Consejos para mi amigo, el ilustre

Consejos para mi amigo, el ilustre

 

Fotos: Cristina Sille

“Más allá de las diferencias políticas, la obra y la voz de Cristian son un orgullo colectivo para la Ciudad de Buenos Aires.” Con frases así de halagadoras comenzó la ceremonia oficial. Es miércoles 24 de septiembre y la guerrilla de la comunidad anfibia está sentada en el Salón San Martín de la Legislatura porteña, sobre la calle Perú, muy cerca de Plaza de Mayo. Cristian Alarcón es declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad, propuesta impulsada por el legislador Alejandro Grillo y acompañada por el legislador Emmanuel Ferrario. 

Es que este diploma es un poco de todos: autores, lectores, amigos que seguimos a Cristian desde Cemento, que recibimos sus mensajes y sabemos que se inicia una intensa y efímera aventura (“Hola, ¿estás?”, como bromeó Hinde Pomeraniec durante su exposición), que subrayamos pasajes de sus libros, que discutimos ideas, que abrimos preguntas, que nos sentimos chiquitos, que compartimos pistas y sobremesas. 

Asaltamos el Palacio Ayerza —el mismo donde alguna vez funcionó la Fundación Evita—. La ceremonia se convirtió en acción cultural. Con María O’Donnell como maestra de ceremonias y las intervenciones de Hinde Pomeraniec, editora y especialista en cultura; Mario Greco, sociólogo y director ejecutivo de Revista Anfibia; Selva Almada, escritora; y Flavio Rapisardi, académico y referente en estudios de género y comunicación. Los invitamos para hacer hinchada, para que digan unas palabras. Por defecto profesional, se lo tomaron de manera muy protocolar: y escribieron estos textos hermosos. ¿Cómo no compartirlos? 

A continuación, cartas de amor al periodismo independiente, a la experimentación y al fuego interior. En el cierre, Paula Maffia se calzó la guitarra acústica y compartió tres canciones, entre ellas un cover de Babasónicos para el homenajeado, “Fiesta popular”.

SEGUÍ DESCONFIANDO DE LA SEGURIDAD Y EL CONFORT

Por Hinde Pomeraniec

Hinde es escritora, periodista, autora, editora y sobre todo, una gran lectora. Su último libro es Todos queremos ser felices, una antología de sus newsletters Fui, vi y escribí, publicados en Infobae. Trabajó muchos años en Clarín, fue editora de Política Internacional y de Cultura. Conoció a Cristian como profesora en la beca Clarín, en las aulas de la Universidad Católica. Tienen en común, entre muchas otras cosas, el vicio de sumarle narrativa al periodismo, de hacer literatura de no ficción. 

Se hace difícil seguirle el rastro a Cristian; cuando lo buscás en un sitio, ya saltó a otro. Cuando imaginás que sigue cómodo en el espacio que gestionó y en el que logró la consagración, ya está armando algo diferente, apostando a que sea todavía mejor. Cristian Alarcón es un guepardo del periodismo; es el más veloz de todos, el que más rápido la ve. Hace mucho tiempo que advirtió la importancia de no relajarse ni quedarse quieto y, en un punto, es como si algo dentro suyo le hiciera desconfíar de la seguridad y del confort. Como si algo, dentro suyo, le dijera todo el tiempo: nada es para siempre y hay que estar preparado para eso.

Hoy, cuando el modelo de negocio del periodismo hace agua por todas partes, mientras la mayoría de las empresas periodísticas buscan la salvación en la inteligencia artificial, Cristian apunta a la inteligencia y a la sensibilidad humanas. No descree de la tecnología; por el contrario, fue el creador de Cosecha Roja y Anfibia, un sitio online de ensayos y crónicas de largo aliento que mostró muy temprano que se podía hacer periodismo por fuera del papel y también fue temprano promotor del podcast como formato. En ambos casos, y como cada vez que encaró un proyecto, la ambición de Cristian no estuvo orientada a vender el alma a cambio de arrasar con las audiencias sino a crear nuevos públicos para esas nuevas propuestas. Si me apuran, creo, que así como piensa y actúa, es el más pillo y ambicioso de todos.

Cristian no solo tiene buenas ideas sino que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, sabe ponerlas en marcha. Es un gran creativo, una persona desprejuiciada y  también un emprendedor: sabe “vender” aquello que el público no sabía que estaba necesitando y eso tiene un valor descomunal en un tiempo en el que la novedad se esfuma en segundos y todo se replica exponencialmente hasta perder encanto y sentido. 

¿O acaso no es cierto que ahora, cuando todo en materia de información está a nuestro alcance, nos hartamos de cada cosa mucho más temprano que antes?

Cristian lo sabe y por eso busca nuevas formas para el periodismo y también para sumar periodismo a otras esferas. Es por eso que desde muy temprano se propuso correr los límites del oficio: basta de notitas de caracteres limitados, de tercera persona fosilizada y de primera persona prohibida. Su trabajo en la nueva crónica latinoamericana dio como resultado libros ya clásicos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés, quereme transa, en los que la investigación se hace con el cuerpo en terreno, el periodismo y la literatura se funden en un nuevo género y los instrumentos de la narrativa literaria se utilizan para contar hechos reales, en este caso, de historias de vida atravesadas por el narcotráfico. 

La pandemia y la propia vida en cuarentena revelaron al Cristian novelista en El tercer paraíso, libro que le valió además una legitimación internacional al ganar el Premio Alfaguara de Novela. Se me ocurre pensar que es como si hubiera querido atravesar el lenguaje como un espejo con doble faz: la literatura esta vez estaba primero, la investigación de su historia personal y familiar y las historias de la botánica, de la identidad queer y del armado de su propio jardín son los reflejos de esa pulsión de escritura. 

