Tras la llegada del material, después del mediodía comenzaron los trabajos tendientes a normalizar el servicio de cloacas, luego de la rotura de uno de los caños de impulsión de la red cloacal de barrio Belgrano.
La tarea que lleva adelante el personal de la Secretaría de Obras y Servicios se concentra a la altura de barrio Don Bosco y tienen como fin la realización de un by pass. Esta obra evitará romper la cinta asfáltica ya que el caño que sufrió el desperfecto pasa por debajo de la ruta nacional 22 y se encuentra a una profundidad de 2,5 metros.
Desde la Secretaría de Obras y Servicios de la Municipalidad se indicó que se prevé que las tareas terminen mañana sábado ya que se deberá colocar hormigón elaborado en las curvas y reconectar donde se desvió la cañería para el vuelco de los líquidos cloacales.
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El sitio presenta una planificación arquitectónica que incluye observatorios astronómicos, pirámides radiales y grupos triádicos, así como monumentos.
Cráneo descubierto en el yacimiento arqueológico de Uaxactún. Fotografía: Agencia Noticias Argentinas / Xinhua / Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala
El Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala anunció este jueves el hallazgo de la ciudad preclásica de más de 2.800 años, bautizada como «Los Abuelos», que se destaca como uno de los centros ceremoniales más antiguos e importantes de la civilización maya.
«Las investigaciones preliminares han evidenciado una ocupación desde el Preclásico Medio (800-500 a.C.), lo cual aporta valiosa información sobre los orígenes de la civilización maya», detalló el ministerio guatemalteco en un comunicado.
La ciudad maya fue descubierta por arqueólogos guatemaltecos y eslovacos, al ampliar la zona de investigación y exploración en el importante sitio arqueológico Uaxactún, ubicado en el departamento de Petén, al norte de Guatemala.
El antiguo asentamiento está compuesto por siete grupos arquitectónicos distribuidos en un área de unos 16 kilómetros cuadrados.
«El sitio presenta una planificación arquitectónica notable, incluyendo observatorios astronómicos, pirámides radiales y grupos triádicos, así como monumentos esculpidos con iconografía única en la región», detalló la fuente.
Entre estos monumentos destaca una estela del Preclásico Medio que aún permanece en pie, así como altares con forma de rana y fragmentos de monumentos cuya iconografía guarda similitudes con sitios como Naranjo y Kaminaljuyu, en el altiplano de Guatemala.
«Los Abuelos» alcanzó su auge desde el Preclásico Medio, incluso antes que Uaxactún, lo que sugiere que en esta época pudo haber sido un importante centro ceremonial, según la fuente.
Entre los hallazgos más destacados se encuentran dos relevantes figuras antropomorfas de piedra, que representan a una pareja primordial o ancestral, un descubrimiento que ha dado origen al nombre del sitio: «Los Abuelos».
Además, las autoridades culturales de Guatemala anunciaron el hallazgo de otros dos asentamientos arqueológicos cercanos a «Los Abuelos».Se trata de Cambrayal, un sitio en el que se descubrió una red de canales de gran tamaño y alta calidad, y Petnal, donde se puede apreciar una imponente pirámide de 33 metros de altura, que en su cima conserva habitaciones con restos de murales.
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Civiles asesinados desde el cielo, niños quemados por bombas argentinas, un Estado paralizado por la cobardía y una élite que aún hoy justifica la infamia. El bombardeo a Plaza de Mayo fue mucho más que un intento fallido de golpe: fue una advertencia brutal al pueblo trabajador. La Historia oficial lo sepultó entre líneas, pero la deuda con la memoria persiste. ¿Hasta cuándo se negará esta masacre fundacional de nuestra violencia política contemporánea?
Aquel jueves 16 de junio de 1955, Buenos Aires amanecía como cualquier otro día. Sin embargo, hacia el mediodía, la ciudad se convertiría en el escenario del ataque más cruel y despiadado que haya sufrido su población civil. A plena luz del día, y sin que mediara guerra alguna, aviones de la Marina argentina bombardearon la Casa Rosada, el Ministerio de Guerra, la CGT, y principalmente, la Plaza de Mayo. El saldo fue devastador: más de 300 muertos —en su mayoría civiles— y más de 1000 heridos. Pero lo más escandaloso es lo que ocurrió después: silencio, impunidad y negacionismo.
La historia oficial lo menciona de soslayo. Las instituciones democráticas lo ignoran. Y la educación pública lo relega, cuando lo aborda, a una nota al pie. Setenta años después, el bombardeo sigue siendo una herida abierta y deliberadamente olvidada. Una masacre fundacional que incomoda, molesta, porque desarma el relato heroico de los “libertadores” de la Revolución de 1955. Una masacre que no puede explicarse sin nombrar el odio visceral hacia el peronismo y hacia los sectores populares que encarnaban, y aún encarnan, la posibilidad de una Argentina plebeya y real.
