El próximo sábado GastroArte ofrece una nueva propuesta para disfrutar de la buena música y comida local. En este caso, la cita es en Mon Bohemi a partir de las 23 horas con Juani Liberati y Nico Plos y un menú que incluye medallón de roast beef con provoleta fundida, berenjena asada y chutney de frutos reginenses más mayonesa de ajo asado.
La Dirección de Cultura y la Dirección de Turismo de la Municipalidad de Villa Regina invitan a continuar acompañando esta propuesta para revalorizar a nuestros artistas y gastronómicos.
Lula está lanzado para la reelección en Brasil. El presidente transita su último año de mandato y ya empieza a decir frente a los micrófonos lo que antes deslizaba en privado.
En ese sentido, el líder del Partido de los Trabajadores dijo en una reunión con empresarios del sector energético organizado por Petrobras que “me queda un año y medio de mandato y hay personas que piensan que el Gobierno ya se terminó. Así que prepárense. Si todo sale como estoy pensando, este país va a tener por primera vez un presidente elegido 4 veces por el brazo del pueblo”.
Antes de la contundencia de este mensaje, Lula ponía algunos reparos en su postulación por su estado de salud dado que llegará a los comicios con 80 años. También, ha planteado la necesidad de conseguir sucesores que puedan darle competitividad a su proyecto.
“Hay mucha gente buena para ser candidatos, yo no necesito ser candidato. Ahora bien, si es necesario ser candidato para evitar que vuelvan a gobernar los trogloditas que gobernaron este país, pueden estar seguros que mis 80 años se convertirán en 40 y podré ser candidato. Pero no es la primera hipótesis”, afirmó en una entrevista en julio.
Lula repitió su voluntad de ir por un nuevo mandato en el foro de empresarios en el marco de la cumbre de los BRICS que el líder brasileño se prepara para ser el anfitrión el lunes y el martes en Río de Janeiro.
La cumbre tiene previsto anunciar un nuevo fondo de garantía respaldado por el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) para reducir los costos de financiamiento e impulsar la inversión.
Me queda un año y medio de mandato y hay personas que piensan que el Gobierno ya se terminó. Así que prepárense. Si todo sale como estoy pensando, este país va a tener por primera vez un presidente elegido 4 veces por el brazo del pueblo
La iniciativa sigue el modelo del Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones del Banco Mundial y pretende hacer frente a los cambios en la inversión mundial en medio de la incertidumbre que rodea a la política económica de Estados Unidos.
Las autoridades brasileñas consideran el fondo como la pieza central de la agenda financiera de los BRICS durante la presidencia rotatoria del país. Se espera que el fondo se mencione en la declaración conjunta en la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro la próxima semana, dijeron las fuentes.
Lula sigue siendo el favorito en las encuestas para ganar las elecciones en Brasil en un escenario que no tendrá a Jair Bolsonaro en carrera. De todos los apellidos que maneja el clan de extrema derecha, ninguno ganaría la elección. El mejor posicionado es el gobernador de San Pablo, Tarcisio Gomes da Freitas.
Quien es incapaz de instalarse, olvidando todo lo ya pasado, en el umbral del presente, quien es incapaz de permanecer erguido en un determinado punto, sin vértigo ni miedo, como una diosa de la victoria, no sabrá lo que es la felicidad o, lo que es peor, no hará nunca nada que haga felices a…
“No importa qué esté diciendo, sé que Shakespeare lo dijo antes”, confiesa Al Pacino y desanuda una pregunta: ¿qué hace que esas palabras, esas pasiones, esos crímenes y fantasmas del siglo XVI puedan resonar hoy, en nuestras calles, en nuestras instituciones, en nuestros cuerpos? En 1996, Pacino hizo un experimento. Dirigió y protagonizó un documental inclasificable, mezcla de ensayo, puesta en escena y focus group. Looking for Richard no se propone explicar Ricardo III, sino desarmarlo, perseguirlo, habitarlo, para entender por qué Shakespeare todavía nos habla. Pacino interroga la temprana obra del inglés: la ensaya en una iglesia o en una plaza, la recita frente a transeúntes de Nueva York o frente a la cama en la que nació el dramaturgo, la ensucia, la erotiza.
Pacino tiene una intuición: si Shakespeare sobrevive, no es por ser un monumento, sino porque aún es capaz de alojar preguntas universales. ¿La conciencia es enemiga del poder? ¿Cuándo termina la ambición y empieza la caída? ¿Puede un alma deformarse como un cuerpo?
