La pauta publicitaria es el dinero que un gobierno le paga a un medio para difundir las acciones del Estado. Al no estar regulado, el reparto de la pauta oficial es utilizado como un sistema de premios y castigos. La provincia de Río Negro es un caso paradigmático.
¿Por qué es un problema? Principalmente porque hay funcionarios con la potestad de desembolsar millones de pesos como una “compra directa” sin tener que dar explicaciones. Los más favorecidos son los medios hegemónicos, consolidando su posición dominante. También son recompensados aquellos medios o periodistas afines al gobierno. Esta situación afecta notablemente el derecho a la libertad de expresión y la diversidad de voces.
En primer lugar, alcanza con analizar las erogaciones al Diario Rio Negro. Sin dudas el medio regional de mayor influencia. En el mes de marzo la Secretaria de Comunicación y Prensa de la provincia le pagó al Diario Río Negro la suma de $3.383.035 por “publicidad institucional”. En febrero el mismo medio recibió $4.301.730 y en enero $2.523.667 bajo el mismo concepto. Por la edición de la carrera “Yo Corro Las Grutas” se le pagó $786.500 y todavía más llamativo es que por un solo día de publicidad (31/12/2018) Nelson Cides habilitó el pago de $479.765 ($19.990 por hora).
Pero eso no es todo, la Secretaría de Comunicación y Prensa es sólo una de las áreas del Estado que le paga por publicidad al Diario Río Negro. En lo que va del año el Ministerio de Turismo que conduce la candidata a vicegobernadora Arabela Carreras le pagó al medio $1.000.000 en publicidad del suplemento “Voy”. Otra de las cajas favoritas es Lotería de Río Negro, que desembolsó $393.956 en publicidad para un programa radial de la empresa. Es decir, desde el 31 de diciembre a la fecha el Diario Río Negro recibió del Estado provincial $12.868.653, ósea casi $143.000 por día durante los primeros 90 días. Sin duda una de las empresas más prosperas de la provincia, en una época dura para la mayor parte de la población. Hay que tener en cuenta que no estamos sumando ingresos de otras áreas del Estado, más que las mencionadas (Sec. De Comunicación, Ministerio de Turismo y Lotería).
Vale mencionar que entre febrero y marzo la Secretaria de Comunicación también aprobó el gasto de $9.282.184 en “publicidad institucional en distintos diarios” sin mayores detalles. Esto totalizaría un gasto en lo que va del 2019 de más de 22 millones de pesos. Entre los otros grandes ganadores del reparto se encuentran, por ejemplo, Canal Seis del Grupo Clarín y Diario El Cordillerano de Bariloche, de los mismos dueños de ANRoca y el diario Noticias de Viedma. Grandes empresas que se llevan la mayor cantidad de plata.
Por su parte las Pymes del rubro se reparten sumas que van desde los $5000 hasta los $90.000 según criterio exclusivo del funcionario a cargo. Esta situación limita notablemente la labor periodística, ya que hay medios y programas que se sostienen exclusivamente de la pauta provincial. Para otros es muy difícil su subsistencia sin ese dinero, teniendo en cuenta el contexto económico de recesión. Por ende, el periodista que incomoda al gobierno puede terminar perjudicando a la empresa en la que trabaja, lo que en algunos casos deviene en la pérdida laboral.
En resumen, así funciona un mecanismo de control sobre medios y periodistas. Esto se traduce en limitaciones en la libertad de prensa y en la libertad de expresión, teniendo en cuenta que estos derechos son básicos para una democracia real. Los medios son forjadores y reproductores de discursos que moldean la opinión pública y se ven limitados por el manejo inescrupuloso de los fondos públicos. Se han presentado varios proyectos para regular el reparto de la pauta oficial, pero ninguno ha prosperado. Mientras tanto los millonarios dueños de los “grandes” medios de comunicación (entre otros negocios) siguen acumulando riquezas, ampliando el margen con los pequeños que luchan por sobrevivir.
