EL TORDO NEGRO

Dos días atrás el intendente Marcelo Orazi realizó una publicación en su red personal de facebook donde aclaraba por que no realizaban en Villa Regina fumigaciones en espacios públicos:

Ante algunas consultas relacionadas con la pulverización o fumigación de espacio públicos, veredas o calles, les comento que se nos ha indicado que en estos momentos no es un sistema adecuado, no está comprobada su eficacia y por el contrario se señala que puede generar otro tipo de intoxicaciones respiratorias…

Marcelo Orazi

Al igual que recomendaron  los profesionales locales al intendente reginense, el infectólogo Enrique Raimondo quien integra el comité de crisis de Gral Roca sostuvo en diálogo con Diario Rio Negro que “no hay ningún trabajo científico que diga que hacer pulverizaciones sea efectivo”.

Pese a las recomendaciones, ayer por la tarde-noche la ciudad de Villa Regina, al igual que otras del Alto Valle, fueron fumigadas con agua y lavandina, en tractores y con pulverizadores de productores locales. Un enorme gasto de materiales, insumos, personal y tiempo; para una metodología que los profesionales de la salud  no recomendaban.

La comunicación tampoco fue eficaz (como la acción), si bien la decisión fue conjunta, los bomberos compartieron con medios la noticia antes que el propio municipio, a su vez recorrieron la ciudad anunciando el método pero no la logística. Cuándo, dónde, con qué, proporciones? Eficacia? poder residual?.

La fumigación se dio en los sectores más concurridos, zona céntrica, supermercados más grandes, terminal y hospital. Al momento no se planea hacerlo en toda la ciudad. De volver a realizarse debería certificarse su funcionalidad e informarse medidas y materiales utilizados. Y por favor, no usar maquinaria que haya sido utilizada con agrotóxicos. De eso ya tenemos suficiente, nosotros y nuestro valle.

La publicación del intendente contestaba al cuestionamiento de una parte de la sociedad que exigía la fumigación, (claro) cuarentena y caja boba no suma, los medios mostraron como se utilizaba el método en otras ciudades del país, como CABA y Neuquén.

De este mismo modo, otro sector se expresó hoy en redes poniendo en tela de juicio el accionar confuso del municipio, la contraposición en la acción frente a la recomendación de los que saben y la utilización de dichas pulverizadoras. Tiene más lógica. Los tordos negros que pululan la plaza de los próceres quedaron blancos.

De este lado del monitor, con las persianas bajas y silencio total, para que no despierte #hijode2 y pueda escribir, frente a la tv ¨32 que lleva más tiempo apagada que prendida pienso: confiemos en los profesionales de la salud y estemos a su servicio al igual que al de los dirigentes, la presión va a ser fuerte, los frentes van a ser varios (ojalá que no). Y hay que tener un plan de acción (deseo mucho que lo tengamos), que empiece por respetar la palabra de los que saben, y que quienes lo tengan que desarrollar lo tengan bien estudiado.  

Portada: Germán Busin

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  • El tiempo violentado

     

    Desde hace dos años vivimos con un ruido persistente. Es el bajo continuo de una casa en demolición. Un crujido que viene de estructuras que creíamos sólidas y que ahora se desmoronan. Junto al estruendo del Estado atacado hay otro sonido más sutil pero constante: el del tiempo violentado. El pasado se convierte en arma, el futuro es secuestrado, y el presente se vuelve eterno e inmutable. Es un fenómeno global, pero en Argentina toma forma concreta en el gobierno de Javier Milei. Desde que asumió en 2023, el presidente de la motosierra y sus acólitos han hecho de los historiadores y de su disciplina un blanco preferencial de sus ataques. Buscan instalar una Historia plana y maniquea mediante la “denuncia” de supuestas manipulaciones y tergiversaciones previas del pasado.

