Este fin de semana se realizará la 3ra edición de la Feria de Emprendedores Reginenses, nuevamente el lugar de encuentro será el predio de Los Gansos Restó ubicado en AV. Mitre al fondo. El sábado 23 y domingo 24 a partir de las 17 hs y hasta las 24 hs más de 50 emprendedores locales mostrarán y ofrecerán sus productos en una gama variadísima que van desde trabajos de herrería y en madera, pasando por lencería, indumentaria, perfumería entre otras cosas, más el sector gastronómico con bebidas artesanales. Además números artísticos y espectáculos. La feria cuenta con estacionamiento pago y con entrada peatonal gratuita, y por supuesto adaptado a los protocolos pertinentes.
El inicio de la semana en la que se realiza la feria el trabajo se multiplica, los idas y vueltas también, aparecen las complicaciones y el tiempo vuela; Facundo Benito es el emprendedor que arrojó la idea a las redes y se abocó de lleno a cumplir el proyecto, “en marzo de este año se me ocurrió la idea, con ganas de armar una feria que incluya emprendedores de todo tipo, pero la idea principal no era tan grande, era más bien algo más chico, fue pensado para una docena de emprendedores como mucho. Después vino el tema de la pandemia y no se pudo hacer nada. A partir de octubre con algunos permisos nuevos que habilitaban retomé la idea y la pudimos llevar a cabo”.
Respecto a la organización de la misma Facundo nos cuenta, “materializar ideas como estas conllevan mucho trabajo, quizás desde afuera cuando uno llega a la feria la ve ya funcionando y no lo dimensiona pero todo lo que conlleva el tema organizativo es muchísimo trabajo no sólo de gestión y de burocracia sino también de trabajo manual y de pre producción. Intentamos que no solo esté todo perfecto para quienes visiten la feria si no que principalmente tenemos que brindarle lo mejor a los emprendedores para que ellos y ellas se sientan a gusto y cómodos”.
«Durante la pandemia los emprendimientos se multiplicaron y nucleándonos en una feria obtuvimos muchas más posibilidades de llegar a más gente y mostrar lo que hacemos”.
Facundo Benito, emprendedor y organizador
En cuanto a los motivos de por qué pensar en una feria local, el impulsor de la misma nos explicó que “esto surge como un tipo de organización para potenciar el trabajo individual de cada emprendedor, noté que había muchos (inclusive antes de la pandemia) pero que el alcance que teníamos individualmente era acotado. Durante la pandemia los emprendimientos se multiplicaron y nucleándonos en una feria obtuvimos muchas más posibilidades de llegar a más gente y mostrar lo que hacemos”.
También agregó para finalizar que “este tipo de eventos y actividades es necesario en este contexto que estamos viviendo. Ofrecer una variada gama de productos, en un espacio común al aire libre y cuidado, con espectáculos artísticos, donde podés compartir con amigos y familiares, es socialmente productivo para todos y todas”.
El crecimiento de la feria es exponencial
En la primera feria realizada en el predio de la cooperativa La Reginense existió un flujo de 600 personas con la participación de 18 emprendedores locales.
Para la segunda feria se pasó contar con más de 60 emprendedores y el afluente de personas fue de más de 2200 personas.
Vale aclarar, que se evitan las aglomeraciones permitiendo la entrada de un cupo limitado para preservar el distanciamiento.
Por esto y mucho más te recomendamos que este fin de semana no podés dejar de visitar la Feria de Emprendedores Reginenses. Apoyemos a los emprendedores locales!!
