El Rally ‘Ciudad de Villa Regina’ tuvo un apasionante desarrollo: desde la largada simbólica del viernes hasta las dos intensas jornadas de competencia plena. Con una gran convocatoria de pilotos y de fanáticos de los fierros que colmaron las bardas durante ambos días, culminó en la tarde de hoy domingo con la premiación que tuvo lugar frente a la Plaza de los Próceres.
El Intendente Marcelo Orazi encabezó la entrega de premios, acompañado por el Ministro de Gobierno de Río Negro Rodrigo Buteler, el Secretario de Deportes Diego Rosatti, la legisladora Marcela Ávila, el presidente del Concejo Deliberante Edgardo Vega, el Comisionado de Fomento de Valle Azul Heber Trincheri y funcionarios municipales. Participó también el presidente de la Asociación Volantes de General Roca (AVGR) Jorge ‘Goyo’ Martínez.
El binomio conformado por Rauly Martínez y Matías Giménez se impusieron en la clasificación general y la categoría A6.
Mauro Debasa – Angel Rivero vencieron en la N2, Federico Fernández – Pablo Orellana en la Copa N2, Claudio Simonelli – Matías Aman en la A7y Pablo Cufré – Darío Martinez en la A1.
El Alto Valle Este vivió a pleno la tercera fecha del Campeonato Regional de Rally.
“Organizar un evento de ese tipo lleva muchas horas de trabajo pero la satisfacción es enorme. Quiero agradecer a todos los que estuvieron involucrados en la organización porque salió todo perfecto”, manifestó el Intendente Orazi.
En medio de una crisis, el tiempo se acelera. A diez días de la elección en la Provincia de Buenos Aires, sin embargo, aún no hay una respuesta clara del Gobierno nacional. Como se dice en la calle en estos tiempos, naturalizando el aire que se respira en la Argentina: el domingo “entró la bala”. En el territorio conocido como la “madre de todas las batallas” un contendiente quedó en el piso y empezó el conteo. Lo paradójico es que quienes le cuentan en reversa, oliendo el knock-out, no son los que ganaron, sino los propios.
El domingo votó la provincia. Eso es lo que se pierde en el madrigal de internas y expectativas que destapó. Votó el 63 por ciento de los 14 millones de electores, desperdigados en un terreno grande, heterogéneo y fragmentado. Distribuidos en 8 secciones electorales, que sirven para delimitar regiones de pertenencia, antes que circunscripciones. Con un peso simbólico y demográfico descomunal del conurbano, esa geografía-mito que creció al calor de la sustitución de importaciones1; con ese nombre que mal describe los radios concéntricos de la Ciudad de Buenos Aires, llamados “cordones”.
En estos días, para algunos, los cordones se quieren sanitarios. Se quieren fronteras definitivas que recuerdan la vigencia de la división imaginaria entre civilización y barbarie: en el conurbano viven los que cagan en baldes. No sólo los que lo hacen por carencia de infraestructura, sino los que gustan hacerlo. Para otros, los cordones se ven como lo que anuda el núcleo duro del peronismo, cuando se quiere asociado a la industria, a las vidas populares y a su organización en torno del trabajo. El conurbano es la provincia, pero también es el umbral, para quienes pendulamos entre la Ciudad de Buenos Aires y “el interior”. El conurbano, visto desde el interior de la provincia es el pasaje, el abigarramiento, el mal urbanismo, la imposibilidad de frontera clara entre uno y otro partido; es un poco ya la capital. Es el lugar en el que se siente, desde en el colectivo de larga distancia, que ya estamos llegando. Es el territorio subrepresentado para la tan lejana Legislatura platense2. El territorio al cual se le otorga una especie de adscripción identitaria inmediata, deudora de modos de gestión política personalistas, tejidos con lealtades que se notan en el territorio. El conurbano también se divide en secciones y la Primera y la Tercera son los números clave, los ejes de un ordenamiento que, si responde, define la elección. Esta vez lo hizo, con resultados que rondaron el 50 por ciento de los votos.3
Pero la recurrencia al hechizo del conurbano no explica la elección. No explica por qué se abrió un abismo bajo los pies de un Gobierno que pensaba que arrasaba, que iba a pintar la provincia de violeta (como estuvo, de hecho, pintada de amarillo, hace pocos años), y que allí iba a poner el último clavo en el ataúd del peronismo, pero lo tuvo que guardar, de tanto que se dobló el martillo. No explica por qué fallaron las encuestadoras. No explica, sobre todo, por qué, con números en la mano, se repite la cantinela de que “la provincia no tiene agenda local” (una manera más sofisticada de decir “les gusta cagar cagar en baldes”, “no entendieron”, “hay que explicarlo más simple”).