Ese gesto, ese deseo de atravesar la distancia que separa a un texto escrito en el ocaso del Renacimiento del presente, es el que articula la versión de Ricardo III dirigida y adaptada por Calixto Bieito y protagonizada por Joaquín Furriel. A diferencia de Pacino, que buscaba al rey en las palabras, Bieito lo busca en los huesos, en los restos, en el archivo. Lo busca en la historia, en los villanos clásicos, en la obsesión de los ricardianos. Pero lo más poderoso de esta puesta es que también lo busca en los actores, en los cuerpos que hoy laten, vibran y se retuercen en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín.
Ricardo III es una de las tragedias más oscuras y complejas de Shakespeare. Escrita en un mundo que comenzaba a preguntarse por el alma del poder, la obra narra el ascenso y la caída de Ricardo de Gloucester: un hombre que, tras la aparente restauración de la paz en Inglaterra luego de las guerras entre los York y los Lancaster, decide convertir su cuerpo deformado en un arma política.
A diferencia de otros personajes clásicos que Shakespeare escribiría años más tarde (Hamlet, Macbeth, Próspero), Ricardo tiene menos matices. Es un villano que actúa, manipula, seduce, traiciona, asesina. Mata a su hermano, seduce a la viuda del rey que asesinó, manda a matar a sus sobrinos, decapita a sus más fieles sirvientes y elimina a todo aquel que se interponga entre él y la corona. Su inteligencia es cruel; su ambición, ilimitada. Su monstruosidad no está en su joroba, sino en su lógica: una maquinaria de crueldad que convierte a los otros en piezas y a los espectadores en cómplices.
Pero si Ricardo III sigue fascinando es porque expone algo más hondo, más incómodo que la violencia: el poder no necesita justificación moral, sino eficacia. El mal no siempre se ejerce a los gritos, a veces persuade. Lo monstruoso puede ser carismático. Lo interesante en Ricardo es que su deseo va más allá del trono, quiere ocupar todos los lugares del discurso, dominar todas las voluntades. Esa ambición totalitaria es la que se actualiza en el presente y permite que Ricardo le hable a nuestro tiempo.
***
Había una vez un rey. Un monstruo. Un cuerpo torcido. Una columna deforme. Un seductor. Un manipulador. Un esqueleto bajo el asfalto de un estacionamiento, olvidado por más de 500 años. Un lugar donde una R marcada en el piso parecía, por un instante, decir la verdad.
Pero ¿qué verdad? ¿La de Shakespeare? ¿La de la ciencia forense? ¿La de la dramaturgia del siglo XXI? ¿La del archivo? O, más inquietante aún: ¿la verdad del presente? Porque si algo deja en claro la versión de Bieito es que el mal no es una anomalía histórica, ni una verdad biológica, ni una joroba moral que podamos señalar desde lejos. El infierno está vacío: el mal está aquí. En la lengua de los asesinos que dudan pero cumplen. En la lógica de una justicia que es espectáculo. En la figura de un Ricardo que podría ser hoy el CEO de una corporación, un algoritmo electoral o un presidente que le grita al mundo: “¡Sí, soy cruel!”
Leer a Shakespeare desde este montaje es como mirar un espejo roto. En cada fragmento aparece una pregunta: ¿cómo se actualiza hoy la crueldad? ¿Dónde se cristaliza el poder? ¿Qué queda del alma cuando todo se mide en eficiencia? ¿Por qué seguimos buscando en los huesos, en los documentos, en los cuerpos, una señal que nos permita distinguir el bien del mal?
***
Todo empieza con un cuerpo. No con una corona, ni con un crimen. Todo empieza con un cuerpo hallado bajo tierra, un resto arqueológico que alguien decide leer como un mensaje. La puesta en escena de Bieito no toma como punto de partida la tragedia shakesperiana, sino su epílogo tardío: la exhumación del cuerpo, la irrupción de la ciencia, el archivo que habla. Philippa Langley, la mujer que en 2012 se obsesionó con este rey del siglo XV y lideró la búsqueda real de su esqueleto bajo un estacionamiento en Leicester, aparece en la obra como personaje. Junto a ella, genetistas, arqueólogos, asistentes técnicos, incluso un forense. Todos esos cuerpos que no están en el texto original, pero que hoy rodean a los cuerpos reales. La escena abandona la corte para instalarse en la mesa de autopsia. El teatro se abre como un archivo vivo para mostrar cómo la verdad se monta, se documenta, se recorta. No hay historia sin guión. No hay cadáver sin interpretación.