Socorristas en Red es una red de activistas feministas que se viene organizando desde el año 2012 para dar información y acompañar a mujeres y personas con capacidad de gestar en su decisión de abortar para que lo hagan de manera segura, acompañada y cuidada. La Red forma parte de la campaña por el derecho…
A partir del lunes 28 y hasta el 2 de julio, se llevará adelante la campaña de recolección de envases vacíos de agroquímicos con la técnica del triple lavado. Los puntos de recepción serán los siguientes: los pequeños productores (hasta 5 bolsones) deberán acercarlos al centro de acopio ubicado en el Corralón Municipal, de lunes…
Del 3 al 10 de octubre se celebra la semana del torrontés, una de mis blancas favoritas y la más argenta de todas las uvitas. Torrontés es una uva blanca de origen Argentino. Es que en el territorio nacional durante el S XVIII -S XVIII nació del cruzamiento entre la «Criolla Chica» (Listan Prieto) y…
¿Qué hacés el finde? Como todos los viernes desde #LaTapa te compartimos la agenda cultural para que puedas organizarte y elegir qué actividades hacer. Teatro, música, cine, moda, de todo. Continúan las actividades en el marco del Mes de la Mujer y es por eso que desde la Secretaría de Estado de Cultura de Río…
La senadora Cándida López denunció este lunes al personal de Seguridad del Senado por «golpes» y «manoseo» cuando llegó a las puertas de su oficina, junto a un cerrajero, para abrirlas. El escándalo se produjo porque Victoria Villarruel cambió las cerraduras de los despachos de los senadores salientes para administrar la entrega de las llaves a los nuevos integrantes, una resolución que comunicó vía decreto en septiembre pasado.
Desde el entorno de la legisladora, indicaron que la fueguina radicó su denuncia en la comisaría del Congreso. En su testimonio acusó lesiones en un tobillo, constatadas por personal médico del Senado, pero también «manoseos en la zona de los glúteos» y «en su zona pélvica delantera».
López interpreta que las agresiones están vinculadas a la fórmula que eligió para prestar juramento en el recinto el viernes pasado, cuando prometió sobre los evangelios «por los 30 mil desaparecidos», haciendo especial énfasis en la cifra frente a la Vicepresidenta, que acredita trayectoria militante en grupos caracterizados por lo que se conoce como negacionismo frente a los crímenes de lesa humanidad.
Fuentes vinculadas a Villarruel consideraron «una provocación» la actitud de la senadora López. «Esto empezó cuando asistió a la jura acompañada de 9 personas y hoy vino al Senado con un cerrajero, lo que de muestra que no está en sus cabales», explicaron, y agregaron que «la Vicepresidenta comunicó todo en un decreto de septiembre y acordó los términos con los presidentes de todos los bloques».
López sostiene que Villarruel cambió la cerradura y mandó a colocar una faja en la puerta de la oficina que pretende el viernes pasado, después de la sesión de la jura. Después de la escena de los forcejeos y las agresiones, la fueguina volvió acompañada por Juliana di Tullio, quien logró sonsacarle a uno de los vigilantes que Villarruel ingresó al despacho, donde López había dejado su computadora personal. «Si te falta algo, ya sabés», dijo Di Tullio.
Además, López consideró: «Que la vicepresidente Villarruel ingrese de manera ilegal al despacho de otro senador nacional es un ataque de extrema gravedad institucional y una violación a la autonomía del Poder Legislativo».
Un senador libertario criticó a su colega fueguina y deslizó que su actitud pudo estar impulsada por el kirchnerismo, más allá de que la Vicepresidenta habría acordado con las autoridades de las distintas bancadas, incluido el formoseño José Mayans. «Esto va a empezar a pasar seguido porque hay senadores que responden más a la superestructura que a las conducciones de bloques», dijo.
Según el equipo de la senadora agredida, el gabinete de López venía desempeñándose en las oficinas del senador saliente Sergio Leavy, una decisión que alegan haberle comunicado a la titular del Senado a través de las autoridades del interbloque de UP. «Ningún otro despacho en el Senado fue fajado, ni le cambiaron la cerradura, estando senadores del oficialismo y de la oposición con acuerdos políticos similares a los de López y Leavy», informó la fueguina en un comunicado de prensa.
López acudió este lunes con un cerrajero, según su vocero, luego que Villarruel no respondiera a sus mensajes y llamados durante el fin de semana. En el forcejeo con el personal de seguridad, la senadora sufrió una lesión en el tobillo derecho, constatada por el doctor Gustavo Apreda, médico del Senado.
Que la vicepresidente Villarruel ingrese de manera ilegal al despacho de otro senador nacional es un ataque de extrema gravedad institucional y una violación a la autonomía del Poder Legislativo.
