LUZ MORDIDA
Buscó no saber que no sabía para no encontrar a lo conocido del desencuentro.
Primero, se dirigió a la parada del Kokó, no tenía ni idea de la hora de su llegada ni de su partida, tampoco preguntó a los que también esperaban por los horarios o las implicancias climáticas del supuesto lugar de destino.
Al cabo de unos minutos el Kokó llegó. Se sentó plácidamente en uno de los asientos de atrás, y sin dudar se durmió.
Despertó como confundido, por un momento pensó que le habían crecido ruedas en sus orejas y un volante en su espalda; sin embargo, descendió del colectivo como si nada pasara…
Había unas peras de un lado del camino y unas manzanas del otro. Se sintió colgado de una rama siendo una pera a punto de caer, con la esencia de sus semillas haciéndole cosquillas en las ruedas de sus orejas, ahí mismo, en el momento preciso donde la verdad se precipitaba del volante de su espalda al piso circundante.
De repente, una extraña mano la agarró con suavidad, para llevarla directo a su anónima boca, masticándola con prisa, dirigiéndose en caída libre hasta el estómago.
Llegó a desintegrarse en ese otro que la había comido, para restituirse en breves instantes en una gota de sudor que acabó por estrellarse en un charco en donde el Kokó de sus orejas ya sin ruedas salpicó volantes de mentiras que le dieron justo en la frente de sus olvidadas manzanas, mientras su seca sonrisa mordía sin querer un pedazo de luz.