Lo que se pierde en la nacionalización de una elección desdoblada, por primera vez en la historia de la provincia, es esa agenda local que, sin embargo, existe, difusa pero muy presente en quienes votamos. Esa agenda local está difusa, tanto porque el peso electoral de la provincia hace que cualquier resultado se tome como anticipación del resultado general (ahora, como vaticinio de octubre y quizá, de diciembre), como porque las agendas locales importan poco en una discusión pública monopolizada por los ánimos de la Ciudad de Buenos Aires y mediatizada por la presencia de gobernadores que muchas veces sacrifican esa agenda en pos de acuerdos y presiones políticas coyunturales. La provincia de Buenos Aires, al tener invalidada la segunda opción, por ser el gobernador un representante claro de la oposición al gobierno nacional, y al no tener la provincia un sistema robusto de circulación de discursos y temas, es presa fácil del imaginario que inmediatamente asigna una etiqueta a cada lugar: a Santa Fe, el narcotráfico; al sur, el extractivismo; al norte, la miseria; a Buenos Aires, la inseguridad.
No es un problema de “carencia de agenda local”, es un problema de cómo se estructura la Argentina y cómo esa estructura entorpece las comprensiones —o lo que el bahiense Martínez Estrada llamaba el peso deforme de la cabeza de Goliat, la CABA, en la fisonomía cultural del país—. Por eso, aquí va una fenomenología, seguramente precaria, de cómo aparece esa agenda para quienes votamos en la provincia.
Las rutas
El fin de semana antes de la elección, en medio de la circulación de los audios que le quitaron al gobierno la posibilidad de seguir trazando una línea moral entre la corrupción ajena y la pulcritud propia, el ministro Sturzenegger visitó Azul, la “ciudad cervantina” de la Séptima Sección Electoral. La séptima reúne a Tapalqué —sitio del complejo de termas creado por el gobierno provincial y de las tortas negras más célebres de la zona—, Alvear, Saladillo, Bolívar, Roque Pérez, 25 de mayo, Azul y Olavarría. Es la región que quizá mejor combina industria y campo en la provincia, con un fuerte peso de la minería y el turismo. Es, además, junto con Tandil, la sede de la UNICEN, una universidad que apuesta al desarrollo regional y que generó una fuerte migración al interior de la provincia, interrumpiendo el traslado hacia Córdoba, La Plata o Buenos Aires de los jóvenes que podían “irse a estudiar”. Sturzenegger llegó en helicóptero. Ese día, el presidente de la Sociedad Rural de Azul, Gabriel Palmisano, dijo: “Desde el helicóptero vio que la Ruta 3 estaba sin marcar”.
Las rutas para los bonaerenses no son el sinónimo de las vacaciones. Para los habitantes de la provincia, las rutas son la cotidianidad. Son una forma palpable de testear la presencia del Estado. Se asocian con viajes laborales semanales, para quienes pendulamos, pero también con moverse al interior de las regiones, para visitar médicos u hospitales, para estudiar en escuelas o universidades, para ir y volver de campos, clubes de fútbol y quintas, para realizar trámites judiciales. Las ciudades se complementan y las rutas son el nexo necesario y diario de ese tetris. Hay rutas llenas de camiones, de cosechadoras, de colectivos urbanos cada vez más desvencijados, de camionetas o autos venidos a menos, que se largan al asfalto sin VTV, porque es el único modo de ir y venir “al pueblo” a abastecerse y hacer trámites. Por eso, no es una anécdota que el representante de la Sociedad Rural subraye eso de la reunión con el ministro de Desregulación, antes que pedir la baja de retenciones (o por el INTA, como pidió). Que subraye que el parate de la obra pública no suena abstracto en la provincia, sino que se siente a diario en rutas destruidas, llenas de baches, sin iluminación, con puentes peatonales parados, con desvíos que hacen los viajes cada vez más largos y peligrosos, con accidentes en los que se conoce a los implicados y se subraya su trayectoria trunca.
El parque automotor de la provincia se vino abajo. O mejor, muestra la fractura social expuesta del país. Las concesionarias que en general se amontonan en la periferia de las ciudades del interior bonaerense muestran el contraste que también circula en las calles y las rutas: la división entre la alta gama y quienes ruegan porque nada más se rompa, porque no hay cómo arreglarlo. En las rutas cotidianas se ven las promesas incumplidas del desarrollo, que se trasladan como herencia de gobierno en gobierno.
Atados al piolín de Cuenta DNI
La provincia concentra aproximadamente la mitad de la actividad industrial del país. Representa más de un tercio del producto bruto y de las exportaciones nacionales. Si se toman los porcentajes de apertura de importaciones y la tasa de caída de sectores económicos, la ecuación es clarita: a mayor apertura importadora, mayor descenso de la producción económica provincial y mayor desempleo.
