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HABLEMOS DE SIDA

En publicidad hay un viejo refrán que dice la mala publicidad siempre es buena, porque como decía el dramaturgo Oscar Wilde “la única cosa peor de que hablen de uno, es que no hablen”, básicamente en eso se basa el dicho. Partiendo de ese precepto publicitario, me atrevo a metamorfosear la idea y darle una mirada periodística social. Tomamos la idea y la reconvertimos. La usamos para generar el sentido inverso. Orientamos la fuerza opuesta como impulso propio, como el judo, solo que nuestro oponente es la información maliciosa. La volatilidad de esa desinformación la capitalizamos como concientización. Un rol que nos sienta muy cómodo en #LaTapa.

Lo expuesto por el doctor Albino en el Senado, es de público conocimiento, ya circuló y se repudióa hasta el hartazgo. Ni siquiera cabe mencionarlo. Es más, el teclado me lo impide, será una función que traen insertas las notebooks, tendrán prohibido tipear ciertas sandeces que se escribían en tiempos de Olivetti’s.

Para ser claro, el artículo 1 del código internacional de ética periodística de la UNESCO refiere al derecho del pueblo a recibir información verídica, hacemos honor a ello y aprovechamos la falsa información que nos propició el doctor para repetir una y otra vez: Si vas a tener relaciones sexuales, usá preservativo. Es el método más seguro para evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual.

Hablar de SIDA es prevenirlo. Hablemos!

CAMPAÑA CONTRA EL SIDA – FRANCIA

EMILIANO MARTÍN PICCININI-LA TAPA

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    Nuestro propio 1984

     

    Paladares que se unen a Orwell y Calvino para rescatar una sabiduría escondida entre comidas y bebidas repugnantes y viejas palabras.

    Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

    Palabras envejecidas, frases con rima, citas citables –a lo Reader’s Digest-, viejas novelas y películas –en sentido figurado o no-, acuden a la memoria cuando algo en la atmósfera cotidiana nos dice que la piedra con la que solemos tropezar una y otra vez vuelve a tomarnos desprevenidos.

    Cuando las segundas marcas son un lujo, las terceras y las “de cuarta” una costumbre o, mejor dicho: una triste necesidad, y los pasivos símbolo de miseria (“miseria espantosa”, se estilaba decir allá lejos y hace tiempo), recordamos palabras como “carestía”, que dominaba en la ardua construcción “carestía de la vida”. Incluso antaño solamente la usaban los jubilados. Para muchos la palabreja es recuerdo que aflora desde la infancia.

    Dice la RAE que su segunda acepción significa “Precio alto de las cosas de uso común”. Y nosotros decimos que eso decían los jubilados. Y que con otro tipo de construcciones hoy dicen y decimos lo mismo. Cambios de forma, pero nada más. El gatopardo acecha. Giuseppe Tomasi[i] también vuelve: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi».

    En el imperio aleatorio del juego infanto-juvenil, aparecía “el que toca, toca, / la suerte es loca” frente a cualquier protesta contra el azar. Al maldecir que la esperpéntica de la especulación financiera rija nuestro destino, podríamos pensar en consonancia: “el que toca, toca, / la urna es loca”. Esta vez, entre la evocación lúdica y Valle Inclán. O ante la fuerza del sino[ii], como Álvaro.

    Al ver, ñata contra el vidrio, cómo se agotan los pasajes al exterior comprados con los verdes comprados baratitos –como Tito- con la platita de la bicicleta –hoy carry trade– o la dulce de cualquier especulación, llega inexorable la película que nunca se olvida, el “deme dos” y, por qué no, el “gracias a Dios y a Matínez Dios”.

    Y nosotros siempre en manos de Máximo Carelli, sin siquiera poder ir al cafetín a llorar el enésimo desengaño. Sin Lita de Lázari hallando el precio milagroso, sin colas para pagar en las que hacer catarsis, sin joyas de la abuela ni fondos de olla.

    Pero, en fin, como todo vuelve recargado, hablar de totalitarismo financiero no es baladí cuando en un país imperan solamente la finanza, la especulación y la represión a quienes no pueden aprovecharlas y las sufren como carestía o miseria, sufrientes que son abrumadora mayoría. ¿Por qué no pensar en Orwell y una vuelta de tuerca a 1984? Dejemos esto en suspenso para retomarlo luego.

    Volvamos a las marcas “de cuarta”, a lo mal que saben esos alimentos y bebidas que la carestía impone. Recordemos al Ítalo Calvino de Bajo el sol jaguar (1986) a través de su “Sabor saber”. Conocemos, entendemos, también mediante el sabor. Degustemos las palabras que preceden a la traducción de Jorge Hernández Campos[iii] de “Sabor saber”:

    Los sabores de sólidos y líquidos impuestos por la carestía, entonces, podrían despertar nuestra aletargada sabiduría, licuada con la tan literal como psicológica carestía pandémica y la pos-pandémica inflación. Inflación que, como bien señaló otro Álvaro, esta vez García Linera, “transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias.”.