    La reemplazan con una puesta en escena de símbolos imperiales romanos, con imágenes y retóricas de evidentes reminiscencias fascistas, como se pudo ver en los estandartes de las agrupaciones de las “Fuerzas del Cielo” y en la misma escenografía del reciente acto de cierre de campaña en Rosario de La Libertad Avanza. Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes, como hizo recientemente la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, durante un acto de la Policía Federal: en un solo movimiento, reinstaló la figura de Ramón Falcón, represor y asesino de obreros a comienzos del siglo XX, y la de Alberto Villar, uno de los organizadores de la Triple A y seguramente responsable del asesinato de muchos compañeros de militancia de cuando la ministra era una revolucionaria montonera en los setenta. Son operaciones banales, pero para nada ingenuas. Abrevan en el pasado para hacer una cuidadosa selección de momentos de la historia en los que se reconocen y anclan su relato fundacional. Momentos en los que se emocionan y con los que se encandilan, lo que les permite correr argumentalmente —sin demasiada precisión— la frontera del “comienzo de la decadencia argentina”.

    Reviven el “Día de la Raza” para blanquear su racismo elitista y homenajean a represores como si fueran héroes.

    Frente a este embate, la pregunta no es solo cómo defendernos, sino cómo recuperar el potencial político de pensar un sentido para la Historia mientras todo parece derrumbarse. ¿Para qué sirve? La respuesta no puede ser un lamento. Tiene que ser una trinchera. Giuliano da Empoli, en su libro La era de los depredadores, describe un mundo donde los señores de la tecnología ya no necesitan ni a la “casta” política ni al Estado. Tampoco a la Historia ni a la democracia. No es que no usen el pasado, sino que, además de maleable, lo vuelven algo volátil. Los sectores dominantes apuestan por memorias difusas que les permiten reescribir la Historia y reactivar las pasiones antidemocráticas del siglo XX. Los gurúes tecnológicos hacen de su ignorancia histórica una estrategia de marketing. En ese cruce entre la nostalgia distópica y la amnesia digital, pensar históricamente se vuelve un acto de resistencia. No como un mero refugio, sino como una forma de recuperar su condición de herramienta política. Preguntarse por el pasado es, en el fondo, preguntarse por el futuro. ¿Qué sociedad queremos? ¿Cómo la construiremos? ¿Qué utopías imaginaron otros antes que nosotros? ¿Cuáles son las nuestras?

    Para responder, necesitamos afilar nuestras herramientas conceptuales y convertirlas en gestos de insubordinación. Investigar, enseñar y escribir Historia implica la práctica de un anacronismo consciente. En la disonancia, en lo incomprensible y exótico, anuda la pregunta por la realidad en la que vivimos, y cómo enfrentarla. Anacronismo que no es para juzgar el pasado con los ojos del presente (lo que sería un error analítico), o tomarlo sin más como brújula (lo que sería un endiosamiento), sino para traer al presente discusiones y proyectos aún inconclusos y ver qué formas tienen hoy nuestros propios sueños. El anacronismo no es un error metodológico. Es una estrategia para mostrar que el pasado es un territorio en disputa. Una tierra viva, hecha de capas de luchas y conflictos que, a veces, tiembla. Y cuando la hacemos temblar, desde nuestro pequeño lugar, tratamos de revalidar la idea de que tenemos que pensar en los usos que le damos al pasado. No se trata de traer sin más, nostálgicamente, las luchas del pasado, los nombres respetados y queridos, sino el gesto rebelde, el principio básico de la indignación, que movió a las mayorías populares a lo largo de la historia.

    ***

    En primer lugar, la crítica histórica debe ser anticlimática. Debe oponerse al clímax vacío del “momento histórico” agonal en el que nos quieren hacer creer que vivimos, y a la promesa de un destino manifiesto que, “esta vez sí”, alcanzaremos, obviamente si aceptamos “la única solución posible”: ser de derechas, ser como ellos. Consideran, como expresó en un reciente tuit Agustín Laje, uno de los propagandistas cercanos a Milei, que están ganando la “batalla cultural”: “Qué lindo que se ha puesto todo (…) Pensar que, hace dos décadas, cuando iba al colegio, decir que no eran 30.000 te costaba una sanción; el Che era un santo laico que estampaba camisetas; Néstor y Cristina encabezaban una revolución ‘nacional y popular’ (…) y decir que uno era de derecha, en cualquier rincón, era tabú (…) «Veinte años después nos cagamos en las mentiras del setentismo, y afirmar que no fueron 30 mil se convirtió en un lugar común; ya nadie usa las remeras del Che: el socialismo revolucionario ya no está de moda (…) La agenda woke está en crisis, y la juventud occidental empieza a girar rápidamente a la derecha”. 