Juan Domingo Perón supo temprano que algo se cocinaba. Lo alertaron el jefe de la SIDE, Jáuregui, y luego el general Lucero. El desfile aéreo previsto para ese mediodía no era inocente. Bajo el disfraz de un acto patriótico, los aviones estaban cargados de bombas. Bombas argentinas, dirigidas contra argentinos. En la jerga técnica: terrorismo de Estado. En la memoria de quienes sobrevivieron: una traición sin nombre.
Los agresores fueron parte de la Aviación Naval, con sus Avro Lincoln y Catalinas decorados con cruces y la leyenda “Cristo vence”. Una farsa piadosa que buscaba envolver de moral religiosa una operación de exterminio. El objetivo, según dijeron, era matar a Perón. Pero las bombas cayeron sobre la multitud. Trolebuses repletos, niños de escuela, empleados públicos, familias enteras. Un “daño colateral” perfectamente calculado.
La CGT llamó a defender a Perón. Él intentó frenar la movilización, consciente de que los golpistas no tendrían escrúpulos en disparar sobre la gente. Pero ya era tarde. A la tarde, nuevas oleadas de aviones arrojaron más de nueve toneladas de explosivos sobre la Plaza. En los techos, aún hay cicatrices del crimen. En la conciencia colectiva, aún no hay justicia.
Pablo “El Profe” Borda, joven historiador y divulgador, lo dice sin rodeos: “Nunca antes en la historia de la humanidad las Fuerzas Armadas de un país habían bombardeado a su propia población sin el inicio de una guerra civil”. Lo que ocurrió en Buenos Aires fue un acto de terrorismo de Estado, una masacre política planeada no solo para derrocar a un presidente, sino para escarmentar a un pueblo.
Y sin embargo, la democracia no ha sido capaz de construir una memoria que esté a la altura del hecho. No hay estaciones de subte que lo recuerden. No hay feriados. No hay grandes monumentos. Hay apenas una baldosa, algunas placas, y la memoria militante de quienes aún luchan por decir lo obvio: que las bombas no fueron culpa del pueblo.
El colmo de la desfachatez fue un volante que circuló en esos días, firmado por los autores del crimen: “Responsabilidad de Perón y la CGT en la matanza de Plaza de Mayo”. Los asesinos, con la impunidad de los cobardes, culparon a sus víctimas. El argumento: Perón sabía y no evacuó. La CGT movilizó. Ergo, los culpables eran los muertos.
Pero lo más indignante no es solo el hecho ni la lógica perversa con la que se justificó. Lo verdaderamente insoportable es que esa línea de pensamiento sigue vigente. No hay un consenso democrático de condena, como bien señala Borda. El bombardeo quedó relegado al ámbito del peronismo, como si sus víctimas hubieran sido todas fanáticos. Como si no hubieran sido ciudadanos, trabajadores, personas de a pie. El trauma fue tan brutal que se volvió “incómodo de mirar”, dice el Profe. Y es cierto: incomoda porque muestra hasta qué punto el odio de clase puede justificar lo injustificable.
Hoy, bajo un gobierno como el de Javier Milei, que constantemente repite categorías peligrosas como “argentinos de bien” versus “argentinos de mal”, la lección del 16 de junio cobra un dramatismo particular. Cuando desde la más alta investidura del país se naturaliza la violencia verbal, se reivindican dictaduras y se desprecia la vida del otro por pensar distinto, no estamos tan lejos de aquella lógica exterminadora.
Milei no tira bombas, pero lanza decretos que vacían al Estado, elimina organismos de derechos humanos, persigue docentes, demoniza pobres y criminaliza a los que protestan. Es una violencia con otros métodos, pero que responde a la misma matriz: la eliminación simbólica del enemigo político. Una forma moderna de bombardear la democracia desde adentro.
La Plaza de Mayo no olvida. La historia tampoco. Pero la democracia le debe a esa fecha algo más que silencio. Le debe memoria activa, justicia histórica, reparación simbólica y material. Y sobre todo, una enseñanza clara: los derechos no se bombardean. Se construyen, se amplían, se defienden. Y se recuerdan.
Mientras no haya un consenso democrático para condenar el bombardeo de 1955, seguiremos siendo una sociedad a la que le tiemblan las piernas para mirar de frente su peor espejo. Porque la verdadera libertad no se construye sobre cadáveres, ni sobre el olvido. Se construye con memoria, con verdad y con justicia. Y esa deuda está lejos de saldarse.
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