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SOS EL JUEZ DE TUS DESECHOS

En Villa Regina la basura domiciliaria se junta con camiones recolectores y se lleva al basural ubicado en la barda norte o al centro de transferencia en parque industrial. Los «recuperadores informales» realizan una clasificación rápida (pero incompleta) y el residuo restante es acumulado e incinerado, acción causante de las nubes tóxicas que se perciben en el cielo de la perla del valle. Hoy en Argentina, un 40% de los residuos sólidos urbanos terminan en basurales a cielo abierto. El promedio de basura generada por día en Villa Regina es de 40 toneladas. Aproximadamente 14.600 toneladas al año. Casi un kilo diario por persona. Estos números no difieren de los promedios estadísticos del resto del país.

La quema de basura, deteriora la calidad del aire que respiramos, y el polvo/ceniza que levanta el viento puede transportar a la ciudad o zonas rurales microorganismos nocivos que producen infecciones respiratorias e irritaciones nasales y oculares, además de las molestias que dan los malos olores. En otros casos, nuestros desechos son enterrados en fosas.Los residuos cuando se depositan en basurales sin ningún tipo de discriminación sobre lo que puede ser reutilizable o no, generan un gran impacto ambiental, ya que esas enormes cantidades de basura liberan gases tóxicos que contaminan el aire y los cursos de agua.


CENTRO DE TRANSFERENCIA DE RESIDUOS-PARQUE INDUSTRIAL


Para convertirnos en protagonistas y no ser simples observadores del deterioro ambiental, es importante activar con la separación de los residuos desde su origen. Debemos adquirir hábitos que contribuyan a cuidar el medioambiente y la separación de basura es una manera de hacerlo. Este trabajo diario busca reducir la cantidad de elementos que terminan en el basural. El cartón y el papel, el plástico y el vidrio son materiales reciclables. Por otro lado los materiales orgánicos (casi el 50% de los desechos diarios), son fácilmente degradables pero de mejor utilización a través del compostaje para abonar la tierra.

Se deben generar políticas, programas y campañas que incentiven: la reducción en la generación de residuos sólidos y el reciclaje. Más el trabajo sobre valores de la educación ambiental en niños, adolescentes y adultos. Incrementando la cantidad de estaciones de reciclado en puntos estratégicos, no solo de la zona céntrica sino también de barrios y colegios en todos sus niveles, es una manera simple de colaborar con la educación y conciencia ambiental de la ciudad, y por supuesto con el medio ambiente. Estas problemáticas se pueden revertir a mediano plazo si nuestros representantes trabajan la temática de manera seria y sostenida en el tiempo, y los ciudadanos nos comprometemos a ser protagonistas del cambio y no cómodos veedores.


BASURAL BARDA NORTE



DATOS

  • El 50% de lo que desechamos suele ser componente orgánico, sabiendo cómo tratarlo se puede aprovechar al máximo.
  • El 17% suele ser papel y cartón, que son materiales reciclables.
  • Reciclando 4 botellas de vidrio se ahorra la electricidad necesaria para mantener encendido un frigorífico 24hs.
  • El reciclaje genera puestos de trabajo formales
  • Por cada tonelada de papel que se recicla se salvan 5 árboles.

PROBLEMAS GENERALES

  • El consumo de energía y materiales que se utilizan para elaborar envases y productos que después desechamos. Esta energía y estos materiales con frecuencia provienen de recursos que no son renovables.
  • La contaminación del agua. El agua superficial se contamina por la basura que tiramos en ríos y cañerías. En los lugares donde se concentra basura se filtran líquidos que contaminan el agua del subsuelo de la que todos dependemos.
  • La contaminación del suelo, la presencia de aceites, grasas, metales pesados y ácidos, entre otros residuos contaminantes, altera las propiedades físicas, químicas y de fertilidad de los suelos.
  • La contaminación del aire, los residuos sólidos abandonados en basurales a cielo abierto deterioran la calidad del aire que respiramos, a causa de las quemas y los humos, y del polvo que levanta el viento, ya que puede transportar a otros lugares microorganismos nocivos que producen infecciones respiratorias e irritaciones nasales y de los ojos, además de las molestias que dan los olores pestilentes.


 

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    La otra convertibilidad: el “uno a uno” de 1899 que fue éxito monetario pero un rotundo fracaso social

     

    Mucho antes del plan de convertibilidad de los años noventa impulsado por Domingo Cavallo, la Argentina vivió otro experimento monetario similar.

    Por Walter Onorato para EnOrsai

    Mucho antes del plan de convertibilidad de los años noventa impulsado por Domingo Cavallo, la Argentina vivió otro experimento monetario similar. Fue en 1899, durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, cuando el país decidió fijar la paridad del peso papel con el peso oro en una proporción de 2,27 a 1. Aquella medida, conocida como la “Ley de Conversión”, fue presentada como una solución técnica para estabilizar la economía tras la crisis de la Baring Brothers y una década de gran inestabilidad.