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano.

    El pasado está allí para avisar que quizás se apresuren en cantar victoria. Más allá de esa provocadora fanfarronada, la historia en sus distintas formas puede mostrar que la experiencia humana es lenta, compleja, llena de idas y vueltas, pactos oscuros y victorias pírricas. No hay fechas fundacionales puras, sino procesos largos donde lo nuevo convive con lo viejo, donde las revoluciones terminan administrando lo que juraron destruir. En esa complejidad está su fuerza: desactiva los relatos épicos y simplificadores. Si los poderosos la banalizan y la convierten en cotillón, nosotros, los estigmatizados, no podemos darnos ese lujo. Frente a la voluntad monolítica del nazismo, hubo quienes resistieron. Frente al discurso estigmatizador contra los sindicatos, por ejemplo, es en la historia donde encontramos tanto ejemplos de dignidad, como la certeza de que cada vez que los más débiles se dividieron, los poderosos avanzaron sobre ellos. Puede decirse que son cuestiones de sentido común, pero en un momento en que alguien puede afirmar algo y contradecirse en minutos, balbucear explicaciones insuficientes para salir indemne de una denuncia por corrupción, no está de más recuperar una idea: frente a tantas certezas y verdades tajantes, frente a tanta fragmentación condenatoria (“mandriles”, “comunistas”, “kukas”, wokes”), la mera duda y la argumentación son anticlimáticas y, en el mediano plazo, poderosas. ¿Cuántos de quienes abrazan “las ideas de la libertad” sabrán que se la deben, en gran medida, al enorme sacrificio de “los comunistas” que resistieron en la Europa ocupada o fueron parte del Ejército Rojo?

    No son buenos tiempos para pensar a la Historia y al pasado como lo que son: conceptualizaciones densas, la acumulación de procesos sociales, con sus flujos y reflujos. Al achatar el tiempo, intentan quitarle a la Historia su razón de ser: no se puede aplicar la crítica a algo que cambia todo el tiempo o es plano. En segundo lugar, y en un presente perpetuo, debemos aprender a ser anaeróbicos, a vivir como si existiera el tiempo histórico, cuando la realidad y la política en las redes lo niegan. Todo es instantáneo: tanto que pasado, presente y futuro son lo mismo. En consecuencia, debemos ser como bacterias que sobreviven sin oxígeno en ambientes hostiles, necesitamos mantener viva la conciencia del tiempo. Separar pasado, presente y futuro en un contexto que los mezcla y los niega. Esto es tan vital como respirar, y sin esa división en tres tiempos, no hay experiencia histórica ni política posibles. ¿Hacia donde proyectar, si las líneas del presente y el futuro se superponen hasta ser la misma?

    En tercer lugar, y sobre todo, debemos ser anamnésicos. Recordar no como un acto de nostalgia, sino como exploración de lo humano. Ver cómo otros enfrentaron sus circunstancias y construyeron caminos hacia los futuros que imaginaron. La anamnesis no es solamente el “rescate del olvido”, sino que es un prolijo trabajo de selección de temas y preguntas orientados por una mirada política. Hay una tarea en recuperar palabras que la ultraderecha reaccionaria se ha apropiado hasta vaciarlas de significado: “libertad”, la más notoria de ellas. Pero ¿qué es un proyecto político sino un pensamiento apoyado en una tradición de lucha y de ideas, adaptadas a su tiempo? 

    La anamnesis nos da la posibilidad de encontrar en el pasado señales de que nada es permanente, de que todo orden puede cambiar. Sobre todo, pensar históricamente no es visitar un santuario, sino prepararse para una batalla. Exhumamos para interrogar, no solo para venerar. La lucha contra la desmemoria es también contra el olvido de las ideas que movilizaron a otras personas antes que a nosotros. Olvido que, gradualmente, llevará a que no nos reconozcamos capaces de construir nuestros propios proyectos; que podemos elaborar nuestro plan de acción en función de un futuro.

