La contaminación por plástico es uno de los problemas ambientales globales que más empeoró en los últimos años, generando graves consecuencias: daña especies y hábitats marinos muy valiosos, y pone en riesgo nuestra propia salud.
En menos de un siglo se generaron y consumieron productos y embalajes plásticos a una tasa tal que se transformaron en los contaminantes ubicuos de mayor preocupación mundial. Hoy, la fauna marina convive en un mar de plásticos y los seres humanos los transportamos internamente con una aceptación inusual.
En 1972, Carpenter y Smith publicaban el primer trabajo on the Sargasso Sea surface” de la revista Science los autores describieron que encontraron un promedio de 3500 piezas y 290 gramos de plásticos por km2,combinado hoy con las prácticas actuales de eliminación de desechos, sin duda dará lugar a aumentos en la concentración de estas partículas”. Sin embargo, no fue sino hasta esta última década que surgió la mayor parte de la información sobre los efectos de la contaminación por plásticos.
En la Argentina, los residuos plásticos afectan al menos a 32 especies, entre las que se encuentran plancton, mamíferos marinos (ballena franca austral, delfín franciscana, lobos y elefantes marinos), aves marinas (albatros, petreles, gaviotas y pingüinos), tortugas marinas (tortuga verde), peces (pejerrey, anchoa de banco, pescadilla real y de red, corvina rubia, entre otros), invertebrados (cholga y mejillón), y una variedad de organismos marinos y larvas en suspensión.
Las investigaciones de los últimos dos años revelan que la sangre, pulmones, colon, placenta, materia fecal y hasta la leche materna humana contienen microplásticos.
Estas especies se ven afectadas a través de los enmallamientos y la ingestión de restos plásticos, que generan no solo sufrimiento animal sino en muchos casos la muerte de algunos individuos. La interacción con sogas, líneas o redes abandonadas en el mar puede resultar en graves lesiones, como laceraciones o el estrangulamiento, y también puede producir infecciones. La ingesta de residuos plásticos, por su parte, provoca diferentes grados de obstrucciones gastrointestinales. Por lo tanto, la capacidad reducida para desplazarse y alimentarse correctamente.
Microplásticos en la leche materna
De todos los residuos sólidos posibles, los plásticos son los más abundantes en el mar y las costas, representando más del 80% del total. Debido a la degradación producto del sol, el mar o los microorganismos, estos residuos plásticos se van transformando en fragmentos cada vez más pequeños, como microplásticos (menores de 5 mm) y nanoplásticos (menores de 1 um). Al ser consumidos por los organismos marinos, estos contaminan al ser humano. Una estimación conservadora descripta en el análisis “Ningún plástico en la naturaleza: evaluación de la ingestión de plástico”, elaborado por la consultora Dalberg indica que los seres humanos estamos consumiendo unos 5 gramos de microplásticos a través de los alimentos, agua y aire.
Para determinar el riesgo que implica la presencia de microplásticos en nuestro organismo necesitamos especificar en qué medida estamos expuestos a estos contaminantes. No obstante, se calcula que la información necesaria va a producirse recién dentro de diez años y, para entonces, se estima que la contaminación por plásticos se habrá duplicado. El planteo de la Organización Mundial de la Salud es que no está demostrado que la exposición a los plásticos nos cause problemas de salud, cuando lo que sucede es que no se recopilaron datos que permitan realizar estos análisis. Entonces, la pregunta a hacerse quizás sea dónde está la evidencia de que la exposición de los seres humanos a los microplásticos es segura.
Una realidad incontrastable es que el plástico que llega al mar es difícil de retirar. En los últimos 80 años, la vida promedio de un ser humano, contaminamos nuestros ecosistemas marinos con un material que, por económico y práctico, fabricamos y consumimos por demás. Lejos de demonizarlo, la realidad es que ni los riesgos de su producción ni el destino final de su gestión fueron considerados.
*Por Verónica García* Especialista en Ecosistemas Marinos y Pesca Sustentable de Fundación Vida Silvestre Argentina. Esta nota forma parte del número 19 de la Revista Pulso Ambiental, editada por la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN).
La Municipalidad de Villa Regina informa que el servicio de recolección de residuos domiciliarios se brindará de acuerdo al siguiente cronograma durante los próximos días: *Jueves 30 de diciembre: Normal *Viernes 31 de diciembre: Se realizará sólo en los sectores en los que el servicio se presta en la mañana. *Sábado 1 de enero:…
La tierra tembló. Eso sentimos, hace 10 años, el 3 de junio. O nosotras temblamos, atravesadas por la furia y la alegría, ante una multitud que aparecía y desbordaba, trazando una experiencia feminista que aún no decía del todo ese nombre sino que apenas lo insinuaba. Porque en esas multitudes callejeras que recorrieron varias decenas de ciudades de la Argentina, los declarados feminismos eran una parte y no el todo. Una suerte de núcleo incandescente, un carbón a la espera, que no dejaría de encenderse con el aire callejero y contagiar en un incendio de proporciones.
