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EL SOMBRERO DE ORUJO

Querides amiges, esta es una singular historia de un sombrero. Si bien conocemos desde tiempos inmemoriales muchísimas modalidades como: los sombreros campesinos para impedir los incandescentes rayos del sol y los imprevistos de la lluvia, los sombreros de gala, el píleo de la libertad que usaron como símbolo Francia y Estados Unidos aunque confundido con un sombrero frígio, el del pescador, el del mismísimo papa también conocido como Mitra, el sombrero de copa alta para aquellos con narizes respingadas, el sombrero renegado de un vaquero asustado, el sombrero hongo para los inquietos duendes, el sombrero cloche para pitucas damas, el sombrero turbante para deambulantes, el sombrero del joven de la gorra, el sombrero de Carlitos Chaplin, y así sucesivamente…


Pero he aquí que, el sombrero que les voy a presentar no tiene nada que ver con los anteriores, ni siquiera lo utilizan las personas sobre sus cabezas, aunque parte de él puede llegar al interior de ellas…

Este sombrero está formado por hollejas y pepitas y eso hace al orujo, quien, por cierto, no es una persona ni un lugar. Sólo algunos lo han visto de cerca, y otros pocos se han equivocado al creer que era un sombrero con alas o también llamado pétaso o el sombrero de Hermes.


Este sombrero ha salido de la galera de las uvas, el sombrero de orujo no reviste (como habíamos dicho) ninguna cabezota, sino que cubre la elaboración del vino, dándole el elixir de los sabores, para luego extasiar a quienes lo saben disfrutar.


Hay sombreros para revestir y proteger, hay sombreros para lucir y apreciar, hay sombreros que reflejan momentos de esclavitud o reinado, hay sombreros para mostrar un estilo o una marca o una afición. Sin embargo, el sombrero de orujo es para nutrir al vino y darle esos matices que lo distingen.


Querides amiges, aquí finaliza esta singular historia de un sombrero. Les envío una cálido abrazo en estos días Vendimia.

Imagen: L'homme au chapeau melon, R.Magritte

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