Según el Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial (OEDE), que elabora el Ministerio de Capital Humano, entre el tercer trimestre de 2023 y el mismo período de 2024, cerraron 7.150 empresas en la provincia —la mayoría pymes— y se perdieron 77 mil empleos registrados. Uno de cada cuatro de los empleos perdidos pertenece a la industria manufacturera.punching-ball
El mercado interno es el de las políticas de liberalización importadora. Mientras las importaciones crecen (+45 por ciento en textiles, +59 en indumentaria, +67 en cuero y calzado, +56 en maquinaria y equipo, y +54 en electrónica), esas mismas ramas caen (entre el 12 y el 20 por ciento). La diferencia puede explicarse por empresarios que, de acuerdo a los vaivenes de la política nacional, se visten de productores o de importadores, pero la reconversión no es tan inmediata para los trabajadores. La tasa de desempleo en la provincia llegó a 9,3 por ciento en el primer trimestre de 2025 (1,4 por ciento más que los tres meses anteriores), y la tasa de sobreocupación entre quienes tienen trabajo fue del 27,8 por ciento. Es decir, no solo crece el desempleo, sino también la necesidad de multiplicar changas, encarar microemprendimientos, sumar trabajos parciales o incluso, hacer rifas autogestionadas, que llegan por Whatsapp de a montones en los “chats de mamis” para llegar a fin de mes o comprar bienes específicos.
Detrás de esos números hay nombres y geografías. El cierre de fábricas en ciudades medias implica una hecatombe social, un tajo que tarda mucho tiempo en sellarse de nuevo, si es que alguna vez lo hace. Si no se está directamente implicado en el despido, en las vacaciones forzadas, en los retiros voluntarios o en las reducciones horarias, tal vez los protagonistas sean los padres de los compañeritos de escuela, los clientes del almacén, los que pagaban una cuota del club. Algunos de esos nombres y geografías son estos: en Coronel Suárez, el Grupo DASS cerró y despidió a 360 trabajadores; en Chivilcoy cerró Bicontinentar (ex Paquetá), del mismo rubro, calzado. En Olavarría cerró la fábrica de bolsas FABI y dejó 150 trabajadores en la calle, y Canteras Cerro Negro despidió al 25 por ciento de su personal por la caída de la obra pública, algunos de los cuales se recuperaron mediante la intervención del Ministerio de Trabajo bonaerense. En Avellaneda quebró la gráfica Morvillo y sus 250 trabajadores siguen ocupando la planta. En Lanús paralizó sus tareas la fábrica de caramelos Lipo, después de meses en los que sus trabajadores cobraron la mitad del sueldo. Estos nombres y geografías no se quedan en su sitio, sino que circulan, como rumor de amenaza para las localidades cercanas.
Frente a este vendaval, el gobierno provincial apareció en la escena a través del Ministerio de Trabajo y del esfuerzo a sostener como se pueda la continuidad de la obra pública. Pero, sobre todo, el gobierno provincial se hace visible a través de políticas destinadas a mantener el consumo por encima de la línea de flotación. Lo hace a través de Mercados Bonaerenses y sobre todo, de Cuenta DNI, quizá la política pública más popular de la provincia. La Cuenta DNI del Banco Provincia es la única de las políticas públicas que hizo el camino inverso al habitual: pasó la frontera desde el interior hacia la CABA y buscó ser asociada con el “ser bonaerense”. Su presencia es tan notoria que, hace un tiempo, cuando daba mayores descuentos que los actuales, se podía saber qué rubros estaban implicados cada día de solo ver las colas que se armaban frente a la puerta de los comercios.
La Cuenta DNI, como su nombre lo indica, es un instrumento que, munido de los atributos simbólicos del Estado (como es otorgar el DNI), le permitió al gobierno provincial salir a disputar con las billeteras virtuales y extendió el mapa de cobertura de los servicios financieros, sobre todo de sectores populares, compitiendo con MercadoPago, Naranja X y Ualá. Su presencia muestra la capitalidad de la administración provincial en el territorio. Es una política tan exitosa y tan referenciada con la administración provincial que la usan incluso quienes aborrecen a Kicillof.
La elección en la provincia se tejió, antes, en una disputa entre dos capilaridades: la del gobierno provincial y la del caballo de Troya del gobierno nacional, como llama Carlos Burgueño a MercadoPago. Esta disputa ya se había dado en Santa Fe y en Córdoba, con fogueos públicos entre los gobernadores Pullaro y Llaryora y la empresa, por la suba de retenciones por Ingresos Brutos mediante las transferencias digitales. La empresa resolvió como respuesta cobrar más a quienes operen desde esas provincias. Ahora llegaba el turno de Buenos Aires. El día posterior a la elección, la provincia adhirió al régimen que iguala la retención por Ingresos Brutos si se opera con bancos o billeteras virtuales, pero la medida se difundió en redes como una suba de impuestos a las transferencias en general. Ingresos Brutos es el impuesto que está sosteniendo las arcas provinciales. Es el 70 por ciento de los fondos propios provinciales. Es ese mismo impuesto que el gobierno proyecta desbancar, a través de crear un Súper IVA (y centralizar aún más la distribución de los fondos).
La pelea entre estas dos capilaridades muestra al menos dos cosas: la penetración de las finanzas en la población y que se puede hacer una política pública a través de la intervención estatal en esos instrumentos. Si el apoyo de LLA se gentrifica, esto es, si LLA pierde espacio en los sectores populares (particularmente en los varones jóvenes de esos sectores, que eran su bastión) y se vuelca sobre los grupos que clásicamente votaron al PRO —algunos de los cuales, esta vez, incluso prefirieron la abstención—, salir a disputar las formas de pago y de consumo de esos sectores resultó una estrategia clave.