Mientras sostiene el reino Anfibia en tiempos de crisis económicas y de momentos aciagos para la cultura, llega el teatro y con el teatro, el actor que, siendo muy jovencito, había querido ser. El histrionismo de Cristian es uno de los talentos que más admiramos en él quienes lo queremos: el tipo es magnético, dudo que alguien de los que está acá pueda contradecirme. Es magnético cuando habla, cuando cuenta, cuando sueña o recuerda en voz alta. Tiene el magnetismo de un líder, de alguien que te dice: el camino es por allá y vos lo seguís. No es casual que además sea tan buen formador de equipos y de profesionales, le gusta hacer escuela. Hace escuela. 

En Testosterona volvió a poner el cuerpo y a jugar con los límites de los géneros y de la palabra. Dirigido por Lorena Vega, otra visionaria, propone, una vez más, tomar su propia vida como material para la disección artística. Pero el guepardo no se queda quieto. Corre más rápido que nadie con sus funciones a Europa y a Latinoamérica y al mismo tiempo hace nacer un podcast con su voz: en Lo real real, crónicas del estado emocional argentino, Cristian Alarcón vuelve al entramado que lo estimula: leer el presente argentino desde el cruce entre sociedad, política, economía y cultura, a partir de los datos pero bajo el prisma de las emociones humanas. 

“Este momento del mundo parece extraño y oscuro. Es un mundo acelerado y de un dinamismo extremo”, dice Cristian en el comienzo del primer episodio, que puede escucharse en Spotify y en Youtube. Luego dirá que aunque el presente parece un mundo imposible de cambiar, en el que impera el individualismo y para el que las categorías que utilizábamos en los análisis ya no funcionan, hay algo bueno aún: “estamos llenos de inquietudes y este tiempo se merece que lo exploremos, que lo interroguemos”. Para eso propone volver a salir a la calle y “habitar las historias para poder contarlas”. Y propone algo más: “pensar en acto”, “pensar desde el sonido” y volver a la crónica desde otros ángulos.

En eso de habitar historias, de ponerles el cuerpo para después narrarlas, está Cristian por estos días, en un regreso al periodismo más clásico, algo que finalmente es hoy verdaderamente contracultural. El guepardo transmite serenidad, pero ya no nos engaña: todos sabemos que, mientras explora e interroga el mundo de hoy, está tomando impulso para la próxima carrera.

SEGUÍ CONTAGIANDO POTENCIA DE TRABAJO CON ALEGRÍA Y HERMOSURA

Por Selva Almada 

Selva una de las referentes de la literatura latinoamericana. Su último libro es Los inocentes, cuentos dirigidos al público juvenil. Selva, que es entrerriana, vive parte su tiempo en un bosque de álamos entre Buenos Aires y La Plata. En ese paraíso, con jardines más ingleses que litoraleños Cristian tiene su lengua de tierra. Los une la literatura, la trayectoria migrante y ese espacio que es, casi, de convivencia colectiva. Muchas mañanas (y noches) escriben cada uno desde sus teclados, con todo ese universo natural, cultural y afectivo de por medio. 

Todos y todas aquí conocemos a Cristian, su larga trayectoria (no porque sea un señor mayor sino porque empezó muy joven) como periodista a secas primero, derivando naturalmente hacia la crónica porque Cristian es, además, un gran escritor y esa deriva era inevitable. Es posible que todos aquí hayamos leído su primer libro, maravilloso e impactante, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que le dio un revolcón a la crónica latinoamericana y se convirtió enseguida en un referente. En este libro y en el siguiente, Si me querés quererme transa, peló una pluma filosa y al mismo tiempo amorosa con las personas/personajes que fueron el centro de esos relatos. La investigación hasta las últimas consecuencias, las patas en el barro, pero una manera delicada, literaria, de narrarlo. Así como su primera deriva de periodista a cronista era, como dije, inevitable también lo fue la próxima: convertirse en un novelista, en el escritor de El tercer paraíso, una novela que otra vez viene a dar un giro: una autoficción que se corre del yo para narrar una familia, en el contexto de la historia reciente de Argentina y de Chile, un nosotros y también un jardín: quizá la manera más hermosa y poética de salirse de uno mismo sea hacer un jardín, entregarse a su cuidado, atender su fragilidad, dejarse atravesar por su belleza. Claro que las derivas de Cristian no podían terminar aquí. Y volvió sobre sí mismo, no como centro yoico de un relato, si no convertido en su propio objeto de estudio y con él de la tragedia personal de muchos y de muchas intervenidos por la ciencia para intentar hacer de ellos, otra cosa, y puso su cuerpo ahí, a la vista de todos, en un escenario con Testosterona.

Admiro de él su gran capacidad de trabajo, el talento de formar equipos increíbles en todos los proyectos que ha inventado y dirigido, como Anfibia, por ejemplo. Pero también y sobre todo el don de contagiar esa potencia de trabajo y hacerlo con alegría y hermosura. Allí donde está Cristian siempre hay una fiesta que no deja nunca a nadie afuera: gracias por eso también, amigo.

NO DEJES DE VIAJAR CON OTROS  

Por Mario Greco

Mario es sociólogo, secretario de Cultura, Comunidad y Territorio de la UNSAM y director ejecutivo de Revista Anfibia. Conoció personalmente a Cristian Alarcón hace muchos años en la terraza del departamento de un amigo. Luego de un gran asado y varios vinos, comenzaron a pergeñar un proyecto de intersección entre académicos y cronistas… se iniciaba el proyecto “Revista Anfibia”. Hoy son grandes socios y aliados que, como debe ser, se aman, se pelean, se vuelven a amar.

Este es un texto no editado, no pasó por el trabajo obsesivo de los alquimistas de las palabras y las frases de Revista Anfibia y evitó las seguras sugerencias del propio Cristian si se lo hubiese compartido. Primer mojón de esta micro laudatio, primer elogio a Cristian Alarcón, un amigo y compañero de proyectos, prestidigitador de lenguajes.