Hace algunos días, charlando con un amigo periodista me dijo “el periodismo no es para llenarse de plata”. La frase me sonó acertada y le respondí “sí te llenás de plata estás haciendo otra cosa”. Sin embargo, hay gente que sí se llena de plata. Esto no sería un problema si el periodismo no fuera un elemento fundamental de la democracia y si los fondos no fueran públicos. Para reflexionar al respecto dejo una frase del gran periodista rionegrino Rodolfo Walsh, quién decía “el periodismo es libre o es una farsa”. Saquen sus propias conclusiones.
Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956). Novelista, dramaturgo, poeta, guionista y director de cine. Varias de sus novelas y relatos fueron adaptados al cine en la Argentina, Brasil, España y Francia. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués, hebreo, búlgaro y alemán. Publicó las novelas: El diario convertible,1990/Infierno Albino,1992/Son de África,1993/Más allá del bien y…
Gran revuelo armó el comunicado que realizó SADAIC, organización que nuclea autores y compositores argentinos de la música, al anunciar las ”Nuevas Tarifas en el Entorno Digital” La confusión fue inmediata, la viralización de la noticia también.El mundo de la música estuvo y está confundida ante estas medidas que explican, de cierta forma, el impuesto…
Nunca lo había pensado así, pero quizás eso es lo bueno de estos balances bobos: la posibilidad de llegar, tan cerca de la conclusión, a ciertas conclusiones. Hacerse un panorama general. Nunca lo había pensado así: es probable que nada haya hecho, en mi vida, tanto como leer. Quizá dormir, ese momento de no ser. Pero mientras sí soy, calculo o quiero creer que leo, digamos, unas diez horas cada día. Entre los diarios de la primera mañana, los mails y apuntes y los artículos que reviso y que preparo en la segunda y, ya por la tarde, esas horas de escribir lo que estoy escribiendo –que es leer realmente. Y todo el tiempo, en cualquier momento –en el baño, en la cama justo antes de dormirme, en la comida cuando como solo, en el sillón del tedio posprandial, en los buses y los aviones y los metros y los desayunos de los hoteles y las salas de espera de los médicos– la lectura. No se me ocurre ninguna otra actividad que haya hecho tanto, que haga tanto. Si algo hice en mi vida fue leer.
(Buscarle algún sentido
a esos dibujos. Esperar
que su silencio me hable, que me diga
eso que guardan para mí.)
Quizá por eso tenía tanto apuro: se ve que quería hacerlo. Aprendí solo: entre las primeras imágenes que recuerdo se cuela un gran cartel callejero que miro desde el asiento trasero del auto de mis padres y trato de leerlo, les pregunto por una letra que no entendí o si lo que he leído es lo que dice. El coche debía ser el citroën dos caballos que compraron primero: en esos días, incluso para un médico ya relativamente exitoso como empezaba a ser mi padre Antonio, acceder a un coche era un cambio sustantivo, un ascenso evidente. En esos días mi padre compartía una clínica psiquiátrica con un par de colegas, mi madre estaba terminando los estudios que mi nacimiento y el de mi hermano habían interrumpido –y yo, visiblemente, intentaba leer.
Sé –supongo– que aprendí así, mirando los carteles de la calle, las tapas de los diarios en mi casa, preguntando. Hacia los cuatro o cuatro y medio ya leía y escribía: nada me fue más fácil, nada me importó tanto. Pero no tengo registro de esos principios –¿cómo puede ser que no sepa cómo fue que aprendí lo decisivo?– ni mucho de esos años: deben haber sido más o menos tranquilos, imagino. Más jardín de infantes, más areneros y cantos y cuentitos, todo eso que se va acumulando sin que sepamos cómo, y nos va armando. Somos, al fin y al cabo, el resultado de un proceso ignoto.
(Pero que un día podremos releer y tratar de escribir, inventarlo bajo el pretexto del recuerdo)
Desde entonces, mi relación con el mundo está hecha de palabras dibujadas. No solo que lo piense con palabras –eso se llamaría escribir– sino que lo percibo a través de sus palabras, lo entiendo o no lo entiendo gracias a sus palabras, sigo sus palabras. Lo leo, de formas tan variadas.