La guerra por los despachos no es una novedad en el Congreso. En diciembre de 2023, los santacruceños José María Carambia y Natalia Gadano sacaron sus escritorios al pasillo porque no les daban oficinas.
LPO reveló la semana pasada que incluso el jujeño Ezequiel Atauche, ex jefe de la bancada libertaria, sufrió un piquete de los senadores oficialistas ingresantes para que les garantice los mejores lugares dentro del palacio, una posición preciada para los legisladores. El fantasma del descrédito inicia para algunos cuando se los desplaza o confina a los edificios anexos de la cámara.
Claudia Rodríguez deja caer la frase con cierta ambivalencia. Sostiene un cuaderno en la mano sin mirarlo. Uñas anaranjadas, voz honda, coqueta, así se presenta ante un público integrado por alumnxs de literatura latinoamericana, estudios de género y sexualidad, profesorxs universitarios y activistas LGBT que se acercaron a escucharla. Hoy no está en Santiago de Chile, donde vive, sino Estados Unidos, en una universidad pública de Nueva York.
Soy el profesor anfitrión aquí en Stony Brook University, esta universidad pública de Nueva York. Lxs alumnxs presentes han cursado mis materias sobre lo trans y lo queer/cuir en América Latina, han leído la obra de Claudia, hemos hablado de ella. Pero no es lo mismo hablar de ella que escucharle hablar por sí misma. Y ese es el punto: un acto de presencia. Esa presencia es política, aquí, ahora. Es político nombrarse travesti en este contexto -en la era de Trump y en tierra de Trump-. Estoy ansioso, anticipo preguntas, burocracia repentina, el problema del idioma, del cuerpo. Tengo miedo de que nos vean fumando un cigarrillo (está prohibido fumar en el campus). Tengo miedo de que no digan nada, de la indiferencia. Pero exhalo. Ya está.
– Soy poeta travesti chilena. Y monstrua resentida- continúa la invitada.
Rodríguez es la figura emergente de la escena cultural trans y travesti de su país. Su trabajo activista se enfoca en la prevención del VIH en comunidades periféricas. Y su trabajo performático, en la hipocresía patriarcal, la violencia de género, lasupuesta multiculturalidad del Estado chileno. En Santiago, a Claudia se la puede ver parada en una esquina, bajo la sombra del Cerro Santa Lucía chusmeando con una amiga, riéndose de clientes viejos o recordando la historia del activismo travesti local. También se la puede cruzar en una marcha feminista vestida de monja, de Pamela Anderson o de la Estatua de la Libertad con una pancarta: “Para las travestis reales el Estado no puede existir”. Es autora de fanzines y libros de poesía como Cuerpos para odiar y Dramas pobres. Algunos de sus textos fueron llevados al teatro, como la autobiográfica Vienen por mí que la actriz y escritora Camila Sosa Villada estrenó en Córdoba, Argentina. Es una de las voces del libro Travesti, una teoría lo suficientemente buena (Ed.Muchas Nueces), entrevistada por Marlene Wayar.
En su obra, el cuerpo travesti se monstrua (así, como verbo) a través de reconfiguraciones plásticas y peligrosas. El peligro es ese cuerpo, peligro latente pero omnipresente. “Ser travesti es ser una muñeca para los hombres que odian a las mujeres”, escribe Claudia. Estos aforismos abundan tanto en su poesía como en sus reflexiones cotidianas. Es su forma de contextualizar la memoria que bifurca y desdobla en cuerpos inertes, degollados. Cuerpos de mujeres travestis que, como ella dice, “murieron sin haber escrito ni una carta de amor”.
La artista chilena fue invitada por el Instituto de Humanidades de Stony Brook University a participar del simposio Unnatural: Gender, Ideology, and the New Latin America (Antinatural: género, ideología y la nueva América Latina).
Stony Brook forma parte del sistema de universidades públicas del estado de Nueva York. Queda a dos horas en tren desde Manhattan, en un suburbio de familias tipo: blancas, burguesas. Es conocida por sus programas en ciencias exactas, por su hospital y por la escuela de medicina. Las humanidades aquí quedan relegadas a un segundo plano de importancia -y de financiamiento-. Stony Brook es una universidad popular, con aranceles accesibles; por eso muchos de sus estudiantes son hijos de inmigrantes latinoamericanos y asiáticos.
