Silvia Lospennato y la hipocresía de la “ficha limpia”: una candidata entre contratos millonarios, domicilios fantasmas y negocios familiares
Mientras exige transparencia y ficha limpia para otros, la candidata PRO carga con un historial opaco de favores estatales, irregularidades documentales y contrataciones directas a empresas de su entorno familiar.
Por Walter Onorato y Guillermo Carlos Delgado Jordan

La candidata bendecida por Mauricio Macri para encabezar la lista en la Ciudad de Buenos Aires, Silvia Lospennato, no solo carece de domicilio en el distrito que pretende representar, sino que arrastra un largo historial de contratos millonarios adjudicados a empresas dirigidas por su esposo y su cuñada. La bandera de la ética, cuando es sostenida por manos tan sucias, no solo es un acto de cinismo: es un insulto a la inteligencia colectiva.
Silvia Gabriela Lospennato tiene algo de camaleónica y mucho de contradictoria. Su carrera política, alimentada a base de acomodos estratégicos y lealtades convenientes, está teñida por un patrón tan repetido como revelador: estar siempre en el lugar donde el poder ofrece sombra, visibilidad y contratos. Hoy, ungida por Mauricio Macri como la candidata del PRO para las elecciones legislativas de mayo en la Ciudad de Buenos Aires, se alza con fuerza discursiva bajo la consigna de la “ficha limpia”. Pero basta un repaso mínimo por su trayectoria para notar que es precisamente lo que no tiene.
En 2015, Lospennato fue electa diputada por la provincia de Buenos Aires. Y no fue la primera vez que intentó colarse en el Congreso desde ese territorio. Ya en 2009 figuraba en las listas de Francisco de Narváez, tras haberse desempeñado como funcionaria del gobernador Daniel Scioli. Su migración al macrismo se dio en simultáneo con la de su jefe político de entonces, Emilio Monzó, y fue, desde un inicio, un pase sin escrúpulos ni convicciones claras. Hoy, de repente, es candidata en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué cambió? Nada. Ni siquiera su domicilio.
Leandro Santoro lo dijo sin medias tintas: “Silvia Lospennato no está empadronada en CABA y no va a votar el 18 de mayo”. Así, la pretendida representante de los porteños ni siquiera tiene arraigo legal en el distrito. Y esto no es un tecnicismo menor, sino una violación explícita de la normativa electoral, que exige al menos dos años de residencia en el distrito de postulación. Esta no es la primera vez que Lospennato juega con domicilios falsos para colarse en una lista: en 2009, la Justicia ya le había bajado el pulgar cuando quiso presentarse en Buenos Aires sin acreditar adecuadamente su residencia. Lo más bochornoso: como “prueba” presentó una escritura a nombre de su marido —Fernando Lucas Depalma— y de su cuñada, Anabella, de un inmueble en Francisco Álvarez, en el que ni ella figuraba.
Ese mismo esposo, hoy prolijamente oculto de sus declaraciones y actos públicos, es el eje de otro de los grandes escándalos que rodean a Lospennato. Fernando Lucas Depalma es director de la Editorial Hammurabi, una empresa que desde hace años factura millones en contratos directos con el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En un país donde miles de editoriales independientes se disputan las migajas de la cultura, Hammurabi goza de la exclusividad de negocios con el Estado porteño sin pasar por licitaciones abiertas ni procesos competitivos.
En 2024, por ejemplo, el Consejo de la Magistratura de la Ciudad firmó la Contratación Directa N° 2-0012-CDI24 con Hammurabi S.R.L., por un total superior a los 9 millones y medio de pesos. ¿El objeto? Adquisición de material bibliográfico. En paralelo, la Dirección General de Administración de CABA contrató a Hammurabi Digital SH —también dirigida por Depalma y su hermana— para una suscripción anual exclusiva. El patrón se repite: contrataciones directas, montos elevados, favoritismo escandaloso.
Pero la cosa no queda ahí. Anabella Depalma, la cuñada de Lospennato, también forma parte del equipo editorial y, desde 2022, integra la planta contratada de la Secretaría Legal y Técnica del Gobierno porteño. El círculo se cierra con eficiencia: editorial proveedora del Estado, directores familiares de la candidata y su cuñada colocada estratégicamente dentro del mismo aparato que les compra. ¿Lobbies institucionalizados o corrupción estructural? No hace falta ser malicioso para encontrar la respuesta.
Todo este andamiaje es cuidadosamente silenciado por la diputada del PRO, quien ha hecho un esfuerzo quirúrgico por mantener alejada su vida privada de su actividad pública. El motivo es evidente: su esposo y su cuñada son engranajes clave en un mecanismo aceitado de negocios con el Estado que se repite año tras año. Y mientras la editorial Hammurabi se vuelve una suerte de ministerio paralelo del saber jurídico, con contratos que se renuevan sin competencia, Lospennato pontifica en los medios sobre la necesidad de “transparencia” y “ética pública”.
La farsa no solo indigna por su cinismo, sino porque se presenta envuelta en el celofán de la moral republicana. ¿Ficha limpia? ¿Dónde empieza y dónde termina el concepto? ¿Alcanza con no tener una condena penal para ser considerado íntegro? ¿Y qué pasa con quienes hacen del Estado una caja registradora privada a través de familiares y amigos? La ley podrá no alcanzarla, pero la ética política la aplasta.
La doble moral de Lospennato también se evidencia en sus vaivenes ideológicos. Años atrás, fue funcionaria de Daniel Scioli. Luego migró sin rubores al universo macrista. Hoy, se erige como “la candidata de Macri” para recuperar protagonismo en un PRO desgastado y acorralado por sus propias internas. Pero nada de eso importa si la caja sigue funcionando, si los contratos siguen firmándose, si los vínculos con el Estado no se cortan. Esa es, al fin de cuentas, la verdadera boleta de Lospennato: una lista de contrataciones públicas con apellidos familiares.
¿Quién puede hablar de “ficha limpia” cuando ha construido su carrera sobre domicilios falsos, acomodos, y una maquinaria de negocios en la que el Estado es cliente obligado? ¿Cómo se atreve una candidata a exigir ética en la política mientras sus lazos más íntimos se enriquecen gracias al partido que la postula y a la gestión que dice representar?
Silvia Lospennato es mucho más que una contradicción: es el emblema de una clase política que simula decencia mientras factura, que declama transparencia mientras reparte contratos, que ondea banderas morales con las manos embarradas. Y si eso no mancha su ficha, el problema no es el currículum de la candidata, sino el sistema que la habilita.