Nada nos parece más natural que un mundo descripto por un conjunto de veintitantos signos. Y, sin embargo, hace cien años, cuatro de cada cinco personas no los conocían: no leían, no escribían. Esa forma, que ahora nos resulta tan banal como comer o conversar, no existía para la mayoría. Y los signos que llevaban palabras –los nombres de las calles, los negocios, los diarios, los contratos, los libros, los misales– estaban reservados a los otros. No sé si alguna forma de aprehender y de ordenar el mundo creció tanto en tan poco tiempo.
(Alguna forma de igualdad, en ese tiempo.)
Para mí, en cualquier caso, siempre fue la única. Yo leo –y por eso, a veces, escribo. Pero leo, sobre todo.
(Escribir, está claro, es leer descuidado.)
A veces me aburría. Me recuerdo vagamente diciendo meaburro meaburro meaburro con el tono más aburrido que podía lograr a mis cinco o seis años. Mi padre Antonio se permitía incluso un chiste malo a mi costa: ¿Sabes cuál es el animal al que hay que entretener para que no cambie de sexo? El burro, para que no sea burra –¿o será para que no se aburra? Hasta que terminé de entender que la lectura podía llevarme a cualquier parte y nunca más tuve miedo de aburrirme: en el peor –en el mejor– de los casos, siempre podía leer algo. De pronto me sentí autónomo, autosuficiente, todopoderoso: los libros me ofrecieron eso, que no siempre fue bueno.
Había empezado a leer y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Entonces sí, leer era estar en otra parte, ser otro, vivir vidas lejanas. En esos días, cuando leía las aventuras de Sandokán en la Malasia me subía a esos veleros frágiles, peleaba contra maharajás que cabalgaban elefantes, comía perro en fondas de Malaca. Leer era vivir, entonces.
(Escribir, está claro,
es leer descuidado. No seguir
al pie de la letra cada letra, permitirles
que se vayan ordenando de otros modos.
Escribir es romper
lo que está dado.)
En 1962 yo ya tenía un hermano y un recuerdo. Mi hermano Gonzalo nació en febrero: dejé de tener un cuarto para mí solo o unos padres para mí solo pero no parece que me haya afectado demasiado; quién sabe. Y un recuerdo: cuando él nació, mis padres –para que no creyera que perder es pura pérdida, otra vez el helado– me regalaron una cámara de fotos. Era una carcasa de plástico negro que se llamaba Agfa Gevaert, usaba rollos gordos de 12 fotos cada uno. Hay objetos que te marcan y construyen.
(No hay bien que por mal no venga, parecía ser la idea: un sistema de compensaciones que se me instaló. Después, durante todo el resto de mi vida, debí buscar, para cada revés, algo que lo contrapesara: no siempre lo encontraba, por supuesto.)
Hacer fotos. En una época en que los chicos no teníamos ningún acceso a ninguna tecnología, no manejábamos ningún aparato –apenas, si acaso, podíamos prender o apagar la luz si nos dejaban–, apretar un botón y hacer un clic y que ese gesto se transformase en un papel con una imagen blanco y negro que, semanas más tarde, mi madre Martha me traería de la farmacia o el laboratorio, era sublime.
(No recuerdo juguetes. Me imagino que tendría juguetes, pero no los recuerdo. Un camión rojo de plástico o goma, pesado, con volquete y un nombre que quizá fuera duravit. Unos ladrillitos de plástico que se encastraban los unos en los otros para dejarte armar una casa muy precaria, mis ladrillos. Quizás algunas piezas de madera, pero no estoy seguro; quizás algunos soldaditos, pero tampoco. Casi no recuerdo juguetes. Es un lugar común, pero aún así: la cantidad de juguetes que tenían los chicos de entonces podía ser –en circunstancias parecidas– 50 o 100 veces menos que la que tienen los de ahora. Lo cual podría darme bruta envidia si no fuera por el argumento que me salva: nos obligaba a imaginar. No nos daban todo imaginado. Aunque quién sabe: para eso, claro, eran los libros.
Y en cambio, según me contaron muchos años más tarde, tenía preocupaciones infrecuentes en un chico de cinco con miedo de dormirse con la luz apagada que necesitaba una lamparita en un rincón o una encendida en el pasillo, y que, justo antes de ese momento horrible en que su madre apagaba y se iba, intentaba retenerla con preguntas:
–Má, ¿cuál es la diferencia entre socialismo y comunismo?
