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CON BASE EN EL PODER CONTINÚA SU PROCESO DE CRECIMIENTO

El mundillo de Juntos Somos Rio Negro (JSRN) continúa creciendo en materia electoral, los números lo avalan y la tendencia verde continúa en proceso de alza en tiempos eleccionarios, desde el sobresalto de las intermedias del 2017 los estrategas de Juntos empezaron a atinar los tiros y el partido provincial se consolida con bases en el poder.

Estas PASO legislativas 2021 de cara a las generales de noviembre enmarcaron el crecimiento del partido provincial que sostuvo y superó los buenos resultados de las elecciones del 2019. La diferencia del oficialismo rionegrino con el Frente de Todos (FdT) fue tan clara (y acá el FdT ligó resabios nacionalistas), que Juntos por el Cambio (JxC) en la sumatoria interna de sus 3 pre candidatos se coló como segunda fuerza política provincial muy poquito por encima del FdT que solo ganó por la mínima en el distrito de 9 de Julio, un distrito con poquísimo caudal de votos.

Juntos Somos Río Negro sacó 34,74% de los votos con Agustín Domingo como primer pre-candidato contra 27,04% de la segunda fuerza, Juntos por el Cambio, que compitió con tres listas internas (Tortoriello, de Rege, Jalabert). Fue seguido por el Frente de Todos (25,00%) con Ana Marks a la cabeza, el Frente de Izquierda y los Trabajadores (5,35%) con Norma Dardik como pre-candidata. Con casi el 99% de las mesas escrutadas JSRN supera los 122mil votos, JxC los 95 mil, el FdT los 88mil y el Frente de Izquierda los 18mil.

“El verde es un proceso, no un estado. Necesitamos pensar en “verde” como un verbo, no un adjetivo”, dijo el psicólogo y periodista Daniel Goleman autor del libro “Inteligencia Emocional”, y podemos aplicar la frase a la cuestión política emocional del oficialismo provincial que continúa en proceso de crecimiento, mutando esa construcción adjetiva del color “verde” en un verbo, en una acción en tiempos de sufragio.

La tendencia del crecimiento continuo del partido provincial y en consecuencia su sostenimiento en el poder se visualiza en una de las ciudades con mayor impronta peronista como lo es Gral. Roca desde hace décadas, que en el presente enfrenta un claro derrotero frente a JSRN en las últimas 2 elecciones. En 2019 JSRN cercenó diez puntos de diferencia cuando el margen era de casi 20 en 2017, 4 años después la diferencia es solo de cinco puntos.

Medios provinciales no oficiales y oposición instalan hace rato internas en el oficialismo, sin embargo si es cierto, no se refleja en las urnas, o bien, el senador Weretilneck y el diputado Di Giacomo, la gobernadora Carreras y su vice Palmieri, más Pesatti y Genusso intendentes de Viedma y Bariloche saben limar asperezas cuando hay que tomar decisiones fuertes.

Una muestra de ello, es la elección del vicegobernador Alejandro Palmieri como co-equiper de la gobernadora Arabella Carreras en el momento en que la justicia electoral no aprobó una nueva re-elección de Alberto Weretilneck en 2019. Una buena jugada de Juntos que necesitaba ganar territorio en la ciudad de los Soria y vaya si lo hizo, que como mencionábamos achicó el margen en 15 puntos en solo 4 años en una de las ciudades con mayor peso electoral de la provincia.

La paliza electoral que recibió el FdT en Rio Negro tiene también por supuesto su injerencia nacional, la falta de caudillismo con unión en las bases del peronismo rionegrino los deja ligados directamente a la figura del presidente Alberto Fernandez, a la cara del fracaso del gobierno nacional, esos que suele castigar el argentino promedio, que cuando le permiten votar lo hace por la propuesta que en el momento considera más conveniente para su vida. O si hay un fracaso en el medio, lo que en la práctica del voto es lo mismo, vota en contra de la fuerza política que le haya desordenado su vida, su existencia cultural en el mundo.