    ***

    Hace poco, ante las denuncias del gobierno sobre “adoctrinamiento” en escuelas, circulaba en broma la idea de que, si tan eficaz hubiera sido ese trabajo de propaganda, los libertarios no habrían ganado las elecciones. En ese chiste subyace una idea tan limitada como la de los libertarios sobre el uso político de la historia. Les ha parecido a muchos que con instalar ciertas fechas, recuperar algunos lugares para la memoria, era suficiente. Y eso fue un gran error que llevó a una ritualización excluyente. De allí que los simpatizantes de LLA se sientan excluidos y ahora simplemente piensen en reemplazar el clavo que sacan con otro (obviamente, verdadero). El ejercicio de la memoria histórica es algo vivo, el pasado no es una religión. A los luchadores se los recuerda luchando. A los seres humanos, por su imaginación, su razón, su capacidad de distinguir lo correcto de lo incorrecto. Por sus posicionamientos éticos, construidos a partir de una imaginación de sociedad. Por sus proyectos comunitarios. Porque un ser humano, antes que nada, es alguien a quien no le da todo lo mismo. Y por eso decide. Decide, por ejemplo, decir que no. El acto más profundo de resistencia.

    Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo.

    La batalla también es en los cuerpos. Sin aislarnos, debemos abstraernos. Bajar de la rueda, practicar cierto analfabetismo digital, volver a la carne y el hueso. Nos arrastraron a un campo de juego donde podemos perder todo lo que nos hace humanos. Frente a la virtualización de la existencia y la distorsión digital del tiempo, la memoria se ancla en lo corpóreo. Es el hueso que no se disuelve, la herida que cicatriza pero no desaparece, el abrazo que perdura. La Historia no se escribe solo en papeles; se inscribe en los cuerpos. En el cansancio del maestro que siembra en el aula. En los gestos cotidianos que tejen comunidad. Volver a la carne y el hueso es resistir el desarraigo. Es recordar que la patria es un territorio compartido por seres que sienten, aman, luchan y construyen.

    La batalla por la memoria se libra en dos frentes inseparables: la reflexión serena y la acción urgente. Y sucede en bibliotecas, universidades y aulas, allí donde se examinan fuentes y se practica la anamnesis contra el olvido programado. Un telegrama, una factura, una minuta pueden revelar la mecánica de decisiones que cambiaron vidas. Este trabajo silencioso, riguroso, es la base de toda afirmación creíble. Y es el que hoy se subestima.

    Debemos “embarrarnos”. Porque la batalla en redes es la manifestación actual de la batalla en las calles. En plazas, asambleas, aulas como ágoras, donde la Historia se socializa, se discute, se convierte en herramienta para leer el presente e imaginar futuros. Abandonar cualquiera de estos frentes es claudicar. La investigación sin anclaje en lo cotidiano está al borde de la erudición estéril, de lógica endogámica. A lo sumo, preserva, pero no construye. La calle sin archivo es presente efímero, manipulable, sin profundidad. Nuestra tarea es conectar ambos territorios. La calle da sentido al archivo; el archivo da profundidad a la calle.

    ***

    Recuerdo a mis estudiantes del Colegio Nacional en 2021, en plena pandemia, escribiéndose cartas para leer cuando terminaran su quinto año. Sin saberlo, realizaron una acción profundamente histórica. Le hablaban al futuro; inscribieron su presente en una línea de tiempo que proyectaban hacia adelante. Afirmaron, recién salidos de la pandemia, que habría un “después”. Que el tiempo seguiría. Hoy, al abrir esos sobres, imagino algunas de las preguntas que les surgieron. ¿Dónde estaba entonces? ¿Qué recorrí desde aquel adolescente encerrado? ¿Siguen vivos mis deseos? ¿Qué quiero construir ahora? Ese diálogo entre lo que fuimos, somos y queremos ser es el núcleo de la conciencia histórica. Pero para poder entablarlo, necesitamos que la experiencia del tiempo vuelva a ser multidimensional.

    Una de mis alumnas, al terminar de leer, me dijo: “Abracé a quien era entonces”. No es solo una metáfora. Es prueba de que el tiempo no es una línea recta, sino un diálogo permanente. Ese abrazo a través del tiempo es lo que hacemos cuando enfrentamos críticamente el pasado colectivo. Es negar esta realidad plana que nos quieren imponer como única.