***
El encuentro busca generar un diálogo sobre el impacto de la vuelta de la derecha en América Latina en la política y en el arte. Y cómo esta vuelta que no es nueva se viraliza y se siente tanto en los espacios públicos como en las relaciones interpersonales, en la intimidad.
También exponen Denilson Lopes, especialista en literatura y cine de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y Gabriela Arguedas, filósofa feminista experta en bioética de la Universidad de Costa Rica. Todxs hablan de la coyuntura vista desde las ciencias sociales y las humanidades, y también desde la investigación académica y las experiencias personales.
Lopes, el académico carioca, se refiere al deseo de los encuentros cotidianos (inter e intra-generacionales) como un modo tenue pero poderoso de construir redes de afecto. Pone de ejemplo el cortometraje Bailão (de 2009, dirigido por Marcelo Caetano) para explicar cómo, en la sutileza de lo mundano, de los espacios entre la casa y el trabajo, residen otras posibilidades de una sociabilidad si no utópica, fugazmente luminosa, centelleante, en devenir. Pienso en la pista de baile de un bar gay cualquiera, un martes. Pienso en una conversación. Una pausa. Una mirada.
Por Skype y desde Costa Rica, Arguedas (cuyo vuelo de American Airlines se retrasó por una falla mecánica) le apunta a la denominada ideología de género. Se remonta al siglo XVIII, traza la historia filosófica, se enfoca en el neointegrismo católico y en el fundamentalismo pentecostal. Explica: estas dos formas de pensamiento no sólo rechazan los esfuerzos recientes en materia de derechos LGBT, sino que también repudian la soberanía individual, legado de la tradición intelectual de la Ilustración. Quedé impresionado no sólo por la destreza interdisciplinaria de Arguedas, sino por el trabajo político que nos queda por delante. ¿Cómo apelar a los derechos de un colectivo disidente cuando, precisamente, es el individuo quien recibe derechos dentro del sistema legal en la modernidad? ¿Cómo no caer en la quimera de la protección estatal?
Entonces, Claudia. Con las uñas anaranjadas, con su cuaderno como escudo, ¿de qué tiene que hablar? Su intervención comienza con una paradoja que es, a la vez, una reflexión sobre las expectativas culturales, académicas e institucionales y un intento por sintetizar un deseo. Hay en ese “tener que” una postura política ante la obligatoriedad discursiva, ante la aparición de una travesti en público, ante la mirada pegajosa que solicita. Nos provoca a indagar el cuerpo, el deseo y la política a través de una teorización transfeminista que se basa en un recuento de su propia trayectoria activista y poética. Tras una pausa, dice:
– Aprendí del feminismo que hay que poner el cuerpo.
Esa apuesta por un feminismo experimental -cuestiones que guían la obra de Rodríguez- nos interpela como público: ¿cuánto cuerpo hemos puesto y cuánto estamos dispuestos a dar? ¿Qué puede el cuerpo, este cuerpo mío?
La pregunta me transporta a 2015, cuando la vi por primera vez en Chile. Claudia actuaba en Cuerpos para odiar: emergía de la penumbra, se mostraba etérea pero contundente, vestida de blanco, cabello rubio quemado. Interpelaba al público:
— ¿Quieren show?
No era una pregunta retórica. ¿Qué quieren del cuerpo travesti? ¿Qué quieren que les diga?
La inquietud de una alumna me devuelve a Stony Brook. Le pide recomendaciones para seguir pensando la intersección entre la literatura escrita por mujeres y la violencia epistémica. “No te podría decir. No soy mujer, soy travesti”, responde la chilena. Y arroja un ejemplo de su política feminista: hablar desde ese cuerpo encarnado, ese lugar específico. Dejar de pensar en universalizaciones para figurar desde su ontología (si me permiten la verborragia, Claudia propone una ontopoética travesti).