La lista de JSRN refleja también un análisis coyuntural y un miramiento macro del electorado, que quizás no ha tenido el FdT o quizás no pueda tener ya que hoy su mesa debería ser con pluralidad de voces y en el caso del peronismo en la variedad no está la diversión, sino el problema. Rio Negro tiene 4 ciudades que representan casi 300 mil votantes rionegrinos, sobre los 560 mil habilitados para acudir a las urnas, y JSRN cerró el póker de ciudades pico al hacer crecer la imagen de su Vice Gobernador Alejandro Palmieri. Hagamos un resumen.

  • San Carlos de Bariloche cuenta con casi cien mil ciudadanos habilitados para votar, de allí es oriunda la gobernadora Arabela Carreras, y también es el distrito de Agustín Domingo, él candidato para Noviembre. En la zona andina la tendencia de las últimas elecciones se mantiene y la diferencia con el FdT estuvo arriba de los dos dígitos, allí no suele tener problemas JSRN.
  • En Gral. Roca hay más de 78 mil electores, siendo la segunda ciudad con mayor electorado como mencioné ahí se visualiza la tendencia de crecimiento de JSRN y Alejandro Palmieri se ha encargado de ser la cara del oficialismo en su ciudad. Como mencionábamos los números de las urnas roquenses lo avalan, habiendo reducido una brecha abismal en tan solo dos elecciones. Ahora es de solo 5 puntos.
  • Cipolletti cuenta con alrededor de 65mil votantes y aunque es la ciudad del senador Alberto Weretilneck y además es el distrito del legislador Lucas Pica candidato suplente, en este caso, es el único punto geográfico a rever por parte del oficialismo ya que cedió por un amplio margen ante JxC con el ex intendente cipoleño Anibal Tortoriello a la cabeza.
  • Viedma, capital de la provincia, cierra el póker de ciudades que conserva más de la mitad de los votos rionegrinos con más de 50 mil personas habilitadas para sufragar, la meca de la política rionegrina siempre está marcada por los gobiernos de turno y además suelen coincidir con las conducciones de la ciudad, como lo es en este caso con otro de los referentes del partido Pedro Pesatti, intendente comunal y ex vice gobernador de la provincia. JSRN estuvo 15pts arriba del FdT y 8 por sobre los pre-candidatos de JxC.

Pero esto no es todo, a la cuestión territorial y cuantitativa sumaron acertadamente como pre-candidata a la Dra. Mercedez Iberó, la cara más visible en la provincia durante toda la pandemia, incansablemente se consumió el parte diario que llegó a cada rincón de Rio Negro durante casi un año. La doctora que no nació en la provincia sí deambuló por su profesión de este a oeste de Rio Negro, siendo en este último tiempo es el personaje político de mayor crecimiento en la provincia. En unas legislativas de intermedio las caras conocidas garpan.

Es atina la incorporación y destacable la participación de la legisladora reginense Marcela Ávila (suplente) también fue un buen complemento en la lista siendo referente de un circuito como lo es el Alto Valle Este que cuenta con su ciudad de origen Villa Regina como la 5ta ciudad con mayor cantidad de electores (27mil) donde también gobierna Juntos con Marcelo Orazi como jefe de la comuna.

Un triunfo que cobra más valor aún si entendemos que el tratamiento de la pandemia mundial con el resultado puesto generó recelo en la sociedad ante la narrativa de la sanidad por encima de todo, parece ser que el electorado aquí no acusó el impacto que sí estuvo volcado negativamente a la imagen del Presidente y en consecuencia a los pre-candidatos a legisladores del FdT en el interior. Las mayorías populares sintieron la presión del ajuste del gobierno, la sintieron en el cuero y en consecuencia, votaron en sus provincias castigando a nivel nacional.

El peronismo ha sido disfuncional y disruptivo en nuestra provincia en este último lustro, la lucha de egos lo ha socavado desde adentro, la falta de un líder indiscutido ha dispersado el rebaño en un partido que históricamente ha necesitado linealidad y referencia, hoy está desarticulado.