    En un presente que busca clausurar el porvenir, vendernos consumo y resignación, afirmar que el futuro existe —y que podemos moldearlo— es revolucionario. La Historia no mira solo hacia atrás. Es un bucle, un eco que viaja en todas las direcciones. Interpretamos el pasado para habitar críticamente el presente y abrir la posibilidad de un futuro distinto.

    Más allá del sueldo mezquino, más allá de la derrota coyuntural de los valores que defendemos, el oficio de la Historia es sostener ese espacio de posibilidad. Ese lugar donde un pibe, en una escuela fría o en una casa humilde, pueda no solo imaginar su futuro, sino empezar a construirlo. Y lo hace preguntándose por su lugar en el tiempo, por lo que vino antes, por lo que puede venir después.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado. Porque en el teatro de lo político, la crítica al adversario se ha vuelto un ritual cómodo: un exorcismo que nos absuelve de toda culpa. Nos reunimos para denunciar al otro, ese espejo deformado de nuestros propios errores, y en esa condena encontramos una identidad rápida, sin esfuerzo. Pero esa práctica, tan común, es en realidad una forma de evasión. Al poner todo el error en el enemigo, evitamos mirarnos a nosotros mismos. La energía que debería ir a la introspección se gasta en fabricar monstruos externos. Y aunque eso genera el calor efímero de la indignación, nos deja vacíos, atrapados en un presente sin salida.

    Nuestra derrota más profunda no sería aceptar un relato histórico falso. Sería renunciar a la capacidad de imaginar y luchar por los futuros posibles que están ahí, como semillas dormidas en las lecciones del pasado.

    La autocrítica, en cambio, es incómoda. Nos obliga a sacarnos la armadura de la lucha partidaria y mirar de frente nuestros errores, nuestras complicidades, nuestras oportunidades perdidas. Duele, porque rompe la narrativa heroica que nos contamos. Señalar al otro nos confirma en nuestra virtud; mirarnos al espejo nos enfrenta a nuestra fragilidad. Esta reticencia no es ingenua: es la defensa de un aparato ideológico que teme más a la disolución interna que a los ataques externos. Prefiere la solidez de un relato incuestionable a la riqueza inestable de la revisión.

    El verdadero desafío no es solo superar esa comodidad de criticar al otro. Es redirigir esa energía hacia la imaginación del futuro. Porque si nos obsesionamos con el enemigo, nos volvemos reactivos. Definimos nuestro horizonte en oposición, nunca en afirmación. Si logramos reducir esa lógica de espejos, liberaremos una energía que puede alimentar algo mucho más difícil y más valioso: la imaginación. No como evasión utópica, sino como construcción política concreta. Diseñar instituciones, vínculos sociales, sentidos comunes para un porvenir que aún no existe.

    Ahí es donde la autocrítica se vuelve fértil. Limpia el terreno y nos permite construir, con humildad y audacia, sobre cimientos verdaderos. En este presente que quiere borrar las huellas y cerrar los caminos, la Historia —con sus herramientas críticas y su capacidad de recordar— no es un lujo académico. Es el terreno donde se libra la batalla más importante: la batalla por la posibilidad misma de un mañana.

    Y en ese abrazo a través del tiempo, en esa obstinación por la memoria, en ese cuestionamiento vital sobre nuestra trayectoria en el mundo, está la esperanza que nos impide rendirnos.

    La entrada El tiempo violentado se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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  • Revelan explosivos mails del delincuente sexual Epstein que complican a Trump

     

    El escándalo del caso Epstein vuelve a merodear cerca de Donald Trump. Los demócratas de la Cámara de Representantes publicaron el miércoles correos electrónicos en los que Jeffrey Epstein escribió que el presidente Trump había «pasado horas en mi casa» con una de sus víctimas, entre otros mensajes que sugerían que el delincuente sexual creía que el presidente sabía más sobre sus abusos de lo que ha reconocido.

     Pero el problema para Trump aparece por una teoría conspirativa de sus bases. Una de los idearios en el universo MAGA es la existencia de un listado con nombres poderosos que eran chantajeados por Epstein para preservar su poder. 