En El placer del texto Barthes sostenía una distinción entre texto de placer y texto de gozo. Hace un par de años que algunos libros me han llevado cerca de lo que el semiólogo llama textos de gozo, textos y escrituras que  sorprenden, descolocan, rompen códigos y cambian nuestra posición subjetiva de lectores. Libros de factura y géneros diversos, pero atravesados por un hilo conductor, un suelo sensible común: se trata de Regreso a Reims de Didier Eribon, El tercer paraíso de Alarcón y La inquietud del pensamiento de Franco Cassano (libro recientemente editado).

Comienzo por traerles unos versos de un poema que se llama Hormonas (de Cristian) que publicaramos en el volumen “Cuerpo” de Anfibia Papel:

“No quería tener ese cuerpo.

Vivía lejos de los juegos infantiles

Me la pasaba en los libros

Rechazaba la vil materia

que me confirmaba ese mundo

al que yo pertenecía,

del que debía irme”

Un evidente antecedente de la extraordinaria investigación que devino periodismo performático y obra de teatro luego (me refiero a Testosterona con la dirección de nuestra amada Lorena Vega)

Pero no voy a detenerme en esta articulación conceptual  implícita (incluso la que lo pone en una secuencia posible con el Eribon  de las “Reflexiones sobre la cuestión gay” sino sobre la idea de partir, de emigrar. Esa pulsión que tan bien despliega en su libro Volver a Reims.

De la Union en Chile a Rio Negro en la Patagonia argentina, y de allí a la ciudad universitaria de La Plata que a fines de los 80 todavía no se reponía de la devastación de la dictadura. Y luego estacionándose en la ciudad de Buenos Aires, siempre en el sur, allí donde la fundó Garay, donde aún resiste vapuleada una memoria del origen. Desde allí a un hinterland de la urbe de las diagonales para una exploración botánica en un edén posible. Para inaugurar los viajes cotidianos entres sures. Un palacio en la urbe donde como el Baudelaire parisino de Benjamin se puede deambular sin parar, para luego llegar al sosiego del reposo de la casa en barrio de quintas.

Todos esos viajes son experiencias densas y constitutivas, sin los que no se puede entender ni esta ni ninguna vida como la de Cristian. Son momentos de cruce entre biografía e historia social, casos luminosos para la analítica sociológica por lo paradigmáticos y pero también por lo irrepetibles.

Dice Franco Cassano en La inquietud del pensamiento: “Viajar es volar hacia el otro, convertirse en el otro, desaparecer por un instante de la propia vida mirándose desde afuera, con los ojos de otro. No sólo con aquellos, en esta época del turismo intelectual, de un tuareg o de un santón tibetano, sino con los de un famoso, de un enemigo, de quien detestás y que te odian y que, tal vez tengan una excusa seria para hacerlo. El gran escritor conoce más “otros” que el antropólogo, porque gracias a la fantasía logra hacer más ejercicios espirituales, se proyecta en los otros más diversos, en las tribus lejanas y en los maníacos de la puerta de al lado, en una mujer de hace mil años y en un androide del futuro”.

Cuantos viajes hay en Cristian Alarcón, ¿quiénes viajan con Cristian Alarcón? Viaja el amor por la palabra, esa pulsión tan chilena, tan de un país de poetas… y luego viaja con él,  el inventor de artefactos industriales que piensa una empresa nueva cada vez, (el viejo Alarcón que se sumerge sin problemas en los más diversos proyectos), viaja un joven maestro de cronistas para devorarse las ciudades latinoamericanas del mundo y viaja la obstinación por comprender lo nuevo, un iluminati en el siglo XXI, viaje el niño ñoño que no se permite sino leerlo todo ante cada clase … y viaja de la mano del encuentro con un país de castillos peronistas, en un cruce de Parra y Walsh que va a parir una variante de la narrativa que se hará texto universitario, viaje a tientas  que fue academia en el periodismo y periodismo en la academia, viaje hacia la anfibiedad. 

Cassano llama a esto pagar el costo de la inquietud que no se calma. Animarse a tomar la palabra y abonar la cuenta de ese acto.

Podría resultar inevitable que un perfil de quien hoy es distinguido como personalidad destacada de la cultura de la ciudad de Buenos Aires, inlcuya un recorrido por los hitos biográficos que funcionan como faros de esa “distinción”, se los dejo para que vuelvan a Wiki o al chat gpt para ver una biografía que conjuga premios, periodismo de vanguardia, libros exitosos, y muchos proyectos que llevan su marca.

Cito un pasaje de Los bárbaros de Alessandro Baricco (comentario):

“Los humanos viven, y para ellos el oxígeno que garantiza su no muerte viene dado por el acontecer de experiencias. Hace mucho tiempo, Benjamin, de nuevo él, nos enseñó que adquirir experiencias, es una posibilidad que puede incluso llegar a no darse. No se nos da de forma automática, con el equipaje de la vida biológica. La experiencia es un paso fuerte de la vida cotidiana: un lugar donde la percepción de lo real cuaja en piedra miiar, en recuerdo y en relato. Es el momento en el que el ser humano toma posesión de su reino. Por un momento es dueño, y no siervo. Adquirir experiencia de algo significa salvarse. No está dicho que siempre vaya a ser posible”.

