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Milei prepara la motosierra laboral: anunció flexibilización y pérdida de derechos para después de las elecciones
El gobierno libertario anunció una “reforma general del régimen laboral” que busca desregular el trabajo, debilitar los convenios colectivos y permitir contratos en dólares. Pero detrás del discurso de “previsibilidad” para las pymes se esconde el verdadero motor del plan: las exigencias de Estados Unidos a cambio del swap de 20 mil millones de dólares.
Por Ignacio Álvarez Alcorta para Noticias La Insuperable

La visita de Milei a la planta de Siderar en San Nicolás fue el escenario elegido para relanzar una vieja receta neoliberal con nuevo envase. En nombre de la “modernización”, el mandatario anunció que impulsará una reforma profunda del mundo laboral, orientada —según dijo— a “dar previsibilidad a las empresas e incentivar la contratación formal”. Pero el trasfondo es otro: cumplir con las condiciones impuestas por Estados Unidos para sostener el flujo financiero del swap firmado ayer.
El propio secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, había celebrado el acuerdo con Buenos Aires y dejado entrever que el apoyo de Washington estaría vinculado a “avances en materia de reformas estructurales” y a “mejoras en el clima de inversión”. Traducido al lenguaje llano: mayor apertura, menos derechos laborales y más poder para las corporaciones.
Mientras el gobierno presenta la reforma como un beneficio para las pymes, el verdadero beneficiario será el gran capital. La flexibilización laboral no genera empleo genuino; lo abarata. Milei repite que “los trabajadores también necesitan la reforma porque cuando hay más demanda de empleo, el salario sube”, una afirmación que ignora deliberadamente que los salarios en Argentina caen no por falta de oferta laboral, sino por políticas que debilitan el poder de negociación colectiva.
El texto del proyecto, según adelantó el propio Milei, incluirá nuevas negociaciones colectivas “adecuadas a la realidad productiva”, lo que en los hechos implica romper los convenios históricos que sostienen los derechos conquistados desde el primer peronismo. Aquellos acuerdos que garantizan estabilidad, licencias, aguinaldo y protección frente al despido podrán ser reemplazados por contratos “modernos”, es decir, más precarios.
Otro punto central será la posibilidad de fijar salarios en cualquier moneda, incluso en dólares. El gobierno lo vende como “libertad contractual”, pero detrás de esa idea se esconde la desvinculación del salario respecto al costo de vida local. En un país con inflación estructural, los sueldos podrían quedar atados a la especulación cambiaria y perder aún más poder adquisitivo.
También se incorporará el llamado “banco de horas”, que permite alterar las jornadas según las necesidades de la empresa, sin pago de horas extras ni compensación justa. En otras palabras, más trabajo por el mismo salario o menos, dependiendo de la conveniencia patronal.
Para Milei, la reforma busca eliminar la “nefastas industria del juicio” y “dar previsibilidad” a los empleadores. En realidad, pretende vaciar de contenido al fuero laboral y reducir la capacidad de los jueces para proteger a los trabajadores frente a despidos o abusos. El problema no son los juicios, sino las empresas que incumplen la ley; pero el oficialismo elige atacar a las víctimas, no a los responsables.
El vínculo entre esta ofensiva laboral y las condiciones impuestas por Washington es evidente. El swap de 20 mil millones de dólares anunciado la semana pasada no es un gesto altruista: es una herramienta de control económico y político. Estados Unidos busca garantizar que la Argentina avance hacia una economía más “flexible” y previsible para los inversores, aun a costa de destruir la red de derechos laborales construida en más de siete décadas.
En ese contexto, la reforma laboral se convierte en moneda de cambio. Milei ofrece la estabilidad laboral de millones de argentinos a cambio de un respaldo financiero que, lejos de beneficiar a los trabajadores, reforzará la dependencia y la desigualdad.
