EL PÉNDULO DE LA INSOLENCIA
Oscilaciones entre el caos y el orden, entre permanecer e irse, entre obedecer y transgredir…
Realidades que se desvían de lo esperable, que esperan un final del agobio, y que cristalizan controles previos o fugas inesperadas.
Es cierto, hasta ahora pudimos apreciar que hay fuerzas para sujetar y otras para desanudar, fuerzas que atraen o repelen, fuerzas protectoras o que lastiman o ponen en riesgo.
Una piel bajo sospecha, escuchada como una pared que divide el yo del tu, el amigo del enemigo, el espía del contraespionaje. Lo militar y científico se entrecruzaron, lxs soldadxs ahora son enfermerxs y médicxs, el equipo de inteligencia se trasladó al laboratorio para elaborar el antídoto del super-poder inmune, el cuartel general pasó a los gobiernos, y los medios siguen los patrones numéricos de la infernal batalla, comunicando los desastres del aquí y el allá.
Diferentes estados se conjugaron en un guión tan improvisado como planeado: estado inconcluso, estado febril, estado de sitio, estado casi liberado, estado de emergencia, estado del pánico, estado sospechoso y confirmado, estado ocupado y desocupado, estado coherente y en discordia, estado global y hasta estado de ánimo de un estado de incertidumbre constante.
Cuando la tragedia acecha, no hay tolerancia para la insolencia. Redescubrimos el poder del aislamiento de un cable que podía electrocutarnos. Pero en el fondo sentimos que la tradición no se perdía con ninguna guerra, con ninguna peste. Una tradición que viene enraizada con cada cultura, con cada sociedad que puede hacer del nuevo encuentro un arte del encuentro.
Movilizamos nuestros cuerpos y nuestras palabras para darnos apoyo y comprensión, aún en la agonía del dolor, la pérdida y la aparente quietud.
Los intereses persisten y libran otra batalla, a veces no tan visible, no tan clara.
El péndulo de la insolencia nos mostró sus colmillos y sus balas, su irrefrenables deseos y su irresponsabilidad más osada, su risa cínica y sus impulsos descontrolados.
Ahora nos resta diseñar otro mapa, otra forma de comunicarnos mientras el trago amargo pasa, y sobre todo, otra manera de andar hasta que lo peor se aleje de nuestras entrañas, aunque el péndulo de la insolencia siga marcando la hora errada.
Imágenes: Cayetano Ferrández, el hombre gris