En tiempos de reconfiguración vertiginosa de eso que Baricco llama la posibilidad de una experiencia, hoy rendimos homenaje a quien condensa en su recorrido una tradición a la que nos invita a no renunciar. Una tradición que es parte sustantiva del reconocimiento que se le entrega. Propuesta de abandonar el surfeo cómodo y profundizar, dejar huella, abrir las cabezas, desear…

Termino leyéndoles un poema que amo de Nicanor Parra que se llama Solo de piano:

Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia,
Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso;
Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan:
No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo;
Ya que nosotros mismos no somos más que seres
(Como el dios mismo no es otra cosa que dios)
Ya que no hablamos para ser escuchados
Sino que para que los demás hablen
Y el eco es anterior a las voces que lo producen,
Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos
En el jardín que bosteza y que se llena de aire,
Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir
Para poder resucitar después tranquilamente
Cuando se ha usado en exceso de la mujer;
Ya que también existe un cielo en el infierno,
Dejad que yo también haga algunas cosas:

Yo quiero hacer un ruido con los pies
Y quiero que mi alma encuentre su cuerpo.

POR MÁS TERRITORIOS Y BRÚJULAS, CRÓNICAS Y RUTAS

Por Flavio Rapisardi

Flavio es Doctor en Comunicación, docente en la Facultad de Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata. Coautor del libro Fiestas, Baños y Exilios. Los gays porteños en la última dictadura. Es referente en estudios de género, pionero en la militancia por los derechos LGTB. En los 90 fue vicepresidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Con Cristian se conocen desde entonces, y supieron ser anfitriones de eternas trasnoches queer en un living de Barrio Norte. Dicen que su traducción de Judith Butler en los noventa fue la primera inspiración teórica de Alarcón. 

Tratar de contar una vida en cuatro minutos es tarea imposible. Cristian Alarcón era el nombre con el que lo conocí en los años 90, y luego de estar juntos un año comenzó a usar el “Casanova”. Iluso de mi que lo creí un gesto de reconocimiento de filiación. Nuestra maestra y querida amiga Silvia Delfino, en una charla de café en Buenos Aires de los años 90, mientras yo moqueaba alguna cuita afectiva que se la endilgaba a él, estalló “Pero sobrino, con ese signifciante “Casanova” que esperabas ¿Casa, jardín y delantal?”. Me sentí Susanita y no paramos de reírnos.

Eran años difíciles como estos, en los que un discurso conservador y berreta pretendía ser la narrativa única y posible, épocas en que la gramática político cultural se hacía más compleja y Cristian, desde Página 12, era uno de sus mejores cronistas. Mientras la segunda ola neoliberal escondía bajo la alfombra la pobreza que producía, desafiliaba a trabajadores de sus modos de vida y organización, la crisis estallaba y hacía síntomas diversos como las transformaciones de los códigos del delito, los movimientos de desocupados, las luchas LGBT y feministas, el surgimiento de nuevos espacios de resistencia juvenil y modos de vida urbano.

Y en esa realidad Cristian buceó con el poder no solo de la buena crónica, sino también con la crítica cultural, el análisis político y una etnografía de primera persona. Esas “armas de la crítica” las vi templarse en un espacio al que por ubicación geográfica llamamos “el grupo Viamonte” de esta Ciudad de Buenos Aires. En nuestra juventud de los años 90, en el living de un clásico departamento porteño de 6 ambientes se cruzaron la militancia de HIJOS, de las travestis y las trans, militantes feministas, trabajadoras sexuales e intelectuales. En una misma mesa cenaban la militante trans Lohana Berkins, la Gata Rominita de Palermo, el politólogo Atilio Borón, la feminista italiana Paola Di Cori, el crítico cultural estadounidense James Green y nuestra maestra, Silvia Delfino, pionera de los estudios culturales en Argentina.

Las charlas se hacían largas. La cultura argentina era leída en distintas claves en las que represión policial, la pobreza y las marginalidades se mezclaban con la literatura, el cine, los estudios culturales y el psicoanálisis. Pero ningún devaneo intelectual impidió que en casi todas las reuniones Cristian no cerrara la velada con el correr de lugar las mesas para hacer espacio a meneos de cumbia o música electrónica, fuera día de semana o sábado inglés.

Mientras la derecha en el gobierno avanzaba con su faena de desposesión y los movimientos populares anhelaban en una melancolía paralizante un sujeto político que ya no volvería, surgían en la sociedad argentina nuevos sectores en conflicto que portaban en sí mucho más que reivindicaciones particulares. Como supo decir Carlos Jauregui, “El el origen de nuestra lucha está el deseo de todas la libertades”. La hora del “hombre nuevo” había llegado a su ocaso por el surgimiento de mujeres, trans, jóvenes y desocupados nuevos que tuvieron en la crónica de Cristian un lugar privilegiado.

Claro que su escritura se forjó antes de esos mitines, mezcla prodigiosa de Derrida, Foucault, La Nueva Luna y Gilda. Cristián fogueó allí sus lecturas y  su paso por la FPyCS de la UNLP poniéndoles cuerpo, el suyo, con el que caminó villas, discotecas, universidades, oficinas de gobierno, hoteles, manifestaciones. Y en este recorrido universitario hubo una posta que marcó un antes y un después: la desaparición en democracia de Miguel Bru ante la que con sus compañeros/as de entonces dieron batalla pidiendo justicia. Y hoy volvemos a preguntar ¿Dónde está Miguel?

A partir de ese momento aula y calle, libro y bandera, estudio y reunión política fueron el suelo de la formación que  eligió. Y ahí forjó ese modo de leer y de escribir en los que el punto de vista evita todo pretendido centro, riéndose de todo intento de ingenuidad en la que, al no convertir a los victimarios en almas bellas, le permitió siempre como acto de justicia denunciar mafias, crápulas varios y a prácticas estatales de aniquilamiento. Sus textos sobre los “comandos de la muerte” de la “maldita policía” no fueron escritos en la calidez del estudio, que en el viejo departamento daba hacia la calle Viamonte, sino en distintos territorios donde sufrió aprietes y amenazas.