El agua y la inseguridad
Desde hace meses, al costado de las rutas se ven kilómetros de tierras inundadas en la provincia. Un informe de CARBAP señala que, en marzo y abril, el epicentro de la inundación estaba en los partidos de 9 de Julio, 25 de mayo, Carlos Casares, Bolívar e Hipólito Yrigoyen (esto es, las secciones Cuarta y Séptima), pero con las lluvias de los últimos dos meses, las aguas desbordaron y hoy hay 2 millones de hectáreas anegadas. Los suelos no absorben las lluvias. La actividad rural en esos lugares está paralizada. Carbap deja constancia en el informe que la paralización de las obras en la cuenca del Salado, el río que surca la provincia, por parte del gobierno nacional, llevaría al desastre.
No se trata, como en Bahía Blanca, de una inundación producto de un fenómeno climático fuera de registro, sino de una situación que es producto de obras interrumpidas, que lleva meses, que es visible para cualquiera que ande por la provincia y cuya única respuesta fue que el Secretario de Agricultura de la Nación, Julio Irureta, vaya “a escuchar” a una asamblea de productores de 9 de Julio4. Es una situación, además, que no aparece en general en medios nacionales, pero se multiplica en los videos caseros que se mandan por Whatsapp los bonaerenses, temerosos de que el agua tome otros lugares.
Como los hongos por el agua que se multiplicaron en estos meses, también los efectivos de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas se hicieron presentes en las calles. La UTOI es una fuerza policial creada por la entonces gobernadora María Eugenia Vidal, que fue cambiando de funciones: con el ministro Berni, durante la pandemia, pasó de intervenir en lugares candentes a ser elemento de “disuasión” del delito y “contención social”. Pasó de estar en el conflicto a la “proximidad”. Desde este año, la UTOI no solo está en barrios más inseguros. También radicó, por ejemplo, efectivos en Olavarría. En la ciudad se los suele ver en grupos, con armas largas, chaleco antibalas y un traje de fajina que mezcla el de los militares y los gendarmes. Su presencia es muy notoria y sirve para mostrar recepción a la persistente demanda por seguridad, a la vez que diversificar quiénes la atienden: ya no solo policías. Cabe recordar cómo comenzó la campaña electoral: con un desplazamiento de policías por parte del gobierno provincial que habrían hecho proselitismo a favor del excomisario Maximiliano Bondarenko, candidato de LLA en la Tercera Sección. El dispositivo de la seguridad (los delitos, más los efectivos, más los usos políticos) parece ser una forma persistente de hacer política en la provincia.
Qué es la elección y qué no es
Los votos no son un mandato con un contenido específico. Esa es la diferencia entre una representación política y, por ejemplo, contratar a un representante legal. A los votos hay que interpretarlos y hacerlo es parte de la continuidad del juego político. No obstante, esa interpretación tiene límites: una diferencia de 14 puntos no se puede explicar por la recurrencia al “aparato” del peronismo. Claro que los intendentes jugaron para convalidar sus concejos deliberantes, claro que esto en octubre puede restar votos, pero una diferencia de esta magnitud habla de un interés general de los electores por manifestarse. A quién le importa, al fin y al cabo, quién se sienta en la legislatura de La Plata. Esos electores bonaerenses querían votar y a pesar de frustraciones de décadas siguen apostando por el sistema democrático, mucho más que quienes gobiernan.
En la elección de la provincia no se dirimieron tipos de liderazgos. No se resolvió la interna política. Tampoco creo que sólo se haya votado a favor de una gestión —la de Kicillof— que, sin embargo, tiene la hazaña no sólo de haber quedado en pie después de la pandemia, sino de poder desmarcarse con políticas y discursos opositores claros de la gestión Milei, de la que aparece como principal opositor, y lo hace en el territorio más operable del país y con una interna propia, a cielo abierto. Mucho más si se tienen recursos mermados y una coparticipación discrecional que perjudica5. El voto pudo haber convalidado este desmarque y esta gestión a contramano (se elige votar y no anular o abstenerse), a la vez que expresar un malestar con el gobierno nacional, visible sobre todo en la agenda local. Esta agenda que no solo no aparece para ese gobierno, sino que ni siquiera se considera existente en los medios nacionales.
La elección fue sobre todo un freno. Contundente. El peronismo ganó en lugares que no gobierna, como Junín o Pergamino. Por eso, Kicillof suma incluso unos puntos más cuando no pone un tono triunfalista ni sale a posicionarse para 2027 en la semana posterior. Hay demasiado daño y hastío para eso. El gobierno nacional leyó ese freno como un problema político, de comunicación, o como el síntoma de una idiosincrasia irreparable. Convocó a una “mesa bonaerense”, una mesa especial, distinta de la fallida mesa de los gobernadores. “Mesa bonaerense”, sin embargo, son palabras que en los oídos de un bonaerense suenan a otra cosa: así se llama el programa de refuerzo alimentario que llega a los jardines y escuelas públicas de la provincia. Una caja de alimentos esperada por muchísimas familias para poder parar la olla.