Escribíamos en Facebook, todavía nos llamábamos por teléfono para sostener una conversación, no existían los grupos de Whatsapp y Twitter mantenía una atmósfera en la que se podía respirar. Con esas herramientas, más las notas escritas apasionadamente en los pocos medios que las publicaban, se fraguó una insurrección, una fractura en el acontecer político.
Era el último año de Cristina Fernández de Kirchner en la presidencia, ya sin ninguna esperanza de continuidad de ese proyecto nacional y popular. Faltaba poco para que empezara el invierno, el duelo electoral sería en octubre. Nadie hablaba de esto el 3 de junio de 2015, lo único que se repetía era Ni Una Menos. Una consigna que ya tenía su pequeña historia, un cartel con el que se fotografiaron todos y todas, desde actrices de cine hasta el jefe de la Policía de la Ciudad o Lionel Messi. Había sido también la nominación de una maratón de lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua contra los femicidios que se habían acumulado en el verano, cuerpos arrojados en basurales, envueltos en bolsas negras, cuerpos adolescentes, de niñas, de jóvenes.
Ni una menos, dijimos entonces, porque había desbordado el hartazgo también frente al tratamiento mediático de estos femicidios que en las redes empezó a reproducirse como denuncia hacia los títulos estigmatizantes: la fanática de los boliches que no terminó la secundaria, la que fue vistiendo un short a una entrevista de trabajo, las sospechadas de siempre, aun asesinadas.
Ni Una Menos, una cuenta imposible que resta de la vida y suma a las estadísticas. También una pregunta que cruzó la organización de esa primera concentración y atravesó como una cuerda, a veces enredada y otras tensa, los diez años que pasaron desde entonces: ¿Cómo hacer de la politización de un duelo compartido por esas víctimas (que hasta entonces se contaban en privado) una acción rebelde y no sólo un reclamo que, desde el protagonismo de las familias dolientes, homologara el pedido de justicia con el de una falsa seguridad y un mayor punitivismo?
Al final, ese 3 de junio cuando la manifestación desbordó en Buenos Aires y en todas las capitales, ciudades y pueblos del país —también en otros países de América Latina— lo que primó fue el aquelarre colorido que ya se venía gestando en los llamados todavía Encuentros Nacionales de Mujeres. Banderas políticas, territoriales, de colectivas feministas, organizaciones sociales, centros de estudiantes, sindicatos, grupos artísticos, performáticos, tambores; también, y como novedad que no sería fugaz sino que empezaría a nutrir una nueva lengua política callejera desde entonces, las consignas pintadas a mano en cartones o sobre el cuerpo, la piel del torso, las manos, los rostros. En el escenario, aunque sin acuerdo unánime de las organizadoras —un grupo eclécticto de periodistas, intelectuales, artistas, escritoras, activistas que habían participado de la lectura en el jardín del Museo del Libro y de la Lengua—, estuvieron los pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito que en 2015 cumplía diez años. Los desacuerdos tenían que ver con el temor de que palabras como “aborto” o “educación sexual integral” desgajaran a la multitud. Un año después, esas demandas estarían en la primera fila de las manifestaciones masivas que irían empujando su potencia una a otra como los ríos de montaña a los cauces del valle.
La fuerza callejera fue una corriente vibrante, como si en ese suelo compartido los pies pisaran más firmes, las espaldas se acomodaran, el brazo de la compañera, de les compañeres, fue sostén, garra y goce común. Ahí estábamos, diciendo masivamente ¡Basta! Al orden jerárquico de los géneros, a las violencias naturalizadas, al ninguneo de las voces que pedían escucha. Nadie se fue cuando terminó el acto, seguían llegando grupos a la Plaza de los Dos Congresos cuando otros ya se habían ido y ni el frío sacaba las ganas de quedarse, ahí, con otres.
Desde aquella primera vez el llamado a la calle fue reescrito: Ni una travesti menos, Ni una menos en las cárceles, Ni una migrante menos. O sin las putas, no hay Ni Una Menos. Esa apropiación interseccional, que marcó desde el inicio la diferencia con el arquetipo “mujer” y la apelación a que esa mujer es “tu hermana, tu madre, tu hija”, no se detuvo ni dejó de interpelar y reactivarse a lo largo de estos diez años. Amplió el movimiento, narró la opresión colonial, racista, cisexista, heteronormada, patriarcal, clasista. Era un terreno de combates, entre la búsqueda de una interseccionalidad ensanchada y el esfuerzo de los sectores conservadores —dentro y fuera del movimiento feminista— para interpretar un sentido monolítico, en el que la única demanda válida sería la crítica a la violencia femicida, presentada como pura y carente de politicidad.
