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Por qué Perón nunca aceptaría un gobierno de Javier Milei

En el mundo de la política argentina, hay figuras icónicas que han dejado una huella imborrable en la historia del país. Uno de esos personajes es Juan Domingo Perón, quien gobernó Argentina en tres ocasiones y dejó un legado político y social de gran relevancia. En contraste, encontramos a Javier Milei, un economista y político liberal que ha ganado notoriedad en los últimos años. Si bien ambos representan ideologías políticas opuestas, en este artículo exploraremos las razones por las cuales Perón nunca aceptaría un gobierno de Javier Milei.

Perón y su legado

Juan Domingo Perón es considerado uno de los líderes políticos más influyentes de Argentina. Durante su gobierno, implementó políticas económicas y sociales que buscaban mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y promovían la justicia social. El peronismo se caracteriza por su enfoque en la justicia social, la protección de los derechos laborales y la intervención del Estado en la economía para garantizar el bienestar de la sociedad.

Las diferencias ideológicas

Una de las principales razones por las cuales Perón nunca aceptaría un gobierno de Javier Milei radica en las marcadas diferencias ideológicas entre ambos. Milei se identifica como un defensor del liberalismo económico y aboga por la reducción del Estado, la eliminación de regulaciones y la promoción de la libre competencia. Estas ideas contrastan directamente con los pilares fundamentales del peronismo, que busca la intervención del Estado para proteger los derechos laborales y garantizar la justicia social.

El rol del Estado

Otra razón por la cual Perón no aceptaría un gobierno de Milei está relacionada con la visión del rol del Estado en la economía. El peronismo defiende la intervención estatal como una herramienta para regular la economía, proteger a los trabajadores y garantizar la equidad social. Por otro lado, Milei aboga por una reducción drástica del Estado y una mayor liberalización económica. Estas diferencias fundamentales en la visión del Estado y su papel en la sociedad hacen que sea altamente improbable que Perón apoyara un gobierno liderado por Milei.

Protección de los derechos laborales

El peronismo tiene una larga tradición de defensa de los derechos laborales y la protección de los trabajadores. Durante su gobierno, Perón implementó medidas destinadas a mejorar las condiciones de trabajo, establecer derechos laborales y garantizar salarios justos. Por el contrario, Milei defiende una visión económica que prioriza la libertad individual y la libre competencia, sin un enfoque explícito en la protección de los derechos laborales. Esta diferencia de enfoque en la cuestión laboral es otra razón por la cual Perón nunca aceptaría un gobierno liderado por Milei.

Conclusión

Las diferencias ideológicas y políticas entre Juan Domingo Perón y Javier Milei son evidentes y significativas. Mientras que Perón representa el peronismo, una corriente política que busca la justicia social y la intervención estatal en la economía, Milei defiende el liberalismo económico y la reducción del Estado. Estas diferencias fundamentales hacen que sea altamente improbable que Perón aceptaría un gobierno liderado por Milei. El legado de Perón y sus principios políticos siguen siendo relevantes en la política argentina, y su visión de un Estado presente en la protección de los derechos laborales y la justicia social no se alinea con las ideas de Milei.

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  • Ucrania: una paz que avanza a la fuerza

     

    En menos de 72 horas, la relación transatlántica cambió de naturaleza y todo parece indicar que los ucranianos han perdido la guerra. El 12 de febrero de 2025, el flamante secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, dio inicio a las negociaciones de paz en Ucrania. Ya desde un comienzo cedió ante las dos principales exigencias de Moscú: la no adhesión de Kiev a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la ratificación de las “nuevas realidades territoriales”, es decir, la anexión de cuatro regiones ucranianas a Rusia, así como también de Crimea. Al día siguiente, tras una larga conversación telefónica con Vladimir Putin, el presidente Donald Trump anunció su intención de reunirse con su par ruso en Arabia Saudita –sin los ucranianos ni los europeos– y expresó su deseo de que pronto se organicen elecciones en Ucrania. Finalmente, el 14 de febrero, en un discurso pronunciado en una conferencia en Munich, el vicepresidente estadounidense, más que abordar la cuestión ucraniana, reprochó a los dirigentes europeos el hecho de que deshonraran las aspiraciones de sus propios pueblos restringiendo la libertad de expresión en las redes sociales o anulando las elecciones en Rumania por supuestas injerencias rusas (1).

