Ucrania: una paz que avanza a la fuerza

 

En menos de 72 horas, la relación transatlántica cambió de naturaleza y todo parece indicar que los ucranianos han perdido la guerra. El 12 de febrero de 2025, el flamante secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, dio inicio a las negociaciones de paz en Ucrania. Ya desde un comienzo cedió ante las dos principales exigencias de Moscú: la no adhesión de Kiev a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la ratificación de las “nuevas realidades territoriales”, es decir, la anexión de cuatro regiones ucranianas a Rusia, así como también de Crimea. Al día siguiente, tras una larga conversación telefónica con Vladimir Putin, el presidente Donald Trump anunció su intención de reunirse con su par ruso en Arabia Saudita –sin los ucranianos ni los europeos– y expresó su deseo de que pronto se organicen elecciones en Ucrania. Finalmente, el 14 de febrero, en un discurso pronunciado en una conferencia en Munich, el vicepresidente estadounidense, más que abordar la cuestión ucraniana, reprochó a los dirigentes europeos el hecho de que deshonraran las aspiraciones de sus propios pueblos restringiendo la libertad de expresión en las redes sociales o anulando las elecciones en Rumania por supuestas injerencias rusas (1).

Semanas antes, Trump había lanzado una ofensiva comercial al aumentar los aranceles a las importaciones de Canadá, México y la Unión Europea, y también había expresado sus intenciones anexionistas sobre Groenlandia (2). Sin embargo, de ahora en adelante, ya no se trata tan sólo de manipular a sus “aliados” para que compren más armas o para equilibrar la balanza comercial. Al declarar que Estados Unidos no les concedería garantías de seguridad ni a Ucrania ni a las tropas europeas que pudieran desplegarse para hacer cumplir un eventual alto el fuego, Trump inevitablemente sembró dudas sobre la solidaridad estadounidense en caso de un ataque al territorio de un miembro de la OTAN. Sin su contrapartida de seguridad, el vínculo transatlántico se parecería más bien a una completa relación de dependencia.

No obstante, desde 2022, Estados Unidos ha “invertido” un promedio de 35.300 millones de dólares por año en Ucrania (3). Mucho más que los 3.000 a 5.000 millones de dólares que Washington destinó cada año a Israel antes del ataque del 7 de octubre de 2023 y el equivalente a casi la mitad de los gastos militares anuales para Afganistán entre 2001 y 2019 –un esfuerzo para financiar una ocupación militar y operaciones directas–. El nivel de apoyo a Ucrania se sitúa, por lo tanto, en algún punto intermedio entre la ayuda brindada a un aliado histórico en Medio Oriente y el compromiso de una intervención directa en el campo de batalla en su propio nombre. Pero a Trump poco le importa todo eso: la guerra en Ucrania no es la de Estados Unidos, sino la de su antiguo rival Joseph Biden…

Errores de cálculo

Evidentemente, la magnitud de la ayuda occidental llevó a Kiev a cometer un error y la alentó a rechazar la negociación. En la primavera boreal de 2022, incluso antes de que Occidente le proporcionara su apoyo militar, la resistencia ucraniana podía enorgullecerse de haber frustrado la operación de cambio de régimen fomentada por el Kremlin y de haber minimizado las pérdidas territoriales. Después de cuatro semanas de combates, los beligerantes estaban cerca de llegar a un acuerdo. En Estambul, Kiev aceptó un estatus de neutralidad –es decir, renunció a adherirse a la Alianza Atlántica– y confirmó su intención de no dotarse de armas nucleares. A cambio, buscaba conseguir la retirada voluntaria de Moscú de los territorios que había ocupado desde el 24 de febrero. Sin embargo, Kiev necesitaba garantía de seguridad por parte de los líderes occidentales, quienes se la negaron. Boris Johnson se convirtió en el portavoz de la posición occidental durante una visita a la calle Bankova, sede de la Presidencia ucraniana. El Primer Ministro británico afirmó que nunca firmaría un acuerdo con Putin. Por eso, lo que ofrecían no eran garantías, sino armas (4).