2. De la represión al paro
Los efectos inmediatos de ese acontecimiento multitudinario —que marcó el ingreso al activismo feminista de muchísimas jóvenes— fueron un crecimiento exponencial de las denuncias de violencia por razones de género y un desborde masivo en el siguiente Encuentro Nacional de Mujeres, en octubre de 2015, en Mar del Plata. La sed por seguir sosteniendo la conversación que se había abierto de manera incandescente y convulsionada a través de la consigna Ni Una Menos fue evidente. En las calles de la ciudad aparecieron grupos neonazis llamando a su propio orden a esas mujeres invasoras, y por primera vez en 29 años consecutivos de Encuentros, la marcha de cierre fue ferozmente reprimida: gases, balas de goma, detenciones dentro de la Catedral de la ciudad. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, era también candidato a presidente por el peronismo. Hoy es funcionario del gobierno libertario neofascista.
Al año siguiente, ya con Mauricio Macri y su sueño neoliberal en el poder, la represión en Rosario, la sede del 30º Encuentro Nacional de Mujeres, creció en brutalidad y criminalización. Las requisas en las rutas, tanto para llegar como para salir de la ciudad, fueron burdas e incesantes: se buscaban aerosoles como prueba de delito. A este Encuentro asistieron unas cien mil personas.
Menos de una semana después de terminado, el 19 de octubre de 2016, el Primer Paro Nacional de Mujeres volvió a tomar las calles de todo el país y las réplicas se organizaron en Bolivia, Chile, Perú, Uruguay. En Italia nació Non Una di Meno que se sostuvo como un movimiento masivo a escala nacional hasta 2020. En las marchas feministas en Chile, Uruguay, México, España se entonó “Ni una menos” y “Abajo el patriarcado se va a caer/ se va a caer”. Aquí en Buenos Aires, la última frase del documento que se leyó en esa jornada fue el grito “¡Vivas nos queremos!”, para retomar el temblor que había producido en Ciudad de México. La fuerza del movimiento se internacionalizó.
Aquella huelga feminista fue convocada como respuesta a un femicidio, también como demanda al fin de la moratoria previsional que había amparado sobre todo a quienes habían trabajado sin salario en tareas de cuidado toda la vida. Retomaba la tradición de la huelga de las escobas a principios del siglo XX, la de las putas de San Julián en respuesta a la matanza de trabajadores rurales en Santa Cruz en 1922; a la vez conectaba con las protestas en Polonia ese mismo 2016 para frenar reformas impulsadas por el gobierno de ultraderecha que restringían o directamente cancelaban el acceso al aborto legal. De esa alianza transnacional, tejida gracias a un uso activista de la plataforma Facebook, a la que se sumaron lenguas y territorios insólitos, fuerzas sindicales y agrupamientos feministas, nació el Paro Internacional de Mujeres en 2017.
La herramienta del paro, en nuestro país sobre todo, no fue meramente simbólica sino que tomó formas diversas e interpeló a las centrales obreras que resistieron —sobre todo las conducciones completamente masculinizadas— un llamado a huelga que no habían convocado. Las trabajadoras sindicalizadas y las secretarías de género de los distintos sindicatos se vieron respaldadas por el movimiento feminista. Se involucraron de inmediato en la imaginación de las distintas formas de “parar”. Se gestaron asambleas en los lugares de trabajo, ceses de tareas para participar de la movilización, la consigna “trabajadoras somos todas” fue una síntesis para narrar y demandar por las inequidades en las múltiples formas de trabajo no pago y trabajo informal, reclamando a la vez el acceso para todas y todes al sistema previsional. Se formó el “bloque sindical feminista” que desde entonces motoriza los 8M, consiguiendo persistencia y transversalidad en las alianzas que contradicen a las dirigencias.
Si la ola del primer Ni Una Menos había tocado las orillas de México, Perú y España en 2016, cuando en esos países sucedieron grandes movilizaciones con la misma consigna, la huelga feminista tuvo la potencia de mover el mundo complejizando las preguntas en torno al trabajo. ¿Quiénes pueden hacer huelga? ¿Las trabajadoras sexuales pueden? ¿Migrantes con trabajo informal? ¿Las travestis recién llegadas a la ciudadanía? ¿Las amas de casa con niñes a cargo, quienes cuidan a personas mayores o enfermas? Y si las mujeres, travestis, trans paran, ¿trabajan los varones, cuidan los varones? ¿De eso se trataría “apoyar” las luchas?
La potencia de ese primer paro feminista en 2017 no pasó inadvertida para el gobierno neoliberal de entonces. La misma ministra que hoy despliega la salvaje represión contra jubilades, fue responsable de la que se desató al cierre de la movilización feminista. Veinte jóvenes fueron detenidas violentamente y al voleo. Ninguna de las causas que se abrieron contra ellas encontraron razón alguna para seguir su curso en la Justicia y al año siguiente fueron desestimadas.
3. Vaivenes de la marea
Como todo movimiento plural y masivo, este nació con sus propios dilemas. El grito común Ni Una Menos, el airado y generalizado reclamo contra la expansión de la violencia femicida, se tradujo también en posiciones como el reclamo de mayor “seguridad”, con la exigencia correlativa de punición y castigo que, en la imaginación escueta del presente, es sinónimo de cárcel y de condenas perpetuas. Ante estas posiciones políticas punitivistas y securitistas, el desafío y el esfuerzo desde el colectivo Ni Una Menos estuvo puesto en narrar públicamente la violencia machista como clave de una estructura desigual, histórica; capaz de enmascarar sus razones económicas y políticas en la presunta “naturalidad” de las relaciones familiares, en la razón biológica de los cuerpos.