Ya con Martín Soria con las miras puestas fuera de la provincia como Ministro de Justicia, esa falta de liderazgo se acentuó (aunque también era discutido por sus pares), no alcanzaron las apariciones del senador Martín Doñate durante esta gestión (hoy la cara más visible en la provincia) y a esto hay que anexarle las divisiones internas a nivel municipal, provincial y nacional, la astillada bancada interna al Presidente Fernandez, los silencios de Cristina y el desgastado manejo de la pandemia, factores que incidieron negativamente en muchas provincias en efecto cascada, tal es así que en la nuestra relegó espacios cediéndole a JxC el espacio para ser la segunda fuerza política. De las tres bancas que tiene el FdT en la cámara baja puede quedar con solo una.  

Una de las críticas más repetidas en la militancia del peronismo a nivel provincial deviene del apoyo de Nación en la provincialización de las obras en Rio Negro, que según los militantes peronistas no hace más que regalarle votos al oficialismo provincial que hoy consigue hacerse más fuerte gracias a los resultados obtenidos. No es alentador el futuro para el peronismo en la provincia si vemos que el marco nacional post PASO no va a colaborar, y tampoco lo hacen los mismos actores políticos del peronismo rionegrino.

La cobertura territorial de juntos se cimentó con tiempo y desde el poder con el aparato estatal a su favor, un poder que llegó de sopetón sin esperarlo con el asesinato de Carlos Soria a los pocos días de asumir como Gobernador. Difícil es el panorama del peronismo sin líderes y perdiendo el  territorio que siempre tuvieron.  La autocrítica de las cabezas peronistas rionegrinas deberá ser fuerte, o los cuadros políticos más jóvenes deberán acelerar su proceso de militancia para sentarse en la mesa a discutir, si en definitiva son ellxs lxs que caminan los barrios.

La coyuntura nacional es el texto explicativo de porqué desde lo comunicacional estuvo bien direccionado el mensaje oficialista de oposición a la disputa polarizada de la política nacional, ser outsiders de la grieta, decidir por nosotros mismos, posicionarse en nuestra tierra, acá! obtuvo su rédito.

En esa disputa nacional los mismos que habían votado a la alianza Cambiemos en 2015 y habían colocado a Mauricio Macri en la presidencia lo bofetearon cuatro años después, el pueblo ahora volvió a votar a JxC  por la misma razón que en 2019 volvió a votar al kirchnerismo, por percibir el fracaso en el oficialismo de turno.

Nada de esto es una cuestión ideológica ni mucho menos. Eso solo existe en las minorías militantes que sí son ideológicas y viven en un microclima de rosca constante que encaja como un rompecabezas en la famosa grieta. Como buen pueblo exitista solemos castigar el fracaso de manera tan fácil como nos sentimos atraídos por la pasta del campeón.

Salir de esa rosca y de ese loop de caras conocidas y alfombras rojas tendidas (aunque sea en el imaginario) es un patio que se apreció como una buena opción para el electorado rionegrino. Mientras tanto JSRN se sigue consolidando en la provincia y solo una continuidad de yerros en la superficie puede subirles un poco el agua y mojarle algunos votos de cara a noviembre.

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Poco más de 375mil personas votaron este domingo alcanzando un 67,8% de participación del electorado, un número que está por debajo de la media que suele alcanzar el 75% de las, aproximadamente, 560 mil personas habilitadas para sufragar.

Datos: App Elecciones Argentinas 2021

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  • La leyenda del algarrobo caminante

     

    En las vísperas del atardecer, el paisaje se tiñe de rosa. La luz viene del sol pero parece emanar desde la tierra. Los marrones del suelo se vuelven naranja, los cerros en violeta profundo. Árboles y cactus adquieren un verde oscuro y suave. Es el cambio de guardia entre los bichos del día y los de la noche, un breve traspaso en que  las lechuzas vuelan con los pájaros y el zumbido de las abejas se mezcla con el canto de las ranas. En este momento intersticial un zorro baja del monte. Serpentea por un río ya seco. Busca agua. El camino tiene apenas rasgos de humedad. Sobrevuelan dos cóndores que aparecieron hace rato. Sedientos también, quizás. El zorro llega al borde de un cráter enorme. Parece la entrada al infierno. Son infinitos escalones de tierra, perfectamente esculpidos: baja dando saltitos. El viento ruge fuerte. Un lago turquesa resplandece en la luz crepuscular. Huele acre, peligroso. Un cartel oxidado anuncia “MINA PILCIAO 16”.