Europa deberá pagar la reconstrucción de Ucrania y, al mismo tiempo, afrontar los costos de su seguridad.

Por un tiempo fue posible creer que dicha apuesta resultaría exitosa. Tras una primera contraofensiva, en noviembre de 2022, Kiev recuperó la ciudad de Jersón, ubicada en la orilla derecha del río Dnieper. Se desató la euforia. La palabra “negociaciones” se volvió tabú. No alinearse con los objetivos ucranianos –es decir, recuperar por la fuerza las fronteras de 1991– equivalía a firmar un pacto con el diablo. Los grandes medios de comunicación occidentales respaldaron el decreto ucraniano de octubre de 2022 que prohibía las negociaciones con Putin, a quien buscaban llevar ante la justicia internacional por crímenes de guerra (5).

Sin embargo, la segunda contraofensiva ucraniana de junio de 2023 resultó en una derrota. En los medios de prensa, los estadounidenses expresaron su descontento: Kiev habría escatimado demasiado sus hombres para privilegiar ataques tácticos dispersos a lo largo del frente en lugar de enviar soldados en masa a los campos de minas rusos con la esperanza de traspasar las defensas del adversario y cortar el puente terrestre entre Rusia y Crimea (6). Bajo la presión de Washington, Kiev redujo la edad de reclutamiento de 27 a 25 años en abril de 2024, pero en diciembre se negó a bajarla a los 18 años. Así, la apuesta hecha en base a las exhortaciones occidentales fracasó trágicamente. Tanto el costo humano –cientos de miles de muertos y heridos– como los sacrificios exigidos a la sociedad fueron en vano (7).

Como lógica consecuencia, durante el mismo período, Rusia experimentó una suerte inversa. El inicio de su “operación militar especial” resultó un fiasco. Los servicios de inteligencia rusos sobrestimaron los apoyos con los que contarían tanto por parte de la población como dentro de las élites ucranianas. El Ejército se estancó en los barrios periféricos de la capital ucraniana y fracasó en su intento de tomar el control del país. El Kremlin decidió entonces concentrar su dispositivo militar en el Donbass y Crimea. Concebida inicialmente como una expedición relámpago, la guerra fue cambiando de escala y de naturaleza. La movilización forzada decretada en septiembre de 2022 provocó una ola de protestas y exilios.

Atrapada en su propia guerra, Rusia agravó su situación en materia de seguridad. Su “operación militar especial” tenía como objetivo, por un lado, prevenir que Ucrania se rearmara –antes de que Kiev recuperara por la fuerza las regiones separatistas prorrusas– y, por otro lado, poner un freno a la expansión de la OTAN hacia el Este. No obstante, unos meses después del inicio del conflicto, Rusia enardeció el patriotismo de un adversario que recibía un flujo continuo de armas y que contaba con el respaldo de una Alianza Atlántica reforzada con dos nuevos miembros: Suecia y Finlandia, que limitan con la zona ártica, estratégica para Moscú. Los dirigentes europeos reforzaron los batallones enviados al flanco oriental de la alianza, incluida Francia, que hasta entonces se oponía a una presencia permanente. La fuerza de reacción rápida de la OTAN cuadruplicó su número de efectivos; también continuó la construcción de la nueva base antimisiles estadounidense en Polonia, en donde los norteamericanos elevaron su presencia militar a 10.000 soldados. Lejos de calmarse, en Rusia las preocupaciones respecto de la seguridad se intensificaron por no haber previsto la fuerza y la unidad de la reacción occidental. Empero, al apostar por la consolidación de sus defensas detrás del Dnieper, Rusia logró estabilizar el frente. Los avances territoriales, como la toma de Bajmut en mayo de 2023, se consiguieron a costa del sacrificio de numerosas tropas, en un país ya golpeado por su crisis demográfica.

