El largo plazo
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El largo plazo

 

En tiempos de inmediatez y miras cortas como el que se vive todavía las promesas a futuro lejano funcionan para predisponernos a sufrir con optimismo la agonía de la espera.

Por Silvina Belén para Noticias la Insuperable ·

Di Benedetto –en un breve testamento escrito poco antes de su muerte–
afirmó que sus libros fueron escritos para las generaciones futuras.
Cuán profética fue esa modesta jactancia, solo el tiempo lo dirá.
– J.M. Coetzee

A don Diego de Zama se le fue la vida esperando. El personaje de Antonio Di Benedetto tenía un cierto optimismo meritocrático que lo mantuvo ilusionado por años, pero que irremediablemente se diluyó en la frustración. Zama, en el siglo XVIII, cayó en la misma trampa que arruinó a muchos otros hombres a finales del XX y lo que va del XXI.

El autoengaño, la mayor parte de las veces montado en el optimismo irreflexivo, es un mecanismo que las nuevas derechas y los extremismos en auge han sabido explotar para colonizar estados nacionales con la legitimidad del voto que antaño, cuando eran en apariencia menos virulentos, les resultaba esquivo.

La ciudadanía contemporánea, reducida a la mínima expresión política, parece un remedo del don Diego de Di Benedetto. El malogrado personaje terminó en la absoluta degradación espiritual y material: “Zama tarda demasiado en visualizar la trampa en que ha caído. Él cree formar parte de un orden de cosas, cree que sus estudios, sumados al hecho de ser blanco, le hacen merecedor de un lugar, pero este se muestra una y otra vez inexistente.”[1].

Tener optimismo sin el más mínimo indicio para una real esperanza, diría Terry Eagleton, termina en desastre, como  señala Ana Grynbaum: “La Corona aplaza hasta el infinito el pago del trabajo de los funcionarios medios y por falta de dinero Zama conoce el hambre y pierde hasta la pieza en que se hospeda. Así se expresa la realidad de su no lugar en el mundo.”.

«Zama es la gran novela americana». J.M. Coetzee

La burocracia colonial que trituró a Zama, como también resalta Grynbaum, parece haberse maquillado pero no cambiado. Igual que él, muchos funcionarios medios –terceras o cuartas líneas, como suele llamárselos- experimentan, si no miseria, destrato, escarnio y humillación públicas. Más abajo ni hablar.

Las clases medias que alguna vez, como en Argentina, se consideraron pujantes, languidecen acorraladas. Se debaten en el disimulo, en la falsa esperanza, en el apoyo a todo lo que las perjudica. Se reducen en número, coquetean con una austeridad que en verdad es cuasi miseria. Esperan que les llegue el turno, que la copa derrame.

El oasis del largo plazo es siempre, según derechas extremas de distinta laya, la tierra prometida aunque, claro, ya sea un lugar común la sentencia de su odiado Keynes: “en el largo plazo todos estaremos muertos”. Para el corto y mediano existen tropos que se repiten de acuerdo con alguna moda optimista de consultoría: “brotes verdes”, “segundo semestre”, “luz al final de túnel” y otras que igualmente se olvidan tras decepción o debacle.

“Estamos mal pero vamos bien”, decía el ahora prócer riojano para ufanarse por haber construido en oropel un largo plazo de ensueño. Alguien de esos pagos, mucho antes, viajó en galerón y con los bríos de invulnerabilidad de quien supone tendrá un espléndido mañana. Borges, implacable, escribió el poema El General Quiroga va en coche al muere.

Ese futuro lugar soñado de prosperidad, bienestar general y hegemonía en el concierto mundial suele estar ligado a las llamadas retropías, no lugares pretéritos evocados como edad dorada de un país que nunca la tuvo, como la imaginaria Argentina potencia de finales del siglo XIX y principios del XX que jamás existió como paraíso de la opulencia común.

Y si don Diego de Zama es el personaje que representa a los que esperan con ilusión vana su no lugar, Don Juan es el que con su cínico latiguillo pinta mejor a los nuevos politiqueros ultras. El repetido “Tan largo me lo fiáis” de Tenorio ante las amenazas de un postrer castigo a sus fechorías es la frase que, seguramente, entre risas burlonas, profieren frente a sus privados los nuevos autócratas del largoplacismo zanahoria de burro.

Antonio Di Benedetto dedicó su novela Zama “A las víctimas de la espera”.


[1] https://www.lissardigrynbaum.org/post/ana-grynbaum-zama-y-la-trampa-de-la-meritocracia

 

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