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Comienzan los ‘Domingos de plaza’

La Dirección de Cultura de la Municipalidad de Villa Regina invita a disfrutar del ciclo ‘Domingos de plaza’ que se pone en marcha este fin de semana en su edición 2021.

A partir de las 20 horas, en la Plaza de los Próceres, actuarán Rey David, Alicia Triviño y Zule Vega.

Se recuerda a quienes asistan que lleven tapabocas y respeten el distanciamiento.

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    Gabriel Anello: el periodismo, la impunidad y los fantasmas que no desaparecen

     

    Gabriel Anello, relator de Radio Mitre y engranaje mediático del dispositivo que sostiene a Milei, carga con algo más que polémicas deportivas: denuncias graves de violencia de género, sanciones impositivas reiteradas y un escándalo racista que lo dejó expuesto ante todo el país. No es azar: es la radiografía de un sistema que habilita la impunidad de ciertos voceros del poder.

    Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

    Violencia de género: una historia que insiste en no desaparecer

    En junio de 2015, Verónica Caro publicó una carta estremecedora en la que relató agresiones físicas, verbales, psicológicas y económicas sufridas durante su relación con Anello, además de amenazas posteriores a la separación. En ese testimonio se describen episodios de violencia gravísimos: empujones que la hicieron caer por las escaleras causándole una fisura en la clavícula, golpes frente a sus hijas, control económico, presunto uso de su nombre como testaferro, intimidaciones telefónicas y un ataque de dos hombres que, según su relato, la increparon diciéndole que dejara de hablar de Anello o iba a “terminar en una zanja”.

    La carta fue difundida por distintos medios en 2015 y se transformó en uno de los testimonios de violencia de género más fuertes vinculados a figuras del periodismo deportivo. A pesar de su contundencia, nunca obtuvo una respuesta institucional acorde: ni la justicia ni los medios dominantes dieron el paso necesario para abordar lo denunciado con la seriedad que exige.


    Las cuentas que no cierran: evasión, multas y responsabilidad solidaria

    El costado empresarial de Anello tampoco resiste archivo. En 2021, la Dirección General de Rentas de la Ciudad de Buenos Aires dictó la Resolución 843/GCABA-DGR/21 contra Imagine Contenidos S.A., empresa presidida por él. Allí se impugnaron declaraciones juradas, se determinó la base imponible por presunción y se aplicó una multa superior al medio millón de pesos, extendiendo la responsabilidad solidaria directamente al propio Anello.

    No fue un hecho aislado. Otra resolución del mismo organismo, la 614/GCABA-DGR/2021, apuntó a Producciones y Contenidos S.A., también vinculada a Anello, por irregularidades en los períodos fiscales de 2015 y 2016. Nuevas multas, nuevos ajustes de oficio, nueva responsabilidad solidaria.

    El patrón es evidente: irregularidades administrativas, maniobras fiscales cuestionadas y sanciones reiteradas. El “periodista del orden” tiene su propia casa bastante lejos de ese orden que exige desde el micrófono.


    Racismo al aire: insultos en vivo y escándalo nacional

    El 7 de mayo de 2025, Anello volvió a cruzar un límite. En pleno programa de Radio Mitre lanzó insultos abiertamente racistas y clasistas contra Juan Román Riquelme, al que llamó “negro ignorante”, “marrón” y “verdulero”, además de desafiarlo “a trompadas” en la puerta de la emisora.

    El episodio se convirtió en un escándalo nacional. Diversos medios registraron tres líneas claras:

    • la indignación generalizada por los insultos;
    • la decisión de Boca de dejar de acreditar al Grupo Clarín en La Bombonera tras el ataque racista;
    • la respuesta de Riquelme, quien remarcó que está orgulloso de su historia y de su color de piel.

    Horas después, acorralado por sus propios dichos, Anello pidió disculpas alegando que “no se sentía bien” y que “se extralimitó”. Una explicación que no alcanzó para borrar lo que ya había dicho en vivo frente a todo el país.


    Del micrófono al aparato político

    La cercanía de Anello con Milei y el rol que ocupa dentro del esquema mediático oficialista lo ubican más como un operador político que como un periodista. Sus intervenciones no se limitan al deporte: forman parte del coro que sostiene y amplifica el discurso del gobierno, apelando a la provocación permanente, al hostigamiento y —como quedó demostrado— a expresiones de violencia y racismo.

    No se trata solo de él. Se trata del dispositivo que lo protege.


    ¿Qué nos muestra el caso Anello?