    Trump alimentó eso para usarlo en campaña, por ejemplo para vincular a Clinton y Obama con esas fiestas pero la realidad es que no indicios de existencia de ningún listado.

    Trump y Epstein se distanciaron en 2004 en medio de una pelea legal por la tenencia de la Maison de l’Amitié, una mansión de estilo regencia francesa, situada junto al océano en Palm Beach. Trump salió vencedor, y la compró por 41,35 millones de dólares.

    El WSJ dice que Trump sabe hace meses que figura en los documentos de Epstein

    Lo cierto es que el New York Times afirma que los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes dijeron que los correos electrónicos planteaban nuevas preguntas sobre la relación entre los dos hombres. En uno de los mensajes, Epstein afirmó rotundamente que Trump «sabía de las chicas», muchas de las cuales, según descubrieron posteriormente los investigadores, eran menores de edad. 

    En otro, Epstein reflexionó sobre cómo abordar las preguntas de los medios de comunicación sobre su relación a medida que Trump se convertía en una figura política nacional.

    «Estos últimos correos electrónicos y correspondencia plantean preguntas evidentes sobre qué más está ocultando la Casa Blanca y la naturaleza de la relación entre Epstein y el presidente», dijo en un comunicado de Robert García, el principal demócrata del Comité de Supervisión.  

    El New York Times afirma que los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes dijeron que los correos electrónicos planteaban nuevas preguntas sobre la relación entre los dos hombres. En uno de los mensajes, Epstein afirmó rotundamente que Trump «sabía de las chicas», muchas de las cuales, según descubrieron posteriormente los investigadores, eran menores de edad

    Los tres intercambios de correos electrónicos separados publicados el miércoles datan de después del acuerdo de culpabilidad de Epstein en 2008 en Florida por cargos estatales de solicitar prostitución, en el que los fiscales federales acordaron no presentar cargos. Ocurrieron años después de que Trump y Epstein tuvieran un supuesto distanciamiento a principios de la década de 2000. Uno estaba dirigido a la confidente de larga data de Epstein, Ghislaine Maxwell, mientras que dos eran con el autor Michael Wolff.

    En un correo electrónico de abril de 2011, Epstein le dijo a Maxwell, que posteriormente fue condenada por cargos relacionados con facilitar sus delitos: «Quiero que te des cuenta de que ese perro que no ha ladrado es Trump» y luego añadió que una víctima no identificada «pasó horas en mi casa con él, y nunca se lo ha mencionado». «He estado pensando en eso», respondió Maxwell. 

    Estos últimos correos electrónicos y correspondencia plantean preguntas evidentes sobre qué más está ocultando la Casa Blanca y la naturaleza de la relación entre Epstein y el presidente

    Entre los correos publicados por el Times aparece uno de  2019, Epstein le escribió a Wolff sobre Trump: «Por supuesto que sabía de las chicas, ya que le pidió a Ghislaine que parara». Los demócratas de la Cámara de Representantes, citando a un denunciante anónimo, dijeron esta semana que Maxwell se estaba preparando para pedirle formalmente a Trump que conmutara su sentencia de prisión federal.

    Los correos electrónicos se proporcionaron al Comité de Supervisión junto con un lote mayor de documentos del patrimonio de Epstein que el panel solicitó como parte de su investigación sobre el financista y Maxwell, que cumple una condena de 20 años por cargos de tráfico sexual.

    El caso Epstein complica la gestión de Trump y divide a los republicanos 

    El personal del comité eliminó los nombres de las víctimas y cualquier información de identificación de los correos electrónicos. Debido a que no se ha publicado el conjunto completo de documentos, no estaba claro si los correos electrónicos se habían extraído de conversaciones más extensas que podrían haber proporcionado un contexto más completo.

    Trump calificó las acusaciones en su contra como un «engaño» perpetrado por los demócratas y llamó a Epstein un «repugnante» y ha insistido en que nunca participó en ninguna irregularidad con él ni con Maxwell.

    En mayo de este año, Elon Musk acusó a Trump de estar en los archivos del organizador de fiestas sexuales Epstein en medio de su salida del gobierno.  El billonario dijo que su ex jefe debería ser destituido y amenazó: «La verdad saldrá a la luz».

     

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