    Pandemia y temprana pos-pandemia nos recuerdan una serie de notas que escribimos sobre una bebida espirituosa, que entre tantas asociaciones en danza ahora también advertimos relacionada a Orwell. Hablaban de la ginebra, sobre todo de la que los peninsulares llaman botánica, es decir: del gin. En definitiva, destilados, literatura e historia, bares de copas, calidades y sabores.

    La calidad de las ginebras les dio mucho material a los historiadores y a los novelistas. Del rústico Old Tom del siglo XVIII en adelante, los sabores del gin estuvieron en la palestra. George Orwell también aprovechó para describir un gin aceitoso, inmundo, que ostentaba una pomposa marca.

    Aprovechemos la ocasión para releer un fragmento de 1984 en el que la Ginebra de la Victoria sale victoriosa.

    “El Nogal estaba casi vacío. Un rayo de sol atravesaba una ventana y caía sobre las polvorientas mesas, amarillándolas. Era la solitaria hora de las tres de la tarde. Desde la tele-pantalla llegaba una música ligera. Winston, sentado en su habitual rincón, miraba su vaso vacío. De vez en cuando dirigía la vista hacia el rostro que lo miraba fijamente desde la pared de enfrente. ‘EL GRAN HERMANO TE VIGILA’, decía el cartel. Sin que él lo llamara, vino un camarero a llenarle el vaso con Ginebra de la Victoria; también echó unas cuantas gotas de una botellita que tenía un tubo que atravesaba el tapón. Era endulzante aromatizado con clavo de olor, especialidad de la casa. […] Se tomó la ginebra de un trago. Como siempre, le hizo estremecerse e, incluso, sentir algunas arcadas. El líquido era horrible. El endulzante con clavo, de suyo repugnante, no podía disimular el aceitoso sabor de la ginebra.”

    Sabemos que la sabiduría de Winston, más que licuada o aletargada, estaba muerta: había quedado pulverizada en la mazmorra del Gran Hermano. El “Sabor saber” a él ya no le servía para nada. Sea como fuere, el guiño de Orwell permanece, es para lectores, no para personajes. Es para los que consumimos las marcas de cuarta en carestía extendida por la autocrática finanza, por ejemplo.

    Para nuestro caso, para el argentino, la ginebra tiene connotaciones previas al imperio de la finanza, del loco endeudamiento para encumbrarla y la consiguiente carestía. “Una copita cada día” puede sugerirse cuando no se sospecha que el “precio alto de las cosas de uso común” se hará cíclica costumbre y la modesta calidad de lo que hicimos propio será prohibitiva.

    Hasta se pueden inventar palabras cuando en el horizonte del sabor no asoman Ginebras de la Victoria. En 1970, el publicista Hugo Casares inventó “esmowing”, palabrita que brilló en la campaña publicitaria de Bols en aquellos años: “¿Quiere tener smowing? ¡Tome ginebra Bols!”.[iv]

    El “esmowing”, que seis o siete años después de su nacimiento dejó de brillar hasta apagarse, tuvo, casi como fuego fatuo, una que otra intermitencia que el gatopardismo oscureció con premura. La consigna del cambio para que nada, en verdad, cambie, se ensayó con éxito de maneras en apariencia diversas, seductoras, pero siempre contundentes.

    Haber creído que podía tenerse “esmowing” –traducido por González Fraga como vacaciones, teléfonos, buenos alimentos y bebidas, plata en el bolsillo…- pasó a ser culpa que el escarmiento del mercado de capitales especulativos le haría purgar a menesterosos insolentes y clasemedieros megalómanos.

    El sino propiciado por el gatopardismo debería llevar al culposo a repetir las palabras de don Álvaro: “¡Infierno, abre tu boca y trágame!”. La inmolación voluntaria inducida tuvo en un principio sus reales mazmorras para los Winston vernáculos pero, con el correr de las décadas, se fue sofisticando. Sin embargo, la imposición de la Ginebra de la Victoria permanece.

    No hay Bols, ni retornos de Llave, que puedan destronar la idea del merecimiento de eterna Ginebra de la Victoria: un sentido común impostado durante medio siglo –ornamentado año a año, acusador para más inri- resiste el trabajo exclusivamente neuronal. La metáfora orwelliana reclama la asistencia del gusto, del olfato, la integración cuerpo-mente por la que abogaba Ítalo Calvino.

    La convivencia ausente, la pátina de híper-modernidad que la finanza automática y la digitalización generalizada, todo en el marco de una existencia tecno-dirigida, le imprimen en el devenir cotidiano apariencia de naturalidad a la hegemonía absoluta de la especulación financiera que, sin grandes esfuerzos mentales, se adivina antesala de quién sabe cuántas iniquidades venideras.