A la vez, el enorme dispositivo de audibilidad que fue la puesta en común masiva de las marcas de la violencia por razones de género habilitó la revisión de cada vida, el reconocimiento de viejas y nuevas humillaciones o padecimientos que dio lugar a una lógica de cancelaciones que parecían encontrar en ese modo del castigo la única reparación posible. Otras consignas se masificaron al calor de la marea que cada vez más se reclamaba feminista: Yo te creo, hermana o No nos callamos más, pasaron de sacar del silencio y la naturalización a las relaciones abusivas, los micromachismos y otros grados de violencia sexual a convertirse en una herramienta punitiva que expandió los escraches en escuelas secundarias, en universidades, en ámbitos de trabajo, en las redes sociales; además de en los estrados penales. Hubo condenas y cancelaciones, sin posibilidad de réplica ni capacidad de diálogo, revisión ni recapacitación. ¿Cómo remontar el miedo y el control que surgió en los vínculos y en las tramas grupales afectivas?
Quienes integramos este movimiento, el que se vinculó a ese grito común, no dejamos de ser parte de la querella, no abandonamos el esfuerzo de pensar modos alternativos de justicia y de retomar, en la conversación pública, la crítica al punitivismo y la posibilidad de imaginar y practicar justicias alternativas. En 2017, el femicidio de Micaela García fue usado para tratar, en el Congreso de la Nación, la propuesta de aumentar penas y modificar su ejecución para personas acusadas de delitos graves, como el narcotráfico o la violencia de género. Allí dijimos: ¡No en nuestro nombre! Porque sabíamos que a la vez que se producía esa deriva punitivista de nuestras demandas, se nos solicitaba, una y otra vez, que cumplamos cabalmente con el rol de víctimas, víctimas puras, sin voluntad ni agencia política. Es imprescindible volver a plantear una discusión: porque el núcleo que parecía encontrar las soluciones a problemas estructurales en el atajo del castigo, no dejó de teñir la experiencia de los feminismos masivos, como una suerte de baldón, de obstáculo, de límite para construir una política emancipatoria.
Esa efervescencia feminista que ya no dudaba en decir su nombre también vivía fuera de la calle: en los barrios, en las organizaciones sociales, en los sindicatos, en las universidades, en las escuelas, en los partidos políticos, en las casas. En muchos de esos espacios se discutía cómo organizarse y cómo marchar. También se debatía la distribución de poder y de las tareas militantes dentro de las organizaciones. El trabajo no pago de los cuidados, la demanda de salario para las cocineras de los comedores populares —la enorme mayoría ellas— se plantó en el centro de las demandas comunes.
Las asambleas feministas fueron más que una instancia de discusión sobre las formas de habitar la calle en una fecha u otra: allí se cosió durante años una transversalidad difícil, no exenta de conflictos y diferencias, compleja y radicalmente política, que no se conformaba en la imagen aliviadora de la sororidad. Hicimos política. Ese hacer nunca cesó desde entonces.
Y se extendió, mutante y díscolo, en un proceso que buscaba esquivar todo encierro en un nicho llamado agenda de género. Porque hubo asambleas y ollas populares en los barrios, tramas organizativas territoriales, movilizaciones por la desaparición de Santiago Maldonado, alianzas con obreras en lucha por los despidos en Pepsico o con activistas mapuche en el sur del país. Feminismos devino, para nosotrxs y muchxs otrxs, en el nombre de una búsqueda alternativa y confrontativa con la lógica neoliberal en sus muchos frentes en el empecinado deseo de diseñar y experimentar otras formas de vida.
La discusión por el derecho al aborto legal, que tomó impulso en 2018 cuando el 8M de ese año el Paro Internacional convocó 800 mil personas sólo en Buenos Aires, se amplió con esa politicidad que había tomado las casas, los trabajos, los barrios, los lugares de estudio. La discusión fue mucho más allá de las decisiones personales sobre el propio cuerpo y consideró otras dimensiones. La dimensión de una autonomía que no se realiza en el vacío sino en la comunidad, la defensa de proyectos vitales que hacen a la justicia social, el derecho al goce, a la salud pública, a la equidad, que el deseo cuente y no el mandato de maternar o paternar; y también el reconocimiento de las diversas identidades de género con capacidad de gestar.
El aborto legal se consiguió como un derecho social y no sólo personal. Aunque lo personal sigue siendo político. El grito de autonomía “mi cuerpo, mi decisión” no era una mera afirmación individualista sino el llamado a dar fin a una sujeción que se tramaba con otras. No lo era para nosotres y quizás sí para una interpretación liberal, que lo dejó en disponibilidad para unos usos que hoy son la cruel inversión de la trama sensible en la que el grito surgió.