    Sin otro remedio, el zorro bebe del lago. Sorbos voraces. Quema pero no tanto como la sed. Luego, busca reparo bajo el único árbol que queda: un algarrobo solitario, grueso pero enjuto. Entre las ramas se cuelga un viejo letrero, que reza: “Sin agua no hay membrillo”. Al zorro le duele la panza. Escucha como los dedos petrificados del algarrobo repiquetean contra el cartel, como el eco de una copla. Entonces una fuerte ráfaga despierta la voz del árbol, que por años descansó, esperando alguien que lo escuche. El algarrobo se aclara la garganta y empieza a contarle al zorro una leyenda. La leyenda del algarrobo que caminaba.

    Las raíces 

    ¿Cómo crece un árbol que camina? Con pequeños pasos…” 

    Pequeños pasos son los que llevaron a dos hombres al polvoriento camino una mañana hace muchos años. El sol del verano pegaba fuerte y el calor sofocaba. Eligieron un lugar al lado de un algarrobo chiquito, que apenas daba unas huellas de sombra. Sudando, los dos desplegaron una pancarta, de un extremo de la calle al otro. Se enraizaron ahí para prevenir el paso de las máquinas. Así pretendían frenar la megaminería. 

    Megaminería. Un eufemismo que dice poco y encubre mucho: una montaña que se vuelve cráter, sus entrañas destripadas y lavadas con agua y cianuro; las achuras amontonadas en pilas de roca estéril; las partes más exquisitas llevadas para las mesas de los países “desarrollados”; y el agua dulce – ya cianurada – atrapada en un “dique de colas”, una laguna contenida por una frágil membrana.

    En contra de este Goliat, dos hombres con una tela finita. Pero debajo de su pequeño brote, había algo más: echaron raíces que en el subsuelo se extendieron en busca de sustento. Así se plantaron dos, pero llegaron dos más. Y dos más. Y luego cuatro más y cuatro más. Y ocho… y así multiplicándose hasta que era más que un brote. Un retoño. Y de tanto llegar, se enraizaron también. Se quedaron la noche. Después otra. Se festejó allá la Noche Buena de 2009. Después Año Nuevo. Y siguieron. Establecieron turnos y el algarrobo nunca se quedó solo. Y así empezó a crecer su hermano. Era el más inquieto del par. Uno se quedó en su lugar, vigilando el camino que llegaba al cerro. El otro iba y venía con los vientos.

    Este árbol que caminaba se convirtió en una asamblea. No fue la primera ni la única. Pero era la que más caminaba. Y cuando no estaba caminando, sus ramas se juntaban. Sentados en el suelo, abanicándose con lo que había para luchar contra el calor. Todos emparejados con el horizonte durante las deliberaciones interminables: los “de apellido” y los “sin”, los del “centro” juntos con los de la “orilla”, los de plata ensuciándose con la misma tierra y sudor que los demás. Los cerros, a lo lejos, eran lo único que los sobrepasaba.

    Entonces, cuando la policía intentó levantar el acampe el 15 de febrero de 2010, sus raíces ya estaban firmes. Al atacar a unas ramitas, se sintieron los tirones hasta en el centro de Andalgalá. Todos salieron a defender su pueblo y su tierra. 

    “Es una lección que difícilmente pueden aprender las mineras,” el algarrobo le explicó al zorro. “Toda su operación se basa en pirámides: de un CEO extranjero a un puñado de capataces hasta unos cien peones; o bien, del punto de la escombrera hasta su piso ancho. Es la única forma que ven. Pero la asamblea no era una pirámide, era un algarrobo. Era un conjunto de vecinos, ninguno más imprescindible que otro. No había una cabeza para arrancar, ni un solo algarrobo que se pudiera talar. Porque la asamblea también era una articulación de una lucha que la excedía. No hacía falta haber estado meses en el árbol, pasando la palabra en la asamblea. Muchos más salieron a la calle ese día, aunque fuera sólo para dar agua a sus vecinos o curar sus heridas. Andalgalá tenía el espíritu del algarrobal.” 