    En tal contexto, revalorizar los sentidos que aún resisten con realismo al bit se hace cuesta arriba: el día a día abruma, gusto y olfato luchan para no insensibilizarse. El sexto lo entregamos a la IA. Queremos a toda costa creer que vivimos en un mundo sin pasado ni milagros imposibles, que otras experiencias o las miradas pretéritas son de otro mundo u otra humanidad, extintos.

    La imagen de la sociedad sometida, el individuo controlado y el pensamiento único indiscutible hecho ley se ha tergiversado a tal punto en lo discursivo, en el éter de algoritmo e imposición de miradas,  que aislar los rasgos esenciales de un régimen autocrático más allá del tiempo, la inmediatez y el color local se torna cuasi quimérico.

    Reconocer similitudes entre ciclos, establecer analogías, comprender metáforas atemporales e identificar hegemonías minoritarias requiere tanto de la abstracción como del anclaje real que se nutre de la experiencia compartida, del intercambio y la dinámica intergeneracional.

    Salvo autócratas o privilegiados, nadie tendría necesidad de recurrir a la frase “esta vez es distinto”, tan repetida en los últimos tiempos, si nuestro propio 1984 no se hubiera disparado ya. Esta pesadilla orwelliana que, al menos, anticipan los sentidos, da la sensación de estar a la espera de lo que esta vez será distinto solamente por ser mucho peor: la crisis brutal, la debacle inefable que pulverice últimas rebeldías e hilos de esperanza.


    [i] Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958): El gatopardo. «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».

    [ii] Don Álvaro o la fuerza del sino, obra de teatro del Duque de Rivas [Ángel de Saavedra] estrenada en Madrid en 1835.

    [iii] En: revista Vuelta, volumen I, número 10, mayo de 1987, pp. 6-13. Puede accederse a este número de la revista y, por tanto, al cuento de Calvino, a través del Archivo histórico de revistas argentinas –Ahira-: https://ahira.com.ar/wp-content/uploads/2019/07/Vuelta-10.pdf

    [iv] Kogan, Gabriela. ¿Quiere tener esmowing? El libro de las publicidades de Bols. Buenos Aires, Nuevo Extremo, 2010.

     

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  • El último milagro de Rosalía

     

    El Camino de Santiago tiene más de doce siglos de antigüedad. Comienza en distintos puntos de España, Francia y Portugal y por él pasan más de medio millón de peregrinos anualmente. Se dice que en el año 813 se detectó que ahí estaban enterrados los restos del apóstol de Jesucristo, Santiago el Mayor, y que el rey Alfonso II mandó a construir una iglesia que hoy es la Catedral de Santiago de Compostela. Desde entonces, feligreses de todo el mundo recorren distintos trayectos a pie, en bicicleta o a caballo para pedirle o agradecerle por algo. Entre esos caminantes, en 2011 y con 19 años, estuvo Rosalía.

    Sola, la cantante pop más vanguardista de la escena actual, recorrió 800 kilómetros que le permitieron acceder a la certificación Compostela, un papel sellado por la Oficina del Peregrino de la Catedral. En esa aventura, que duró 32 días, la joven cantante catalana recorrió viñedos, pueblos y hasta escaló pequeños cerros con ayuda de bastones para trekking. Para guiar su camino, utilizó los mojones de piedra con el dibujo de una estrella irregular pintada en azul y amarillo que representa gráficamente el mapa de los senderos oficiales. Durmió en refugios, hostales y conventos que las monjas disponen para el descanso de los peregrinos a cambio de algunos euros. También se unió a grupos de caminantes, charlaban sobre sus odiseas y se tomaban unas cañitas en los bares locales cuando el sol bajaba y las piernas pedían descanso.

    El día que llegó a Santiago de Compostela con los gemelos entumecidos, Rosalía se largó a llorar de la emoción. Sin poder creer su hazaña, caminó hasta la Catedral. Parada delante del Pórtico de la Gloria, mientras observaba la magnificencia del tallado en granito de estilo gótico, rezó y le pidió por su futuro a Santiago el Mayor.

    “Quiero vivir de la música”.

    Que Rosalía haya cumplido su deseo no fue resultado de una fe ciega ni de azares, fue a causa de una mezcla de talento, rebeldía y audacia. Si bien la cantante de flamenco se hizo conocida por combinar el ritmo andaluz con el pop y los sonidos urbanos, Rosalía no escuchó a Camarón de la Isla hasta que tuvo 13 años. En su casa, su mamá cantaba David Bowie, su abuela cocinaba escuchando Pavarotti y ella pateaba el barrio industrial donde se crió con Daddy Yankee en los auriculares. Esa mixtura musical que se fue acumulando en su cabeza desde la preadolescencia es solo el comienzo de lo que hoy traduce a cada uno de sus discos. 