Es esa capacidad de los transfeminismos —dicho así para nombrar su interseccionalidad— de poner en disputa desde la distribución de la riqueza hasta el proyecto vital de cada quién, la que está en la mira del gobierno libertario que pone en el núcleo de su acumulación de poder a la batalla cultural. Destruir el Estado desde adentro, como prometió Milei en su campaña, implica desarticular también la conversación, el movimiento callejero, el lenguaje, la diseminación de la política transfeminista en el foro público pero también en el íntimo que hasta 2020 se radicalizó a la vez que se masificó. Privatizar los cuidados, cargar sobre las familias en términos tradicionales los costos del ajuste —¿quién salva del hambre a jubilados y jubiladas o quiénes organizan los imprescindibles cuidados sino las familias?—, instalar la idea de sacrificio con un horizonte de futuro cada vez más lejano, la de autoritarismo e individualismo contra toda idea de comunidad, reponer la autoridad de lo masculino como la ley del más fuerte. La ruptura del lazo social y la estigmatización total de un movimiento emancipatorio tan aguerrido como gozoso es necesaria para instalar un proyecto económico en el que sólo hay promesas para favorecer y legitimar el extractivismo, la timba financiera y la acumulación de unos pocos mientras que a las mayorías solo nos queda sortear las horas para sobrevivir hasta el fin del día.
4. ¿Quiénes somos?
La fuerza que se desplegó bajo el nombre de feminismos, muchas veces definió su quehacer como cuestión exclusivamente de mujeres. En parte porque en cada ámbito necesitaba sacudirse desigualdades, violencias naturalizadas, presiones, bloqueos que vienen de muy atrás. Esos feminismos masivos, que portaban la novedad de su escala, arrastraban como un río innumerables afluentes: estaban en su seno los Encuentros Nacionales de Mujeres, los cuerpos festivos y rabiosos en cada cierre, los activismos de las lesbianas y su insolencia en las calles, la furia travesti, los saberes que se habían gestado y transmitido en los grupos de lectura, las asambleas de las piqueteras en el Puente Pueyrredón que buscaron así su voz política dentro de las organizaciones.
El separatismo pudo ser la táctica que surgió para poblar las calles y dirimir discusiones sin que se nos impongan modos de organización y toma de decisiones propias de estructuras verticalistas, partidarias, sindicales, movimientistas. La apuesta radical por la horizontalidad, la práctica de buscar consenso y no dirimir las diferencias por votación, la tradición asamblearia fueron una dinámica heredada de los Encuentros Nacionales de Mujeres, pero también de los movimientos de base nacidos en los años noventa que agitaron el estallido del 2001 y las asambleas populares que surgieron en muchos barrios.
La asamblea fue la forma de organización privilegiada del movimiento feminista. En ellas no participaban varones cis, e incluso la presencia de masculinidades trans es señalada todavía con incomodidad. El fantasma que se agita y que clausuró tantas veces cualquier discusión al respecto es la posible presencia de un abusador. “Una compañera encontró a su abusador en una marcha”, se escuchó en una discusión previa al 8M este mismo año 2025, una formulación difícil pero repetida, con el adjetivo posesivo “su” como si hubiera un abusador para cada quien, que exhibe a la vez la ilusión de un espacio seguro y al separatismo como modo de exclusión punitiva, que desconoce la interseccionalidad porque no ve otra distinción que la de género.
La centralidad otorgada al sujeto mujer no esquiva un aroma biologicista o esencialista: las mujeres serían las portadoras de otra racionalidad, otra sensibilidad y otras prácticas por el solo hecho biológico de ser mujeres, como si esa asignación diferencial no fuera, precisamente, el molde provisto por la lógica del binarismo. Esa esencia estaría vinculada a una situación persistente de ser receptoras pasivas u objeto de daño, por eso la facilidad con la cual se fue conformando la condición de víctima, y más aún, buena víctima, que organiza el debate público. Y no decimos, por supuesto, que no haya daños enormes que tramitar ni que la lógica patriarcal no se inscriba como herida y humillación en nuestras historias, cuerpos y sensibilidades. Pero sí hay que señalar que la centralidad de las víctimas como voces incuestionables, incapaces de mentir o dañar se convirtió en una especie de renuncia a la consideración crítica y elaboración común de los problemas, y socavó la búsqueda de alianzas.
Pero, en el proceso político de nuestros feminismos masivos, en sus dispositivos de construcción, en marchas y asambleas, los tejidos fueron transfeministas. Nunca fueron hechura solo de mujeres cis, sino un ámbito de confluencia y tejido junto a lesbianas, travestis y trans que empujaron las discusiones entre 2018 y 2019 acerca del nombre del Encuentro Nacional de Mujeres hasta lograr transformarlo en Encuentro Plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersexuales y no binaries. Nombrar es parte de un esfuerzo de tejido y de reconocimiento: la heterogeneidad es constitutiva y no un horizonte a alcanzar.