    Semanas antes, Trump había lanzado una ofensiva comercial al aumentar los aranceles a las importaciones de Canadá, México y la Unión Europea, y también había expresado sus intenciones anexionistas sobre Groenlandia (2). Sin embargo, de ahora en adelante, ya no se trata tan sólo de manipular a sus “aliados” para que compren más armas o para equilibrar la balanza comercial. Al declarar que Estados Unidos no les concedería garantías de seguridad ni a Ucrania ni a las tropas europeas que pudieran desplegarse para hacer cumplir un eventual alto el fuego, Trump inevitablemente sembró dudas sobre la solidaridad estadounidense en caso de un ataque al territorio de un miembro de la OTAN. Sin su contrapartida de seguridad, el vínculo transatlántico se parecería más bien a una completa relación de dependencia.

    No obstante, desde 2022, Estados Unidos ha “invertido” un promedio de 35.300 millones de dólares por año en Ucrania (3). Mucho más que los 3.000 a 5.000 millones de dólares que Washington destinó cada año a Israel antes del ataque del 7 de octubre de 2023 y el equivalente a casi la mitad de los gastos militares anuales para Afganistán entre 2001 y 2019 –un esfuerzo para financiar una ocupación militar y operaciones directas–. El nivel de apoyo a Ucrania se sitúa, por lo tanto, en algún punto intermedio entre la ayuda brindada a un aliado histórico en Medio Oriente y el compromiso de una intervención directa en el campo de batalla en su propio nombre. Pero a Trump poco le importa todo eso: la guerra en Ucrania no es la de Estados Unidos, sino la de su antiguo rival Joseph Biden…

    Errores de cálculo

    Evidentemente, la magnitud de la ayuda occidental llevó a Kiev a cometer un error y la alentó a rechazar la negociación. En la primavera boreal de 2022, incluso antes de que Occidente le proporcionara su apoyo militar, la resistencia ucraniana podía enorgullecerse de haber frustrado la operación de cambio de régimen fomentada por el Kremlin y de haber minimizado las pérdidas territoriales. Después de cuatro semanas de combates, los beligerantes estaban cerca de llegar a un acuerdo. En Estambul, Kiev aceptó un estatus de neutralidad –es decir, renunció a adherirse a la Alianza Atlántica– y confirmó su intención de no dotarse de armas nucleares. A cambio, buscaba conseguir la retirada voluntaria de Moscú de los territorios que había ocupado desde el 24 de febrero. Sin embargo, Kiev necesitaba garantía de seguridad por parte de los líderes occidentales, quienes se la negaron. Boris Johnson se convirtió en el portavoz de la posición occidental durante una visita a la calle Bankova, sede de la Presidencia ucraniana. El Primer Ministro británico afirmó que nunca firmaría un acuerdo con Putin. Por eso, lo que ofrecían no eran garantías, sino armas (4).

    Europa deberá pagar la reconstrucción de Ucrania y, al mismo tiempo, afrontar los costos de su seguridad.

    Por un tiempo fue posible creer que dicha apuesta resultaría exitosa. Tras una primera contraofensiva, en noviembre de 2022, Kiev recuperó la ciudad de Jersón, ubicada en la orilla derecha del río Dnieper. Se desató la euforia. La palabra “negociaciones” se volvió tabú. No alinearse con los objetivos ucranianos –es decir, recuperar por la fuerza las fronteras de 1991– equivalía a firmar un pacto con el diablo. Los grandes medios de comunicación occidentales respaldaron el decreto ucraniano de octubre de 2022 que prohibía las negociaciones con Putin, a quien buscaban llevar ante la justicia internacional por crímenes de guerra (5).