Nadie es más o menos que su tiempo y su entorno.)
Empezaba a ser yo.
¿Cómo sabe alguien cuándo empieza?
¿Se puede decir –o pensar– que alguien empieza?
En esos días también me hice de Boca. O sea: empecé a “ser de Boca”. Lo conté, décadas después, en la primera página de un libro que se llama Boquita: “No recuerdo muchos recuerdos anteriores. En diciembre de 1962 mi abuela Rosita me había llevado a pasar unos días en Mar del Plata: un hotelito en Playa Grande. En su baño compartido encontré un diario: yo estaba aprendiendo y leía todo lo que se me cruzaba. No sé si ese diario sería del día o de una semana antes; sí que, mientras me demoraba sobre el inodoro, leí el relato emocionado de cómo un tal Antonio Roma atajaba el penal que le pateaba un tal Delem y le daba a un equipo que se llamaba Boca Juniors la chance de salir campeón. Yo debía saber lo que quería decir campeón –porque fue en ese momento, de puro triunfalista, cuando decidí que iba a hacerme de ese cuadro.
En esos días los equipos eran instituciones sólidas: Roma Silvero y Marzolini, Simeone Rattin y Silveyra fueron un mantra que susurré en tantos recreos. En esos recreos descubrí que ser de Boca era algo que podía compartir con otros –que me hacía cómplice de otros chicos, que nos daba una causa común– pero que algunos de mis mejores amigos se transformaban de tanto en tanto en enemigos porque eran de ese equipo que se llamaba River. En esos recreos descubrí que uno se hacía de un equipo: no es poca cosa, hacerse. Y que, ya hecho, uno no era hincha de un equipo: uno era de un equipo. No es poca cosa, ser.”
Ser de Boca fue uno de mis rasgos de identidad más decisivos durante varios años. Aunque, entonces, eso no suponía casi nunca “ver” a Boca. Ser y ver eran tan diferentes: durante décadas, los seguidores de un equipo de fútbol lo seguíamos a través del relato de otros. Los que iban a la cancha eran una pequeña minoría. No había, por supuesto, todavía, fútbol en la televisión, y la gran mayoría canalizaba su “ser de” escuchando cómo te lo contaban en la radio o leyendo cómo te lo contaban en los diarios. Millones eran fanáticos de algo que solo conocían por interpósitas personas –y palabras. Yo también. Mi padre Antonio todavía no nos llevaba a la cancha y yo, si acaso, miraba en el diario si “mi equipo” ganaba o perdía y, algún domingo por la tarde, raro, empezaba a escucharlo en radio Mitre, Bernardino Veiga.
Pero –ya queda dicho– leía. Leía y leía, leía sin parar. Creo que todo lo demás, en esos días, era contingente, casi una molestia. Tenía seis años y leía sin parar. Hubo, entonces, un episodio que me entregó a mi historia.
Mis muertes
1963
La primera vez pudo haber sido
–la primera última vez pudo haber sido–
en esos giros y giros y
más giros, el horror
de ese coche que gira,
que salta y se desliza y se deshace,
víctima desbocada del azar, la lluvia, ese momento
en que entendés que ya no sos lo que eras
sino quién sabe qué,
hoja en el viento, pelusas en el aire, gota
en un estanque: nada. El coche
daba vueltas y vueltas en el campo, vueltas
y más vueltas en sí mismo, retumbaban
los gritos y grititos y mi madre y mi padre, yo
tenía seis años y leía: en el asiento
delantero de ese coche que daba vueltas y más vueltas
como un trompo idiota, yo
leía, trataba de leer, intentaba leer
mi Sandokán de la Malasia. El coche
al fin paró: seguíamos vivos.
Salimos, chapoteamos, nos abrazamos
incrédulos, lloramos;
mi libro había volado, lo encontré
en el barro. Mi libro, puro barro,
era la historia.