El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada.

Si bien Rusia mostró debilidades militares, la resiliencia de su economía resultó sorprendente. El Banco Central había acumulado suficientes reservas para asumir una confrontación financiera con Occidente. Logró sostener eficazmente el rublo y salvar su sistema bancario a pesar del congelamiento de sus activos en Europa y Estados Unidos. En cuanto a las sanciones energéticas, terminaron volviéndose en contra de los propios impulsores europeos: el aumento de los precios del gas compensó la pérdida de los volúmenes enviados al Viejo Continente, dando tiempo a Rusia para reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia Asia (8). El fracaso de la estrategia de aislamiento se volvió evidente porque, si bien Moscú se vio obligada a recurrir a “Estados parias”, como Corea del Norte o Irán, para obtener armas o soldados, la realidad es que no le faltaron socios económicos interesados en sus descuentos energéticos. Los países que forman el núcleo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vieron con preocupación la ofensiva punitiva financiera de Washington contra uno de sus miembros y profundizaron de forma preventiva su cooperación para reducir el uso del dólar en sus intercambios. En 2024, BRICS acogió a cinco miembros nuevos, entre los que destacan los Emiratos Árabes Unidos, un actor clave en las nuevas rutas del petróleo ruso (véase el artículo de págs. 12-14).

¿Acercamiento al hermano menor?

Al elegir negociar cara a cara con Moscú, Trump le ofrece una vía de escape al Kremlin. El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada. Las concesiones, por ahora sólo verbales, resultan vertiginosas: reanudación de las negociaciones sobre el desarme, promesa de reincorporación al G7 y, a largo plazo, levantamiento de las sanciones. Aunque el Presidente estadounidense trate de morigerar estas promesas en las próximas semanas, la solidaridad transatlántica parece estar ya profundamente deteriorada.

Estas declaraciones podrían cerrar la era geopolítica que comenzó en 1949. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó la Alianza Atlántica para imponer su influencia a la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se alineaba primero con el bloque soviético y luego se unía al Pacto de Varsovia en 1955. Sin embargo, a fines de la década de 1980, el último líder soviético, Mijail Gorbachov, al frente de un país agotado por la carrera armamentista, se comprometió con una serie de concesiones unilaterales y desordenadas: aceptó la reunificación de Alemania y su adhesión a la OTAN sin obtener garantías escritas sobre la no expansión de la alianza occidental en Europa del Este. De este modo, el antiguo instrumento de seguridad sobrevivió a la Guerra Fría, y la Unión Europea, al expandirse, permaneció firmemente vinculada a Washington. Aunque en 1989 y 1990 se llegó a considerar por un momento la posibilidad de implementar un nuevo sistema de seguridad, no surgió ninguno alternativo tras la disolución de la URSS en 1991. Si bien el conflicto ruso-ucraniano tiene en parte su origen en esta oportunidad perdida, su resolución negociada está provocando una reconciliación ruso-estadounidense a espaldas de Europa.

En Munich, el vicepresidente James David Vance incluso señaló una nueva dirección estratégica de Estados Unidos: “A Putin no le interesa ser el hermano menor en una coalición con China” (9). ¿Se trata del regreso a la estrategia de triangulación que había puesto en marcha el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 al acercarse al “hermano menor” (en ese entonces, China) para aislar mejor al enemigo principal (la URSS)? Si este es el “plan”, Trump tendrá dificultades para romper el eje Rusia-China. Pekín, si bien se molestó por el hecho consumado de la invasión rusa y le ha reprochado a Moscú su abuso de la amenaza nuclear, no le ha retirado su apoyo. China suministra de manera discreta tecnologías necesarias para el complejo militar-industrial ruso, al mismo tiempo que profundiza su cooperación militar con Moscú. Aunque desequilibrada, esta relación se basa en una fuerte frustración compartida respecto de un orden internacional dominado por Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.