    Sin embargo, la segunda contraofensiva ucraniana de junio de 2023 resultó en una derrota. En los medios de prensa, los estadounidenses expresaron su descontento: Kiev habría escatimado demasiado sus hombres para privilegiar ataques tácticos dispersos a lo largo del frente en lugar de enviar soldados en masa a los campos de minas rusos con la esperanza de traspasar las defensas del adversario y cortar el puente terrestre entre Rusia y Crimea (6). Bajo la presión de Washington, Kiev redujo la edad de reclutamiento de 27 a 25 años en abril de 2024, pero en diciembre se negó a bajarla a los 18 años. Así, la apuesta hecha en base a las exhortaciones occidentales fracasó trágicamente. Tanto el costo humano –cientos de miles de muertos y heridos– como los sacrificios exigidos a la sociedad fueron en vano (7).

    Como lógica consecuencia, durante el mismo período, Rusia experimentó una suerte inversa. El inicio de su “operación militar especial” resultó un fiasco. Los servicios de inteligencia rusos sobrestimaron los apoyos con los que contarían tanto por parte de la población como dentro de las élites ucranianas. El Ejército se estancó en los barrios periféricos de la capital ucraniana y fracasó en su intento de tomar el control del país. El Kremlin decidió entonces concentrar su dispositivo militar en el Donbass y Crimea. Concebida inicialmente como una expedición relámpago, la guerra fue cambiando de escala y de naturaleza. La movilización forzada decretada en septiembre de 2022 provocó una ola de protestas y exilios.

    Atrapada en su propia guerra, Rusia agravó su situación en materia de seguridad. Su “operación militar especial” tenía como objetivo, por un lado, prevenir que Ucrania se rearmara –antes de que Kiev recuperara por la fuerza las regiones separatistas prorrusas– y, por otro lado, poner un freno a la expansión de la OTAN hacia el Este. No obstante, unos meses después del inicio del conflicto, Rusia enardeció el patriotismo de un adversario que recibía un flujo continuo de armas y que contaba con el respaldo de una Alianza Atlántica reforzada con dos nuevos miembros: Suecia y Finlandia, que limitan con la zona ártica, estratégica para Moscú. Los dirigentes europeos reforzaron los batallones enviados al flanco oriental de la alianza, incluida Francia, que hasta entonces se oponía a una presencia permanente. La fuerza de reacción rápida de la OTAN cuadruplicó su número de efectivos; también continuó la construcción de la nueva base antimisiles estadounidense en Polonia, en donde los norteamericanos elevaron su presencia militar a 10.000 soldados. Lejos de calmarse, en Rusia las preocupaciones respecto de la seguridad se intensificaron por no haber previsto la fuerza y la unidad de la reacción occidental. Empero, al apostar por la consolidación de sus defensas detrás del Dnieper, Rusia logró estabilizar el frente. Los avances territoriales, como la toma de Bajmut en mayo de 2023, se consiguieron a costa del sacrificio de numerosas tropas, en un país ya golpeado por su crisis demográfica.

    El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada.

    Si bien Rusia mostró debilidades militares, la resiliencia de su economía resultó sorprendente. El Banco Central había acumulado suficientes reservas para asumir una confrontación financiera con Occidente. Logró sostener eficazmente el rublo y salvar su sistema bancario a pesar del congelamiento de sus activos en Europa y Estados Unidos. En cuanto a las sanciones energéticas, terminaron volviéndose en contra de los propios impulsores europeos: el aumento de los precios del gas compensó la pérdida de los volúmenes enviados al Viejo Continente, dando tiempo a Rusia para reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia Asia (8). El fracaso de la estrategia de aislamiento se volvió evidente porque, si bien Moscú se vio obligada a recurrir a “Estados parias”, como Corea del Norte o Irán, para obtener armas o soldados, la realidad es que no le faltaron socios económicos interesados en sus descuentos energéticos. Los países que forman el núcleo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vieron con preocupación la ofensiva punitiva financiera de Washington contra uno de sus miembros y profundizaron de forma preventiva su cooperación para reducir el uso del dólar en sus intercambios. En 2024, BRICS acogió a cinco miembros nuevos, entre los que destacan los Emiratos Árabes Unidos, un actor clave en las nuevas rutas del petróleo ruso (véase el artículo de págs. 12-14).

    ¿Acercamiento al hermano menor?