1 Del padrón total de la provincia, de 14.376.592 electores habilitados, 9,7 millones (67,5%) residen en los 24 partidos del conurbano y un 17,5% adicional en la Región Metropolitana, lo que hace el 85% del electorado provincial.
2 Entre 1940 y 1950, el Conurbano duplicó su población, pero la Legislatura provincial conserva su esquema de representación anterior a ese crecimiento demográfico. La provincia de Buenos Aires sufre además esa subrepresentación a nivel nacional: tiene 70 bancas sobre 257, un 27% del total, con el 38% de la población nacional.
3 Primera sección: FP 47.49%, LLA 36.88%. Tercera sección (FP 53.97%, LLA 28.43%. Las dos secciones tienen más de 5 millones de votantes cada una, más del 70% del padrón total provincial.
4 El voto de Bahía Blanca, en la sexta sección, quizá pueda explicarse por la unidad que esta vez sí consiguieron las fuerzas opositoras al gobierno del intendente peronista Federico Susbielles y por el desplazamiento a Río Negro de la planta licuadora del gas de Vaca Muerta que iba a instalarse allí, impulsada por la malaya Petronas e YPF (y que finalmente no se construirá), luego de la disputa pública entre Milei y Kicillof por el rechazo de la provincia a adherirse al RIGI.
5 La caída de recursos coparticipables es sólo comparable con el 2002 y la pandemia. Para un análisis, ver: “Las consecuencias de Milei en las finanzas públicas de la provincia” en estudioseconomicos.ec.gba.gov.ar
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El gobierno de Milei volvió a quedar atrapado en sus propias trampas discursivas. Tras más de un año de silencio, el Ministerio de Capital Humano que conduce Sandra Pettovello admitió oficialmente que jamás existió la famosa auditoría con la que se justificó el recorte brutal de alimentos a los comedores comunitarios.
Por Roque Pérez para Noticias La Insuperable
La revelación salió a la luz por un pedido de acceso a la información pública de la diputada Natalia Zaracho, quien exigió ver el informe que supuestamente había respaldado al entonces jefe de Gabinete, Nicolás Posse, cuando en el Congreso lanzó la frase que los medios oficialistas repitieron hasta el cansancio: la mitad de los comedores no existían.
La mentira como política de Estado
La confesión desnuda lo que muchos denunciaron desde el inicio: no hubo ninguna auditoría, solo un relato fabricado para justificar el ajuste. Mientras los supuestos datos se filtraban a medios amigos, en los depósitos estatales se apilaban millones de kilos de comida que terminaron vencidos. Afuera, en los barrios más pobres, miles de familias soportaban la falta de alimentos básicos.
En la respuesta oficial a Zaracho, el ministerio intentó camuflar la mentira con tecnicismos. Alegó que la “referencia a auditoría” era apenas una “interpretación gramatical” de Posse, y que lo que en realidad se habían hecho eran “supervisiones” que ni siquiera cumplen con los estándares legales de una auditoría. Es decir: el propio gobierno reconoció que nunca hubo relevamiento serio alguno.
Criminalizar la solidaridad
El cinismo no termina ahí. Con la excusa de los supuestos comedores fantasmas, se instaló en la opinión pública la idea de un sistema corrupto, se estigmatizó a las organizaciones sociales y se intentó criminalizar la asistencia comunitaria. Hoy queda claro que todo fue un montaje: una mentira montada desde el Estado para recortar derechos.
El mecanismo es conocido: primero la acusación, después el recorte, finalmente la admisión de que no había pruebas. Ya ocurrió con las trabas a las pensiones por discapacidad en la ANDIS, y vuelve a repetirse con los comedores populares.
La crueldad planificada
Lo que queda expuesto es un patrón de gestión. El ajuste libertario no solo es económico, también es moral. Se elige conscientemente golpear a los más pobres y, cuando la maniobra queda descubierta, la respuesta es otro acto de desprecio institucional.
Nunca hubo auditoría, nunca hubo control real. Lo que sí hubo fue una decisión política: sacarles la comida a los que menos tienen y disfrazarlo detrás de eufemismos legales. Una crueldad planificada que deja barrios enteros sin alimentos mientras el Estado se esconde detrás de tecnicismos.
La Dirección de Cultura de la Municipalidad de Villa Regina invita a disfrutar de un nuevo encuentro del ‘Cine en mi barrio’ con la proyección de la película ‘En guerra con mi abuelo’. El cronograma es el siguiente: -Viernes 12: barrio 25 de Mayo -Sábado 13: barrio Don Bosco -Domingo 14: barrio Nuevo En todos…
Sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez este absurdo infinito Julio Cortázar Como ciudadanos la información nos llega muchas veces: cortada, sesgada, manipulada, distorsionada, empaquetada, vencida, inveterada, saboteada, pero sobre todo complicada…, complicada como lo que sucede en Lationamérica. A lo largo de la historia, esta información ha sido configurada en forma de conocimiento,…
El morbo tiene reservado un lugar especial para nosotros los enfermos y compartimos espacio con los accidentados; que a ver cómo se la arreglan con el trauma, que qué es lo que pueden con las nuevas circunstancias, hasta dónde llega el límite de lo humano, qué contorno tiene la dignidad, cómo hace eso que hace o cómo hará eso que tendrá que hacer.