    Rosalía, la filósofa; Rosalía, la teóloga

    En una época dominada por la inmediatez, la hiperconectividad y la información fragmentada, resulta casi subversivo que una artista de alcance global como Rosalía decida publicar un disco de dieciocho temas que se articulan en cuatro movimientos, como las composiciones clásicas. Con la escucha desplazada del álbum hacia la playlist, y una industria que exige canciones producidas para entregar dosis rápidas de satisfacción en donde la música deja de ser arte para volverse estrategia de permanencia, una propuesta así tiene un gran gesto de resistencia. Con LUX, Rosalía pide tiempo, atención y entrega: “Sí, le estoy pidiendo mucho a mi público pero es que más estamos en la era de la dopamina, más quiero lo opuesto”, dijo en Popcast, el podcast de música de The New York Times hace unos días.

    Rosalía aborda la espiritualidad como nunca antes. Este es un tema recurrente en su cabeza. Su primer disco flamenco se llama Los ángeles (2017) y el segundo, El mal querer (2018), en cuya portada aparece como una santa y donde despliega unas cuantas referencias al catolicismo. Sin embargo, en este álbum, la inspiración principal es la mística femenina de distintas épocas y regiones. Resulta que Rosalía se pasó los últimos tres años leyendo gran cantidad de hagiografías, como las de Hildegarda de Bingen, Miriam la Profetisa, Santa Olga de Kiev, Rabi’A Al Adawiyya y Santa Teresa de Jesús, además de teorías y biografías de filósofas y pensadoras como Simone Weil, Chris Kraus y Ursula K. Le Guin. Cada una de estas mujeres inspiró un track distinto y la catalana decidió que algunos fragmentos de las letras debían estar en los idiomas nativos de estas protagonistas. Un poco como un homenaje, otro poco por la admiración que le provoca la musicalidad que tienen las palabras en cada lengua. 

    Mientras algunos repostean en redes videos con fragmentos de entrevistas donde ella refiere a la variedad idiomática del disco y la critican por apropiación cultural, Rosalía se planta: “Pertenezco al mundo y el mundo está tan conectado que por qué pondría una venda en mis ojos”. Su elección es construir desde la globalización como una herramienta de conocimiento y apertura al mundo, pero no con una búsqueda de estandarización, sino con apreciación a la multiculturalidad que genera la posmodernidad en la que vivimos.

    Si no se hubiera dedicado a la música, Rosalía hubiese estudiado filosofía y teología. Para ella hay demasiadas mujeres en la historia de las que no hemos escuchado lo suficiente y LUX es su manera de ponerlas en la mira: “La literatura masculina es de héroes y triunfos, sin héroe no hay buena historia; y si no hay conflicto, no hay buena narrativa. En la literatura femenina no hay hitos, son procesos de transformación de personas que atraviesan desilusiones”, analiza. Para ella, lo central de LUX es la lírica y la música es la excusa para compartir esas palabras que deben ser dichas.

    Al darle play a “Berghain” —el primer corte de difusión de LUX que estuvo disponible unas semanas antes de la salida del disco— se vuelve evidente el objetivo de la pieza. La canción empieza con la orquesta de la Sinfónica de Londres y un coro que canta en alemán durante un minuto, dejando en claro que la paciencia y la escucha atenta tiene un rol fundamental en la composición. Después Rosalía sorprende cantando ópera y demostrando que su capacidad vocal de soprano llega perfectamente a ese estilo de canto. Su entendimiento del pop —o sea, una versión alternativa y orquestada— aparece pasado el minuto y medio en manos de la islandesa Björk y luego con el cantante estadounidense de música electrónica experimental Yves Tumor. Así, Rosalía dice que esto también puede ser pop comercial: “Tiene que existir otra manera de hacer pop. Björk lo demostró, Kate Bush lo demostró. Necesito pensar que lo que estoy haciendo es pop porque sino no creo que pueda estar alcanzando el éxito”, le dijo a The New York Times.

    Antes de LUX (a.L.)

    “Rosalía aún no sacó su disco y yo ya estoy cansado de todos los análisis”, decían en redes sociales antes de la salida de LUX. Es cierto que el algoritmo hace lo suyo. Basta que uno le dé like a un posteo al respecto para que miles más surjan a continuación. Son minuciosas las lecturas de “Berghain” a nivel musical, lírico y creativo: que si la que canta ópera es ella, que si la orquesta está acelerada en una postedición, que si el video dirigido por la productora española CANADA refiere a Blancanieves, que si “Berghain” es por la mítica y exclusiva disco berlinesa (ya dijo que no) o porque en alemán significa “bosque en las montañas” (ya dijo que sí), y otros miles de enfoques más. Incluso, unos días después de la salida del tema, TikTok se llena de videos que explican quién es Björk. Los milenials y los de la generación X se indignan con los centenials que no conocen a la artista más alternativa de los 2000, olvidando que la mayoría estaba naciendo en ese momento y que Rosalía es hoy lo que Björk fue en esa década.