Sus crónicas nunca buscaron ser moneda de cambio, sino intervenciones de escritura con pretensión de verdad y justicia, que como bien escribió en uno de sus libros “siempre están en las calles”. Sus obras “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa” son dos textos que conocemos y sobre los que mucho y muy bien se reseñó. Solo puedo sumar que en su escritura se puede leer que nunca jugó a ser ajeno a las tramas, nunca fue un observador lejano mediado por la letra. Cristián está no solo en la narrativa en primera persona, sino en cada pliegue de esas historias en las que se tejen dolor, injusticia y también esperanzas y sentimientos de los que fue parte junto con los personajes, muchos de los cuales hoy comparten su vida.

Vida que cambia como los tiempos y que nos pone en disyuntivas históricas. En momentos en que el Poder Judicial de nuestro país se aliaba, degradándose, a las nuevas internacionales reaccionarias del LAWFARE, no dudó de ponerse al frente de una de las iniciativas, INFOJUS, con la que se intentó democratizar ese Poder del Estado que sigue siendo hoy una rémora monárquica que encarcela de formas amañadas y juega siempre a ser un barco ladeado para el lado de los poderosos y las corporaciones. Hoy esta mafia tiene preses a dos compañeras: Milagro Sala y Cristina Fernández de Kirchner.

En esa época, su libro “Un mar de castillos peronistas” fue un homenaje una invitación, sin temor a tomar posición, a pensar la coyuntura bajo un conjunto de metáforas festivas de conquistas que se amasaron en ese antiguo living de Viamonte y que en los 2000 fueron sancionadas como leyes.  

También en esa época las revistas digitales “Cosecha Roja” y “Anfibia” se posicionaban como nuevos lugares de producción que desafiaban los modos simplistas de pensar la cultura Argentina en una dimensión no solo de crítica sino de reflexión. Y es en ese camino de “volver sobre si” en clave narrativa parió esa maravillosa novela “El tercer paraíso” donde se rastrea los devenires migrantes de una familia chilena corrida por la injusticia económica y política de pinochetismo. En ese camino recreado como “paraíso” agarró el valor para abrir su obra “Testosterona”. Y digo abrir porque ese texto y esa performance surgen como un develar zonas del pasado intencionadamente nubladas por mandatos culturales que condenan a lo “no macho” a la abyección y que hoy se celebra como ideología gubernamental.

Todo este recorrido no es externo a Cristian, es Cristian mismo, ese pibe que entró por la Patagonia, siguió por La Plata y terminó en esta Ciudad de Buenos Aires que jamás fue ni podrá serle extranjera, porque esta Ciudad y este país forjaron su obras que como texto e historia, como descripción y manual de operaciones, como aseveración y canto de lucha. Y es por eso que en tu novela nos decís, cito:

“¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir sobre la tierra? Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos”  

Gracias Cristian, merecido reconocimiento, porque tus historias nos siguen dando territorios y brújulas, crónicas y rutas. En suma territorios para muchos floreceres y ecos para muchas canciones que nunca dejarán de recorrer tiempos y espacios persiguiendo el amor que salva y la justicia que falta.

La entrada Consejos para mi amigo, el ilustre se publicó primero en Revista Anfibia.

 

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  • Cien veces Rosa

     

    Texto publicado el 15 de agosto de 2019

    —¿Cuánto más vive una persona? ¿Quinientos años? Cien años están bien vividos, ya hice suficiente —dice Rosa Roisinblit mientras recorre con su mirada el living de su departamento en Congreso. Hay poco espacio en las paredes. Ahí, enmarcado, está el diploma por el doctorado Honoris Causa de la Universidad de la Patagonia. Más abajo, la declaración de Visitante Ilustre de Montevideo. En los huecos, más menciones, pinturas y fotografías. Las imágenes en blanco y negro se mezclan con las de color. En grises, la de su hija Patricia pegada a la de su yerno, José, desaparecidos durante la dictadura militar. Otra con su marido Benjamín, ya fallecido, y Patricia en brazos. Algo desgastadas, junto a su nieta mayor, Mariana Eva, y sus compañeras de Abuelas de Plaza de Mayo. Con más definición, están las de su nieto Guillermo cuando supo su verdadera identidad. A puro brillo y color, fotos de sus nietos y bisnietos.

     

    Rosa Tarlovsky de Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, cumple cien años. Hace 41 años que busca a su hija Patricia Julia Roisinblit. Encontrar a su nieto Guillermo, nacido en cautiverio, le llevó menos tiempo: dos décadas. Pero construir una relación con él, casi la misma cantidad de años: 15.

     

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    En 2016, cuando Rosa ya había cumplido 96, logró la primera condena para el ex jefe de la Fuerza Aérea y miembro de la segunda Junta Militar, Rubens Omar Graffigna. Hasta ese momento, el represor no tenía condena. Había enfrentado un solo proceso judicial por delitos de lesa humanidad, el Juicio a las Juntas en 1985 y había sido absuelto. 

     

    Rosa camina con dificultad. Tiene las piernas débiles y doloridas, por eso usa una silla de ruedas. Redujo las actividades que implican poner el cuerpo. Las redujo, no las eliminó. Este año estuvo en el Congreso para acompañar la presentación de un anteproyecto de ley que busca proteger la Memoria, la Verdad y la Justicia. A pesar del temporal llegó a La Rural para la presentación del libro de Cristina. El año pasado cantó el himno de pie en “La Patria está en peligro”, una convocatoria contra el FMI. Cada martes participa de la reunión de Comisión Directiva de Abuelas. Alguno de los nietos o nietas que trabajan en la Asociación la pasa a buscar por su departamento y la lleva hasta la sede de Virrey Cevallos. Almuerza con sus compañeras y después duerme una siesta hasta las tres de la tarde en un espacio acondicionado para ella. Se sienta al lado de Estela de Carlotto, como lo hace desde 1989 cuando dejó de ser tesorera para asumir como vicepresidenta. Ya no interviene tanto, a veces los audífonos no logran captar lo que se plantea.