    Un sistema que le falla a las víctimas. Denuncias públicas, graves y detalladas que jamás encontraron una respuesta estatal o institucional a la altura.
    Medios que lo blindan. Figuras que cruzan límites éticos a diario siguen sosteniéndose gracias a su utilidad política.
    Un actor político disfrazado de periodista. Su función excede lo profesional: es parte activa del engranaje comunicacional del gobierno.

    La pregunta incómoda se impone sola: ¿cuántas disculpas más antes de que haya consecuencias reales?


    Conclusión

    Gabriel Anello es el ejemplo acabado de cómo ciertos operadores mediáticos pueden moverse con una impunidad que combina violencia de género, irregularidades fiscales y discursos de odio. Mientras Milei lo sostiene simbólicamente dentro de su constelación política y ciertos medios lo protegen, las denuncias, las multas y los hechos siguen ahí, documentados y disponibles para quien quiera mirar.

    Y en esa mirada está la clave: no naturalizar lo que está mal, no callarse, no dejar pasar.

     

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  • Randazzo aparece en los cuadernos de las coimas que reveló el fiscal Picardi

     

    Florencio Randazzo quedó involucrado en la investigación de la ruta de las coimas: su nombre aparece en la libreta de apuntes que el fiscal federal Franco Picardi incorporó a la causa como parte de la prueba en el caso de la Andis.

     La revelación surge de una foto de la libreta que integró Picardi al expediente, publicada en exclusiva por Clarín, en la que el ex ministro de Transporte aparece vinculado a la empresa GMS, que sería de su propiedad.

    Los cuadernos serían de Miguel Ángel Calvete, un lobbysta vinculado a los Menem que era el nexo con proveedores. Según la investigación, Calvete tenía influencia directa sobre Diego Spagnuolo y Daniel Garbellini, ex encargados de la Andis, «a quienes consultaba por pagos que debían ser dispuestos desde la Andis y con quienes se reunía en su propia casa y en bares de la zona sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires».

    «Miguel Ángel Calvete a través de sus empresas y con esos vínculos logró obtener adjudicaciones de sumas de miles de millones de pesos, de manera direccionada», sostiene el dictamen del fiscal Picardi, que investiga las coimas que involucran al ex funcionario libertario y por la que se mencionó el destino de un tres por ciento para Karina Milei. 

    El fiscal Picardi pidió la detención de Spagnuolo por las coimas de la Andis

    Por esta investigación inicialmente quedó involucrada la droguería Suizo Argentina de la familia Kovalivker, pero en los cuadernos de Calvete se suman otras firmas, en lo que parece una prolija descripción del circuito de coimas y los porcentajesa repartir. Picardi secuestró varios cuadernos manuscritos de Calvete, con fechas, empresas, contactos, porcentajes de dinero. Es en ese material que aparecen GMS y Randazzo.

    En los cuadernos de Calvete, lobbysta que vinculado a los pedidos de coimas libertarios a empresas, aparece una detallada descripción de las firmas, fechas y hasta porcentajes que se repartían. En esos textos manuscritos aparece la firma GMS y el nombre de Randazzo.

    Como los Menem además de influencia sobre la Andis también la tienen sobre Vialidad donde ubicaron a Marcelo Campoy, no se descarta que esa página de la libreta de Calvete se refiera a contratos de Vialidad. De hecho, junto al nombre de Randazzo, aparece el apellido Menem y la palabra «seguridad». Los Menem tienen una empresa de seguridad y no les parece inapropiado contratar con el Estado que integran, como hicieron en el Banco Nación. Ahora la justicia federal podría abrir un nuevo capítulo con los contratos de Vialidad.

    De hecho, la firma vinculada al ex ministro de Transporte fue contratada en abril del 2023 por la empresa estatal Corredores Viales, que controla Vialidad, que le adjudicó la licitación privada 2/23 a GMS por USD 360.400 más IVA. El servicio: un sistema de telegestión del alumbrado durante 36 meses. Un círculo perfecto donde el diputado nacional y el proveedor del Estado son dos nombres para la misma persona. 

    Spagnuolo con Karina Milei, los Menem y Romina Diez.

    En su momento, la Oficina Anticorrupción avaló ese contrato sin pestañear, como reveló El Disenso. Sostuvo que «no había impedimento legal» porque Randazzo es diputado nacional, no funcionario del Ejecutivo. Pero omitió un detalle nada menor: GMS SA tenía una deuda activa de más de $155 millones y, aun así, el Estado le prometía otros $200 millones. 

    Burlando le ganó a Randazzo, que hasta perdió por paliza en Chivilcoy

    Pero GMS ya había recibo adjudicaciones por USD 86 millones. «No es un conflicto de interés. Es un conflicto de sentido común», dijo a LPO un ex funcionario.