El impacto de esta versión no reside en su fidelidad al texto o en sus licencias contemporáneas, sino en la construcción de una escena donde la crueldad se vuelve cuerpo. Bieito despoja a Ricardo III del tono solemne y lo sumerge en una materialidad brutal: cuerpos expuestos, gritos desafinados, dispositivos médicos, pantallas, luces de quirófano, sangre. La corte es ahora un laboratorio; la política, una intervención quirúrgica. No hay mito, hay tejido: biológico, escénico, técnico.
El Ricardo de Furriel es un cuerpo indócil, vibrante, que no necesita prótesis para torcerse. No hay joroba, hay un desequilibrio. El poder lo atraviesa como un espasmo, como una descarga eléctrica. Lo grotesco y lo seductor conviven en él: a la sensualidad del caballero se superpone el salvajismo del animal, y esa yuxtaposición produce un efecto hipnótico. Aunque la cuarta pared ya estaba rota en el texto original, Furriel arrastra a los espectadores a su lógica perversa con otra complicidad: los mira, los desafía, los seduce. Fusiona la formación clásica con el clown. Oscila entre la grandilocuencia y la furia infantil, la seducción y el terror, el dominio y el miedo. No solo interpreta a un monstruo: lo vuelve extremadamente próximo. Es uno más entre nosotros. Esa cercanía inquieta. No exagera la malformación física: se concentra en otra perversión del cuerpo, y lo hace con una precisión feroz.
El resto del elenco (Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis “Luisón” Herrera y Silvina Sabater), lejos de acompañarlo desde una distancia actoral tradicional, se integra como sistema: cada uno con su código, su máscara, su función dentro de esa maquinaria de producción de verdad. La obra, aunque fiel al inglés, hace lugar a grandes parlamentos, gana densidad en lo gestual, en lo que los cuerpos dicen más allá de los textos. La puesta pone en escena, no solo la historia de Ricardo, sino una idea: que el poder actual ya no necesita mitología. Solo necesita un cuerpo disponible. Y ese cuerpo ya no es necesariamente el de un rey: puede ser el nuestro.
Ricardo no es el origen del mal sino su organizador. El deseo en él está desligado de sí y aparece en relación a los otros. Seduce a Lady Anne en el velorio de su suegro, manipula a Buckingham con un gesto ambiguo. Aunque en apariencia lo que lo obsesiona es el trono, busca ocupar cada vacío de poder. Lo ideológico aparece sutil. Ricardo es alguien que elige el poder como afirmación de sí y la crueldad es la vía que encuentra para acceder a él. Intentar pensar la ideología en Ricardo es pensar en una lógica política que va más allá del mal como simple deformación moral: lo suyo es una voluntad de poder sin ética, sin ley, sin otro. No hay doctrina, ni programa, ni horizonte: sólo una voluntad que avanza. Ricardo no cree en el poder como medio, sino como forma de existencia. Gobernar para él no es transformar, sino afirmarse. No importa el reino, ni el pueblo, ni la historia: lo que importa es ocupar el lugar. Y para ocuparlo, hay que vaciarlo. Su crueldad es su puesta en escena. El poder en Ricardo no reprime, exhibe. No castiga, escenifica. La corte le teme, pero también lo observa. Lo que ofrece no es un orden, sino un espectáculo: la imagen de un cuerpo que se impone por sobre todos los cuerpos, incluso el propio. El trono es apenas una silla, un decorado. Lo que importa es el gesto de ocuparla. Por eso grita en su afán omnipotente “¡El mundo entero contra nada!”
La puesta de Bieito insiste en ese carácter. Ricardo no es una anomalía moral, sino una máquina estratégica: detecta los puntos ciegos del otro, sus debilidades, su ambición, su miedo, su deseo de pertenecer. Lo que se representa no es el mal como esencia, sino el poder como flujo y la crueldad como una forma posible del poder. El poder circula, contamina. Nadie es inocente. Todos, en algún momento, se convierten en engranajes. Por eso la escena más brutal no es la del crimen, sino la de la obediencia.
***
Shakespeare logró escribir estructuras que aún hoy organizan nuestra experiencia del mundo: la seducción del poder, la teatralidad de la política, el deseo como fuerza desestabilizadora, la crueldad como gramática del orden. Esas estructuras, más que funcionar como explicaciones de un pasado, interrumpen el presente: lo rasgan, lo exponen. No ofrecen modelos, sino preguntas. ¿Qué forma toma el poder cuando ya no necesita legitimarse? ¿Qué se rompe en el lenguaje cuando solo queda la imposición? ¿Qué pasa cuando en medio del espectáculo político ya no distinguimos al monstruo del actor, a actuar de gobernar? ¿Qué lugar ocupa la crueldad cuando deja de ser una excepción y empieza a organizarlo todo?