     

    —No me gusta estar callada y no decir nada, estoy medio sorda y a veces digo algo y meto la pata. Estela me dice: ´Tu presencia es muy importante´. Este es mi lugar en el mundo y quiero que no me olviden —desea Rosita, en voz alta.

     

    Rosa_02

    La silla de ruedas está plegada al lado de un arcón donde guarda recuerdos, fotos y cartas. Los domingos lee La Nación. Se reserva para el lunes el suplemento Ideas. Una pila de libros, una agenda, una lapicera, fragmentos de diarios y revistas de crucigramas están al costado de la mesa. Rosa conversa sentada a la mesa, el mantel color crema con flores azules le cubre las piernas. Es friolenta y por eso apoya sobre el regazo una botellita de plástico que usa como si fuera una bolsa de agua caliente. Mantiene una firme rutina intelectual. Si olvida alguna palabra específica, espera varios segundos, levanta la vista y hurga en su memoria. 

     

    —¿Cómo se llama..? —mueve las manos—. Es una palabra muy sencilla —agrega mientras la define. La palabra aparece y Rosa retoma su conversación plagada de detalles, fechas y nombres. 

     

    A Rosa le gusta estar informada. Mira C5N y está al tanto de la actualidad política. Hace poco terminó de leer las casi 600 páginas de Sinceramente, el libro de Cristina Kirchner.

     

    —En la presentación del libro me saludó Alberto, el próximo presidente —dice pícara y levanta las cejas por arriba del marco de los lentes dorados. 

     

    Los anteojos le combinan con los aros chiquitos en forma de flor. Viste un conjunto de pulóver y campera con el mismo estampado de rayas irregulares, negras, blancas y marrones. Arriba una chalina de lana colorida, que va mezclando colores cálidos con una reducida línea azul. Ninguno de esos colores compite con sus labios pintados de rojo. Durante la entrevista Rosa se mirará en un espejo redondo con pie de carey que quedó sobre la mesa.

     

    —Sí, soy coqueta, me gusta arreglarme —admite y se acomoda el cabello–. Voy a la peluquería todos los sábados, me lavan la cabeza y me peinan. A veces me hacen las manos, sino me las hace Ana, la mujer que me cuida.

     

    Sus dedos son finos. Lleva un anillo con una piedra verde.

     

    ***

     

    Rosa se recibió de partera en la Escuela de Obstetricia de Rosario. Cuando terminó la educación básica, en 1934, un médico amigo de su familia ofreció hospedarla en su casa para que estudiara esa carrera en la ciudad santafesina. Los Tarlovsky vivían en Moisés Ville, Santa Fe, la primera colonia judía de Argentina, fundada en 1889 por un grupo de familias que huían de las persecuciones zaristas en Rusia.

     

    —A mí no me gustaba estudiar eso pero preferí ser partera antes que no ser nada  —cuenta—. ¿Qué le puede gustar a uno ver colas de mujeres? La edad que yo tenía… Era muy joven, apenas rondaba los 20 años.

     

    Después de recibirse, Rosa fue Partera Jefa de la Maternidad Escuela de Obstetricia de Rosario. Trabajó ahí tres años. Al tiempo viajó a Buenos Aires y consiguió trabajo en un sanatorio donde pidió quedarse a vivir. Rosa arma su línea de tiempos en el living de su departamento, que está colmado de plantas. Al lado de la ventana, una hilera de potus buscan el sol. 

     

    —Me gustan muchísimo las plantas. Mi marido antes de ser contador, estudió floricultura en los Estados Unidos —cuenta. 

     

    Benjamín era un laborioso del amor. El 21 de cada mes, pensaba un regalo para celebrar el aniversario del noviazgo, el 21 de octubre de 1949. También le escribía poemas. Se conocieron el Club Hebraica, adonde Rosa iba a hacer gimnasia. Ella ya tenía 28 años y trabajaba como partera. A la salida de la confitería de Córdoba y Maipú, la pareja caminaba unas cuadras hasta la Plaza San Martín. Elegían un asiento en un lugar oscuro y se besaban. Cuando las luces de la plaza los molestaban, el novio le tiraba piedritas y las rompía. 

     

    Cuando Rosa quedó embarazada de Patricia, la consideraron una “primípara añosa”, una primeriza con treinta y dos años que, además, ya había sufrido un aborto espontáneo a los cinco meses de gestación. Por indicación del médico, Rosa pasó nueve meses en cama hasta que parió a su única hija, por cesárea.

     

    —La cosa es que nació y ésta es la beba que se llevaron durante la dictadura —recuerda Rosa mientras toma una foto de Patricia de su agenda.

     

    Durante la niñez de Patricia, Benjamín y Rosa se organizaban para cuidarla. Si ella tenía guardia, él trabaja desde su casa. Cuando terminó el secundario, Patricia empezó a cursar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Ingresó al área de Sanidad de Montoneros, el grupo armado de jóvenes peronistas. En aquel tiempo Rosa no sabía que iba a quedarse sola. Benjamín Roisinblit falleció en 1972 de un cáncer de estómago. Faltaban seis años para que la única hija del matrimonio fuera desaparecida por las Fuerzas de Seguridad.

     

    ¿Se ve que es linda? —pregunta Rosa mientras señala la pared y mira la foto de su hija—. Era linda, usted la ve y se ve que es linda. La cosa es que yo me casé, señorita, y tuve una hija… y se la llevaron. Y yo, desde ese día, no paré.