Sin embargo, la nominación descriptiva amplía y restringe a la vez. Siempre quedan cuerpos y experiencias afuera. Lo que dio fuerza y voz al principio trajo el nudo de un problema, de un menoscabo, porque relega la posibilidad de una política de alianzas e interpelaciones que pueda plantear una pelea contra el neoliberalismo entre todxs y para cualquiera. ¿Se puede construir un movimiento emancipador levantando fronteras de género? ¿Sostenido en jerarquías de víctimas? ¿No era propuesta del movimiento “cambiarlo todo” cuando tuvo la habilidad de plantarse como sujeto político para disputar la misma categoría de trabajo?
5. Hacia un frente antifascista
El camino de la institucionalización del movimiento feminista, transitado entre 2019 y 2023, con la vuelta de un gobierno autoproclamado nacional y popular, fue consistente con la construcción de una agenda que se definía alrededor de las cuestiones de género. La experiencia de la pandemia fue un parteaguas que retrajo no sólo la movilización feminista sino todo tipo de movilización popular. Provocó una intemperie de nuevo tipo, la que surge de la ausencia de un horizonte abierto a distintas posibilidades de vida, para suplantarlo con la lógica de la amenaza médica, económica, social.
Como contracara, aún en ese contexto hubo experiencias feministas resistentes, que pensaron el territorio y los modos de habitar. En los barrios, las cuidadoras comunitarias, las que sostuvieron la olla popular y desafiaron a la fuerza el aislamiento dieron la vida sin metáforas. Ramona, en la Villa 31 fue emblema, denunció la falta de agua en el barrio cuando la recomendación era lavarse las manos ante cualquier contacto. Murió de covid, dejó dos hijos discapacitados. Las medidas de aislamiento desnudaron las grietas de clase y muchas trabajadoras esenciales fueron aquellas cuyo trabajo no era reconocido como tal.
La pandemia dejó un cansancio en los cuerpos que aún se siente en la acumulación de los trabajos rentados y los de cuidado no pagos, también en la resistencia dentro de los hogares cerrados donde la violencia machista encuentra sus más amplias condiciones de posibilidad. Ahí también hubo redes desafiando el aislamiento, las redes que nos sostuvieron y que siguen apañando en los territorios.
Muchos de los feminismos se institucionalizaron de distintos modos, no sólo pasando a integrar las oficinas públicas, sino en el marco de lógicas académicas, periodísticas y culturales que nos reconocían una “cuota” al modo del nicho o el cuarto propio. Una vez más, lo que ampliaba posibilidades o transformaba los campos de visibilidad, también producía nuevas restricciones y desplazamientos.
Pero el sujeto poderosísimo de los transfeminismos, el que encarnó peleas y transformaciones que no dejarían a nadie incólume, el que fue capaz de inventar símbolos y ensayar otra lengua, el que hizo política del deseo y puso en práctica una idea de libertad efectiva y encarnada, el que estuvo en las luchas obreras, imaginó la transversalidad sindical, quiso construir otros modos de vida, ese sujeto pasaría a ser señalado como el enemigo público del régimen neo autoritario y fascista. No el único, pero uno de sus enemigos más denigrados. Porque su campo de enemistad es vasto e incluye a las personas que trabajan en el Estado o se dedican a la ciencia o son docentes, las que se han jubilado, las existencias trans, las personas discapacitadas, las disidencias sexuales, les migrantes. Es un gobierno que construye su legitimidad desde la exaltación de la crueldad y el odio, y esa gritería altisonante es la que acompaña una profunda modificación de la estructura social argentina, buscando hacerla aún más desigual.
En ese contexto, en un verano caliente, el presidente tiró su metralla discursiva en Davos desatando una caza de brujas contra la comunidad LGTBINBQ+, acusandola de “pedófila”. La respuesta inmediata fue un nuevo proceso de amasado asambleario y transversal que dio lugar a otra movilización que fue fiesta rabiosa y encendida, la del 1 de febrero del 2025, la Marcha del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+: dos millones de personas en las calles de todas las ciudades del país y muchas del mundo. Un acontecimiento de la magnitud y la contundencia del 3J de hace años, gestado sin estructuras partidarias, ni sindicatos ni federaciones; aunque también se convocaron a la calle.
Si el 3J había surgido en los últimos tramos del gobierno más democrático que recordemos, la marcha del 1F fue la advertencia callejera de que hay que disputar contra el nuevo orden autoritario. La movilización encontró sus palabras comunes y parió una novedad.
Un año entero de crueldad neofascista, de instigamiento al odio, de declarada intención desde el gobierno nacional de convertir en descartables a determinados grupos, a algunos cuerpos, se topó con una resistencia que se había acumulado en el mismo tiempo, una militancia marica, tortillera, trava, marrona, rota, anticarcelaria, migrante, trans; que llegaba a las marchas directo de la noche y con sus códigos, que armó otra composición de cuerpos y experiencias cuir.