    Según la narrativa oficial, esa convertibilidad fue un éxito rotundo: generó confianza, atrajo inversiones y colocó a la Argentina entre los países emergentes más estables de comienzos del siglo XX. Pero detrás de la euforia financiera se escondía un país profundamente desigual, con una estructura económica concentrada y un sistema político cerrado que beneficiaba a unos pocos.

    El proyecto de la conversión fue impulsado en un contexto de recuperación luego del colapso financiero de 1890. Carlos Pellegrini, que había asumido la presidencia tras la renuncia de Juárez Celman, logró evitar el default negociando con banqueros ingleses lo que podría considerarse el primer “blindaje” de la historia argentina. Años más tarde, ya como senador, Pellegrini rechazó las propuestas de paridad “uno a uno” y defendió una tasa de cambio más realista que no castigara a los exportadores. Finalmente, Roca adoptó su postura y fijó el valor de 2,27 pesos papel por cada peso oro, dando inicio a una etapa de estabilidad que duraría hasta 1914.

    La Ley de Conversión creó una caja encargada de emitir billetes respaldados por reservas metálicas. Aunque al comienzo no contaba con un gran stock de oro, el país fue acumulando reservas a medida que crecían las exportaciones agropecuarias. La expansión de los ferrocarriles, financiada en gran parte con capitales británicos, trajo consigo un auge de inversiones, empleo e infraestructura. El peso argentino se convirtió en una moneda confiable, el crédito externo fluyó sin sobresaltos y los precios internos se mantuvieron estables. El respaldo metálico llegó a cubrir hasta el 70 % de la emisión, un nivel superior al de países europeos como Francia o Bélgica. Todo parecía indicar que la Argentina había encontrado el camino de la estabilidad y la modernidad económica.

    Sin embargo, la otra cara de ese aparente “milagro monetario” fue una sociedad profundamente desigual. El auge agroexportador y la estabilidad monetaria beneficiaron a los grandes terratenientes y a las casas comerciales vinculadas al capital extranjero, pero excluyeron a vastos sectores de trabajadores rurales y urbanos. La estructura agraria basada en el latifundio concentró la riqueza en pocas manos mientras millones de inmigrantes europeos, atraídos por la promesa de prosperidad, se convirtieron en mano de obra barata en los puertos, los talleres y las vías del ferrocarril. El crecimiento económico fue indiscutible, pero el reparto del ingreso fue profundamente inequitativo.

    Las condiciones laborales de la época eran precarias, sin derechos sociales ni mecanismos de protección. Los sindicatos apenas empezaban a organizarse y el Estado carecía de políticas redistributivas. Las huelgas obreras eran reprimidas y la participación política estaba limitada a una minoría privilegiada. La convertibilidad de 1899, presentada como un logro técnico, operó en realidad como un mecanismo de concentración de beneficios: el crédito barato, la estabilidad y la apreciación cambiaria favorecieron a los exportadores y a los sectores vinculados a las finanzas, mientras los salarios reales permanecían estancados.

    Desde la mirada de la historia económica, aquella convertibilidad tuvo éxito porque cumplió su objetivo técnico: estabilizar la moneda y reducir la volatilidad. Pero si se analiza su impacto social, el panorama cambia. Los trabajadores urbanos enfrentaban el encarecimiento del costo de vida, los campesinos carecían de acceso a la tierra y el modelo dependía casi exclusivamente del mercado externo. La rigidez monetaria impidió políticas activas frente a los ciclos internacionales. Cuando el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 interrumpió los flujos de capital y el comercio internacional, el sistema se derrumbó. No por errores internos, sino porque la economía argentina estaba atada a una dinámica mundial que no controlaba.

    El paralelo con la convertibilidad de los años noventa es inevitable. En ambos casos, la Argentina apostó a un esquema de tipo de cambio fijo como sinónimo de orden y previsibilidad. En ambos, la estabilidad fue celebrada como un éxito político y económico mientras se profundizaban las asimetrías estructurales. En ambos, el final fue abrupto: la guerra en 1914, el colapso financiero en 2001. La lección parece repetirse: la estabilidad sin justicia social no construye desarrollo, apenas posterga el conflicto.

    El mito del “uno a uno” de 1899, como el de los noventa, es en gran medida la historia de una élite que encontró en la disciplina monetaria la garantía de su propio bienestar. Lo que para algunos fue una “edad dorada” de prosperidad, para otros significó precarización, exclusión y desigualdad. Por eso, más que una “época de oro”, la convertibilidad de 1899 debe recordarse como un espejo donde se refleja, una y otra vez, el mismo error argentino: confundir estabilidad con justicia, y equilibrio contable con bienestar colectivo.

     

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