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    ***

    El 6 de octubre de 1978, un grupo de tareas de la Fuerza Aérea secuestró a José Manuel Pérez Rojo, de 25 años, mientras trabajaba en su cotillón de Martínez. Luego fueron a buscar a su esposa, Patricia, al departamento en el que vivían, en Palermo. Tenía 26 años y un embarazo de ocho meses. Esperaban a un varón al que llamarían Rodolfo. Se llevaron también a su hija Mariana Eva Pérez, que entonces tenía quince meses. Al anochecer, el grupo autodenominado “Coordinación Federal” llevó a la beba a la casa de su abuela paterna, Argentina Rojo de Pérez. Como allí no había nadie, la dejaron en la casa de la hermana de Argentina, en Olivos. Desde uno de los autos, Patricia gritó: “Por favor, recíbanme a la nena que nos secuestran. ¡Estoy embarazada y me llevan…!”. José, con las manos atadas, pedía lo mismo.

     

    Los autos en los que trasladaban a José y Patricia aceleraron con destino desconocido. Mariana Eva se quedó con su primo Marcelo Rubén Moreyra hasta que pudieron encontrar a su abuela paterna. Más tarde le avisaron a Rosa. Fue hasta el departamento de su hija, les habían robado y destrozado la casa.

     

    A los diez días, Rosa recibió un llamado de su hija en el que le decía que la estaban tratando bien. Pocos días después, atendió el segundo. Uno de los secuestradores le transmitió un mensaje: Patricia pedía que controlara las vacunas de Mariana. Rosa entendió que era una señal de su hija para avisarle que estaba viva. Esperó en su departamento una nueva comunicación pero el teléfono no volvió a sonar.

     

    —Yo estaba tan confusa, estaba tan sola, estaba completamente sola —recuerda Rosa. 

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    Luego de recorrer comisarías, juzgados y cárceles para obtener alguna información, se contactó con el rabino estadounidense Marshall Meyer que trabajaba en la Congregación Bet El de Capital Federal. Él le dió el dato de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Llegó al edificio, subió hasta el primer piso y se encontró con Alfredo Galleti, quien también tenía una hija desaparecida y era uno de los abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels). La invitó a que fuera a su casa al día siguiente a una reunión con otras mujeres que buscaban a sus nietos. Rosa llegó llorando, desesperada por encontrar a su hija.

     

    —Yo fui, no sabía si este hombre era un tipo puesto por la dictadura o si era leal. Ahí me encontré con dos o tres mujeres y me asocié con ellas hasta el día de hoy —sonríe Rosa al recordar a Chicha Mariani y Estela de Carlotto.

     

    Se sumó a las reuniones que se hacían en lugares diferentes para no ser detenidas: en estaciones de ferrocarril o en confiterías donde simulaban algún cumpleaños. Asumió como vicepresidenta en 1989, cuando Estela de Carlotto dejó el cargo para reemplazar a Chicha Mariani como autoridad máxima. Durante años viajó a Ginebra para participar de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Recorrió el país y el mundo difundiendo el trabajo de las Abuelas.

     

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    ***

    —Para ser Abuela de Plaza de Mayo no se exige que cada una sea una profesional o una gran sabionda. Mi hija no va a volver, pero la vida me devolvió un nieto —dice.

     

    En la mesa redonda del departamento de Congreso también está la foto de Mariana, la beba a la que dejaron en la casa de la consuegra de Rosa. Hay otra de Guillermo a los 21 años. Rosa dice que, como partera, sabía que el embarazo de su hija era viable. Luego de aquellas dos llamadas, alguien le contó que Patricia había parido en la ESMA.

     

    La habían llevado pocos días antes de dar a luz, 15 de noviembre de 1978, desde la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA), una casa quinta que funcionó como centro clandestino de detención en Morón. En la ESMA, Patricia estuvo atada a la pata de un escritorio, con los ojos vendados. Su marido estaba en el mismo lugar, torturado. Sólo una vez, en todo su secuestro, la llevaron al patio para que mirase el sol. Amalia Larralde, una de las detenidas, contó que vió salir a Patricia del sótano de la Escuela de Mecánica con su bebé en brazos.

     

    —Mariana lo buscó y Mariana lo encontró —dice Rosa en referencia a Guillermo, ese bebé que nació en la ESMA y al que habían decidio llamar Rodolfo.

     
     
     
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    Es 8 de septiembre de 2016, la vicepresidenta de #Abuelas Rosa Roisinblit y sus nietos, Mariana Eva y Guillermo Pérez Roisinblit, lograron probar que en el chalet donde funcionaba la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA) dependiente de la Fuerza Aérea en Morón, funcionó un Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio. Por allí pasaron Patricia, la hija de Rosa, embarazada de ocho meses y su compañero, José Manuel Pérez Rojo. El juicio que investigó y sentenció a los responsables del secuestro y desaparición de Patricia y José condenó por primera vez a Rubens Omar Graffigna, el ex jefe de la Fuerza Aérea y miembro de la segunda Junta Militar de la dictadura, que había sido absuelto en el Juicio a las Juntas y desde entonces había eludido la justicia. También fueron condenados Francisco Gómez, ex personal civil de inteligencia y apropiador de Guillermo y Luis Tomás Trillo, el ex jefe de la RIBA. Fruto de las investigaciones arrojadas durante el juicio, en 2017 la casa fue declarada Sitio Histórico de la Memoria, pero el jueves último un incendio destruyó parte del inmueble y se perdieron materiales de trabajo. Esperamos que la #justicia investigue quiénes fueron los responsables del incendio y el Estado garantice la preservación de los espacios que guardan la #Memoria del pueblo argentino. Foto: Noelia Pirsic/ ANCCOM. @anccom_noticias

    Una publicación compartida por Abuelas de Plaza de Mayo (@abuelasdifusion) el 18 de Feb de 2019 a las 3:50 PST

     

    Mariana Eva trabajaba el área de Investigaciones de Abuelas. En abril de 2000 recibió un llamado anónimo con datos sobre el hijo de una estudiante de Medicina. La denunciante le habló de Francisco Gómez, y lo describió como un hombre que manejaba armas y documentos falsos, y que tenía conocimiento de los vuelos de la muerte. También le contó que lo había visto llegar a su casa con un bebé en brazos. Como la mujer tenía una hija de pocos meses, le pidió que también amamantara al recién nacido, supuesto hijo extramatrimonial de un militar. Un día, borracho, el apropiador confesó que ese nene era hijo de una desaparecida. La mujer le pasó los datos de Guillermo a Mariana, que salió a buscarlo.