De esa mañana saqué un mito:
mi iniciación a la lectura, mi opción
por la lectura. Si leer
te distrae tan cerca de la muerte, pensé
mucho después, leer
vale la pena. Ahora, cerca,
escribo. Y otras veces
me pregunté si entonces
el azar y los giros me mataban, a quién
habrían matado. Yo,
seis años, yo ¿me hubiera muerto?
¿O se habría muerto un chico que recuerdo
vagamente, la posibilidad de tantos yo
que ninguno es real, ninguno
verdadero?
Uno que no era yo
se habría matado,
uno que nunca sabría quién
se moría entonces, uno
que no sabía que se moría, uno
que no sabía qué se moría, uno
que no era yo porque yo
no habría existido nunca.
Por eso es que lo llaman
accidente, por eso
es que lo olvido.
Por eso, sobre todo,
lo recuerdo.
(Pero falló y seguí unos años más
hasta que la siguiente.)
II.
Con perdón: uno tiene sobre sí mismo mitos. Las formas en que se piensa cuando nadie lo ve, nadie lo escucha. Las formas en que se piensa cuando está solo de verdad.
Aquel libro, el que salió volando, también era de la Colección Robin Hood: tapas duras amarillas con un dibujo como de historieta, contratapa con una lista de otros títulos, páginas de un papel basto, de un papel oscuro, impresión más o menos. La Colección Robin Hood había empezado unos veinte años antes y ya tenía docenas de títulos, pero yo me empecinaba en los de Emilio Salgari y Julio Verne –que mi madre por supuesto me compraba feliz, como compraba, en su embarazo, aquella droga. Aquel libro que voló se llamaba A la conquista de un imperio, uno de Sandokán. Mompracem era, entonces, mi lugar en el mundo: me gustaban más que nada esos piratas audaces justicieros, la idea del marginal con poder que ayuda a los más impotentes. Sandokán, Kammamuri, Tremal-Naik y, sobre todo, el portugués Yáñez todavía dan vueltas en mi mente. Y los thugs y Mariana y el rajah de Sarawak y la Perla de Labuán y todos esos. Mi osito Gurubito, en esos días, pasó a apellidarse Yáñez. Para seguir ahí no tuvo más remedio que formar parte de mi mundo nuevo.
También me compraban otros libros para chicos: hacia mis cinco tenía el Lo sé todo –nombre sarcástico pensado sin sarcasmos, una enciclopedia en 12 tomos infantiles que incluían desde los mitos babilonios hasta la ciencia más moderna entonces– y unos volúmenes de Monteiro Lobato, un comunista brasilero, igualmente didácticos: Perucho y Naricita me enseñaban las cosas más diversas. Y había otros que también me gustaban, por supuesto, menos “apropiados”: ni sé cuántas veces leí Jack & Jill, una novela romántica de chicos de Louise May Alcott, que escribía para mujercitas, o las Aventuras de Marco Polo, o Tom Sawyer o Robinson Crusoe. Había, ya entonces, demasiados libros, y la única solución era enfermarse. Circulaba una ristra de trastornos –paperas, sarampión, rubeola, escarlatina– que todo chico debía tener y en general tenía. Se parecían: cinco o seis días acostados, algo de fiebre, no muchos dolores, galletitas de agua con jamón cocido, si acaso arroz, la gran chance de leer doce horas por día. Enfermarse era una fiesta, todavía.
(Y alguna vez habría que hacer una historia sobre el papel de la enfermedad en la formación de los escritores. Con frecuencia, los mejores son los que, chicos aún, tuvieron que pasarse mucho tiempo encerrados, mucho tiempo en la cama, y allí “no tuvieron más remedio” que leer.)
De acuerdo al registro realizado por el Observatorio “Ahora que sí nos ven”, del 1 de enero al 30 de abril de 2023 se registraron 99 femicidios, 87 femicidios íntimos de mujeres y 12 femicidios vinculados en nuestro país. Desde el Observatorio de las Violencias de Género «Ahora Que Sí Nos Ven» dieron a conocer…
A menos de un mes para el cierre de listas en la provincia de Buenos Aires, Máximo Kirchner y Sergio Massa ordenaron a sus apoderados empezar a trabajar en el diseño de un frente electoral para la elección de septiembre.