    Después de LUX (d.L.)

    LUX fusiona lo más accesible del pop con la experimentación, las influencias de otros tipos de arte y ofrece estructuras musicales no convencionales. Es un disco que no tiene bucles —ese recurso sonoro que se repite continuamente en una canción para crear una base rítmica— hechos en producción, sino que cada repetición sonora es a base de una orquestación viva. Si su álbum previo, Motomami (2022), era digitalización y minimalismo, LUX es un disco maximalista donde lo prioritario es la capacidad humana de cantar, comunicarse y hacer música con instrumentos orgánicos.

    Aprovechando su fama mundial, en Motomami empezó a dar indicios de que sería la dueña de su sonido y no dejaría que ninguna industria le dijera cómo hacer las cosas. Como una profecía de lo que después sería LUX, en “Bizcochito” Rosalía cantaba: “No basé mi carrera en tener hits. Tengo hits porque yo senté las bases. Ya no tengo nada más que decir. Y pa’ decirlo, hace falta mucha clase”.

    “Mis artistas favoritos son los que no te dan lo que quieres, sino los que te dan lo que necesitas”, dijo la artista reflexionando sobre lo que ella misma quiere entregar con este cuarto álbum. Rosalía utiliza la espiritualidad para conectar uno de los rasgos más humanos, como es la fe, y así trasladar pensamientos y sonidos a un disco que dice no tener nada de inteligencia artificial, más que unos versos pasados por el traductor de Google.

    Como parece ser una mesías en un mundo que se debate constantemente entre lo que es real y lo que no, Rosalía recompensa con más música a los que eligen comprar LUX en formato físico. El disco, en plataformas virtuales, tiene 15 canciones, mientras que las versiones reales tienen 18 temas. Sin embargo, hay una pequeña trampa porque la también juega con las facilidades de la digitalidad: cuando ya había entregado su disco para que sea impreso en los vinilos, continuó editando las canciones digitales, por lo que la versión física es una propuesta aún más humana, con pequeñas fallas que la artista corrigió luego. 

    Un tuit se cruza en el timeline: “Si no fuese de Rosalía, nadie escucharía este disco”. Exactamente, sí. Esa es la clave de que un artista con llegada global se arriesgue con un álbum que propone una escucha comprometida y que mezcla estilos con gracia, creatividad y conocimiento. Es el segundo álbum del año con esta valentía de un artista con llegada mundial. El primero fue en enero, cuando Bad Bunny sacó Debí tirar más fotos. En ese, el artista puertorriqueño usó su alcance para difundir su postura sobre la colonización de EE.UU. sobre su tierra, como también para hacer un homenaje a los sonidos de su región. En esta propuesta, Rosalía busca educar a través de la música: incita a valorar la instrumentación, las riqueza de la multiplicidad de lenguas y propone, de alguna manera, leer un libro, aprender teoría política filosófica y también sumar vocabulario, introduciendo conceptos como «dólmenes» (monumento megalítico) y teorizando respecto a lo que es un objeto sagrado. 

    En su cuarto álbum, la catalana fusiona la instrumentación orgánica y electrónica con elegancia. Justamente, en “Reliquia”, los violines y el piano acompañan su voz completamente maximizada para que sea la protagonista, hasta que en los últimos 20 segundos de canción una explosión de sonidos electrónicos sorprenden y dan un golpe de satisfacción pop moderno. Este tema tiene a Guy-Manuel de Homem-Christo (uno de los dos Daft Punk) en los créditos compositivos. Con esa misma lógica, Rosalía va colando los idiomas, como hace en “Divinize”, donde canta prioritariamente en catalán e inglés. En ambas piezas se imagina como una figura divina en la relación con su público: Mi corazón nunca ha sido mío, yo siempre lo doy. Coge un trozo de mí, quédatelo pa’ cuando no esté. Seré tu reliquia; I know that I was made to divinize (“sé que fui hecha para divinizar”).

    La cantante, que es una estudiosa aplicada y obsesiva, decidió cuáles eran los estilos de canciones que quería trabajar para esta obra y se enfocó en producir solo la cantidad de temas que cumplieran esos objetivos. Uno, por ejemplo, fue que hubiera una aria, que es una pieza musical en una ópera, creada para que un personaje exprese emociones o reflexiones de la mano de una voz solista con orquesta. Esa aria se materializó en “Mio Cristo Piange Diamanti” (Mi Cristo llora diamantes) y, para hacerla, Rosalía no sólo tuvo que aprender a componer en este estilo, sino que también retomó viejos estudios en piano e italiano, idioma en el que está íntegra la letra. Al final, la artista invita a ser parte de la producción de la canción dejando un extracto de la grabación donde ella dice, en inglés, cómo debe ser la energía del tema con un remate orquestal dramático. 

