Cuando se recrimina fuertemente la utilidad de las redes sociales (como facebook, instagram, whatsApp, etc) nos encontramos con esto: Podemos ver y casi sentir en carne propia los abusos sobre los derechos humanos en el país vecino Chile. Vemos a través de las redes el terrorismo de Estado de Piñera (#RenunciaPiñera) rompiendo de este modo con la hegemonía comunicativa de los grandes medios tradicionales.
El consumo inmediato, la desaparición de las fuentes informativas, lo descartable, la primicia, las FakeNews, las viralizaciones, las estigmatizaciones, los falsos paradigmas, el odio y el resentimiento como sentimientos a explotar; todo eso que daña el autoestima y la conformación de sujetos sociales empàticos, pensantes y respetuosos se visualiza como motor de las redes en cuanto a comunicación se refiere.
Sin embargo, no son las redes las que lastiman nuestro cuerpo social, es el uso que le damos a ellas. Tal cual ocurre con los medios tradicionalistas y hegemónicos, siempre representando intereses privados contrapuestos a los intereses de la gente.
Hoy sin redes muchos se estarian comiendo gustosos el pescado podrido de los medios hegemónicos chilenos e internacionales, los saqueos, los bondis prendidos fuegos y los pañuelos tapando caras, las piedras contra los “pacos” y la violencia social, no estatal. Perooo…
Hoy gracias a las redes muchos tienen que digerir calladitos su veneno de extrema derecha.
Hoy las redes expresan lo real, sin edición ni compaginación, y así, no hay odio que valga.
Las redes deben apreciarse por lo que son: un canal conductivo, un medio de conducción. Y vos, sos el que decide como usar ese medio.
Como siempre, no es esto o lo otro, aquello o aquel. Sos vos y tus acciones. Principalmente, tus acciones. Y el pueblo chileno, en las calles, lo está demostrando. #DespiertaChile
Con 307 palistas y 193 botes, se puso en marcha la travesía más larga del mundo en donde la Isla Jordán fue el punto de partida y concluirá en Viedma el próximo sábado. En su tercera etapa arribó a la Isla 58 de Villa Regina y este corto parcial se presentó entre el Balneario de…
La narrativa de los extremismos que invade tanto a estados nacionales como al espacio digital se aleja del relato precursor que por décadas explotaron con éxito las nuevas derechas.
Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·
Desde hace tiempo se ha naturalizado el uso del término relato para caracterizar el discurso político que pretende imponer como sentido común una explicación más o menos sesgada de la realidad socio-económica-cultural presente y deseable a futuro. Se trataría de una construcción discursiva estructuralmente eficaz para afianzar el poder u, oponiéndole otra, aspirar a ejercerlo.
Todo relato político comparte criterios básicos de la narrativa de ficción. Destaca el de verosimilitud, pero no es el único: factores estéticos, tipologías e intentos por generar un anclaje coherente para un contexto determinado intervienen en la dinámica constructiva. Así, entonces, podría hablarse de mundos posibles de diseño con cimientos ideológicos.
La coyuntura determinaría qué es y qué no es posible en la narrativa que configura el relato. Cada mundo posible tiene sus coordenadas de espacio-tiempo, sus protagonistas y antagonistas, sus personificaciones y sus raccontos. Al género dramático le debe el planteamiento de conflictos que, por lo general, suelen presentarse como medulares en la escena pública mediática a través del diálogo áspero o el monólogo seductor.
En Argentina, por ejemplo, se habló mucho del llamado relato K, narrativa que se debilitó al no poder adecuarse al cambio de contexto ni a la dinámica comunicacional de la segunda década del siglo. El relato de la nueva derecha se impuso con las ventajas de no ser expuesto mediáticamente como tal, la evolución sostenida de antagonistas, personificaciones del antagonismo y un marco internacional propicio.
Las nuevas derechas, de conservadoras a neoliberales y de rancias a extremas –sin excluir a las netamente autocráticas- de occidente dan la impresión de haber convenido, tácitamente o no, integrarse en un frente común discursivo en el que no afloran disidencias ni quiebres desde hace décadas y que, según parece, facilitó el imperio de un relato con fuerza de ley narrativa.
Así, en poco menos de medio siglo, los mundos posibles de las derechas tendieron a unificarse hasta convertirse en una suerte de folletín planetario cuyas únicas e ínfimas diferencias regionales se explicaban por algunas pinceladas de color local del relato. Cientos de entregas propusieron la epopeya de la libertad hasta redondear una cosmovisión basada en mitos de laboratorio retórico.
Las llamadas organizaciones de la sociedad civil, ONG, fundaciones y think tanks, le imprimieron una pátina libresca al folletín. Con fachada de neutralidad, estas usinas introdujeron el relato en sectores académicos y profesionales. Creció el voluntariado, que apuntó a estratos menos jerarquizados de la educación, la cultura y el trabajo.
Las personificaciones fueron definiendo protagonistas y antagonistas, héroes y villanos, que coparon progresivamente todos los ámbitos de producción material y simbólica a través de la narrativa de las nuevas derechas. El proyecto educativo neoliberal fue un largo capítulo del relato: el ataque a los sistemas estatales no dio tregua por años.
