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Río Negro se presentó en el escenario Atahualpa Yupanqui de Cosquín

Con una delegación compuesta por bailarines, bailarinas, músicos y músicas de diferentes puntos de la provincia, Río Negro volvió a subirse al escenario mayor del Festival Nacional de Folklore.

Con raíces rionegrinas, la presentación estuvo conformada por tres partes de danzas tradicionales: la primera una introducción integrada por una huella y un triunfo, en la segunda fue el turno de la cueca y el malambo, y finalmente en la última se armó un cuadro campero con cumbia campera y milonga.

La delegación fue acompañada por el secretario de Estado de Cultura, Ariel Avalos, quien sostuvo que «fue emocionante, Río Negro brilló, es una emoción enorme y la sensación de la tarea cumplida» y agregó que «fue un proceso de meses, con audiciones virtuales y presenciales, capacitaciones, recorrimos la provincia, hay un gran trabajo de logística».

La delegación oficial contó con más de medio centenar de artistas, estos son los nombres de quienes nos representaron en Cosquín 2022:

Bailarines y bailarinas

Aguila Dario
Currumil Franco Nahuel 
Ignacio Joaquín 
Tripailao José Luis  
Roble Pedro Martin 
Carrera Ricardo 
Telmo Angelo  
Rojas Valentín 
Abbate Matías 
Huircain Roque Angelo
Morales Delfín 
Cornejo Gonzalo 
Benavidez Marco Antonio 
Grondona Joaquin  
Niño Samuel David
Santamaria Axel Daian
Silva Sebastian
Marcelo Burgoa
Luciano Sepulveda
Padilla Joaquin
Bravo Matias 
Estive Nahuel
Filet Juan Carlos 
Yuri Agustina
Tamara Rocio Pino 
Pino Verónica 
Ormeño Ivana 
Picca Fernanda Daniela 
Pino Alen Delma
López Cyntia 
Figueroa Tatiana
Salinas Yamila Anicel 
Mauna Gabriela Leonela  
Romero Lira Leylén Florencia
Jara Vargas Cristina Noemí 
Sandoval Valentina
Avila Maria 
Gonzalez Jessica 
Novoa Virginia Antonella  
SalinasTamara Itati 
Loncon Iris Fabiana
Soto Diana
Guenumil Ailin
Picuntureo Cintia
Craice Emilce
Galvan Vanesa

Músicos, cantantes y recitadores

Morales Belen
Joubert Natalia
Lanfre Edgardo 
Ortiz Marin
Melinguer Eric
Marilaf Celeste
Vallejos Fabio
Vazquez Matias
Suarez Gabriel 
Quiroga Nicolas

Avalos también expresó que «ya estamos pensando en cómo vamos a encarar el proyecto 2023. Estos son los proyectos que le hacen bien a nuestros artistas, que tienen la calidad y potencia suficiente para llegar y representarnos muy bien como lo hicieron todos estos años».

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    El burócrata de Arendt y Sturzenegger: la banalidad del daño como política de Estado

     

    Hannah Arendt describió al burócrata moderno como alguien capaz de producir un daño inmenso sin odio ni pasión, apenas cumpliendo órdenes. En la Argentina de las últimas décadas, Federico Sturzenegger encarna como pocos esa figura: el técnico que, gobierno tras gobierno, pone su saber al servicio de un mismo proyecto de poder.

    Por Tomás Palazzo para NLI

    Hay figuras que atraviesan la historia política sin necesidad de ganar elecciones ni dar discursos encendidos. No seducen multitudes ni bajan a la arena con consignas épicas. Su poder es otro: el del expediente, el decreto, la planilla de Excel. Hannah Arendt, al analizar el juicio a Adolf Eichmann, formuló una de las ideas más incómodas del siglo XX: la banalidad del mal. No hacía falta un monstruo para causar estragos; bastaba un burócrata eficiente, obediente y convencido de que solo “hacía su trabajo”.

    Federico Sturzenegger no es, claro, un criminal de guerra. El paralelismo no apunta a los hechos sino a la lógica. La del funcionario que se concibe a sí mismo como neutral, técnico, inevitable. El que no decide: ejecuta. El que no es responsable: administra. En nombre de esa supuesta asepsia, se despliegan políticas que arrasan con derechos, salarios, ahorros y soberanía, mientras el ejecutor se declara ajeno a las consecuencias.

    El burócrata sin odio

    Arendt observó que Eichmann no actuaba movido por un odio explícito ni por un fanatismo profundo. Su rasgo distintivo era la incapacidad de pensar críticamente lo que hacía. El mal se volvía banal porque se integraba a la rutina administrativa. Algo de eso aparece cada vez que Sturzenegger explica sus decisiones con un lenguaje deshumanizado, donde las personas se transforman en “distorsiones”, “ineficiencias” o simples “costos a corregir”.

    Durante el gobierno de Fernando de la Rúa, fue parte del equipo económico que sostuvo un esquema que terminó en una catástrofe social, institucional y económica. Más tarde, bajo Mauricio Macri, como presidente del Banco Central, su gestión quedó asociada a tasas de interés exorbitantes, bicicleta financiera y endeudamiento acelerado, un combo que benefició a los sectores concentrados y dejó una herencia explosiva.

    Hoy, con Milei, Sturzenegger reaparece como ideólogo del desguace estatal, celebrando despidos, recortes y privatizaciones como si fueran simples movimientos técnicos. El discurso se repite: no hay alternativa. La técnica reemplaza a la política y la obediencia a la reflexión ética.

    El servil perfecto del poder real

    Sturzenegger no responde a un partido ni a una identidad popular. Su lealtad es otra: el poder económico concentrado y la ortodoxia liberal que, desde hace décadas, busca achicar el Estado solo para los de abajo. Su principal talento consiste en adaptarse a distintos gobiernos siempre que la dirección sea la misma. Cambian los presidentes, cambia el clima político, pero el programa permanece intacto.

    Esa continuidad es clave para entender el paralelismo con Arendt. El burócrata no se pregunta por las consecuencias humanas de sus actos. No mira a los ojos a los despedidos, ni a los jubilados que pierden poder adquisitivo, ni a las universidades desfinanciadas, ni a los científicos expulsados. Cumple funciones. Firma papeles. Optimiza procesos.

    Noticias La Insuperable ha mostrado en distintas coberturas cómo este libreto se repite: el ajuste presentado como modernización, la pérdida de derechos narrada como valentía reformista, el sufrimiento social reducido a una variable secundaria.

    Pensar, la tarea que incomoda

    Para Arendt, el verdadero antídoto contra la banalidad del mal no era la moral abstracta sino el pensamiento. Pensar implica detenerse, dudar, hacerse cargo. Justamente lo que el burócrata evita. En ese sentido, Sturzenegger representa una forma extrema de irresponsabilidad política: la del que se escuda en la técnica para no responder por el daño que provoca.

    No hay neutralidad posible cuando se decide quién paga una crisis y quién se beneficia. No hay inocencia en el ajuste sistemático sobre los mismos sectores. La obediencia automática deja de ser excusa y se transforma en complicidad.

    El problema no es solo Sturzenegger como individuo, sino lo que simboliza: una élite tecnocrática que se cree por encima de la democracia, que reduce la política a gestión y convierte el sufrimiento social en una externalidad aceptable. Arendt advertía que este tipo de funcionarios no necesita ser malvado para ser peligroso. Basta con que renuncie a pensar.

     

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