Estas existencias díscolas fundaron una experiencia de lo común y, a la vez, fueron capaces de interpelar por afuera de cualquier identidad para recuperar el lazo social, para hacer de la hospitalidad también un grito de guerra: no nos vamos a abandonar ahora, nadie va a echar a esa tía trava de la mesa, no vamos a ignorar a ese pibi no binarie que resiste en la escuela los aires de violencia que intenta imponer la ultraderecha en el poder. A ese llamado se acudió porque hubo necesidad de reconocerse en un mismo lado de la historia: el antifascismo. En Buenos Aires, en la mayoría de las ciudades y pueblos de Argentina, en los países limítrofes, en ciudades de Norteamérica y Europa.
No faltaron —ni faltan— voces que advertían que el régimen actual no puede denominarse estrictamente fascismo, pero la discusión no es teórica ni historiográfica: se trata de encontrar la clave con la cual confrontar un gobierno que no cesa de declarar la guerra contra gran parte de la población y que moviliza, para hacerlo, todas las fuerzas sensibles de la hostilidad y el odio. Se trata también de remover en la memoria histórica colectiva las muchas herramientas de resistencia que alimentaron los antifascismos. Se trata sobre todo de llamar a todxs lxs que no defienden el arrasamiento de la vida que supone esta nueva fase del capitalismo a unirnos.
Por todo eso es necesario un frente antifascista y antirracista, capaz de recoger los hilos de nuestros tramados feministas y transfeministas, de la festiva y airada insistencia mostri, del movimiento LGTBINBQ+ que alumbró este 1F. Con cada grupo, cada persona, cada sensibilidad, cada organización que se sintió convocada.
Son tiempos difíciles. De esos en los que nos preguntamos, nos murmuramos unxs a otrxs, cómo resistir. Revisar estos diez años, recuperando todo lo que aprendimos y también los debates irresueltos, las diferencias irreconciliables, los errores, los procesos, desde nuestras fuerzas y de los obstáculos que las menguaron, es parte de ese esfuerzo. Recorrer nuevamente un territorio y una historia, para encontrar los carbones encendidos, las migas desperdigadas, las palabras no dichas, los sueños no realizados.
Es nuestra insistencia seguir dando pelea contra el capitalismo voraz y tecnológico del segundo cuarto del siglo XXI que recién empieza. Pelea que cuando se formula desde los transfeminismos no es sólo contienda, es también la posibilidad de diseñar, al mismo tiempo que se lucha, otras formas de vida, más comunitarias, menos heteronormadas, que confronten con la política del descarte, que invente modos no mercantiles ni opresivos de interrelación con les otres, todes los seres vivientes, con la tierra, el agua y el aire que respiramos. Una contienda en la que se pueda bailar con placer y también con rabia, pelear con goce y con inteligencia colectiva, acariciar la utopía que nos hace tanta falta para hacer del mundo un lugar en el que todes podamos vivir, soñar, investigar, aprender, jugar, comer rico y con muchos colores, descansar, desear, gozar. Recuperar la militancia alegre, el entusiasmo por lo que el futuro pueda traer.
Recordamos, colectivamente, los meandros de esos ríos profundos de los que somos parte. Lo hacemos para soñar también de modo colectivo. Y volver a empezar. Cada vez, otra vez.
El Banco Central prohibió una emisión de deuda en dólares del Banco Supervielle de apenas USD 20 millones, temeroso del impacto de la operación en la pax cambiaria que el Gobierno se fijó como objetivo central hasta las elecciones de octubre
La decisión, que va contra toda la perorata de libre mercado a ultranza que repite Milei, encendió alarmas en Wall Street donde agigantó las dudas que existen sobre el actual régimen cambiario.
El timming no pudo ser peor. La entidad que preside Santiago Caputo bloqueó la operación justo cuando el viceministro de Economía, José Luis Daza, intenta cerrar en Estados Unidos un préstamo repo con bancos privados, para reforzar las reservas.
El periodista Ignacio Olivera Doll publicó la información en la agencia Bloomberg, lo que garantiza un impacto inmediato en la Bolsa de Nueva York.
“El Supervielle salió a colocar una obligación negociable y cuando ya estaban suscribiendo la emisión de deuda, el gobierno llamó para decir para que paren la operación”, confirmó a LPO una fuente del sector financiero. En efecto, la decisión fue tan brusca que hubo que desarmar posiciones cerradas.
El Supervielle salió a colocar una obligación negociable y cuando ya estaban suscribiendo la emisión, el gobierno llamó para decir para que paren la operación.
“La intervención en la operación del Supervielle aleja a la Argentina de los mercados de capitales”, agregó la fuente consultada. En efecto, la señal no es la mejor, justo cuando el equipo económico afirma que no compran reservas porque esperan cumplir con la meta del FMI tomando deuda en el mercado.
“Quien va a querer invertir en un escenario de tanta incertidumbre”, se preguntó un empresario consultado por LPO.