    Al elegir negociar cara a cara con Moscú, Trump le ofrece una vía de escape al Kremlin. El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada. Las concesiones, por ahora sólo verbales, resultan vertiginosas: reanudación de las negociaciones sobre el desarme, promesa de reincorporación al G7 y, a largo plazo, levantamiento de las sanciones. Aunque el Presidente estadounidense trate de morigerar estas promesas en las próximas semanas, la solidaridad transatlántica parece estar ya profundamente deteriorada.

    Estas declaraciones podrían cerrar la era geopolítica que comenzó en 1949. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó la Alianza Atlántica para imponer su influencia a la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se alineaba primero con el bloque soviético y luego se unía al Pacto de Varsovia en 1955. Sin embargo, a fines de la década de 1980, el último líder soviético, Mijail Gorbachov, al frente de un país agotado por la carrera armamentista, se comprometió con una serie de concesiones unilaterales y desordenadas: aceptó la reunificación de Alemania y su adhesión a la OTAN sin obtener garantías escritas sobre la no expansión de la alianza occidental en Europa del Este. De este modo, el antiguo instrumento de seguridad sobrevivió a la Guerra Fría, y la Unión Europea, al expandirse, permaneció firmemente vinculada a Washington. Aunque en 1989 y 1990 se llegó a considerar por un momento la posibilidad de implementar un nuevo sistema de seguridad, no surgió ninguno alternativo tras la disolución de la URSS en 1991. Si bien el conflicto ruso-ucraniano tiene en parte su origen en esta oportunidad perdida, su resolución negociada está provocando una reconciliación ruso-estadounidense a espaldas de Europa.

    En Munich, el vicepresidente James David Vance incluso señaló una nueva dirección estratégica de Estados Unidos: “A Putin no le interesa ser el hermano menor en una coalición con China” (9). ¿Se trata del regreso a la estrategia de triangulación que había puesto en marcha el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 al acercarse al “hermano menor” (en ese entonces, China) para aislar mejor al enemigo principal (la URSS)? Si este es el “plan”, Trump tendrá dificultades para romper el eje Rusia-China. Pekín, si bien se molestó por el hecho consumado de la invasión rusa y le ha reprochado a Moscú su abuso de la amenaza nuclear, no le ha retirado su apoyo. China suministra de manera discreta tecnologías necesarias para el complejo militar-industrial ruso, al mismo tiempo que profundiza su cooperación militar con Moscú. Aunque desequilibrada, esta relación se basa en una fuerte frustración compartida respecto de un orden internacional dominado por Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.

    ¿Y Europa?… Europa se encuentra en la peor situación posible: ya debilitada por la crisis energética que ella misma provocó al renunciar –a petición de Washington– al gas ruso barato y pronto golpeada también por la guerra comercial decretada por la Casa Blanca, ahora se ve obligada a gestionar en soledad las consecuencias del revés occidental en Ucrania. Mientras la confrontación con Rusia alcanza un nivel incandescente y sus arsenales se han vaciado en favor de Kiev, Europa se prepara para aumentar de forma urgente su gasto militar, lo que implica comprar armamento estadounidense. Washington le exigía un “reparto de la carga” de la financiación de la alianza. Ahora la carga es doble: pagar la reconstrucción de Ucrania (que, a esta altura, Rusia deja de buena gana en manos de la Unión Europea) y, al mismo tiempo, asumir su propia seguridad. El gasto parece simplemente inasumible para los presupuestos europeos y augura nuevas divisiones.

    1. Benoît Bréville, “Liquidación electoral”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2025.
    2. Philippe Descamps, “Affoler la meute”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2025.
    3. “Ukraine support tracker”, Kiel Institute for the World, 2024.
    4. Samuel Charap y Sergueï Radchenko, “¿Podría haber terminado la guerra en Ucrania?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024. Volodimir Zelensky se esfuerza en negar el papel que habría desempeñado así Johnson; véase también Shaun Walker, “Zelensky rejects claim Boris Johnson talked him out of 2022 peace deal”, The Guardian, Londres, 12 de febrero de 2025.
    5. Véase, por ejemplo, “Soutenir l’Ukraine pour assurer la paix”, Le Monde diplomatique, 10 de enero de 2023.
    6. Alex Horton y John Hudson, “US intelligence says Ukraine will fail to meet offensive’s key goal”, The Washington Post, 17 de agosto de 2023.
    7. Hélène Richard, “Ucrania, una sociedad dividida por la guerra”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2023.
    8. Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2022.
    9. Bojan Pancevski y Alexander Ward, “Vance wields threat of sanctions, military action to push Putin into Ukraine deal”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14 de febrero de 2025.