Bieito se acerca al texto de Shakespeare con devoción, pero no con solemnidad. Hay una forma de amor que no busca conservar intacto lo antiguo, sino activarlo en el presente, volverlo urgente. Esa es la operación que realiza esta puesta: no actualiza a Ricardo III para “traerlo al siglo XXI”, sino que lo hace estallar desde adentro, como si la obra misma supiera que su monstruo ya no vive en los castillos, sino en los sets televisivos, en los timelines del teléfono, en las palmas de las manos.
Amar un texto es distinto a venerarlo. Es dejar que sus zonas más inquietantes hablen otra vez. Si Pacino se obsesionaba con el alma del personaje, Bieito desmonta toda ilusión de subjetividad y escribe la verdadera historia de Ricardo III. Aquí no hay alma, hay cuerpo. Un cuerpo que se analiza, se expone, se interpreta. Ricardo ya no es un personaje: es una evidencia. Lo inquietante no es lo que el teatro revela sobre él, sino lo que revela sobre nosotros. Porque si aún buscamos sus huesos, es porque todavía estamos tratando de entender en qué momento la crueldad se volvió un crimen sin culpables.
***
Pero como ese mantra que rezaba y decretaba que los dinosaurios no podían más que desaparecer, la máquina de la crueldad también colapsa. En el final de la puesta de Bieito, los fantasmas no son espectros ni apariciones en sueños. Son niños, figuras infantiles que recitan como un coro disciplinado: “No tengas esperanza, vas a morir”. Ricardo, agónico, ya no es rey, ni estratega, ni cuerpo de poder. Es un actor vencido. Un hombre suspendido en el límite entre representación y delirio. En el momento de mayor humanidad del rey aparece la puesta en escena de una subjetividad agotada. Y Furriel cruza el umbral de lo humano, se retuerce, gruñe, chilla e interpreta a un jabalí, el emblema personal y real de Ricardo y ahora su destino, la conversión en bestia. Y entonces el grito:
“¡Mi reino por un caballo!”
No es el grito de un rey, sino el de un cuerpo a punto de caer. Sin trono, sin ejército, sin caballo. Esa línea, que alguna vez fue usada para mostrar desesperación heroica, aquí se revela como la súplica ridícula de un hombre que pide vivir.
Para la mayoría de los hombres existe un límite. Un punto más allá del cual no podrían avanzar. La acción de la obra, el movimiento trascendental del protagonista es cómo Ricardo descubre el punto más allá del cual la mayoría de las personas no iría.
Pero Ricardo va.
Lo cruza.
Y cuando lo hace, arrastra consigo todo lo que toca. No reconoce el abismo. No le teme a la caída. Para él el mundo entero puede enfrentarse a la nada. Y aún así, apostar. Con tal de no perder el centro de la escena. Quizás eso sea lo que seguimos buscando cuando escarbamos entre huesos y fantasmas: el instante exacto en que el poder deja de representar algo más que a sí mismo. Y que cuando ya no queda nada por conquistar, ni nadie a quien aplastar, ni sentido que ordenar, grita, como un eco grotesco desde el fondo del escenario, por un caballo.
El orden es amor. En esa acción (ordenar) dejamos un mensaje muy claro: cuando ordeno, cuido, cuando cuido me siento en un clima de agradecimiento y cuando agradezco me permito abrirme a la abundancia, que siempre esta disponible pero depende de dónde esta nuestra perspectiva anclada. Esto se aplica en cualquier ámbito, por ejemplo: si…
Tras censurar la reunión informativa del proyecto SPRINT que iba a realizar la investigadora Virginia Aparicio sobre los resultados del mapeo biológico humano en pueblos fumigados de la provincia de Buenos Aires, el INTA decidió intempestivamente suspender todas las actividades que involucran al SPRINT en su capítulo argentino, ante la gravedad de los datos que…
El poeta reginense Damián Catini recibió el viernes de parte de la directora del Fondo Editorial Rionegrino Eliana Navarro ejemplares de ‘Mi novia y yo’, obra ganadora del segundo premio en la última convocatoria anual del FER y que fue publicada recientemente por la editorial estatal. En el SUM de la Escuela de Arte ambos…
Difunde esta nota
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.