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«JSRN: MÁS QUE VERDE, TODO COLOR DE ROSAS»

Lejos quedaron las legislativas del 2017 que posicionaban a Martín Soria firmemente con vistas a la gobernación de Río Negro. Las excelentes elecciones que llevo a cabo María Emilia suponían para el FPV un paso adelante en ese camino. Sin embargo, el pasar del tiempo no edificó la candidatura del Presidente del PJ rionegrino, por el contrario la fue erosionando. Acercar a Magdalena Odarda no fue un acierto, sin territorio propio y con votantes fluctuantes, lo único tangible que les dejó la Senadora fue la bancada de su hijo en la legislatura.

La telenovela de Alberto Weretilneck y la justicia no fue en vano, fue metódica, permitió al Gobernador mientras contaba con la posibilidad de participar de los comicios posicionar al partido provincial a través de su nombre por encima de todos, pero una vez caída la posibilidad legal de presentarse, proyectar como candidato a un equipo con él fuera de la lista, pero presente como líder del partido.

En tiempos donde el convencimiento político no gana por las ideas sino por las necesidades, durante el año y medio entre las legislativas y los comicios de ayer, el Gobernador se encargó de tirar redes en toda la provincia y así fue ganando adhesiones con el uso del aparato del Estado como herramienta. Una metodología que Alberto supo aprovechar con creces.

Con casi el 75% de concurrencia a las urnas, la ignota candidata de JSRN obtuvo el 52% de los votos. Rio Negro vuelve a legitimar su posición en paridad de género dando un nuevo paso, el que faltaba, tendrá por primera vez una gobernadora. 

Arabela Carreras obtuvo más del 50 % de los votos por sobre un 35 % de Martín  Soria en una elección que como se anticipaba estaba polarizada, tan polarizada que en la legislatura, casi en su totalidad, habrá representantes de JSRN y el FPV. Lorena Matzen desde la alianza Cambiemos estuvo lejos de los dos dígitos en una floja elección que seguro tiene en su análisis interno la falta de apoyo de los comités locales de la UCR y la negativa percepción que se tiene de la alianza que dirige el país. Como se preveía, el desmembramiento de los partidos de izquierda y la falta de unidad dividió ese 5% que suele alcanzar históricamente la izquierda en la provincia.

De las cuatro ciudades con mayor cantidad de votantes el candidato del peronismo solo ganó en su ciudad Gral Roca, sin embargo, con una diferencia de diez puntos menos en comparación con las elecciones del 2015. La jugada de JSRN de sumar un roquense como Alejandro Palmieri en la fórmula tuvo que ver en esto también. Era el espacio que le faltaba cubrir a Juntos, y lo hizo.

En la capital, un espacio donde Juntos se mueve hace ocho años la brecha fue enorme 60% frente a un 25% del FPV. En Cipolletti, origen del oficialismo, lo triplicó 64% sobre un 21%. Y en la ciudad de donde es oriunda la n ueva Gobernadora, Bariloche, el margen fue menor pero mantuvo la tendencia 46% sobre 34%. Los números hablan por sí solos.

Si leemos por departamento, en el Valle Inferior el partido provincial marcó una gran diferencia, doblegó la cantidad de votos frente al PJ (58% sobre 27%). Siendo este un buen dato ilustrativo de una tendencia que se manejó en toda la provincia, en la zona Andina JSRN se mantuvo 12 puntos por encima del PJ al igual que en la Zona Atlántica, en el total del Alto Valle la diferencia fue de 14 puntos, al igual que en la Línea Sur y el Valle Medio. Una verdadera paliza electoral que en la previa no se esperaba.

El PJ provincial, deberá debatir puertas adentro la reestructuración del partido, la lucha de poderes resquebraja la unidad. Buscar la voz de mando que baje la línea desde el cuartel y reordene el rebaño para que no se disperse, ese debería ser el objetivo de cara a lo que viene. Otro reflejo de como lo que ocurre a nivel nacional también lo absorbe la provincia, el peronismo siempre necesito una voz de mando, una sola, y hoy no la tiene.