Este lugar del morbo se despliega en dos líneas narrativas que operan en simultáneo; una se encuentra en la superficie y está envuelta por un campo de energía luminoso y afirmativo, su propósito es demostrar aliento aunque huela más a indigestiones y muelas podridas que a respaldo y contención. La segunda merodea sagaz por el crepúsculo interno, su secuencia argumental tiene sed de castigo y exterminio.
Lo que cautiva de este espectáculo siniestro no es el camuflaje del subtexto que disimula lo perverso. Es decir, no se trata de un instrumento del relato. Cautiva porque ver al otro remar en su mierda deja en evidencia los privilegios propios, es una forma de distancia y contraste, un regocijo canalla que aparece cuando se observa a los demás haciendo malabares para soportar el dolor.
Sus ojos son el ojo de la cerradura que mira y te hace mirar en simultáneo, pero ojo que este libro no es un espejo donde reconciliarse ni un tratado de paz con el infierno personal.
Así de implacable es este morbo, un magnetismo narcotico. Debe tener una modulación particular para no perder el tono de la lástima, la empatía y la superación, principios constitutivos del régimen de la resiliencia. Y como no podía ser de otra manera, para esto hay muchos títulos: porno inspiracional, absolución cristiana, enjuague moral, etc. etc. Los todavía sanos en calidad de testigos frente a los sobrevivientes aguardan inquietos por algún remate: la cura, la rehabilitación o la muerte, un rito de paso de un estado a otro que alivie las conciencias y restituya el orden que la enfermedad desacomoda.
Pero María Moreno no le da el gusto a cualquier sádico. Estamos hablando de un cortocircuito. En La Merma no hay acatamiento sino decepción: quien busque una respuesta sosegadora, un bálsamo progresista en torno a la identidad o una declaración de sufrimiento que haga brotar misericordia, no tiene idea dónde se ha metido, y saldrá de su último libro con más frustración que consuelo.
Esto no es un halago para vos, María. Mi admiración, digo, no es de tan tonta calidad, sino más bien un aviso para ustedes que están leyendo sobre aquello que se sostiene sin asco durante todo el libro: la enfermedad hace otras cosas además de amenazar, humillar o producir lamento.
En este nuevo coágulo de la historia, la enfermedad vuelve al corazón del debate político pero ahora la cordura perdió eficacia como instrumento discursivo.
Pero sería bien inocente suponer una voluntad de decepción, como si La Moreno fuera de las que recurren a ademanes literarios y piruetas estilísticas para merecer tal o cual etiqueta. Su elaboración del artificio nunca ha tenido que ver con la distancia estéril de la etnografía bajo un régimen temático, sino con hacer aparecer las vidas y las cosas que, con rigurosidad, ilustra a partir de los efectos que surten los encontronazos en su propio cuero.
En La Merma la veracidad no importa en tanto copia fiel de la realidad porque lo que a ella la calienta es la ficción. Tampoco importan las expectativas del lector porque no le debe nada a nadie más que a sus fijaciones.
La Moreno es una degenerada, y eso no es un procedimiento sino un atajo para entrarle al morbo por el agujerito del costado sin tanta sarasa moral. Sus ojos son el ojo de la cerradura que mira y te hace mirar en simultáneo, pero ojo que este libro no es un espejo donde reconciliarse ni un tratado de paz con el infierno personal. La Merma se aventura a contrabandear lo sucio y problemático que vibra en las bajas frecuencias de la vida con el calor de una carcajada guasona liberándote de tus deudas con la coherencia. Aún así, no hay ánimo alguno de reparación.
***
Cuerpos amontonados, cuerpo de obra, corporalidades y disidencias, cuerpos en fuga, cuerpa, cuerpe, cuerpo con x, cuerpo con arroba, cuerpo con guión bajo, corporalidades, corporrealidades, cuerpito, teoría del cuerpo, poéticas del cuerpo, oye tu cuerpo pide salsa, acuerparse, poner el cuerpo, poner la cuerpa, soma, esqueleto, cuerpos en disputa, máquina, fábrica, flujos. El gesto de decir “cuerpo” está vaciado de sentido. Si solo nombrarlo fuese suficiente para exonerarse de toda alienación, alcanzaría con decir dolor para rajar del sufrimiento. Si digo morfina ¿aliviaré? Pero como a ella nunca le importó la obsecuencia con la época, La Merma tampoco es un facsímil de los discursos buena onda de turno que repiten consignas a lo pavo, pese a que la severidad que acontece en su biografía haría tambalear a todo guapo colgado de luchas colectivas mangueando compasión. Hace rato venimos viendo cómo, por mucho menos, cualquiera se sube al podio para dar cátedra de sensibilidad social, violencias y padecimientos, encaprichados por volverse referentes, funcionarios, gerentes.
