Ayer vivimos el ensayo que puede ser el preludio de una gran obra maestra que quizás, sin fortuna para nosotros, se estrene el fin de semana que viene desde Argentina en simultáneo para todo el mundo.
El estado de violencia hoy, y hace mucho tiempo, prima en nuestro país. La violencia social es un estado emocional y corpóreo de nuestra sociedad, un quiste que parece difícil de extirpar. Por que no sólo es una cuestión interna, personal; si no que mayoritariamente es una coacción externa instalada por nuestro líderes políticos con colaboración latente de los medios de comunicación en beneplácito de pocos y principalmente extranjeros.
“No es la final del mundo muchachos, es la final de la copa libertadores, den mensajes claros”, expresó Marcelo Gallardo de manera acertada en vivo para la cadena que televisa la máxima competencia del continente.
Vivimos así. Polarizados, enfrentados. Pre-conceptualmente situados en uno de los dos lugares. Ayer, atrás de la valla, o en el bondi. No hay ejemplo más claro que el célebre Boca-River. La cultura del aguante. Matar o morir. Ganar o ganar. Si entendiéramos que perder, tiene más de ganar que el mismo triunfo, visualizaríamos algún otro camino.
El contrato social implícito en el que las personas delegan en el Estado ciertos derechos ante la necesidad de ser protegidos o regulados de cierto modo para generar un marco de seguridad, está roto. Y por si esto fuera poco, las fuerzas de seguridad no pueden brindar siquiera seguridad a un vehículo que se dirige hacia un evento deportivo. Claro que después puede meter palo inmediatamente una vez que se desmadró la cuestión. Prevenir es amarla vida, un concepto a veces complejo de digerir.
El Estado que debiera cumplir un rol social para acercarse a cierto equilibrio, se difumina, desaparece en sectores donde debería estar presente y es ahí donde surgen cuestionamientos globales que le generan a la gente incertidumbre sobre el futuro y miedo sobre el presente.
Las autoridades que deben asegurarnos el futuro no lo están haciendo. En tanto no se tiene certezas, se vuelve a un estado de naturaleza, un estado violento, animal, natural. Un estado de supervivencia.
Y en muchas ocasiones, el negocio del fútbol –no el fútbol- es el caldo de cultivo justo para el desenvolvimiento de ciertas prácticas que son el símbolo de la decadencia moderna. Ese caldo es el hábitat ideal para quienes sobreviven -en todos los sentidos- gracias a la violencia en su más puro estado.
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El hombre de confianza de Luis Caputo, sin experiencia diplomática y con una fortuna de $160 millones, asumió como nuevo canciller pese a no haber actualizado su declaración jurada de 2024. La Oficina Anticorrupción lo señala como “sujeto obligado” y advierte que no hay registros de presentación. Su designación refuerza el poder del ala financiera dentro del gobierno de Milei y destapa un entramado familiar ligado al macrismo, los negocios y la opacidad.
Por Tomás Palazzo para Noticias La Insuperable
Cuando Javier Milei designó a Pablo Quirno Magrane al frente de la Cancillería, no sólo ratificó el predominio del ala financiera sobre la política exterior: también reavivó viejos fantasmas del macrismo y puso bajo la lupa la transparencia de su propio gabinete. Cercano al ministro de Economía Luis “Toto” Caputo, el flamante canciller llega sin trayectoria diplomática, pero con un extenso prontuario como operador financiero global y un patrimonio declarado de $160 millones que ya debería haberse actualizado ante la Oficina Anticorrupción (OA).
El tecnócrata globalizado
Formado en la University of Pennsylvania, Quirno pasó casi dos décadas en J. P. Morgan como director de Fusiones y Adquisiciones para América Latina. En 2018 fundó Samsom Capital Advisers, consultora dedicada a reestructurar deuda de gobiernos y corporaciones. Desde allí cultivó vínculos con los mismos bancos y fondos que hoy negocian con el Estado argentino. Su llegada al Palacio San Martín no es casual: fue la mano ejecutora de Caputo en las tratativas con el FMI y los bonistas privados, durante las gestiones macristas y libertarias.