    Aquel tejido de madera hecho con raíces y sangre pudo revertir la autorización de la Mina Agua Rica (alias “MARA”). Si Agua Rica se hubiera llegado a abrir arriba en las montañas, es muy probable que el agua contaminada hubiera escapado de su laguna para correr abajo por el Río Andalgalá. Y al envenenar el pueblo, la plaza hubiera quedado vacía y el oro que dormía debajo de sus baldosas desprotegido. Así la codicia también seguía el río, una pluma de contaminación que pretendía entrelazar el Agua Rica con otro complot. El proyecto de la Mina Pilciao 16, textualmente, contemplaba la indemnización de los vecinos de Andalgalá: desarraigarlos y replantarlos en otro lado, para que el camino al oro quedaría libre de raíces.

    “¿Escuchas?” , pregunta el arbol. “¿El eco de los golpes, el redoble de los pasos?”

    El zorro, luchando contra los dolores agudos en su panza, inclina la cabeza.

    “Así empieza la leyenda del árbol que caminaba. Aquí mismo en lo que antes era la plaza de Andalgalá…” 

    El zorro echa un ojo al cartel de la Mina Pilciao 16 y se acomoda de nuevo para escuchar cómo sigue.

    El tronco

    “Al caminar, los brotes se endurecieron, pero no dejaron de andar. La asamblea era su tronco y cada caminante una ramita. Como las mías, se estiraban para el cielo. Pero también se quedaban conectados a su base…”

    Había una de las ramas, una bien alta y curtida. Cuando llegaban los extraños a Andalgalá, se los mandaban derecho para su casa, unas cuadras de donde nació la asamblea. Siempre los saludaba de la misma forma, fuera periodista, investigador, viajero, hippie o asambleísta: “Bienvenidos a Chaquiago. Ya estás en el centro del universo y yo soy Dios.” Y tomaban un vino casero de su creación bajo la sombra de otro algarrobo, el del patio del Cielo. 

    Le gustaba recitar a Atalhualpa Yupanqui: “Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás.” Fue instruido como sociólogo, y en sus 75 años, tenía acumuladas dos detenciones y un sinfín de causas, culpa de su lucha. Subía los senderos inclinados de los montes sin esfuerzo, mientras contaba, bromeaba y aún cantaba. Siempre llevaban a los recién llegados a caminar: “Tenés que caminar por la tierra… Tenés que dejarte pinchar por nuestras plantas. Sólo así se entiende nuestra lucha.” 

    Irse por los montes no es la única manera en que caminaba El Algarrobo. También daban dos vueltas a la plaza una vez por semana. Al atardecer, cada sábado, las ramitas se acercaban. De a poco se trenzaban y empezaban a caminar. A su ritmo, bailando con tambores. Las ramitas del Algarrobo caminaban para ver; también para ser vistas. Al caminar, uno se despertaba y también podía despertar a los demás. 

    Otra ramita, una periodista de Andalgalá, se despertó así, caminando. Cuando llegó la Mina Bajo la Alumbrera a fines de los 90, nadie sabía cuestionarla. Era la primera mina a cielo abierto en el país. Lo que antes era llamado “montaña” se empezó a nombrar como reserva de cobre, oro y molibdeno. Este giro retórico sin embargo, no advertía que estos minerales no se encontraban físicamente aislados, sino entrelazados, mezclados con la tierra y las rocas. Para resolver ese problema se ingenió la tecnología de open pit: dinamitar la montaña y separar sus componentes con una sopa tóxica. 

    Las ramitas veían como cada día un avión salía lleno de lingotes de oro, sobrevolando Andalgalá. Mientras tanto, las regalías prometidas no aparecían. No hubo derrame de la riqueza; lo único que empezó a derramarse fue el contenido del mineroducto, que escupía “barro”: una mezcla de minerales, agua y cianuro. El río, que daba vida al pueblo más cercano, empezó a quitarla: primero llegaron los dolores estomacales, diarrea y vómitos; después la muerte de sus animales; luego el cáncer; hasta que sólo se quedaron los fantasmas. Entonces empezaron a salir los ambientalistas locos. Así los llamaban. Protestaban en contra de la mina que ya estaba – La Alumbrera – y las que podían llegar a instalarse en el futuro: Agua Rica, Pilciao 16, entre muchas más. 