Este libro llega en un estado de fragilidad de la vida singular, social y global sin parangón: montañas de cadáveres desbordando de las pantallas, formas de explotación laboral moleculares, alteraciones técnicas y digitales de la psiquis, solapamientos temporales, nuevas formas de fascismos, velocidades de cálculo inalcanzables para la mente humana, bellezas hiperbólicas, mecanismos de tortura imperceptibles, anatomías transformadas con precisión milimetrica. Hasta el gobierno nacional reclama protagonismo en la agenda de la eugenesia global cagando a palos a jubilados, cortando antirretrovirales y medicamentos oncológicos, escupiendo a todo aquel que se parezca al más sano y cuerdo de todos, nuestro presidente elegido democráticamente.
La Moreno es una mala sobreviviente. A lo largo del libro se nota que agradece estar viva pero lo hace con una mueca socarrona y desabrida que desmantela la tragedia.
En este nuevo coágulo de la historia, la enfermedad vuelve al corazón del debate político pero ahora la cordura perdió eficacia como instrumento discursivo. Las ultraderechas se mofan de la normalidad desde su empoderamiento psicofarmacológico instalando un orden donde los putos, los raros, las travas, los negros, los viejos, las minas y los enfermos somos basura de descarte. ¿Quién queda en sus filas? ¿A quién llevarán a Marte?
Si treinta años atrás el cuerpo era un campo de batalla -siguiendo a Butler- hoy estamos frente a un escenario de devastación atiborrado de esquirlas, pedazos de órganos por acá, cachos de subjetividad por allá. Como si cada trozo de nosotros fueran los soldaditos minúsculos de la Batalla de Curupaytí pintada por “El Manco”, nuestra carne y persona visten uniformes rojos y merodean desorientados por ahí.
No podemos saber a ciencia cierta si la guerra ya pasó aunque la destrucción sea evidente. En el segundo párrafo de la página veintiséis de La Merma, Moreno escribe: “la mayor transgresión al modelo de belleza humano es quebrar el principio de simetría”. Me pregunto si existe algo más asimétrico que una derrota. Pero a pesar de que el cuerpo real, ontológico y lingüístico sea una batalla perdida, insiste en hacer otra cosa con ese desastre y lo lleva a cabo desplazando al cuerpo del sintagma escritura como centro de sentido; en ventilar la finitud de sus posibilidades como vida funcional versus la permanencia del relato a sabiendas de su cafisheo cruzado. Lo hace sin rendirle pleitesía al monumento de la literatura.
Pareciera que no le excita esa cosa autorreflexiva y anodina del escritor mirando su práctica o la paja de esas literaturas del yo que rebalsan en las librerías y de tan iguales parecen mimetizarse con edictos policiales. Además de los otros, sus excesos también han sido la cultura de masas, los medios hegemónicos de información, los expulsados de la historia oficial del mundo, cualquier otra cosa que no se corresponda con los berretines de los grandes temas legalmente importantes para las autoridades intelectuales. Me refiero a que el agotamiento del tópico cuerpo también está puesto en consideración para sus elucubraciones. María impugna su propia verdad, enferma la escritura, infecta y contamina su propio canon pero ese gesto no es el corte de cinta que inaugura su nueva identidad bajo la luz radiante y colorida del testimonio; ella es una desequilibrista en esta cuerda floja y recta de obviedades desde siempre, aunque ahora tenga su propio carnet de rareza.
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Si tanto hemos discutido el lugar de víctima, La Merma viene a desbarajustar el lugar de sobreviviente y acá aparece de nuevo la decepción. Como era de esperarse, La Moreno es una mala sobreviviente. A lo largo del libro se nota que agradece estar viva pero lo hace con una mueca socarrona y desabrida que desmantela la tragedia, y no suelta la queja porque ella bien sabe que organizarla en el lenguaje es la arteria para que devenga en protesta.
Al comienzo de la página ciento cinco se pregunta por qué no pensó en su madre. Pero, ¿reconocer una ausencia no es una forma de aparición? ¿No habíamos quedado en eso? Sin embargo se toma el tiempo para evocar a la madre de Virginia Woolf, otra mostra como ella con la que conversa desde siempre. Cincuenta años antes de que Orlando y la Señora Dalloway escandalicen los corsarios, Julia Stephen ya estaba empecinada con la relación entre cuerpo y justicia social. En su Tratado sobre enfermería toma la sábana como significante del dolor y plantea una política de la disposición y la textura para fabricar una mínima dignidad a sus pacientes. Desde la atención microscópica a las migas en la cama hasta el cuidado del pelo, la madre de la Woolf propuso una ética del cuidado que resuena de fondo en la internación de la Moreno como terreno de sospecha.
Y aunque María Moreno sepa por vieja, por diabla y por enferma, también tiene miedo. Reconoce que se está rompiendo y en vez de lamentarse, se sorprende al descubrir que posee un cuerpo.
