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PALABRAS Y PODER

En realidad, todo tiene un poder. Todo esta compuesto por átomos y moléculas, y el poder de ellos es abismal. Por eso existe la energía atómica.

Incluso las ondas tienen poder, se manifiestan y logran alterar su medio.

Las palabras son ondas sonoras que se emanan, y logran alterar, si no está protegido el ambiente, a su entorno.

A lo largo de los siglos Las palabras nos han acompañado como símbolo de inteligencia, pero yo hoy lo planteo como símbolo de poder. De nada sirve utilizar las palabras si no se tiene una dirección definida de la intención de su uso. Es como usar un lanza llamas sin ver quién o qué, esté en frente.

Se han usado las palabras para empoderar reinos, aldeas y hacer que el proletariado trabaje lo máximo de su rendimiento. Esas palabras espejadas en frases célebres han quedado naturalizadas en nuestra cultura, hasta inadmitir lo que no cumpliera con esa creencia. En definitiva, con el uso de las palabras se gestaban creencias que se asumían de generación en generación.

Las palabras pueden ser utilizada para sanar las peores catástrofes y traumas (comprobado en la vocación de Louise Hay Y Deepak Chopra), o pueden ser utilizadas para tener controladas las masas y lograr que ellas hagan lo que se desea que hagan.

Las personas, inconscientemente, logran generar una especie de fanatismo con las palabras, los dichos y entre-dichos. Es importante tener en cuenta que es un elemento importantísimo en poder sentirnos que pertenecemos (a un vínculo, a la familia, a la sociedad), y por fidelidad a esa pertenencia, replicamos sin percibir el contexto de esa frase y cuál podría llegar a ser su fin.

Comparto algunos ejemplos:

1) El clásico “Hasta que la muerte los separe” de un cura casando una pareja en una iglesia católica Cristiana. Esa frase trasmitida de generación en generación puede llegar a tomarse literal. Existe una Fe ciega, en donde faltar a la palabra genera una culpa importante, y con eso se exponencia la fidelidad de los hechos. El problema se gesta cuando la persona vive la vida cotidiana, y en la realidad se encuentra con muchas situaciones inesperadas. Cosas que ocurren sin que uno lo pudiera planear. Entonces, de pronto, puede encontrarse con que no ama más a su pareja, pero por ser fiel a ese mandato no se separan y viven parejas duraderas pero muy inestables y agresivas.  Sin lograr un vínculo armonizado e ideado para un bienestar compartido.

Esa misma frase puede tomarla un hijo o nieto de una generación siguiente y entender que si no es con un hecho catastrófico como la muerte, no va a haber forma alguna de separación. De ese mismo lineamiento se abre la creencia de que si la separación no es con dolor, tortuosa, sufrida (tanto como una muerte) no hay forma de separarse. Entonces se pueden vivir vínculos muy lindos que quizás cumplieron un ciclo y el único recurso que se tiene a mano para poder separarse de la relación es con situaciones trágicas y angustiantes. Cuando la iglesia dijo “hasta que la muerte los separe” no nos estaba uniendo, nos condenaba a una separación tortuosa.

2) Cuando te decían de chico/a: “estudiá para ser alguien en la vida”. Quizás muchas familias se sientan identificada con esta frase y otras no. Y las dos posturas son igualmente válidas. Pero hubo algunas familias que fueron atravesadas en su árbol genealógico por esta frase. Una frase cuya intención parecía muy clara: poder tener una buena profesión para ganar lo suficiente para un porvenir óptimo, porque claro, la carrera definía a las personas. De hecho hasta hace no mucho tiempo atrás existían las “tarjetas de presentación”, donde las personas no sólo se presentaban con su nombre completo si no también con la profesión.

Las señoras que se juntaban a tomar el te alardeaban de los títulos de sus hijos. Y la profesión, al final, no terminaba siendo algo que alguien siguiera con pasión, si no algo que haga sentir orgullosos a mamá y a papá. Para que no les de vergüenza cuando le pregunte alguien ajeno, incluso totalmente desconocido: “¿y tu hijo/a que hace de su vida?”. Es claro que el “qué dirán” ha decidido en muchas ocasiones por nosotros.

Decir “para ser alguien en la vida”, queda claro en lo implícito, que hasta no tener un título no soy nadie. Y eso es una mentira comprobable, pues estas vivo/a y ya sos alguien. Sin contar que tienes un nombre, un apellido, una historia, una ciudad de origen, unos ancestros con millones de años de información y sabiduría que se manifiestan en vos constantemente y hasta de manera inconsciente. Somos inmensos en la cantidad de sabiduría que podemos portar y conectar. Decir “para ser alguien en la vida” muestra el capitalismo a flor de piel, pues solo nos dieron valor a través del trabajo.

3)”A llorar a la iglesia”: Si bien a lo largo del tiempo se puede utilizar como un latiguillo, ya que los términos, palabras e intenciones se pueden ir modificando cual teléfono descompuesto, es bueno poder encontrarle una raíz, para denotar con mayor consciencia la intención del dicho.
En otras épocas el único lugar “habilitado del estigma social y familiar para llorar” era la iglesia. Los hombres no lloraban, tenían que validar su hombría a través de una fortaleza emocional simulada. Y las mujeres no podía perder tiempo en llorar, había muchas cosas que hacer en la casa, con los hijos. Y Los niños, tampoco se les permitía llorar, había que entrenarlos de muy chicos que “llorar estaba mal”. Con esta frase podemos interpretar que llorar es una perdida de tiempo, o es algo que uno solo puede hacer en privacidad que no debiera de hacerlo con personas presentes.

Frases como estas hay incontables, direccionando nuestras vidas a un lugar que quizás todavía no querías sin siquiera replantearte si esa decisión es propia, o es impuesta.

Las palabras nos atraviesan, nos movilizan, nos cambian una creencia o nos la imponen. Y todo eso se da de una forma casi imperceptible. Quizás si agudizamos los sentidos, si nos animamos a sentir, podremos ver mucho más de lo aparente.

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