Mientras el gobierno promete “libertad”, los trabajadores enfrentan el riesgo de perder lo más valioso que conquistaron: la dignidad del trabajo protegido, el salario justo y la fuerza colectiva de la negociación sindical. Detrás del discurso de la eficiencia y la previsibilidad se esconde una vieja historia de entrega, escrita en dólares y firmada bajo presión extranjera.
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En el mercado creen que el dólar rebotó porque Bessent aprovechó la baja para comprar
Las fuertes oscilaciones que tuvo este lunes la cotización del dólar que arrancó la jornada desplomándose y luego subió fuerte, en el mercado la atribuyeron a una decisión del Tesoro norteamericano que aprovechó el previsible derrumbe post electoral del dólar para recuperar parte de los dólares invertidos y de paso hacerse de una ganancia interesante.
La jugada, aseguran, habría sido ejecutada a través de sus bancos de siempre, JP Morgan, Citi y Santander, que operan como brazo largo del Tesoro en los mercados emergentes.
El dólar, que llegó a caer hasta los $1.320 en las primeras horas de la mañana, rebotó con fuerza para cerrar en $1.460. El salto encendió el tablero en las mesas de dinero, donde algunos leyeron la intervención como una señal que el Tesoro de Estados Unidos no solo vende cuando quiere ayudar al gobierno libertario, sino que también compra cuando el precio se derrumba. Micromanagement del peso argentino.
«Es la típica operación de Bessent y compañía: primero empujan y después salen a precio de ganga», resumió un operador porteño.
La escena fue cinematográfica: en cuestión de horas, el humor financiero dio una vuelta completa. A las 10 de la mañana, el dólar oficial caía de $1.515 a $1.370, casi un 10% en una hora. Al mediodía, el billete recuperaba 50 pesos y se ubicaba en torno a $1.420. En el tramo final, con las pantallas de BYMA encendidas y las mesas al rojo vivo, la divisa trepó hasta $1.460, donde terminó el día.
En el mercado mayorista el movimiento fue similar: piso en $1.350, cierre en $1.435. La volatilidad fue tal que algunos la compararon con una corrida «a la inversa»: no por fuga, sino por entrada. «Cuando el tipo de cambio cae 200 pesos y el Tesoro de EE.UU. aparece comprando, no es una corrida, es una aspiradora de dólares», bromeó un gestor local. En esa lógica, el derrumbe inicial habría sido una trampa perfecta para los fondos globales que venían expectantes de una señal de estabilización.
Es la típica operación de Bessent y compañía: primero empujan y después salen a precio de ganga.
Pero el Gobierno si tuvo una mejora financiera importante. El riesgo país, que venía en 1.080 puntos el viernes, se derrumbó 40% para cerrar en 650 puntos basicos. Una mejora impresionante, aunque la tasa de financiamiento sigue siendo prohibitiva: el 11% anual en dólares, un nivel que sigue dejando a la Argentina fuera de los mercados voluntarios.
El telón de fondo es político: el triunfo libertario tranquilizó los mercados. Desde la noche misma de la elección, los primeros indicios ya estaban ahí: el dólar cripto se desplomó y las acciones argentinas en Wall Street se dispararon hasta un 40% en el premarket.
El lunes por la mañana, la tendencia se consolidó. Los bonos rebotaron entre 15% y 23%, mientras las ADR de los bancos, grandes perdedores de las últimas semanas, encabezaban la recuperación con subas de hasta 50%.
En Nueva York, los bancos y energéticas argentinas lideraron el ranking de subas: Galicia, Macro y BBVA se dispararon más de 45%. Las acciones de YPF también acompañaron el rally. Los bonos globales, en tanto, cerraron la jornada con alzas de dos dígitos: el AL30 saltó 18%, el GD35 trepó 22%.
Aun así, los operadores más veteranos pidieron cautela. «El alivio es técnico, no estructural. Todavía no esta resuelto el problema de solvencia del país», advirtió un portfolio manager desde Miami. Otro fue más filosos: «Esto no es confianza, es oportunismo».
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