    “La ramita en cuestión no participaba al principio. Era una estudiante de secundaria en ese momento – cuenta el árbol – pero un día, el algarrobo caminante circulaba y ella lo vio.”

    Sonaban los tambores, pero no del alegre vaivén de una caminata, sino un tan tan bien mecánico y seco. Desde un costado, ella miraba pasar el desfile patrio. De repente, una oleada de movimiento espontáneo le llamó la atención. Los ambientalistas locos corrían entre los que marchaban, saltando y gritando. En vez de rechazo, ella sentía un tirón. Las ramitas le extendían sus manos y ella se las agarró. Ni siquiera fue una decisión consciente. Se metió y caminó con los loquitos por primera vez. 

    Después nunca dejó de caminar. Aunque se fue lejos de su tronco para estudiar, ella seguía participando. No podía cerrar los ojos una vez abiertos. Al caminar, la ramita había visto no sólo el presente, también un hilo fibroso que entrelazaba sus memorias. Una raíz que se estiraba hacia el agua. El río era muy importante para ella. No era solo el agua que servía para tomar o regar. Tenía un valor mucho más profundo. En su infancia jugaba ahí y se refrescaba en los días calurosos del verano. Después, con los años, se convirtió en su lugar para meditar. Al dejar los dedos de los pies congelarse en el agua y estudiar cómo la luz jugaba en la corriente, podía pensar y sentir de otra forma. Entonces solo faltaba atar sus recuerdos con la necesidad de defender los cerros, donde nacen los ríos. 

    La asamblea caminaba para estrechar ese vínculo entre memoria vital y lucha por el territorio. Hicieron charlas, panfletos, recitales, teatro en la calle, murales y más. Poco después de la primera represión nació la radio comunitaria. Para romper el cerco mediático, los vecinos empezaban a tirar semillas, a través de las transmisiones aéreas. Hacían varios programas semanales desde el predio de la asamblea, custodiado por el mismísimo árbol-hermano que ya daba más sombra que en su infancia.

    También sembraron semillas caminando. Los que antes eran brotes ya llegaron a ser ramas, que se preocupaban por los próximos brotes. Uno de ellos arreaba a un grupo de sus estudiantes al lado del río. Guiaba pero también dejaba que tocaran y jugaran. Pasaban el día caminando los cerros con expertos en historia, plantas, y aves. Así, los chicos nutrían sus propias raíces. 

    “Porque no puedes proteger lo que no conoces – explicó el algarrobo al zorro – si el caminar te hace despertar, el despertar después te hace seguir caminando. Escuché desapercibido cuando la ramita alta y curtida les contó a sus invitados la diferencia entre caminar y esperar:

    _No uso la palabra esperanza. La odio. Es de la religión eso de esperar, esperar un milagro. Esperar para que uno haga algo por vos, el gobernador, los políticos, Dios. Nunca me pasó un milagro, ¿a vos? Te morís esperando un milagro… no, no, esperar no. Hay que caminar…” 

    Muchos eran los que elegían caminar. Aunque el número de asistentes en la plaza fluctuaba según la gravedad del momento, los defensores de los cerros caminaban por todos lados. Estaban en las escuelas, en la cancha, en las juntadas de amigos y en la iglesia. Siempre estaban para dar una mano el uno al otro, si era apoyar a uno que perdió el trabajo o si había que encontrar una mascota perdida. Para muchos, la cosa más linda de la lucha eran las ramitas que habían conocido caminando juntos. 

    Ahora algo llama la atención al hocico del zorro. Algo en una corriente del viento, un cambio tan leve que no puede discernir qué promete. Se queda atento, tanto a la brisa como al cuento.

    Las hojas

    “Las historias no siempre son de alegría, unión y éxito- dice el árbol –  lo que da dimensión a los cerros, mientras uno camina entre ellos, también son las sombras. Y la asamblea, que caminó tantos años, también pasaba a veces por la oscuridad. Incluso, a veces son las mismas hojas que tapan la luz para las demás.”