Desde mediados de la década del ochenta hasta los primeros años de nuestro siglo el estilo de esta narrativa evolucionó sin renunciar a la apariencia de racionalidad. Perduraba todavía la exaltación de la democracia en ligazón virtuosa con capitalismo. Libertad, mercado, competencia, calidad, eficiencia, liderazgo, equipo, gestión, emprendedurismo, transparencia y otras palabras del mundo neoliberal se incorporan al léxico de la cotidianeidad con sentido positivo. Estatal, público, solidario, gratuito y cualquier vocablo que remita a la búsqueda del bien social común se inscriben en la esfera de lo negativo. Se evita el uso de la palabra igualdad y se incorpora equidad.
Aunque el relato avanza hacia la hegemonía, hasta la primera década del XXI aún perviven narrativas alternas y resistencia crítica. Aunque el vocabulario de las nuevas derechas ya ha permeado el del progresismo y la academia y, por otro lado, las prácticas neoliberales se multiplican en las administraciones estatales –incluso en las menos pensadas-, todavía se denuncia la impostura como patraña del neoliberalismo, cabeza visible del conglomerado neo-derechista.
En este periodo la oposición discursiva es menos abstracta que a posteriori. Aparecen investigaciones que denuncian la precarización del trabajo, la deshumanización que disimulan las organizaciones en pos del beneficio desmesurado y la creciente pérdida de derechos. Se publican, por ejemplo, los libros Cabeza de turco (1985), investigación del periodista alemán Walraff; La McDonaldización de la sociedad (1993), del sociólogo norteamericano George Ritzer, y Alta rotación (2009), de la argentina Laura Meradi.
El vertiginoso desarrollo de las TIC le da otros bríos a la narrativa de las nuevas derechas, sobre todo en la segunda década del siglo y, con gran fuerza, en lo que va de la tercera. Al tiempo que la finanza internacional se consolida con una automatización operativa plena y los mega-millonarios multiplican sus fortunas, el bigdata se nutre de los Ingenieros del caos (Guliano da Empoli, 2020) y el relato se reestructura.
La rama de la derecha que se autodefine como civilizada, paciente y en lo formal democrática, demuestra que es posible alzarse con el poder a través del antes esquivo voto popular. Vale el ejemplo de Argentina 2015. Sin embargo, declina su punto de vista narrativo, las formas y la retórica en favor de los llamados populismos de derecha o, lisa y llanamente, extremas derechas. Da la impresión de que la fachada de los buenos modales republicanos ya no sería necesaria ni eficaz.
En la última década se intensifica la anti-política a la par de los cuestionamientos al sistema democrático y sus instituciones. La cada vez menos numerosa participación del electorado es uno de los datos clave para validar que el relato se vaya tornando más y más violento a medida que se nutre de infinidad de micro-relatos satélite de la ingeniería caótica que circulan sin cesar por redes sociales: noticias falsas o sesgadas, golpes bajos o apelaciones al odio, la envidia y la indignación.
El estilo formal de registro culto se abandona de manera definitiva. Se abandona también la aspiración a llegar hasta las audiencias amplias con el fin de privilegiar a las minorías nítidas, bien definidas y evangelizadas, convencidas acríticamente, ávidas por participar con agresividad en el éter y sufragar sin titubeos en los comicios.
Así como los líderes ultraderechistas desafían los límites republicanos y del buen gusto, la narrativa apuesta a convertir en posibles los mundos que hasta ayer nomás se consideraban imposibles. El desprecio por preservar el criterio de verosimilitud da la sensación de relacionarse directamente con el objetivo de sacarle el jugo a las minorías nítidas: el nuevo contrato ficcional semeja al del cuento maravilloso con sus lectores o la escucha de los infantes.
Pertinaces independientes e indecisos poco parecen importar. Preservar el favor de las minorías convencidas que no reclaman coherencia argumental ni solidez argumentativa sería, de acuerdo con el relato actual, la Meca de las extremas derechas que ostentan el apoyo de mega millonarios como oráculos o estrellas de entremeses en los que denuestan impuestos y gasto público al tiempo que -con intención de escándalo y posterior chance de negación indignada- coquetean con neofascismos.
Plantear la nueva utopía largoplacista de grandeza con bienestar desde lo macabro de un presente caótico e incivilizado por elección es uno de los núcleos de esta narrativa que de norte a sur encabezan politiqueros de la anti-política con el aplauso de epígonos esperpénticos.
La irrupción de la inteligencia artificial, repentina e inquietante, ha creado un ambiente de pensamiento cuasi mágico en el que puede hablarse tanto de una inmortalidad que espera a la vuelta de la esquina como de un robot omnipotente. Caldo de cultivo, sin duda, para que los extremismos de derecha desplieguen su universo narrativo en clave ciberespacial.
Ya tenemos IA, pero nos falta la máquina del tiempo. Tal vez sí la tengan en el relato ultra -para un solo uso-, en sus mundos imposibles de acción verosímil única: trasladarnos en masa hasta las precariedades del Holoceno.
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