¿Y Europa?… Europa se encuentra en la peor situación posible: ya debilitada por la crisis energética que ella misma provocó al renunciar –a petición de Washington– al gas ruso barato y pronto golpeada también por la guerra comercial decretada por la Casa Blanca, ahora se ve obligada a gestionar en soledad las consecuencias del revés occidental en Ucrania. Mientras la confrontación con Rusia alcanza un nivel incandescente y sus arsenales se han vaciado en favor de Kiev, Europa se prepara para aumentar de forma urgente su gasto militar, lo que implica comprar armamento estadounidense. Washington le exigía un “reparto de la carga” de la financiación de la alianza. Ahora la carga es doble: pagar la reconstrucción de Ucrania (que, a esta altura, Rusia deja de buena gana en manos de la Unión Europea) y, al mismo tiempo, asumir su propia seguridad. El gasto parece simplemente inasumible para los presupuestos europeos y augura nuevas divisiones.

1. Benoît Bréville, “Liquidación electoral”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2025.
2. Philippe Descamps, “Affoler la meute”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2025.
3. “Ukraine support tracker”, Kiel Institute for the World, 2024.
4. Samuel Charap y Sergueï Radchenko, “¿Podría haber terminado la guerra en Ucrania?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024. Volodimir Zelensky se esfuerza en negar el papel que habría desempeñado así Johnson; véase también Shaun Walker, “Zelensky rejects claim Boris Johnson talked him out of 2022 peace deal”, The Guardian, Londres, 12 de febrero de 2025.
5. Véase, por ejemplo, “Soutenir l’Ukraine pour assurer la paix”, Le Monde diplomatique, 10 de enero de 2023.
6. Alex Horton y John Hudson, “US intelligence says Ukraine will fail to meet offensive’s key goal”, The Washington Post, 17 de agosto de 2023.
7. Hélène Richard, “Ucrania, una sociedad dividida por la guerra”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2023.
8. Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2022.
9. Bojan Pancevski y Alexander Ward, “Vance wields threat of sanctions, military action to push Putin into Ukraine deal”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14 de febrero de 2025.

 

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    Quién es Nahuel Sotelo, el candidato a Cancillería de Santiago Caputo

     

    Con apenas 30 años, Nahuel Sotelo emerge como una de las figuras más sólidas del oficialismo libertario. Formado bajo el ala de Santiago Caputo, se perfila como el elegido para ocupar la Cancillería tras el desgaste de Gerardo Werthein y el inminente reacomodo político que sobrevendrá después de las elecciones de este domingo.

    Por Roque Pérez para Noticias La Insuperable

    El ascenso de un soldado de Caputo
    A la sombra del principal operador político del gobierno, Santiago Caputo, Nahuel Sotelo construyó una carrera meteórica que lo llevó desde la Legislatura bonaerense hasta el corazón de la política exterior mileísta. Hoy, con el respaldo del núcleo más duro de la Casa Rosada, su nombre suena fuerte para suceder a Werthein en la Cancillería.
    El movimiento no sorprende: Caputo viene consolidando su influencia en las áreas estratégicas del Estado, y la figura de Sotelo encaja a la perfección en ese esquema. Leal, disciplinado y alineado con la narrativa libertaria, representa la síntesis de la nueva generación que Milei quiere proyectar como rostro internacional del país.


    De Olmedo a Milei: una trayectoria de derecha
    Sotelo inició su camino político en los márgenes del sistema, acompañando la campaña de Alfredo Olmedo en Salta y luego asesorando al concejal rosarino Ariel Cozzoni. En 2021 ingresó a la Cámara bonaerense de la mano de José Luis Espert, pero pronto se alineó con La Libertad Avanza, donde llegó a presidir el bloque libertario. Su paso por ese cargo dejó huella: fue uno de los principales voceros del discurso anti–kirchnerista y promotor de la “memoria completa”.