No está claro porque el Banco Central tomó esta decisión, pero el artículo de Bloomberg evalúa que los posibles efectos que podría haber buscardo sortear el equipo económico son el aumento de la presión sobre el CCL, la ampliación de la brecha cambiaria que podría empujar a la gente a comprar dólares y acaso evitar que le quite demanda a la nueva emidión de Bopreal, que Economía planea para los próximos días.
Villa Regina continúa disfrutando de su cumpleaños número 97 con el agasajo más esperado: el reencuentro entre vecinos. El Intendente Marcelo Orazi encabezó el acto protocolar durante la mañana en la Plaza de los Próceres y luego, junto al Vicegobernador Alejandro Palmieri, presidieron el desfile por la tarde. En un marco ideal, tanto por el…
El Intendente Marcelo Orazi participó del acto de apertura del ‘Pedaleando 24 horas por un sueño’ que se realizó el sábado por la tarde. También estuvo presente pedaleando junto al Ministro de Salud de Río Negro Fabián Zgaib y en la tarde del domingo en el cierre de este evento solidario, oportunidad en la que…
Se descontrola la guerra libertaria en el Conurbano. Mientras la granja de trolls de Santiago Caputo extrema las acusaciones contra Ramón “Nene” Vera, hombre de Sebastián Pareja en la Primera sección, Agustín Romo y Nahuel Sotelo vuelven a puentear al armador bonaerense de Karina Milei con un desembarco territorial en la Tercera.
Enviados por el asesor presidencial, Romo y Sotelo encabezarán este viernes un acto de Las Fuerzas del Cielo en Burzaco, Almirante Brown, distrito base de la vice de Pareja en el partido a nivel provincial, la parlamentaria del Mercosur Miriam Niveyro.
A la vez, en Brown la coordinación distrital está a cargo del concejal Juan Pedro Aquino, marido de Niveyro, que no participará del acto de este viernes. Aunque voces de ese sector aseguraron a LPO que Romo y Sotelo no tienen estructura ahí, hay bronca por esa injerencia.
LPO contó que Caputo no sólo quiere que Romo sea el candidato a diputado nacional, sino quedarse con la lapicera en la Tercera Sección en las elecciones bonaerenses de septiembre y por eso empuja a Nahuel Sotelo, el secretario de Culto, para que encabece la boleta.
Además, Sotelo impulsa en su municipio de base, Quilmes, un armado con el periodista deportivo Walter Queijeiro y la concejal Estefanía Albasetti, enfrentando al hombre de Pareja en ese distrito, el ex candidato a intendente Miguel Ángel Lezcano.
Romo, aunque fue electo diputado por la Séptima sección (centro bonaerense), es oriundo de San Miguel. Su padre, Carlos Romo, es concejal en ese municipio donde la ruptura con el sector de Pareja data del año pasado, cuando Romo padre se alejó del bloque que compartía con Noelia Oxley, que lo acusó por cualquier “accidente” que pueda tener.
Ahora, los cruces entre Oxley y Romo padre reflotaron durante el tratamiento de la rendición de cuentas del intendente Jaime Méndez, que responde a Joaquín de la Torre.
Ahí, Carlos Romo aprobó los números de la comuna, mientras que Oxley los rechazó y acusó a su ex compañero de bloque de votar desde el pasillo “una rendición de cuentas muy poquito transparente” del municipio que maneja De la Torre, quien días atrás se alejó de los libertarios para mostrarse con el armado del peronismo disidente.
“¿Tan entregado vas a estar?”, le preguntó Oxley a Romo padre en un video de Instagram musicalizado con el tema “Entrégate” de Luis Miguel.
Frente a eso, salieron trolls a pegarle a Oxley y acusarla de votar con el kirchnerismo, que también rechazó la rendición de cuentas de Méndez.
“Pareja la concha de tu madre”, escribió TraductorTeAma acompañando un posteo en donde apuntaron contra Oxley, a quien ubicaron alineada al Nene Vera, el referente de Pareja en la Primera que mantiene por estos días una guerra abierta con los trolls de Caputo.
El domingo pasado, los trolls de Caputo se enojaron porque Vera apareció en el búnker de Adorni junto a su hija Andrea, a la que ubicó como coordinadora seccional.
Los trolls de Caputo acusan al armador de Pareja en la Primera de querer imponer a su hija, Andrea Vera, como cabeza de la lista seccional, secundada por Ariel Diwan
Apenas posteó la foto, Vera empezó a ser atacado por la banda de Caputo, que parece haber descubierto el pasado peronista del dirigente de Moreno. “Qué lindo lunes, hay show de fantasmas”, se burló el Nene cuando empezó a recibir respuestas.
Tras eso, se disparó una catarata de acusaciones e insultos de la gran de trolls hacia Vera que se extiende hasta hoy, donde se incluyen la filtración de supuestas causas penales, “acomodos” en el Pami y alianzas con “infiltrados” como la familia Asseff en Moreno.
Eso, además de acusarlo de intentar poner a su hija Andrea como cabeza de lista seccional en la Primera, secundada por el empresario y ex candidato a intendente libertario de Morón, Ariel Diwan.