    Rosalía es celosa del tiempo creativo. No le gusta acelerar los procesos y entiende que la inspiración requiere estudio, método y tiempo para acomodar las ideas. Además de haberse tomado un año para estudiar música, profundizar sus conocimientos en el canto de la ópera y leer a sus autoras favoritas, también regrabó gran cantidad de canciones. Una de ellas es “Sauvignon Blanc”. Un día se juntó con Justice, el dúo electrónico francés, y al mostrarles la canción ellos le marcaron que estaba pronunciando mal “blanc”. Rosalía tomó el teléfono y anunció a su equipo que había que volver al estudio. Surge entonces la pregunta: ¿cuánto sale producir un disco de Rosalía? Ella reconoce con liviandad que se pasó absolutamente de presupuesto y deja entrever que el tour de este álbum será aún más costoso. 

    En una entrevista con Zane Lowe para Apple Music —otra de esas que parece ser una parada obligada en la gira de prensa de artistas que deben ser explicados para el mercado anglosajón— Rosalía le cuenta a Lowe sobre la historia de la poeta y santa japonesa, Ryōnen Gensō. Ella se mutila la cara para poder ser aceptada en un monasterio. Esta figura es la inspiración de la canción “Porcelana”, que tiene, justamente, un fragmento en japonés. En el patio del Frontón Beti Jai en Madrid, él le pregunta si eso le parece extremo y ella, muy acertada, le dice que no es nadie para juzgar qué es lo más extremo que puede hacer una persona. Lowe devuelve, astuto: “Y hacer una obra tan distinta a la anterior, pensando que perderás gente en el camino, ¿no es algo extremo?”. Rosalía le responde con tranquilidad y una sonrisa que transmite paz y reflexión: “Sí, espero que sea así todos los días”. Y agrega que “arriesgarse y tener miedo es una prueba de que estás vivo”. 

    Con millones de cantantes que no pronuncian postura respecto a ningún acontecimiento social o político, ni se animan a dar declaraciones arriesgadas, escuchar a Rosalía a través de su música y testimonios es encontrarse con una artista audaz con convicciones firmes que quiere compartir. Dice no tener miedo al fracaso, que no le importa lo que se espere de ella, más que lo que ella necesita hacer con su arte. En “Yugular”, donde hace una yuxtaposición de lo grande y lo pequeño (“Un país cabe en una astilla. Una astilla ocupa la galaxia entera”), suma una declaración de Patti Smith en el outro. Es de una entrevista de 1976 en Estocolmo, donde dice que quiere verlo todo, ver todos los cielos y atravesar al otro lado. Que ni una ni un millón de puertas bastan como límite en su búsqueda creativa. En otro momento de esa entrevista (que no está en esta canción), Patti dice algo más que Rosalía hoy repite como mantra: “La libertad está dentro de mí. No me importa lo que piensen los demás sobre cómo debería ser. Estoy fuera de la sociedad. Soy artista. El rock and roll es mi arte”.

    La maestra del marketing

    Pese a ser de las artistas más escuchadas del mundo, con 25 millones de oyentes mensuales solo en Spotify, Rosalía viene diciendo hace años que intenta que las reglas de la industria y su disquera no “encorseten” su capacidad creativa. Que cuando entra al estudio, intenta olvidarse del contexto y el negocio y solo quiere pensar en lo que ella busca decir con “riesgo y emoción”, según le dijo a Rolling Stone en 2021. Para Rosalía, lo más importante es la libertad absoluta. En una charla del 2023 con la misma revista volvió a repetirlo: “Como artista, mi mayor deseo es ser lo más libre posible”, refiriéndose a la producción de las letras, la estética y el sonido de Motomami.

    A la catalana le molestan las tipificaciones: “Las categorías no llevan a ninguna parte, solo limitan”, dijo en la misma entrevista. Lo que quiere decir es que la industria sigue pensando en términos absolutos: una canción de pop tiene un estribillo y un puente, el reggaeton sí o sí tiene un dembow y la bachata una güira. Pero si ella responde a esos moldes, su creatividad musical queda cuarteada por completo. Esa intención por desafiar todos los límites y dejar que en su música convivan todas las músicas que la inspiran es lo que la hace una exploradora musical nata. Su discurso en 2025 y en pleno lanzamiento de LUX, sigue en el mismo camino: “No me identifico con etiquetas ni géneros, sino que trato ser una música lo mejor que puedo y empujar siempre la experimentación”, le dijo a Popcast.