    Como sea, el nombre de Randazzo y su empresa se leen con claridad en  la foto de una de las páginas de la libreta que el fiscal Picardi adjuntó a su dictamen, donde pide la detención de Spagnuolo y otros funcionarios libertarios. 

    Randazzo fue muy funcional al gobierno de Milei durante todo su mandato, lo ayudó con el quórum en instancias claves y presentó una lista por afuera del peronismo en las pasadas elecciones que obtuvo dos puntos. No le alcanzaron para renovar la banca, pero si para que el peronismo bonaerense no ganara las elecciones de octubre.

    La libreta de Picardi que vincula a GMS con Randazzo.

     

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  • ¿Por qué funciona el discurso anticomunista?

     

    En la campaña electoral de 2023, los gritos vehementes de Javier Milei denunciando el “zurdaje comunista” generaron incredulidad y hasta risas. ¿A quién le hablaba?, ¿a quién convocaba con ese discurso antiguo? pensamos muchos. Un asombro similar produjeron las declaraciones de Donald Trump, que en 2019 denunció el “Green New Deal” (la propuesta de un nuevo acuerdo ecologista) como “un Caballo de Troya para el socialismo en Estados Unidos”. Más lejano aun pudo parecer el lema “Comunismo o libertad” usado en la campaña electoral de 2021 por Isabel Díaz Ayuso, la actual Presidenta de la Comunidad de Madrid. Y desde luego, está el caso de Jair Bolsonaro, uno de los pioneros en reavivar la tradición anticomunista. Hasta hace poco tiempo, en su dispersión y heterogeneidad estas menciones podían parecer trasnochadas o anacrónicas, dada la desaparición del horizonte del comunismo soviético. Sin embargo, esos candidatos han llegado al poder. Entonces: ¿trasnochados ellos o ingenuos nosotros?

    Estos líderes forman parte de una lista más larga de quienes, con mayor o menor vehemencia, reclaman contra la conspiración comunista, socialista o colectivista que aqueja al mundo. De la ecología a las políticas de género, de los impuestos al cuidado humanitario de inmigrantes, o la educación sexual, hoy muchas de las causas y valores de la renovación de la cultura democrática de las últimas décadas han sido tachados de comunistas, como un avance totalitario y opresor. En el caso de los sectores ultraliberales, la educación y la salud públicas –y todas las políticas redistributivas o progresivas– son consideradas nuevas formas de comunismo. Así, la gran familia de las nuevas derechas parece estar viviendo otra vez la Guerra Fría, más cerca del delirio paranoide que de algún enfrentamiento real con opciones anticapitalistas.

    ¿Anacrónico?

    El primer dato a considerar es que el anticomunismo de estos líderes no es una novedad; tiene una larga historia de persecución política y pensamiento conspirativo que atraviesa todo el siglo XX de Occidente y que se remonta incluso a décadas anteriores a la Guerra Fría, al menos hasta la Revolución Rusa de 1917. Lo mismo sucede con la historia de estas derechas: la novedad que representan tiene profundas raíces en la historia del conservadurismo y el nacionalismo de cada país y a escala global (1). Por tanto, el anticomunismo es tan antiguo como la historia de las derechas que hoy tratamos de entender. Pero esto no significa que el fenómeno actual sea la mera continuidad de ese pasado o que pueda pensarse como la simple reverberación del fascismo de entreguerras. Hay en las derechas radicales una novedad indiscutible en la manera en que disputan sus intereses bajo el juego político de la democracia liberal, al mismo tiempo que la socavan por dentro, tal como han señalado agudos observadores (2). ¿Cuál es la novedad de su anticomunismo? ¿Por qué y para qué movilizar imaginarios en apariencia old fashioned, especialmente para las jóvenes generaciones a las que se dirigen?

    Se suele decir que el anticomunismo es un discurso anacrónico, en un mundo donde, desde la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991) el comunismo no existe más como opción política. Por esa razón, el componente antimarxista de las nuevas derechas suele ser relegado como un dato más de una retórica florida. Esta perspectiva tiende a descartar el problema, considerando como una mera estrategia discursiva al elemento ideológico que organizó buena parte del conflicto político del siglo XX. La dificultad reside en entender “comunismo” en términos geopolíticos literales, como si solo se refiriese al mundo soviético, a los partidos comunistas en Occidente o a la defensa de un modelo anticapitalista. Y tal vez ese no sea el ángulo más productivo para pensar el problema. La pregunta es, más bien, otra: ¿qué están diciendo cuando dicen “comunismo”, y qué potencial político tiene hoy volver a movilizar este término?