Para el oficialismo: Un mandato más (el 3ro consecutivo), la consolidación del partido provincial (posiblemente 28 bancas en la legislatura), la imagen y figura de Alberto Werertilneck afianzada como líder en la provincia y la llegada por primera vez de una mujer a la gobernación rionegrina es lo que le dejan estas elecciones.

Más que verde, todo color de rosas.

Fuente: https://www.datosoficiales.com
Análisis realizado con el 90% de las mesas escrutadas.

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    Visiblemente cansado, con el mismo tono seco y apagado con el que dirigió su campaña, Kast agradeció la foto de unidad de las derechas y volvió al guión que ejecutó prolijamente durante todos estos meses.

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    “Esta vez Chile sí despertó”, dijo Kast anoche. Fue una de las pocas alusiones al estallido social de 2019: el léxico de la revuelta se extinguió en el discurso de la izquierda, y ahora sólo aparece en forma de war flashbacks, invocados por la derecha. La relación entre Kast y el estallido es directa: el Republicano aprovechó la parálisis del gobierno de Sebastián Piñera y la coalición de centroderecha para ser el primer opositor al proceso de reformas, una posición marginal que luego capitalizó con el fracaso del primer proceso constituyente, el 4 de septiembre de 2022.

    La derrota que sufrió la izquierda aquella noche amortizó en cierta forma el resultado de ayer, el peor desde el retorno a la democracia. Casi todas las esperanzas de cambio depositadas en el gobierno de Gabriel Boric fueron sepultadas el día del plebiscito. Los partidos de izquierda, los viejos y los nuevos, asumieron la derrota como un punto de inflexión, el fin de un largo ciclo de movilización social que había comenzado en 2011. El descrédito, la rabia y la desafección seguían ahí, pero ya no la representaba la izquierda. Con la pandemia como prólogo, las calles se vaciaron. 

    Luego llegó el miedo: ese mismo 2022, Chile vivió un pico de homicidios que instaló a la seguridad como el principal problema ciudadano. El crimen aumentó, pero lo que realmente explotó fue la victimización: hay pocos países donde la brecha entre el delito y su percepción sean tan pronunciadas, una trama que se explica en parte por una sucesión de casos de alto impacto mediático –secuestros y asesinatos a empresarios y agentes de seguridad– cometidos por bandas extranjeras. El aumento de la migración irregular, que se disparó por esos años, terminó de configurar una nueva coyuntura que favorece estructuralmente a las derechas (las cifras oficiales muestran que los ingresos se triplicaron entre 2021 y 2022, pero el Gobierno afirma que el cuadro se explica por el empadronamiento, y que la mayoría de ingresos habían sido previos a la asunción de Boric).

    El abultado triunfo de Jara en las primarias del oficialismo a mediados de año expuso el descontento del resto de la izquierda con el Frente Amplio y el gobierno, al que le señalan tibieza y concesiones desmedidas a la derecha (el gobierno responde que, ante un Congreso y un clima de opinión adverso, no es mucho lo que se puede hacer). Quizás por unas semanas, pareció que el momentum con la candidatura de Jara, una veterana militante comunista bien evaluada durante su paso por la gestión, en la que ocupó la cartera de Trabajo, se iba a traducir en una buena elección en la primera vuelta (para la segunda casi nadie formulaba muchas esperanzas). Pero el resultado de ayer, en el que la candidata no logró alcanzar el 30 por ciento –el piso de aprobación de Boric– fue un balde de agua fría, apenas compensado por una performance no tan desastrosa en el Congreso, donde la derecha tendrá mayoría pero no absoluta. 

    Jara entra a la segunda vuelta con el lastre del gobierno, al que se le suma su militancia en el Partido Comunista, un tabú para votantes de centroderecha y afines, a pesar de las históricas demostraciones de apego partidario a la institucionalidad vigente, desde Salvador Allende hasta Boric, pasando por Michelle Bachelet. El hecho de que Jara seguramente anuncie en las próximas horas que no competirá en el balotaje como militante del PC es un testimonio de la dificultad que enfrenta, así como del devenir reciente de la izquierda.

