Un barquito de saludos
Él está solo. Pareciera que no necesita a nadie. Sin embargo, hay algo que sí necesita de verdad: saludar. Puede ser en una esquina, en el medio de calle, en una partecita de alguna vereda, al frente de alguna casa o plaza, o incluso, al costado de un auto. Sí, es el saludador que no para de saludar… Por un momento levanta una mano, la menea como si fuese la vela de un barco, su barquito de saludos. A veces, observa el aire como si fuese una persona y le sonríe. Una mañana fría de otoño lo encontré dándole un abrazo a un semáforo en rojo.
El saludador responde a una respuesta que le llega desde adentro ¿No hay pregunta? Como si la responsabilidad por saludar fuese el ancla de su barquito de saludos. No hay mar, pero las montañas se visten de blanco, ellas lo saludan sin moverse. El saludador las siente en el medio del pecho, se da unas sacudidas de alegría, pega un saltito y les devuelve el saludo.
Cada vez que lo cruzo, algo de mí, de mi mirada, de la mirada de la mirada que en él se esconde, añora un encuentro. Pero el saludador, va más allá de mí, o de ellxs, porque su saludo trasciende el aquí de lxs otrxs, y se disipa en la infinitud de todos los saludos posibles…