Gerónimo Ustarroz y Patricia García Blanco son quienes tienen la firma en el PJ bonaerense. En tanto, Eduardo Cergnul y Sofía Vanelli ejercen como apoderados del Frente Renovador. La idea, según dejaron trascender, es que esa alianza electoral lleve el nombre Peronismo, una palabra que surgió de las usinas de Massa.
La idea es que a partir del martes comience una convocatoria a otras fuerzas como Nuevo Encuentro, el Socialismo, Patria Grande y otras vecinales de cara a dejar constituido el sistema de selección de candidatos. Es curioso que, al menos por ahora, no mencionen a Movimiento Derecho al Futuro de Axel Kicillof.
La idea es dejar garantizada la estructura jurídica para las elecciones de septiembre y octubre. Además, quieren definir una sola junta electoral de validación de candidaturas para las dos elecciones, así como el sistema de alianzas.
Esta semana podría surgir una convocatoria en la sede del Partido Justicialista de la calle Matheu para discutir, no solo el nombre de la alianza, sino también una estrategia enfocada en la definición del mensaje que tendrá la campaña.
La jugada de Máximo y Massa se adelanta a una convocatoria que iba a surgir desde el lado de Kicillof en los próximos días. Ahora, el PJ bonaerense y el Frente Renovador condicionan al gobernador y a su armado político que siente el impacto de la impactante movilización del último miércoles.
Días antes de la condena a Cristina Kirchner, el gobernador y su ex jefa política se habían reunido tras meses sin diálogo para acercar posiciones. Allí sólo se acordó conformar una mesa de trabajo. Luego llegó el fallo de la Corte Suprema y no hubo avances.
En el Movimiento Derecho al Futuro piden encabezar todas las listas del interior de la provincia (Segunda, Cuarta, Quinta, Sexta y Séptima) y la Sección Capital que está conformada por la ciudad de La Plata.
Según pudo saber LPO, en la semana, un muy reducido grupo de intendentes trabajaba en una reunión con Kicillof. Ese grupo está conformado por alcaldes del MDF y de La Cámpora.
Semanas atrás -antes de la reunión entre Cristina y Axel- ese mismo grupo había logrado una reunión con Cristina. Allí estuvieron Federico Otermin (Lomas), Mayra Mendoza (Quilmes), Julio Alak (La Plata) y Fernando Espinoza (La Matanza). El objetivo de ese bloque de intendentes es acercar posiciones en una lista de unidad.
En los plenarios del movimiento axelista circula en un esquema de cierre de listas. Piden para el gobernador encabezar todas las listas del interior de la provincia (Segunda, Cuarta, Quinta, Sexta y Séptima) y la Sección Capital que está conformada por la ciudad de La Plata.
En a la Tercera (sur del conurbano), el primer lugar debería ser para La Cámpora, el segundo para Kicillof y el tercero para Massa. En cuando a la Primera (norte del conurbano), el primer candidato debería ser para Kicillof, el segundo para Massa y el tercero para La Cámpora.
LPO había adelantado que en La Cámpora quieren al intendente Leonardo Nardini (Malvinas Argentinas) encabezando esa lista. Sin embargo, en el MDF buscarán posicionar al ministro Grabriel Katopodis (Infraestructura).
La disputa por las listas será definitiva. En el MDF señalan las bancas del Senado y afirman que en la Cuarta (noroeste bonaerense) los tres senadores del peronismo son de Cristina: María Elena Defunchio, Walter Torchio y Daniela Viera. En la Quinta (sudeste) también los dos peronistas son de Cristina: Gabriela Demaría y el camporista Pablo Obeid. Esa es la relación de fuerzas que se busca modificar.
La estrategia de Kicillof era esperar que baje la centralidad de Cristina para hacer un llamado a Máximo y Massa por la discusión de listas. El gobernador planeaba poner una condición clave: las listas debían discutirse en la capital provincial.
El gobernador habla además de listas conjuntas, una palabra que no es ajena a las diferencias del peronismo. Supone una acuerdo circunstancial, no una unidad programática.
Con todo, Máximo y Massa se adelantaron al gobernador, que ahora deberá definir un movimiento que puede ser clave para que los tres sectores del peronismo avancen con una lista conjunta.
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