CASA RUFINA: EL CABARET CIBERNÉTICO

Hay un crimen. Una mujer fue asesinada. Hay un cabaret llamado Casa Rufina, donde el show debe continuar a pesar de todo, pero donde a pesar de todo el reclamo de justicia se abre paso. Esta es, en pocas palabras, la historia que cuenta LA obra, que tendrá el 15 y 16 de este mes sus últimas funciones en la Casa de la Cultura de General Roca. Pero esa historia se va contando de distintas maneras para cada quien, ya que con la entrada, a cada persona que asiste a la obra se le asigna un “destino”, una escena que tiene lugar en otro escenario, fuera del Cabaret que se recrea en el hall de la Casa de la Cultura. En ese escenario principal se van sucediendo diferentes números musicales o de comedia, mientras asistimos también a diversas discusiones entre los personajes de la obra, que están mezclados entre el público. Quienes asisten a la obra pueden disfrutar mientras la ven de algunos platos de el Elefante Blanco, el restaurante de la Casa de la Cultura.

Además, la historia continúa en las redes sociales, donde se pueden ir conociendo detalles de la trama y de varios personajes. Es a través de las redes que se dará a conocer quién o quienes son responsables del crimen aludido a lo largo de la obra.

Casa Rufina es una obra que arriesga, con mucha ambición, tanto en la puesta, como en la historia y en su intento de integrar las redes sociales. Una obra que divierte y estimula alguna que otra reflexión. Todo esto, además, lo hace contando una historia, cosa que no siempre ocurre en el teatro contemporáneo local, muchas veces ocupado en infringir, o en intentar superar, la norma aristotélica o naturalista.

Claro que podrán decir que, más que un cabaret, Casa Rufina es un circo. Señalaremos entonces que ese supuesto equívoco solo refuerza su auténtico carácter popular. Dirán que la obra aprieta poco por mucho abarcar, dirán quizás que la historia no termina de contarse bien entre tanto número de varieté. Yo solo diré lo siguiente: que me tocó el destino naranja, donde Mercedes Jurado mostraba la verdadera diva que es (en ese sentido no se puede decir que actuaba: solo se puede ser una diva), el genial comediante Luciano Batalla nos hacía reir como su asistente y Karina Acosta le ponía el cuerpo a un dolor tan histórico como actual. Cuando salí de ese “destino”, me crucé con unos actores y atiné a saludarlos con una venia cortés y compadre en el sombrero que no tenía. Es decir: por un instante viví en ese soñado año ’47 que propone Casa Rufina.

Quienes quieran acercarse a ese mundo soñado, aprovechen las últimas funciones de este fin de semana.

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