La jornada termina. Los alumnos se dispersan (y me confesarán después que fue el evento más comentado del año académico). Nos quedamos Claudia y yo para la cena celebratoria (de rigor). “¿Querés ostras?”, le digo, y me imagino en aquella escena inicial de Una excursión a los indios Ranqueles, cuando Mansilla se jacta de su colonialismo gustatorio, de sus ostras y de su tortilla de huevos de avestruz. Viene el camarero —un inmigrante salvadoreño—, y toma nuestro pedido:
– Quiero la carne —dice Claudia—. Pero cruda.
***
Como somos amigas (la Claudia me mujerea mucho), después del evento nos escapamos del pueblito de Stony Brook. Ella se queda a pasar unos días en mi departamento en Brooklyn. No tenemos mucho planeado, pero en algún momento ella pide:
– Quiero ir adonde la Marilyn sacó su fotografía.
No me lo tiene que explicar. Conozco la imagen de Marilyn Monroe en The Seven Year Itch. La referencia no es gratuita. En su poemario del 2016, Dramas pobres, Rodríguez escribió: “A veces me parezco a la Marilyn. Cuando tomo el cigarro y miro fijamente al pasado; me vuelvo a levantar, a sentirme travesti y minotaura”. Y en Cuerpos para odiar, Rodríguez protagonizó a La Marilyn. Es que Monroe es una suerte de sombra para ella, una figura trágica, modelo imperfecto de una femineidad mediatizada, decadente, monstruosa.
Aquella foto histórica se tomó en la esquina de la calle 52 y Lexington Avenue. Vamos. Pero no hay nada material para reconocer aquella escena, ni una placa ni flores ni olor a Chanel Nº 5. Hay que ir como si fuera un ritual solo para iniciadas, como si la búsqueda de ese espacio, cual soplo de viento fortuito, tuviese que ser también fugaz, tentativa.
De vuelta a mi casa, Claudia sube al Facebook la foto que le saqué. El álbum se titula: “Una travesti pobre en Nueva York”.
El sábado vamos al Central Park. Es el primer día soleado de la primavera de Nueva York. El pasto todavía está mojado, frío, pero igual nos sentamos a ver los cuerpos que, en su transitar líquido, poliforme, reflejan el ansia del encuentro.
Más tarde vamos a sacarnos otra foto, esta vez con la Estatua de la Libertad, aquella mujer tan sola. Tan travesti. Caminamos hacia la última punta de Manhattan, donde el mar Atlántico chapea contra un muelle que en el siglo XIX servía como batería militar y antes como mercado de esclavos. Entonces divisamos una masa humana que, frente a la bolsa de valores, se aferra al Toro (de bronce) de Wall Street, el Charging Bull. Nos dejamos llevar por el bullicio. Hay familias de turistas que se sacan una foto, mejor dicho, que se turnan para sacarse la misma foto. Varias manos encima de los cuernos lustrosos, sonrisitas. Claudia señala con la mirada: “Quiero con el poto”. Obvio. Con el poto del Toro de Wall Street. Se para al lado y, providencialmente, una pareja de argentinos me pregunta:
– ¿Querés que les saque la foto con las bolas?
– No. Con el poto.
Nos miran. Claro, para ellos el poto no significa nada; o quizás entienden, por el contexto, que poto es culo, ano, orto, pero igual nos miran desconcertados con el desdén del falogocentrismo y el gesto irónico de la travesti.
“Podría ser la portada de mi siguiente libro”, sugiere Claudia. Nos reímos. Y sí, ¿por qué no? Necesitamos una potopolítica, propongo. Potopolítica: liberación del ano, política marica-travesti-torta de los (malos) usos del cuerpo, expresión del deseo antinatural, legado del pecado nefando.
En realidad, Rodríguez lleva rato pensando en la lógica anal, en el precioso ano del hombre, como señala uno de sus poemas:
Una loca dijo:
Ser travesti es ser degenerada como los hombres,
estar dispuesta a todo pero en secreto, para que no
duden del hombre, para que no se diga del hombre
que le gusta por el poto. La lengua en su poto y los
dedos de una travesti.