     

    Mariana llegó al patio de comidas frente a la plaza de San Miguel donde trabajaba Guillermo y pidió hablar con él. Le dijo que estaba ocupado. Mariana tomó un papel y escribió: Mi nombre es Mariana Pérez, soy hija de desaparecidos, estoy buscando a mi hermano y es muy posible que seas vos. Se la entregó guardada en un libro de Abuelas. Guillermo leyó la nota de inmediato.

     

    —Yo nací otro día, no soy tu hermano… A menos que esto sea falso  —contestó Guillermo mientras le mostraba su documento.

     

    Esa misma tarde, Guillermo se acercó a la sede de Abuelas. Le extrajeron sangre y la enviaron a Seattle, Estados Unidos, para hacer un cotejo de ADN. El 2 de junio del 2000, Rosa estaba en Boston. Le habían entregado un Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Massachussets, cuando recibió el llamado de la genetista Mary Claire King que le confirmó que Guillermo era su nieto.

     

    —Había risas, llantos, gritos, de todo. Yo también lloraba —cuenta Rosa, en su departamento, al tiempo que levanta las cejas. Deja pasar unos segundo, baja la voz y la mirada—. Y después tuve muchos problemas con él. Me dió mucho mucho trabajo conseguir tener una buena relación.

     

    —Cuando yo aparezco tenía 21 años y un montón de problemas como para asumir mi historia. Yo no buscaba mi identidad. Para mí fue muy complicado. Tratamos de acercarnos, chocábamos, volvíamos, nunca dejamos de hablarnos, incluso enojados. Para colmo ella era querellante contra mis apropiadores —explica Guillermo Pérez Roisinblit en la oficina del anexo de la Cámara de Senadores donde trabaja.

     

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    Los primeros años del vínculo fueron difíciles. Rosa recuerda llamados plagados de reproches, aunque resalta que Guillermo jamás le cortó el teléfono.

     

    —No me llames, no quiero hablar con vos —le decía Guillermo a Rosa.

     

    Un día su abuela le retrucó:

     

    —Decime una cosa, esa persona a la que vos llamás mamá, ¿es mi hija?

     

    Para Rosa ese fue un quiebre en la relación.

     

    —Yo terca como una mula, llamaba y llamaba. Si él ya sabía que era mi nieto, él sabía  que esa mujer no era mi hija. Ahí él empezó a cambiar —cuenta Rosa—. Era un chico muy bien educado, los milicos les enseñaban bien, pero no me aceptaba.

     

    —Yo no era ese nieto que esperaban —admite Guillermo—. Yo quería que no me hablara más. Alguna que otra vez nos hemos gritado pero jamás le falté el respeto —agrega. 

     

    Lamenta esos años.

     

    —Con la baba perdimos muchísimo tiempo.

     

    Finalmente, las llamadas telefónicas se convirtieron en un juego.

     

    —Bueno, te dejo porque mañana me tengo que levantar temprano para ir a ver a mi abuela.

     

    —Ah ¿si?, ¿tenés una abuela? —le contesta ella

     

    —Si, tengo una abuela casi centenaria —le informa él.

     

    —Aaaaaaah, mira vos —responde Rosa mientras simula sorpresa.

    ***

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    Los apropiadores de Guillermo, el ex personal civil de inteligencia Francisco Gómez y su esposa Teodora Jofré, fueron condenados en abril del 2005. El juez federal Jorge Ballestero dictó una pena de diez años de prisión para el médico Magnacco, que asistió a Patricia en el parto, siete años y medio para Gómez y tres años y un mes a su ex esposa.

    En el año 2016, Mariana le dió impulso a una causa iniciada por su abuela en 1979 para que se juzgue el ex integrante de la junta militar entre 1979-1981 y ex jefe de la Fuerza Aérea, Omar Domingo Rubens Graffigna, el ex encargado de la RIBA, Luis Tomás Trillo, y el apropiador Francisco Gómez, por privación ilegal de la libertad y tormentos.

    —Yo estaba todos los días, era lejos para ir, era un sacrificio. Ya era nonagenaria —afirma Rosa y recuerda su declaración testimonial ante los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 de San Martín, el 4 de mayo de 2016.

    El 8 de septiembre de 2016, el TOF 5 de San Martín condenó a Omar Graffigna y a Luis Trillo a 25 años de prisión. Gómez obtuvo una condena de 12 años de cárcel. 

    Un día, mientras estaba en su oficina de Abuelas junto a Estela, antes de ir a la sala de Audiencias, Rosa se paró y miró el retrato de Patricia que cuelga de la pared:

    —Ay, hijita, ¿porque me hiciste esto?

    Mientras conversa en su departamento, Rosa toma el café sin azúcar que le preparó Ana, la empleada. Se ofusca cuando es consultada por su legado.

    —No soy tan importante para dejar ese tipo de cosas. No sé porque están esperando eso de mí. ¿Tengo que hacer un discurso cada vez que me ve gente? —se pregunta Rosa, que ya encontró a 130 nietos—. Yo ya voy por los 100 años. ¿Cuántos más voy a vivir? Ahora la gente joven tiene que participar. Tienen que hacerse cargo de la amplitud de esa palabra: participar.

    Fotos: Gentileza Prensa de Abuelas de Mayo

    La entrada Cien veces Rosa se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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