    Pareciera que Rosalía es estricta y conceptual por completo en sus propias producciones, pero que con la moda, el cine y las series (hizo campañas para Calvin Klein, va a actuar en la próxima película de Almodóvar y tiene un pequeño papel en la tercera temporada de Euphoria), como cuando colabora con otros artistas —dice—, solo busca divertirse. Sin embargo, esa diversión tiene una puntería para el éxito bastante precisa. Todas sus colaboraciones con artistas como Bad Bunny, Ozuna o LISA (la frontwoman de la banda pop coreana, BLACKPINK) terminan convirtiéndose en éxitos absolutos y sostenidos. Hoy, en su ranking de los temas más escuchados en Spotify, entre los propios, se encuentran estas colaboraciones mencionadas. Rosalía logra que siempre se hable de ella, aunque ella no esté diciendo nada de sí misma. 

    ¿Cómo es, entonces, que Rosalía puede ser una rebelde de la industria y sin embargo entenderla tan bien como para hacer que cada uno de sus lanzamientos sea un suceso aún cuando todavía no se pueda escuchar? ¿Será que entre sus dotes artísticos también hay un talento creativo para el marketing? 

    Rosalía empezó a dar evidencias del concepto de nuevo álbum hace dos años, en un desfile de Dior en París. Mientras mantenía un hermetismo absoluto sobre su actualidad musical, la artista se movía entre pasarelas con un nuevo look. Atrás había quedado el cuero, los engomados y las plataformas de Motomami. De pronto aparecía en público con un look muy natural, el pelo suelto casi sin evidente intervención y un conjunto blanco y negro, ofreciendo una estética “muy puritana”, como dijo la revista Vogue que reseñó su estilismo aquel día. 

    Luego, silencio. Hasta hace unos meses que la fotografiaron leyendo una composición de música en un bar. Después, silencio otra vez. Y finalmente, hace algunas semanas, publicó una partitura en su blog. El mundo se volvió loco. Se sabía que Rosalía estaba tramando un nuevo disco y los ciclos de su tiempo de producción cerraban por completo: se cumplían tres años —el tiempo exacto entre cada uno de sus álbumes— desde el último lanzamiento. Sus fanáticos, los que saben leer música, se pusieron manos a la obra. Tiktok se llenó de usuarios descifrando los sonidos detrás de aquella composición. Algunos la tocaron en piano, otros en violín y una más hizo su intento en arpa. Todos compartieron su video, todos se viralizaron. En un contexto donde rige consumo veloz, fragmentado y fácil de masticar, Rosalía invitó a pensar, analizar y producir música. Mientras otros artistas proponen bailes para que los usuarios los recreen con el fin de volverse virales, Rosalia propuso un desafío creativo que, además, fue una movida de marketing orgánico maestra: un montón de contenido creado para hablar de ella e intentar entender su próximo sonido. 

    El anuncio formal del álbum también fue un revuelo digital que trascendió a la realidad. Unas semanas antes de la salida de LUX, Rosalía hizo un vivo en TikTok, algo que suele hacer para charlar con sus seguidores. A lo largo de su carrera la hemos visto tomar vino con sus amigas, probar golosinas exóticas de países exóticos, e incluso asomarse por la ventana del techo de un auto mientras recorría Ciudad de México. Este vivo comienza con ella, en primer plano, mientras se maquilla y se viste. De fondo, suenan los Strokes. Su cabeza está desteñida y su pelo forma un halo, como esos que tienen los ángeles y santos y que es ícono emblema de la estética de su nuevo disco. Habla de lo mucho que ha esperado ese día mientras baja un ascensor y llega hasta un auto para decir: “Poneos el cinturón que nos vamos de rally”. Unos segundos después, Rosalía maneja un coche blanco mientras alguien de su equipo dirige la filmación. Del espejo retrovisor cuelga un rosario.

    Sus fanáticos, en el chat, intentan adivinar dónde está. Entienden que es Madrid, pero no saben a dónde se dirige. Hasta que la cámara empieza a dar indicios. Enfoca un cartel de Metro que dice “Callao”. Los seguidores enloquecen y algunos escriben que están corriendo para allá mientras mantienen el vivo encendido. En pocos minutos, la gente se agolpa sobre el auto de Rosalía, quien descubre que no podrá seguir avanzando y le consulta a su hermana mayor, Pili, qué hacer. Mientras alguien toma el control del auto, se baja y empieza a correr hacia Plaza Callao. En una pantalla de publicidad ya se reproduce una cuenta regresiva. Rosalía corre junto a un mar de gente que intenta fotografiarse con ella. Tiene un vestido blanco amplio que se vaporea con el movimiento que la hace parecer un ángel rodeada de feligreses. Sonríe, abraza y besa a todos. Cuando el conteo llega a 0, la tapa de LUX se devela frente al público. Y así como apareció, Rosalía desaparece entre la multitud. Solo quedan un montón de fans desorientados, un caos vehicular absoluto en la Gran Vía y una multa del Ayuntamiento que llegará más tarde por haber realizado una concentración sin aviso. 