***
Si tuviera que nombrar qué nos une a Claudia y a mí diría: el deseo. La forma del deseo, de pensar el deseo, de buscar en sus contornos un territorio propio-compartido a partir del cual nos sentimos cómplices en nuestros respectivos proyectos (de vida, artísticos, políticos, cotidianos). Tenemos, por así decirlo, un trasfondo común a pesar de las muchas cosas que nos diferencian. Y de ese trasfondo surge la necesidad no solo de pensar el cuerpo (individual, colectivo) en estos tiempos de fascismo, sino de poner en práctica la consigna que aprendimos (las dos) de Perlongher: “Lo que queremos es que nos deseen”.
No me sorprende, entonces, cuando Claudia me pregunta: “¿Dónde está el deseo?”.
Salimos del MoMA y vamos a tomar el subte hacia Brooklyn. Seis de la tarde, Midtown. Zona de negocios, de bancos, de trámites pero no del deseo, o por lo menos, del tipo de deseo que queremos ver. “Quizás -me dice- el deseo tiene horario.” Pero en la ciudad que nunca duerme los horarios son flexibles. El deseo también. “Mira que todos andan del mismo color azul marino. ¿Cuál es el color del deseo?” Tal vez tiene en mente una naturaleza muerta de Cézanne, las imperfecciones que se dejan ver en la forma, en el toque, imperfecciones que enmascaran los píxeles de la reproducción digital. Es la búsqueda lo que se deja ver en persona, la búsqueda de la expresión, que es otra manera de decir: el deseo.
Durante el simposio, Lopes había sugerido que el arte puede ser un lugar de encuentros. No lo entendí, y quizás todavía sigo sin entenderlo. Igual, pienso, el arte no escenifica encuentros. El arte es el encuentro. Como el encuentro también es arte.
Por ejemplo: estábamos sentadas en un salón del MoMA. Hablábamos de la muestra fotográfica de Lee Friedlander “Letters from the People” (Cartas del pueblo). Claudia pregunta: “¿Por qué no hay nada en español?”. Miro. “Hay todo un mundo ausente aquí”, dice. Otro pueblo, quizá. Las fotos son de números y letras, graffitis, signos sacados de contexto, combinados para crear otro contexto —un ensamble-. Tiene razón, pienso, pero el fotógrafo busca algo también. Quizás no sabe leer los códigos subterráneos. De repente escucho: “Can you move?”. Nos miramos. Me doy vuelta. “Can you move?”, de nuevo. Es una chica de veintitantos años, rubia, europea. Se interrumpe nuestro encuentro con otro inesperado. “Quiere que nos quitemos de la banca”, le digo a Claudia. Nos pide dejarle el asiento para poder sacarse una foto. Nos corremos un poco. Saca una selfie, nosotras de periferia.
En alguna foto de Instagram estarán nuestras miradas de reojo reflejadas en los retratos de Friedlander, miradas que sirven de trasfondo para el registro fotográfico de una turista europea en el MoMA. Se me ocurre: cuando nos desplazamos se generan otras posibilidades de encuentros, otras constelaciones afectivas y corporales, a pesar de la relación de poder evidente. Luego Claudia me dice: “No hay que buscar hablar desde el centro. La periferia debe nombrar la periferia”. Sonrío. Sí, desde ahí, desde la periferia se pone el cuerpo.
Me sacude la claridad de su pensamiento. Es que había pensado al proponer el simposio, confieso, que serían mis alumnxs y no yo el sujeto de la irrupción de Claudia en el escenario cotidiano. Yo, como sujeto indígena, nunca me he imaginado céntrico en este país genocida. Pero me doy cuenta que mi propio transitar centro-periférico, mi deseo marica, mi piel, mi ciudadanía sexual, dependen precisamente de discursos encarnados, entrelazados, de tensión epistémica. Mejor dicho: me doy cuenta porque ahora lo siento en mi propio cuerpo, junto a Claudia, travesti monstruosa, cuando nos dejamos llevar por el arte del encuentro. No puedo dejar de imaginar, así, que nuestros cuerpos, en un eco luminoso, marcan no sólo coordenadas de pertenencia o de exclusión sino también, y sobretodo, zonas de deseo siempre en movimiento.