     

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    Milei y la dependencia de Estados Unidos: la Argentina a merced del Tesoro norteamericano

     

    Argentina entrega su soberanía.

    Por Roque Pérez para Noticias La Insuperable

    La reciente transferencia de 872 millones de dólares en DEGs revela que el Gobierno de Milei no solo depende del FMI, sino que Washington se convirtió en su sostén financiero clave, condicionando la soberanía económica del país.


    Un rescate disfrazado de ayuda

    El Tesoro de Estados Unidos transfirió 872 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro (DEGs) a la Argentina, recursos que permitieron pagar un vencimiento de deuda con el FMI por 796 millones de dólares. Aunque oficialmente se presenta como una “venta”, el contexto muestra que se trata de un rescate encubierto, ligado a un swap financiero activado tras las elecciones. Esta maniobra evidencia que la estabilidad económica de la Argentina depende hoy más de Washington que de decisiones propias del Gobierno.


    Intervención norteamericana antes y después del pago al FMI

    Antes de transferir los DEGs, Estados Unidos compró cerca de 2.000 millones de pesos para contener la volatilidad del mercado cambiario. La asistencia se extendió a lo largo de todo el proceso, mostrando que el Tesoro norteamericano no solo aporta fondos, sino que dirige en buena medida la política financiera local, convirtiéndose en un actor central en la administración económica del país.


    Un negocio rentable para EE.UU.

    La ayuda financiera no es gratuita. La operación generó ganancias para el Tesoro norteamericano a través de intereses y retornos sobre los fondos en pesos, convirtiendo a la Argentina en un campo de pruebas rentable para Washington. Esto refuerza la idea de que la relación no es de colaboración, sino de dependencia con beneficios claros para Estados Unidos.


    Una relación de dependencia estructural

    La combinación de swaps de moneda, asistencia en pesos y pagos al FMI muestra que la Argentina de Milei está atrapada en un modelo de dependencia estructural. La autonomía económica del país queda comprometida, y cualquier ajuste o tensión externa puede repercutir directamente en la gestión del Gobierno, exponiendo al país a decisiones financieras dictadas desde el Tesoro norteamericano.


    Riesgos y consecuencias

    Esta dependencia tiene costos claros: limita la soberanía económica, aumenta la vulnerabilidad ante crisis externas y condiciona la política interna. La estabilidad de la Argentina está hoy ligada a los intereses de Washington, y el margen de maniobra de Milei para tomar decisiones propias se reduce cada día.

    La transferencia de 872 millones de dólares en DEGs por parte del Tesoro de Estados Unidos deja en evidencia que el Gobierno de Milei sostiene su economía a expensas de Washington. La Argentina atraviesa un momento de fragilidad financiera estructural, donde la soberanía y la autonomía económica se ven claramente condicionadas por intereses extranjeros.

     

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    El negocio del poder: Milei, los criptoamigos y la monetización de su imagen en el caso $LIBRA

     

    Tres meses antes del colapso del token $LIBRA, Milei y su allegado Mauricio Novelli analizaron en Olivos la posibilidad de usar la imagen del Presidente como activo económico personal. Las reuniones, los borradores de acuerdos con empresarios extranjeros y las transferencias digitales bajo investigación revelan un patrón de poder y dinero en el corazón del proyecto libertario.

    Por Celina Fraticiangi para Noticias La Insuperable

    Novelli y Milei

    Una velada de ópera, negocios y poder

    Mientras los noticieros hablaban del rechazo al DNU de Luis Caputo, en la Quinta de Olivos se desarrollaba otro tipo de función. Era el domingo 10 de noviembre del año pasado y, minutos antes de una velada de ópera entre amigos, Javier Milei y Mauricio Novelli –figura clave del entramado que más tarde desembocaría en el escándalo de $LIBRA– discutían cómo monetizar la imagen presidencial para obtener beneficios personales millonarios.

