótico animal emergiendo desde lo oculto de la selva misionera. Horacio, un guardaparque, descubre por casualidad a la silla, la cual correteaba sin vergüenza alguna entre el espeso follaje. Horacio empieza a cuestionar su percepción, pensando que quizás se estaría volviendo loco. Cierra los ojos durante un brevísimo período de tiempo… Sin embargo, cuando los abre: la silla ya había desaparecido…

Intervención Portada: Germán Busin

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