    Feminismo, género, diversidades sexuales, raciales o religiosas, educación sexual, cambio climático, migraciones, islamismo, redistribución del ingreso, protección de las minorías y de los sectores sociales más vulnerables… La lista de ideas, proyectos o sujetos tachados de “marxismo cultural” o “socialismo” –según las declinaciones de cada profeta– muestran, de una punta a la otra del mapa global, que “comunismo” designa hoy los valores del llamado mundo “progresista” de las últimas décadas (“woke”, en su versión despectiva). En otros términos, el anticomunismo es una declinación a la antigua del actual antiprogresismo, con la diferencia de que hoy la disputa se produce dentro del capitalismo y con variaciones muy relativas. Sin embargo, en esas variaciones relativas, que parecen marginales dentro del capitalismo, se juega la vida de millones de personas. Al apelar a la potencia simbólica del término “marxista” o “comunista”, los líderes de derecha buscan recuperar la fuerza mayor de ese combate en el Occidente liberal (de todas maneras, la evocación no es igual en todos, y de hecho algunos líderes, como Marine Le Pen o Giorgia Meloni, no recurren tanto a la batería discursiva anticomunista). En cualquier caso, todos defienden el mismo sentido antiprogresista que los vehementes antimarxistas Santiago Abascal o Javier Milei.

     

    Antiprogresismo

    El segundo dato clave –ya muy conocido– es que el antiprogresismo es hoy el centro de la batalla cultural de las nuevas derechas globales, que en cada país adquiere sus propios contornos –antiperonista y ultraliberal en Argentina, islamobófico y antimigratorio en Europa o Estados Unidos–. Esa guerra cultural de la “internacional reaccionaria” parte del supuesto de que la izquierda, a pesar de su fracaso en la construcción del socialismo, se impuso en el terreno cultural. La verdadera lucha debería apuntar, para las fuerzas conservadoras, a la hegemonía del progresismo que destruye la sociedad occidental con su pensamiento “políticamente correcto” (3). Por eso mismo, se presentan como la rebelión contra un sistema que suponen conquistado y dominado por el progresismo y la izquierda. Por muy anacrónico que parezca, el anticomunismo es coherente y está en el corazón del proyecto ideológico de las nuevas derechas.

    El anticomunismo propone respuestas fáciles en un mundo atravesado por miedos, incertidumbres y sentimientos de disolución social.

    Una mención aparte merece el combate contra el feminismo y la “ideología de género”, combate que va más allá de sus élites dirigentes. ¿Por qué el feminismo y la diversidad sexual están en el centro de la disputa y de la denuncia anticomunista sobre el “marxismo cultural”? En la actual configuración de las democracias liberales, pocas cosas –o casi ninguna– representan una amenaza real al orden social. Sin embargo, el feminismo, en su impugnación antipatriarcal (que incluye el cuestionamiento del orden heterosexual como norma), conserva un poder subversivo y antisistema que no tiene ningún otro factor del progresismo actual (independientemente de las corrientes dentro del feminismo). Así, estas derechas, que se proclaman antisistema, luchan en realidad por la preservación de un orden social blanco, masculino y colonial que sienten socavado. Tal como lo hacía el anticomunismo del pasado, que veía el orden occidental en peligro e imaginaba conspiraciones paranoicas de la Casa Blanca a la Casa Rosada, de los hippies a las guerrillas, de las minifaldas al peronismo. Es aquí, en la lucha por la preservación del sistema, donde la impugnación de “marxista” o “comunista” aplicada al feminismo encuentra todas sus resonancias pasadas.

    Si bien la batalla cultural antiprogresista unifica a las nuevas derechas radicales, sus diferencias no son menores, especialmente en cuestiones como la economía y el nacionalismo. Estas variaciones indican, también, que el florecimiento de fuerzas radicales de derecha debe ser explicado en función de procesos y tradiciones locales –y no meramente como una “ola global”–. Es aquí donde el anticomunismo de Milei adquiere su rasgo distintivo: no se trata de la impugnación de las agendas culturales del progresismo biempensante, sino de la destrucción de todo resabio de políticas orientadas a las grandes mayorías sociales entendidas como formas de estatismo y colectivismo. Se trata de la gestión desnuda en favor de los intereses del tecno-capitalismo concentrado internacional. Con ello, el neoliberalismo argentino –en la versión iracunda de Milei– retoma una larga tradición de nuestras derechas. Basta con evocar la última dictadura para constatar que las derechas fueron tan anticomunistas como neoliberales y autoritarias, y que su principal oponente fueron las políticas estatistas, keynesianas y redistributivas, en general asociadas al peronismo y al kirchnerismo. Desde luego, esto parece dejar a Milei lejos del proteccionismo de Trump, pero muy cerca de la defensa compartida del tecno-capitalismo. En todo caso, el anticomunismo neoliberal de Milei se alinea cómodamente con el de Bolsonaro o José Kast.