Pero su única declaración jurada, presentada en diciembre de 2023 al asumir como secretario de Finanzas, ya está vencida. La OA lo tiene registrado como “sujeto obligado” y confirmó que “a la fecha no se cuenta con información sobre la presentación 2024”. La omisión es grave: Quirno maneja información económica privilegiada y participa de negociaciones internacionales con entidades donde antes trabajó o tiene contactos directos.
Transparencia selectiva
Mientras Milei repite que su gobierno “no tolera la corrupción”, su nuevo canciller elude un deber básico de transparencia. Nadie en Economía ni en Cancillería explicó por qué incumplió la norma que obliga a presentar la actualización patrimonial antes del 31 de julio. El contraste es brutal: un gabinete que se jacta de “moralizar la política”, pero cuya cúpula financiera oculta sus bienes bajo la alfombra.
Los $160 millones declarados (unos US$ 440 mil al tipo de cambio de entonces) incluían propiedades y depósitos —la mayoría en el exterior— y ninguna inversión en el país. A la luz de la inflación y la devaluación, esa cifra hoy carece de sentido económico. Lo que inquieta no es el monto, sino el vacío de información sobre cómo evolucionó. En un contexto donde los funcionarios suelen ampararse en la opacidad del sistema para ocultar su enriquecimiento, no actualizar la declaración equivale a no rendir cuentas al pueblo.
El linaje conservador
El apellido Quirno no es nuevo en los círculos del poder. Su abuelo, Avelino Quirno Lavalle, fue uno de los fundadores del Partido Conservador Popular y, según archivos históricos, llegó a “prestarle” su domicilio a Hugo Byttebier, un ex SS belga cercano a Adolf Eichmann. Su padre, Avelino Quirno Ugarte, integraba los clubes sociales de la élite porteña y era presentado por La Nación como “un hombre de conducta intachable”.
Pablo Quirno Magrane siguió esa línea: durante el gobierno de Mauricio Macri fue coordinador general de la Secretaría de Finanzas, luego jefe de Gabinete de Caputo en el Ministerio de Finanzas, y finalmente director del Banco Central. En ese paso por el BCRA, autorizó el funcionamiento del banco digital Brubank, propiedad de Juan Bruchou, ex Citi. «Curiosamente», años más tarde, su propio hijo, Pablo Quirno (h), se convirtió en director financiero de Brubank.
El clan financiero
Los vínculos familiares no terminan ahí. Otro de sus hijos, Marcos Quirno, se licenció en Letras pero terminó en J. P. Morgan EE.UU., ingresando casi al mismo tiempo que su padre desembarcaba en el Ministerio de Hacienda macrista. Los Quirno, padre e hijos, se mueven entre bancos, consultoras y cargos públicos, un recorrido que muestra cómo el llamado “mejor equipo de los últimos 50 años” sigue reencarnando en el presente libertario.
Del macrismo al mileísmo
Con Milei, el círculo se cierra: Quirno vuelve al Estado por la puerta grande, ahora como canciller. El economista reemplaza a Gerardo Werthein, otro empresario sin experiencia diplomática, lo que confirma que la política exterior argentina quedó en manos de los mercados. Su gestión se orientará a fortalecer lazos con Wall Street y a garantizar la “confianza” de los inversores, un objetivo que parece pesar más que la soberanía o los intereses nacionales.
El saldo moral: en rojo
La Oficina Anticorrupción aún no aplicó sanciones, pese a que la omisión de Quirno configura una falta administrativa grave. La inacción oficial contrasta con la celeridad con que el Ejecutivo persigue a trabajadores o funcionarios opositores bajo pretexto de “falta de transparencia”. En definitiva, el caso Quirno resume el espíritu del mileísmo: tecnócratas de la banca global convertidos en diplomáticos, patrimonios en penumbra y discursos de pureza moral que se disuelven ante la primera planilla vacía.
Si la transparencia es la nueva moneda del poder, el canciller de Milei empieza su gestión en rojo.
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