    Las corporaciones sí sabían cómo esperar. Si encontraban trabas en un proyecto, hacían crecer su capital en otro lado del mundo, esperando que los caminantes se cansaran. Siempre volvían después para intentar otra vez. Y así fue en Andalgalá: a pesar de que la autorización de Agua Rica se había quitado en 2010 y que el Concejo Deliberante había prohibido la megaminería en la cuenca del río en 2016, encontraba un punto débil institucional y lo presionaba. En el medio de la noche el 28 de diciembre de 2020, la Corte Suprema de Catamarca declaró inconstitucional la prohibición y a las pocas horas de la madrugada empezaron a subir las máquinas al cerro. A diferencia del acampe de 2009, en el que pudieron prevenir y evitar la subida, esta vez el algarrobo caminante llegó tarde. Aunque la respuesta fue multitudinaria, las máquinas ya habían ocupado el territorio y todo se volvió más difícil. Así la pueblada que vino después expresó la desesperación y enojo. En la caminata número 584, incendiaron la sede de la empresa minera.

    “Las llamas son bien complicadas, – murmura el algarrobo – tendría que encontrar un árbol mucho más sabio que yo para que le diga que puede ser un bien. Capaz que le diría que hacen revivir al bosque… Destruir para renacer. Pero nadie se quiere quemar, nadie…”

    Quizás fueron infiltrados. O jóvenes enojados. O un acto de Dios. Quedaron muchas versiones. Lo cierto es que el poder sabía manejar el incendio. A pesar de tener cientos de policías cerca, dejaron que las llamas consumieran casi todo. Y después se tomó licencia para reprimir. Empezaron los allanamientos y las detenciones de asambleístas, sin pruebas. Lo que más lastimaba, además de los golpes, era tener que esperar. Esperar en la casa para la posible llegada de las pisadas de la policía. Esperar la notificación del celular de otro compañero detenido. Esperar en la celda para una liberación qué tal vez no venía. Y después de 14 días así, seguir esperando la resolución de las causas interminables. 

    “Escuché tantas historias relatadas bajo mis ramas – le cuenta el algarrobo al zorro – de triunfos, alegrías, nuevos lazos y aprendizajes; pero también de mentiras, celos, contiendas, y de violencia. Una de esas casi me quebró.”.

    Estaban bañadas en el sol de la tarde, cuando de repente pasó una sombra. Y brotaban palabras, viscosas como el bitumen, que después salían a chorro, imposibles de contener. La ramita contó sobre algo que le pasó mientras militaba. Alguien allí había abusado sexualmente de ella. Una herida de hacía años, tantos que era otra la asamblea, otros tiempos también. Pero la cicatriz todavía dolía. Filtraban las palabras que en su momento no se pudieron decir. Nunca hizo una denuncia, según ella le pidieron que no la hiciera.

    Desde su perspectiva, priorizaron la reputación de la asamblea por sobre una discusión por violencia de género. ¿Pero cómo se podía defender la tierra y aceptar el abuso? Entonces la unión no era la misma cosa que la coherencia y la coherencia podía ser sacrificada para la unión. Y si no se puede debatir esa contradicción abiertamente, las violencias pueden quedarse adentro también.

    “Las historias importan – dice el árbol – no por una verdad absoluta, sino por cómo se cuenta y a quienes… Lloramos todos ese día, lágrimas de savia.”

    Las semillas

    Un árbol que camina a veces tiene que buscar distancia – dice el árbol al zorro –  al alejarse, me han contado, todo se achica menos las montañas…”

    Todo bicho tiene plaga. Al fin y al cabo, la vida es una marcha de seres que alegremente se comen uno al otro. Pero caminar no es marchar. Se puede reducir la velocidad. Pensar. Hablar. Y las asambleas se han demostrado capaces de asumir el diálogo: trabajando sobre las diferencias, encontrando la fuerza en el conflicto. Porque si no, el costo es altísimo. Tu plaza puede convertirse en mina. 