    También se filtró el segundo tema de LUX, “Reliquia”, días antes de que saliera el disco entero. Algunos creen que fue accidental, otros que fue una estrategia de marketing. Lo cierto es que por el lapso de una hora, el tema estuvo disponible en Spotify para su reproducción. Los fanáticos que lo detectaron, grabaron la pantalla de la reproducción sospechando que desaparecería como finalmente sucedió. Una teofanía digital. 

    Hubo aún más cartas en el juego de Rosalía para esta pieza de arte. Y fue la serie de listening parties previas al lanzamiento. La artista invitó a un selecto grupo de periodistas, fanáticos elegidos al azar y a sus amigos celebrities, como Dua Lipa. Presentó LUX en un espacio cerrado, con cortinas blancas que reproducían las letras y rosarios y encendedores como obsequios. La escucha tuvo eventos en Nueva York, México, San Pablo y Buenos Aires, entre otros, pero el más trascendental fue el que montó en Barcelona, su ciudad natal. Allí el evento fue una performance digna de teatro contemporáneo. Los invitados, al entrar, se encontraron con las mismas cortinas blancas de los otros sitios, pero además con un escenario repleto de telas en el suelo, en distintas tonalidades de gris, blanco y crema que emulaban las nubes, como si escuchar el disco fuese estar en el cielo, bien cerca de Dios. Los primeros asientos estuvieron reservados para los fans. Cuando los invitados llegaron, se encontraron también con una mujer acostada de espaldas sobre el escenario de nubes que se mantuvo inmovil por más de una hora, hasta que el salón se llenó. En el momento en que LUX empezó a sonar, la mujer de pelo negro y largo hasta la cintura, comenzó a moverse lentamente. Se fue incorporando, canción sobre canción, cambiando de pose. Se oyó un murmullo general por el asombro colectivo cuando en los cambios de posición de la mujer revelaron el halo que Rosalía lleva teñido en la cabeza. Era ella la que estuvo ahí todo el tiempo, escuchando su propia creación.

    Como en cada álbum, en la escucha oficial de LUX en Barcelona, Rosalía se metió en el lienzo de su obra. Ella no es lo central de su espectáculo sino sus letras, su música y la composición de esta escena. El cuadro está terminado, los óleos ya se secaron y Rosalía ya no está en este taller. Está afuera, oliendo flores, escuchando pájaros y leyendo a Roland Barthes. Mientras el mundo está tratando de interpretarla, descifrarla y copiarla, su mente ya está en otro lado, en el futuro, inventando algo que todavía no sabemos que necesitamos escuchar.

    La entrada El último milagro de Rosalía se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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    Represa El Chocón: ¿qué sucederá al vencer el contrato?

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  • Falleció Mussi y el peronismo despide al caudillo bonaerense

     

    Juan José Mussi falleció este lunes, tras dos semanas de internación en el Hospital El Cruce, en Florencio Varela, por una afección pulmonar. Desde su entorno, informaron que había atravesado un cuadro de neumonía.

    Mussi iba por su sexto mandato como intendente y, en su lugar, deberá asumir Carlos «Turco» Balor, hasta diciembre de 2027.

    La expresidenta Cristina Kirchner fue de los primeros dirigentes del peronismo en expresar sus condolencias. «Gran e histórico Intendente de la localidad bonaerense de Berazategui. Peronista de toda la vida. Fue también Secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación durante nuestra gestión», escribió por X, y agregó: «Nuestro acompañamiento y condolencias a familiares y amigos… y, en especial, a su hijo Patricio, que también fuera intendente de Berazategui, y por quien tengo un gran afecto».

    También el diputado Eduardo Valdés recurrió a esa red social para compartir un recuerdo del histórico intendente. Para hacerlo, compartió una intervención de Mussi en la que exigía «la unidad» del peronismo.

    Mussi arrancó su trayectoria política como concejal en su ciudad natal, después de graduarse en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Plata. En 1987, ganó la intendencia con el apoyo del por entonces gobernador Antonio Cafiero.

    Siete años más tarde, asumió al frente del Ministerio de Salud bonaerense, en tiempos de la gestión de Eduardo Duhalde. En 2003, volvió a disputar la jefatura municipal en Berazategui, cargo que ejerció hasta que se incorporó al gobierno de Cristina Kirchner en 2010.

    En las últimas elecciones provinciales, encabezó la lista en representación de su distrito pero había aclarado que lo hacía con carácter testimonial.

     

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    TOMÁ PICHICHO

    Durante los últimos días, distintos vecinos reginenses recibieron, por parte del municipio, apercibimientos por alimentar en sus veredas a perros callejeros: ¿Está prohibido darle de comer a los animales de la calle? La respuesta la podemos encontrar en diferentes cuerpos legislativos, tanto a nivel municipal (Ordenanza Municipal 014-14), como nacional (Ley Nº 14.346) e internacional…

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