Luego del bar, la noche, los antros, las manifestaciones, La Moreno vuelve al hospital y aunque este ya sea considerado paisaje recurrente de la literatura universal, no se detiene en los chalecos de fuerza foucaultianos, ni en las salas de espera chejovianas, ni en el quirófano lombrosiano. Ella okupa la cama como unidad básica con su secuaz Lamborghini flotando en el lugar. Insiste en el problema metafisico de la sábana ya no exclusivamente como territorio de disputa erótica, sino como un velo horizontal que, más que correrlo para echarle luz a lo reprimido, precisa ser alisado para atenuar la tortura de los pliegues producto de una noche revoltosa. Una cama bien tendida recompone la estructura simbólica que el dolor destruye, la sábana es la carne del fantasma.
Y aunque no sea lo que la Bastilla para el Marqués de Sade en Los 120 días de Sodoma, el Basavilbaso de Moreno se parece más al Hospital Británico de Viel Temperley o lo que el Neuropsiquiátrico de Oliva para Jorge Bonino pero con olor al área de infectología del Rawson. El paladar de la institución de encierro estimula la lengua y hace salivar desde una poética del síntoma hecha de la jerga biomédica hasta una gramática de protestas con y en contra del sistema de salud haciendo una maraña de posiciones donde no hay ni malos ni buenos, solo circunstancias que ella atraviesa en dirección oblicua.
En La Merma se la siente silbar bajito y con la espesura de su nueva velocidad. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”, una cita tatuada en la nuca que se asoma por encima de su nuevo vehículo eléctrico en el que se aleja tartamudeando sin ritmo.
Más que un técnica literaria, su monólogo interno es un artefacto auditivo que viene refinando desde siempre en retratos y crónicas pero esta vez redirigido hacia ella misma. Y aunque María Moreno sepa por vieja, por diabla y por enferma, también tiene miedo. Reconoce que se está rompiendo y en vez de lamentarse, se sorprende al descubrir que posee un cuerpo. Renuncia al pasaporte de humanidad que es la bipedestación porque caminar nunca fue importante para ella y la perturba reconocer la escritura como un trabajo profundamente manual al ver su diestra paralizada. Y ahí recuerda que la usa para sostener, para excitar, para lavarse, aunque ahora nada de eso importa si no funciona su mano util de diez dedos y curiosamente eso trae alivio, al menos para mí.
Cualquier otra cosa que haga saltar el destino irrevocable de la anatomía humana en su devenir robot, es que a La Moreno no le queda bien el grillete de autómata.
Amigarse con la decadencia de la salud debe ser de las tareas más ásperas de la vida y a veces un consuelito sublingual viene bien, aunque al cabo de un rato se diluyan sus efectos. Admito que la imagen del garfio mucho no me calienta, se me hace medio chongo y adornado, como juguete de un Barbanegra para principiantes alardeando Swarovski y sofisticación de estaño. En cambio me imagino su dedo del fuck you bueno como una cerbatana que escupe dardos hirviendo, como un estoque, un catéter que hurga por dentro, una punta para cuidarse en el yire. Cualquier otra cosa que haga saltar el destino irrevocable de la anatomía humana en su devenir robot, es que a La Moreno no le queda bien el grillete de autómata.
El léxico hospitalario tiene un latiguillo para el ACV: “time is brain”. Pero el bisturí al igual que la escritura es un instrumento de paciencia y ella lo sabe aunque la prisa haya sido la velocidad de su educación sentimental, y no la azota cualquier rebenque; así se peina, así escribe, así señala cada tecla con ese dedo dildo manicurado y coleando.
Igual, se rescata del eterno sueño y toma perspectiva de sus aparatos corporales disponibles junto a la ritmología de sinapsis entre ellos para lograr construir una oración. Dice: “He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a la síntesis por un déficit, no por voluntad. Y he ganado lectores: ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve, a veces, infranqueable”. Se burla de la economía gramatical que deambula paranoica por los borradores de quienes escriben especulando con las extensiones porque sabe que su desmesura está concentrada en cada punto, en cada coma, en cada letra.
En vez de refunfuñar y colgar los guantes como haríamos la mayoría, ella se da vuelta e inventa otra cosa con lo que hay, no sin antes eludir los aplausos de la novedad, de la superación, de la piedad, pirándose por el callejón de la acidez prepotente y la ironía escatológica. Claro, no podía ser de otra manera, ella es la primera en asquearse con la idea de un “Método Moreno” aunque el asco ya no sea lo mismo luego de que La Moreno exista. Imagino que nada le debe producir más escozor que la descendencia cristalizada en idolatría literaria por la que tanto trabajan algunos machos de la zona o los vitoreos ProVida que higienizan su supervivencia cuando la informan que sigue escribiendo como antes.
Y ahora María, que solo sos tu lado izquierdo y sabés lo que es cargar con esta lepra, ahora que finalmente pertenecés a un grupo vulnerable y hablás en primera persona y no en nombre de otros como un alma bella bienpensante, ahora que finalmente llegan los premios y los reconocimientos y que en el fondo todos sabemos que se deben a tu silla de ruedas y no a vos, ¿no te parece que el mundo de los raros también es un poco aburrido? Vamos, entre enfermos no nos vamos a pisar los recetarios.