    El candidato de “la gente”

    Todas las miradas ahora apuntan a Franco Parisi, el candidato que obtuvo el tercer lugar con casi el 20 por ciento de los votos. Al igual que en la elección anterior, a Parisi las encuestas lo daban cuarto o quinto, y volvió a dar la sorpresa. Es la figura que mejor representa a la desafección del electorado: con un discurso enfocado en la crítica hacia los partidos políticos, asentado en las regiones del norte –el territorio minero de donde proviene una parte significativa del PBI del país–, el líder del Partido de la Gente apela a un mundo que a la industria de encuestadores y académicos de Santiago se le sigue escapando. En la campaña anterior sacó 13 por ciento sin siquiera pisar Chile – residía en Estados Unidos a causa de una demanda por pensión alimenticia – , un flanco que suplió con una activa presencia digital. Esta vez pudo pisar el terreno y triplicó sus votos.

    El destino de esos votos no está definido. En la elección anterior, la mayoría de su electorado se inclinó por Boric, aunque Parisi había apoyado a Kast luego de una encuesta online entre las bases de su partido. Ayer evitó pronunciarse por ninguno de los dos candidatos, y dijo que lo primero que tenían que hacer era bajarse los sueldos. Pero la izquierda guarda pocas esperanzas de que los votos de Parisi tuerzan los pronósticos: el clima de oposición al gobierno, sumado a una compleja sociología de sus votantes, más afín al discurso actual de la derecha, hace difícil pensar en una transposición mayoritaria a Jara.

    Kast y Parisi son dos manifestaciones diferentes de la crisis de representación chilena. El primero representa la demanda por un liderazgo fuerte, la reacción conservadora que sucedió al estallido y se consolidó con la llegada de la crisis de inseguridad. Kast ya no menciona su oposición total al aborto o a la “ideología de género”, banderas que en esta elección fueron tomadas por Kaiser, el otro candidato ultra que contribuyó a “moderarlo”; se concentró en seguridad y migración, proyectando la imagen de un sheriff. La ampliación del campo de la derecha, que parecía debilitarlo al inicio de la campaña, ahora posiblemente lo ayude a alcanzar la presidencia. Pero la irrupción de Kast no se puede entender sin la crisis de la derecha tradicional.

    Parisi, en cambio, representa al Chile que está totalmente al margen de la política partidaria, y por eso sintoniza con algo del espíritu del estallido social: su componente antiélite. Es el mundo que está abajo, lejos de los centros urbanos de Santiago (aunque parte del éxito este año se debe a su mejora en la Región Metropolitana). “Los del Partido de la Gente mañana se tienen que levantar para ir a trabajar”, dijo en su discurso, replicando el lugar común tantas veces dicho por tantos votantes, que ahora tienen un candidato que repite y representa esa misma distancia con el sistema político. 

    Por lo mismo, ni la supervivencia de Kast ni el ascenso de Parisi se explican sin el factor más relevante en estas elecciones: la incorporación del voto obligatorio, que debutó en el plebiscito constituyente de 2022 y ahora llegó a las presidenciales. Casi seis millones de votantes nuevos, rotulados como “obligados” por los encuestadores, salieron a votar, inclinando la balanza por candidaturas de partidos no tradicionales. Por eso Kast mejoró su caudal de votos a pesar de contar con un campo más fragmentado, y el apoyo de Parisi se disparó. El comportamiento de este universo, en teoría compuesto mayormente por menores de 40 años de sectores populares, sigue siendo difícil de predecir, pero las elecciones de ayer vuelven a demostrar que el voto obligatorio desafía a los lentes con los que se miraba a la política chilena desde hace poco, y que ahora cambió para siempre.

    Si hace cuatro años, cuando pasó a segunda vuelta, José Antonio Kast tenía un techo electoral, los nuevos votantes parecen haberlo derribado. Con el viento a favor y toda la derecha alineada detrás de él, Kast arranca la campaña del balotaje como el favorito indiscutido para llegar a La Moneda. Si lo consigue, se dirá que la nueva estación del famoso y citado al hartazgo péndulo chileno ahora favorece a la ultraderecha. A un ex o renovado o arrepentido pinochetista. La pregunta será la que este nuevo Chile todavía no logra resolver: ¿Cómo se gobierna este país?

    Fotos: Prensa

    La entrada Voto Kastigo se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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