    Entonces, cuando el enemigo externo es tan grande hay que cuidar cada ramita, especialmente las más vulnerables. Cada raíz ayuda a que la lucha quede anclada a la tierra. Las corporaciones no son buenas estudiantes de lo vital; aun cuando cavan profundo encuentran un límite. Se puede talar un algarrobo, se puede separar un árbol caminante de sus piernas. Pero no hay forma de sacar sus semillas. Acurrucadas en la tierra, saben exactamente la hora en que deben salir.

    El algarrobo nota que el zorrito está perdiendo su batalla. El agua le ha hecho daño. Lo tapa con sus ramitas para que no tenga que mirar más al Pilciao 16, por lo menos. Le dice: 

    “Había una investigadora que buscó reparo así como vos en mi cobijo. Pasó mucho tiempo acá pensando. Y un día me hizo una confidencia. Me contó: ‘solo pasé 6 semanas aquí en Andalgalá, pero fue también una vida. Compartí caminatas, comida, vino y fuego con personas que amo mucho. Formaba rutinas, caminatas y trotes en los cerros, lugares preferidos para comprar. Probé el mejor dulce de membrillo del mundo. Sentí el amor, por la tierra, por las personas y también el desamor, enojo y tristeza. Me encontraba yendo a la orilla del río mil veces para buscar consuelo y claridad. Ahí sentada, mirando a sus remolinos, pensé en la facilidad irrisoria que tenemos para echar raíces. Y la increíble dificultad después de arrancarlas. Me sentía un injerto yanqui en Andalgalá, como los membrillos en los troncos de pera…’ La investigadora hizo una pausa y después concluyó: ‘Y aunque uno va lejos, las raíces tiran…’” 

    Cómo muere una leyenda

    El final del zorrito es también el cierre de esta leyenda, la del algarrobo caminante. Como cualquier mito tiene una relación medio retorcida con la verdad. La Mina Pilciao 16 todavía no llegó a instalarse, ni la de Agua Rica (alias MARA). Pero Bajo de la Alumbrera , todo el desastre que produjo y las luchas que resistieron. Ese algarrobal es real. Todas sus ramas y personas, cientos de personas que defienden la tierra, siguen bien plantadas en Andalgalá hasta el día de hoy. Pero si llega a instalarse la mina, la leyenda anticipa la siguiente conclusión:

    Mientras el algarrobo termina la historia, los últimos respiros traquetean el pecho del zorrito. La pequeña luz que lleva adentro chisporrotea. Cierra los ojos y hace saber su última voluntad, que no es tanto un deseo, sino una eventualidad inevitable que sólo pide que apure a cumplirse: que todos los ríos vuelvan a su cauce

    No es que la llama del zorro se apague, no. La chispa sale de su cuerpo y entra a la tierra. Ahí no se queda quieto. Al contrario, se empieza a quemar abajo y crecer. Toca a los vestigios de los árboles cortados, cuyas ramas fueron talladas mucho tiempo atrás, pero cuyas raíces quedaron inamovibles en el suelo. Reciben el mensaje y también lo transmiten: ha llegado la hora. 

    Se prende fuego uno por uno, inmolaciones en concierto que tiene el efecto paradójico de largar las gotas de agua que han tenido resguardado por años. El agua empieza a calarse, a filtrarse para arriba, tiñendo el polvo marrón con una mancha lodosa. Y cuando el incendio llega al corazón de las montañas (las que siguen de pie), el agua acurrucada en grandes reservas en sus fisuras y grietas empieza a hervir. Como una olla tapada, los cerros no aguantan la creciente presión del agua que quiere salir a toda costa. Irrumpe con fuerza, con los gritos contenidos de miles de seres. Tumba por la cara de la montaña como un llanto, llevando puestas las instalaciones de las minas y borrando sus caminos.

    Al llegar a lo que antes era Andalgalá, no entra por donde fue desviado hace todo esos años para esquivar el centro, no. Va a su cauce de antes, con la alegría salvaje de un ser liberado. Así, llena el open pit, que antes era el Pilciao 16, que antes era (y, con suerte, todavía es cuando leas esto) la plaza de Andalgalá. Las cascadas de agua, el viento, los remolinos de tierra, todos se unen en una caminata primordial.

    La entrada La leyenda del algarrobo caminante se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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