    Dentro de estas variaciones nacionales, algunos argumentos de orden geopolítico explican los tópicos anticomunistas de manera más concreta, sin los efectos anacrónicos que parecen tener en boca de líderes como Milei. El caso más claro es Trump y su batalla por la supervivencia del poder imperial estadounidense frente a China. Ello le permite, sin excesivos retorcimientos históricos, identificar su enemigo en el “comunismo oriental”. De la misma manera, su electorado de origen latino vota entusiasta la condena a la “troika de la tiranía”, tal como la llamó su Consejero de Seguridad Nacional en 2018, John Bolton, a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por la misma razón estratégica pero en sentido inverso, en Hungría Viktor Orban dejó de lado su discurso anticomunista –que asociaba la Rusia de hoy con la Unión Soviética– para pasar a una cercanía más pragmática con Vladimir Putin.

    Significante vacío

    Volvamos a nuestras preguntas de partida: ¿por qué y para qué movilizar el imaginario anticomunista? Si, una vez más, dejamos de pensar el comunismo en términos literales, surge un último elemento clave: el potencial político-simbólico del discurso anticomunista en su larga historia. Con mayor o menor pregnancia según los países, “comunista” ha funcionado también como un potente significante vacío negativo, capaz de ser llenado con los más diversos contenidos y sujetos, como un otro absoluto, peligroso y amenazante. Tanto es así que Alice Weidel, la dirigente de la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), puede permitirse decir que Adolf Hitler era un “comunista”.

    La noción de significante vacío es particularmente útil para entender el peso del anticomunismo en Argentina, donde –salvo algunos momentos– no ha habido fuerzas de izquierda importantes, a diferencia de países como Brasil o Chile, donde el comunismo evoca miedos históricos bien reales. En Argentina “comunista” es, entonces, un sentido a ser llenado, que sirve para polarizar y designar un otro peligroso que pone en riesgo “nuestro” orden social y moral, nuestra comunidad. Es, por ello, un enemigo absoluto que debe ser eliminado (4). En la historia argentina, la denuncia del “peligro rojo” ha servido para generar miedos sociales y justificar la persecución de trabajadores, partidos de izquierda, peronistas y antiperonistas, mujeres, jóvenes, gays o artistas “transgresores”, cuyas prácticas, ideas o deseos parecían hacer tambalear el orden occidental y cristiano. Movilizado con fines instrumentales o con auténtica convicción ideológica, “comunista” o “marxista” ha funcionado en boca de las derechas como designación automática de un culpable de todos los males. Así, el anticomunismo finalmente propone certezas y respuestas fáciles en un mundo atravesado por miedos, incertidumbres y sentimientos de disolución social y amenaza sobre la comunidad de pertenencia. Esta potencia simbólica es la que sigue funcionando en el apelativo “comunista” aplicado en el presente. Por eso mismo, la pandemia de Covid –epítome máximo de la disolución final por venir– fue también un momento de renacimiento del anticomunismo.

    Es entonces este gran poder performativo de la acusación de “comunista”, tan sedimentado históricamente en el mundo occidental, lo que permite que las nuevas derechas –herederas al fin y al cabo de largas tradiciones conservadoras– sigan utilizando el término para arremeter en su batalla cultural. Sin duda, la movilización antiprogresista ha logrado dar una nueva vida al “miedo rojo” para las generaciones desencantadas de nuestro tiempo.

    1. Para el caso argentino, véase: Sergio Morresi y Martín Vicente, “Rayos en un cielo encapotado: la nueva derecha como una constante irregular en Argentina”, en Pablo Semán (coord.), Está entre nosotros, Buenos Aires, Siglo XXI, 2023.
    2. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, Barcelona, Ariel, 2018; Steven Forti, Democracias en extinción, Barcelona, Akal, 2024.
    3. Pablo Stefanoni, “Las mil mesetas de la reacción: mutaciones de las extremas derechas y guerras culturales del siglo XXI”, en J. A. Sanahuja y Pablo Stefanoni (eds.), Extremas derechas y democracia: perspectivas iberoamericanas, Madrid, Fundación Carolina, 2023.
    4. Ernesto Bohoslavsky y Marina Franco, Fantasmas rojos. El anticomunismo en la Argentina del siglo XX, UNSAM, 2024.

     

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