    Entre sus proyectos más comentados figuran la intención de derogar la ley que obliga a utilizar la expresión “dictadura cívico–militar” en actos oficiales, y la propuesta de declarar ciudadano ilustre al coronel Jorge Irazábal, asesinado por el ERP. Su libro Cartas de los ’70: el dolor de la otra parte lo instaló como una voz representativa de la derecha revisionista que hoy tiene fuerte presencia en el oficialismo.


    El hombre que Caputo empuja al mundo
    El nombramiento de Sotelo al frente de la Secretaría de Culto y Civilización no fue casual. Respondió a una decisión directa del entorno de Caputo, que busca proyectar una imagen internacional basada en “valores tradicionales” y en la idea de una diplomacia culturalmente conservadora. Desde ese cargo, el joven funcionario tejió contactos con embajadas, sectores religiosos y fundaciones ultraconservadoras, ganando visibilidad en los mismos círculos donde el asesor presidencial opera su red de influencia.

    Para Caputo, su posible llegada a la Cancillería sería un movimiento natural: consolidaría el control sobre la política exterior y garantizaría que la narrativa libertaria se mantenga sin fisuras. En ese sentido, Sotelo es mucho más que un funcionario prometedor: es el emisario de un proyecto ideológico que busca plantar bandera en el escenario global.


    Un perfil moldeado por las cruzadas culturales
    Sotelo reivindica a figuras como Roca y Bukele, se muestra abiertamente en contra del aborto y cuestiona las políticas de identidad de género. Fundó la agrupación La Julio Argentino, con la que intentó penetrar en las universidades bajo el lema “Hagamos a la Argentina grande de nuevo”. Su discurso combina catolicismo militante, nacionalismo liberal y una crítica constante a lo que llama “el curro de los derechos humanos”.

    Sus declaraciones sobre la Agenda 2030, el medio ambiente y el rol del Estado en las políticas sociales lo ubican en la línea dura del oficialismo. En su entorno aseguran que esa radicalidad, lejos de ser un obstáculo, es lo que lo vuelve confiable para el tándem Milei–Caputo, que busca perfilar hacia afuera un mensaje de ruptura con las agendas globales.


    Del Vaticano al Vaticano libertario
    Sotelo ha intentado equilibrar su discurso ideológico con una imagen de apertura religiosa. Pese a su defensa del catolicismo tradicional, se muestra cercano al Papa Francisco y sostiene que “las puertas del diálogo con la Santa Sede están abiertas”. Sin embargo, su mirada excluye a los pueblos originarios y a los movimientos ecuménicos progresistas, reforzando una visión monocultural de la espiritualidad nacional.


    El reemplazo de Werthein, una jugada cantada
    La salida de Gerardo Werthein del Ministerio de Relaciones Exteriores se da en medio de tensiones internas y críticas por su falta de sintonía con el equipo político. En ese contexto, la figura de Sotelo se impone como opción natural: joven, leal, ideológicamente puro y —sobre todo— parte del círculo de confianza de Caputo.
    Para Milei, la designación significaría mantener la Cancillería bajo control político sin recurrir a nombres de peso del establishment, preservando el poder real en manos del ala comunicacional y estratégica del gobierno.

    Si el escenario posterior a las elecciones lo permite, todo indica que Santiago Caputo buscará colocar a su discípulo en el Palacio San Martín, consolidando así el dominio del “caputismo” sobre la diplomacia nacional.

     

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  • En el campo alertan que Milei aún no canceló deudas para reactivar obras que prometió en el Salado

     

    A más de dos semanas del anuncio de reactivación de las obras del Plan Maestro del Río Salado que el Gobierno hizo a la Mesa de Enlace, en el campo hay preocupación porque los trabajos se retomaron en solo uno de los tres subtramos prometidos.

    La administración de Javier Milei todavía no canceló las deudas con las contratistas para poder retomar con la mayor parte de los trabajos paralizados desde el año pasado. Eso, a pesar de que en las entidades aseguran que el Gobierno cuenta con los recursos para regularizar la situación de forma inmediata.