    Según reconstruyó La Nación, la propuesta de Novelli consistía en crear proyectos comerciales con el nombre o la figura de Milei, bajo el argumento de que se trataba de un “activo personalísimo” y, por tanto, no alcanzado por la Ley de Ética Pública ni por el decreto 41/99, que regula los conflictos de interés de los funcionarios nacionales.

    Entre los presentes en la residencia presidencial se encontraban el ex titular de la Agencia Nacional de Discapacidad y abogado personal de Milei, Diego Spagnuolo, quien habría planteado reparos éticos y legales, y los economistas Juan Carlos de Pablo y Claudio Zuchovicki, junto al escritor Alejandro Rozitchner. Todos compartían la noche musical mientras el libertario comenzaba a planificar su propio negocio paralelo al Estado.


    El “Tech Forum” y la antesala del escándalo

    Tres semanas antes de aquella reunión, Milei había participado en el Tech Forum, un evento organizado por Novelli y Manuel Terrones Godoy, otro protagonista del caso $LIBRA. Allí, el mandatario dio el discurso central y se fotografió con Julian Peh, CEO de Kip Protocol, la plataforma donde nacería el criptoactivo que luego se desplomaría generando pérdidas millonarias y una investigación judicial internacional.

    El CEO de Cardano, Charles Hoskinson, denunció más tarde que Novelli y Terrones se presentaron como intermediarios imprescindibles para acceder al Presidente argentino, ofreciéndole un encuentro “más personal” a cambio de una suma de cinco cifras en dólares. “Si nos pagás, cosas mágicas pasarían”, fue la frase que quedó registrada y que hoy forma parte de los expedientes que siguen el rastro de $LIBRA y sus derivados.


    El acuerdo cripto con sello argentino

    Poco después, el CEO de Kelsier Ventures, Hayden Davis, arribó a Buenos Aires con la promesa de firmar un acuerdo de cooperación con el Gobierno argentino. El borrador, al que tuvo acceso La Nación, establecía que Davis y su firma serían “representantes exclusivos del Estado argentino” en todo lo relativo a blockchain, inteligencia artificial y criptomonedas, a cambio de pagos iniciales y mensuales que totalizaban casi dos millones de dólares.

    El documento incluía incluso un detalle político: la continuidad del contrato quedaría “vinculada a la reelección o re-nombramiento de Milei”.
    Según los registros oficiales, Davis y Novelli ingresaron a la Casa Rosada el 21 de noviembre, con autorización de Karina Milei. Esa misma noche, Davis celebró en el hotel Four Seasons que el Presidente “les había firmado todo”.


    Transferencias, selfies y sospechas

    Entre diciembre y febrero se produjeron transferencias por más de medio millón de dólares en monedas digitales, justo después de que Milei publicara una selfie con Davis en la red X.
    Poco después, el propio empresario comenzó a alardear de su acceso directo al poder argentino, afirmando en mensajes a otros financistas que “le enviaba dinero a la hermana del Presidente” y que podía “hacer que Milei tuitee o promocione lo que quiera”.

    Los fiscales federales siguen la pista de estas operaciones, que incluyen un giro por 180.000 USDT y la eventual creación de un nuevo token llamado $MILEI, pensado para replicar el modelo del fallido $LIBRA, pero con un vínculo aún más directo con la figura del mandatario.


    El espejo de Trump y la caída del experimento

    En los meses siguientes, Donald Trump lanzó su propio token ($TRUMP), pero sin respaldo estatal ni relación formal con el gobierno estadounidense. El paralelo con Argentina, en cambio, es inquietante: aquí, el intento de fusionar la imagen presidencial con negocios cripto derivó en una causa judicial y en la mayor crisis de reputación del proyecto libertario desde que Milei llegó a la Casa Rosada.

    El caso $LIBRA ya no es solo un fracaso financiero: es la muestra de cómo el poder y el dinero se entrelazan en un modelo de gestión donde el interés personal se disfraza de innovación tecnológica.

    Y detrás del telón de ópera, lo que suena cada vez más fuerte no es Mozart: es el ruido del dinero.

     

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