La actriz María Fiorentino y su colega Claudio Rissi le ponen la voz a la cinta sobre esa jornada lluviosa que comenzó al mediodía y se prolongó hasta bien entrada la noche.
«El filme deja de lado el aspecto meramente político de este suceso para indagar en los relatos de algunos de sus sobrevivientes y se apoya en algunas situaciones ficcionales que aportan calidez a este film basado, además, en fragmentos de noticieros y en fotografías de la época», explicó la producción en un comunicado.
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Cuando un soldado francés escarbó la tierra cerca del delta del Nilo a fines del siglo XVIII, no imaginó que estaba levantando una de las llaves maestras de la historia humana. Aquel bloque de granodiorita negra —agrietado, incompleto, cubierto de inscripciones— cambiaría para siempre la manera en que entendemos a las civilizaciones antiguas. Hoy la conocemos como la Piedra de Rosetta, un artefacto capaz de unir tres alfabetos, dos mundos lingüísticos y más de mil años de silencio.
Por Alcides Blanco para NLI
El hallazgo accidental que inició una revolución intelectual
Durante la campaña napoleónica en Egipto, en 1799, un grupo de ingenieros trabajaba en la fortificación de Rashid (Rosetta). Mientras removían muros y sedimentos antiguos, apareció la piedra: 112 centímetros de un mensaje duplicado tres veces, como si los sacerdotes del Egipto ptolemaico hubieran previsto que algún día las futuras generaciones necesitarían un puente lingüístico.
El hallazgo se reportó de inmediato. Los franceses intuyeron su importancia, pero el destino tenía otros planes: tras la rendición en Alejandría en 1801, el Reino Unido tomó posesión del objeto. Fue trasladado a Londres y, desde 1802, se convirtió en pieza central del British Museum, donde permanece hasta hoy.
Un mismo mensaje, tres escrituras
Lo que hacía extraordinaria a la piedra no era sólo su antigüedad, sino su triple inscripción:
Jeroglífico: la escritura sagrada de los templos, reservada para la elite y los rituales.
Demótico: el lenguaje administrativo y cotidiano de Egipto.
Griego: la lengua oficial de la administración ptolemaica.
Los tres textos repetían el mismo decreto promulgado en 196 a. C. en honor al rey Ptolomeo V. No era un mensaje religioso ni una epopeya: era un documento político-administrativo. Pero funcionaba como una piedra de toque lingüística, un “Rosetta Stone” cuya importancia sería gigantesca: ofrecía un texto paralelo, algo así como un diccionario involuntario entre tres sistemas de escritura.
El rompecabezas que tardó décadas en resolverse
El griego, ya conocido por los eruditos europeos, sirvió como punto de partida. Pero los jeroglíficos —místicos, visuales, aparentemente simbólicos— permanecían indecifrables desde la Antigüedad tardía. Habían caído en silencio durante más de mil años.
El proceso de decodificación fue un duelo académico que cruzó fronteras:
Thomas Young, el inglés metódico
Notó que ciertos grupos de signos jeroglíficos correspondían a nombres reales (cartuchos).
Avanzó en entender que los jeroglíficos no eran sólo símbolos, sino que también podían representar sonidos.
Jean-François Champollion, el francés apasionado
Dominaba múltiples lenguas antiguas, incluidos el copto —el descendiente directo del egipcio antiguo—.
En 1822 descifró formalmente el sistema jeroglífico, demostrando que era mixto: fonético, ideográfico y logográfico.
Su célebre frase “Je tiens l’affaire!” (“¡Lo tengo!”) marcó el inicio de la egiptología moderna.
Lo que la Piedra de Rosetta liberó
El valor simbólico de la piedra no está solo en su material o antigüedad. Su verdadera importancia radica en que permitió escuchar por primera vez, en milenios, la voz de los faraones. Gracias a ella:
Se pudieron leer inscripciones en templos como Karnak, Luxor y Abydos, cuyo significado era desconocido.
Se revelaron mitologías, rituales, nombres dinásticos, fechas, sistemas administrativos y detalles de la vida cotidiana del antiguo Egipto.
Nació formalmente la egiptología científica, consolidando a Egipto como uno de los campos más estudiados y fascinantes de la arqueología mundial.
La piedra no enseñó solamente un idioma: reabrió un universo cultural completo.
Una pieza clave del patrimonio cultural del mundo
Actualmente, la Piedra de Rosetta es uno de los objetos más visitados del British Museum, pero también uno de los más controvertidos. Durante años, el gobierno de Egipto ha solicitado su devolución, argumentando que se trata de un patrimonio arrebatado en el contexto de una ocupación militar.
Estos debates, cada vez más intensos, reavivan un tema fundamental: ¿a quién pertenece la historia? ¿A la humanidad entera? ¿A las naciones que la custodian? ¿O a los pueblos que heredaron directamente esos legados?
Más allá de la controversia, la piedra sigue cumpliendo una función esencial: nos recuerda que las civilizaciones conversan entre sí incluso a través de los siglos, y que las lenguas —aun las que parecen imposibles de reconstruir— pueden revivir cuando la curiosidad humana encuentra las herramientas adecuadas.
Un artefacto que trasciende su propio tiempo
A más de dos siglos de su descubrimiento, la Piedra de Rosetta continúa simbolizando algo mucho mayor que una inscripción trilingüe. Representa:
la tenacidad del conocimiento,
la interconexión de los pueblos,
la capacidad humana de comprender el pasado,
y el poder de un simple fragmento de roca para transformar por completo una disciplina científica.
En un mundo donde la información fluye sin pausa, este bloque de piedra nos recuerda que hubo épocas en las que abrir una ventana al pasado tomaba décadas… o milenios. Y que, a veces, la llave aparece donde menos se espera.
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