    En el Consejo del Salado que integran las entidades del campo y la UIA señalaron a LPO que el Gobierno ya recaudó cerca de 180 mil millones de pesos del Fondo Hídrico que se nutre con gravámenes a las cargas de nafta y GNC, y que solo con el 20% de ese monto podría cancelar las deudas que mantiene con las contratistas.

    En medio del drama de las inundaciones que golpea fuerte al noroeste provincial y a días de las elecciones, el Gobierno salió con el anuncio de reactivación de obras en el Salado que en el campo le venían reclamando hace meses.

    Pero, en concreto, el Gobierno solo reinició el trabajo de una draga en uno de los tres sectores del Tramo IV.2 que prometió reactivar de inmediato y que comprende 30 kilómetros del río Salado entre Lobos y Roque Pérez. Para los dos sectores restantes, en el Consejo del Salado no tienen novedades.

    Productores inundados estallaron contra una intendenta PRO y Milei por paralizar obras

    «Estamos a la espera de precisiones para que se pueda cumplir con los plazos», dijo a LPO Alberto Larrañaga, titular del Consejo del Salado y coordinador de la Comisión de Aguas de Carbap.

    Larrañaga advirtió que, más allá del subtramo iniciado, es necesario tener certezas del resto ya que «esto debe reactivarse en su conjunto y a la brevedad». Y agregó: «Para que los plazos efectivamente se concreten, no debe haber dilaciones en la regularización de la situación con las empresas».

     El titular del Consejo del Salado dijo que el Ejecutivo cuenta con «holgados recursos del Fondo Hídrico», que hoy superan los 180 mil millones de pesos: «Con menos del 20 por ciento de esa cifra se podría regularizar de inmediato la situación», dijo.

    Es que el gobierno nacional mantiene deudas por trabajos ejecutados y certificados, lo que devino primero en la ralentización de la obra hacia fines de 2024 y su paralización total en marzo de este año.

    En este sentido, el titular del Consejo del Salado dijo que el Ejecutivo cuenta con «holgados recursos del Fondo Hídrico», que hoy superan los 180 mil millones de pesos: «Con menos del 20 por ciento de esa cifra se podría regularizar de inmediato la situación, sin ningún tipo de afectación al equilibrio fiscal», sostuvo Larrañaga.

    Por otro lado, en los últimos días intendentes de municipios del noroeste bonaerense se reunieron con funcionarios provinciales que adelantaron que el gobierno de Axel Kicillof se hará cargo del tramo de la Cuenca del Salado que abarca lo que se conoce como «Nodo de Bragado» y que en la región consideran central para evitar que se provoquen inundaciones como las que padecen actualmente.

     Es muy importante que la Provincia logre rescatar los recursos que el Estado Nacional adeuda y con eso poder realizar esta obra que tiene mucha trascendencia y todavía no se pudo concretar

    Según señaló a medios locales el intendente de Bragado Sergio Barenghi esa obra estará incluida en el presupuesto provincial 2026.

    «Es muy importante que la Provincia logre rescatar los recursos que el Estado Nacional adeuda y con eso poder realizar esta obra que tiene mucha trascendencia y todavía no se pudo concretar, lo que produjo varias inundaciones y pérdidas muy importantes», dijo el intendente de Bragado a Cadena Nueve.

    Las obras del Nodo Bragado abarcan la canalización aguas abajo del Saladillo, el dragado de la laguna del parque, la conexión con la laguna municipal y la ampliación del canal San Emilio.

     

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  • Una propuesta para recorrer la zona rural en bicicleta

    Una bicicleteada recorriendo el entorno rural de Villa Regina es la propuesta de la Dirección de Turismo y la Dirección de Deportes de la Municipalidad de Villa Regina para este sábado 23. La actividad denominada ‘Bicicleteada rural’ tendrá como punto de encuentro la Oficina de Turismo ubicada en Florencio Sánchez 817 a las 19 horas…

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