Las fuerzas de seguridad atacaron con saña a los integrantes de la tradicional manifestación de todos los miércoles.
El Padre Paco resultó fuertemente herido luego de la represión que realizaron las fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich contra los manifestantes de la tradicional marcha de los miércoles al Congreso, en reclamo de las políticas de ajuste del Gobierno de Milei.
«Los que están mal son los jubilados, el cura no importa. Estábamos en la primera fila, dando la vuelta al Congreso, y en un momento empezaron a empujarnos fuerte y tiraron a una jubilada. Entonces, nos acercamos para ayudarla y se quieren llevar preso a un compañero. Dijeron que estaba golpeando a la Policía, pero estaba parando los escudos», describió el sacerdote, en diálogo con Jorge Rial en Argenzuela por C5N.
Francisco Olveira, que integra el grupo Opción por los pobres, sufrió un corte debajo del ojo derecho, producto de la agresión policial: «Me siento bien, seguramente me habrán dado con alguno de los escudos o con la mano. ¡No me di cuenta! Me tomaron los datos por si después me quiere llamar el fiscal».
En respuesta al periodismo, el Padre mostró su desazón por lo ocurrido: «La represión como siempre, pero al cura no se lo llevan detenido. Pero sí está demorado el otro compañero, que no hizo nada. Me voy a ir con él. Yo tengo coronita, el pueblo no«.
Las reservas cayeron USD 649 millones este miércoles, descenso que se explica por el pago de una cuota importante de intereses al FMI. Pero el problema no es la foto sino la película: desde que firmó el nuevo acuerdo el Banco Central no logró -o no quiso- sumar reservas, lo que complica la meta de acumular USD 4.500 millones a junio.
Es decir que como el Banco Central no compra reservas, los compromisos con el Fondo se afrontan con el préstamo que otorgó el propio FMI. Al negociar el nuevo acuerdo se postergaron los vencimientos de capital para dentro cuatro años y medio.
“El Fondo nos presto para estabilizar, no para pagar intereses. Se supone que los intereses se pagan con el producto de la economía doméstica. Usar el desembolso para pagar intereses es ridículo. Son intereses que se suman a los que vas a tener que pagar cuando venza el plazo de gracia y tengamos que volver a pagar también el capital. ¿Vamos a seguir pagando con plata del FMI?”, afirmó a LPO un ex funcionario de Economía.
Que el gobierno no compre reservas pone muy nerviosos a los acreedores, porque de eso depende que puedan cobrar. El gobierno se esmera por llevar tranquilidad, y asegura que los próximos vencimientos están cubiertos gracias al superávit y hasta argumenta públicamente que no es necesario acumular reservas.
Algo de esto percibe la calificadora Moody´s, que a pesar de la apertura del cepo, no mejoró su calificación para la Argentina. El analista principal de Moody’s para la calificación soberana de Argentina, Jaime Reusche, afirmó que “por el momento, estamos evaluando porque se dio la parte más difícil del ajuste y estamos en la parte más peligrosa, en la que cualquier desliz de política cambiaria, monetaria o económica puede jugar una mala pasada”.
Después de julio, es probable que la balanza de pagos se revierta un poco y que ya el flujo no sea tan positivo. Eso para nosotros va a ser muy crítico para para entender hacia dónde va a gravitar el peso en cuanto al tipo de cambio de de equilibrio.
La lectura es clara. Las dudas rondan sobre lo que pueda pasar cuando se agoten los dólares de la cosecha gruesa y se acorten los plazos electorales. “Después de julio, es probable que la balanza de pagos se revierta un poco y que ya el flujo no sea tan positivo. Eso para nosotros va a ser muy crítico para para entender hacia dónde va a gravitar el peso en cuanto al tipo de cambio de de equilibrio“, advirtió Resuche.
Llamativamente Moody’s respaldó la decisión de no comprar reservas si el tipo de cambio no toca la banda inferior. “Esas intervenciones le restarían credibilidad al esquema de flotación”, afirmó el analista principal de la consultora.
El presidente del Banco Central, Santiago Bausilli.
En otro guiño al gobierno, Moody’s aseguró que los dólares para pagar a los bonistas en julio están disponibles. Se trata de un vencimiento con bonistas privados por USD 4.500 millones, que ahora el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, prometió honrar, rechazando las versiones de una reestructuración no compulsiva. Sin embargo, lo concreto es que según Reusche, el retorno de la Argentina al mercado de capitales no ocurrirá hasta el próximo año.
Quiza lo más destacable sea la imagen de la muleta a la que apeló el analista de Moody’s. “Se está creando un puente en el corto plazo con este financiamiento de organismos multilaterales. Se le está dando una muleta, por así decirlo, a la Argentina hasta que las reformas estructurales y todo el proceso de ajuste muestre resultados para que la Argentina ya pueda valerse por sí misma en los mercados internacionales y en otros métodos de financiamiento en el largo plazo”, concluyó Reusche.
Se le está dando una muleta, por así decirlo, a la Argentina hasta que las reformas estructurales y todo el proceso de ajuste muestre resultados para que la Argentina ya pueda valerse por sí misma en los mercados internacionales.
“La economía argentina está renga. No camina por sí sola. El rescate del FMI vino para evitar el default, pero no resuelve ninguno de los problemas que nos trajeron hasta acá. La mayoría de los economistas alertan sobre la continuidad del atraso cambiario y la irresponsabilidad de no acumular reservas. El esquema se sostiene sobre apoyos muy frágiles”, consideró a LPO el ex funcionario de Economía.
Los restos de estos animales fueron descubiertos en Alemania durante trabajos de construcción para un proyecto inmobiliario. El hallazgo plantea nuevas interrogantes sobre cómo era la relación entre los romanos y sus caballos.
Un equipo de arqueólogos alemanes ha descubierto un cementerio con más de cien esqueletos de caballos de la época romana, probablemente el sepulcro más grande de estos animales del sur de Alemania, informan desde DW.
La Oficina Estatal de Conservación de Monumentos de Baden-Wurtemberg, en Stuttgart, detalló que los restos de estos animales fueron encontrados durante los trabajos de construcción de un nuevo proyecto inmobiliario en el distrito de Bad Cannstatt.
Podría haber más hallazgos de este tipo
En la década de 1920, ya se habían descubierto restos de caballos en la zona. Las autoridades dijeron desconocer el tamaño exacto del cementerio de caballos de Stuttgart, por lo que podría haber más hallazgos de este tipo.
Los caballos muertos se enterraban a unos 400 metros del fuerte de caballería y a una distancia de 200 metros del asentamiento civil.
«Los cadáveres solían arrastrarse individualmente hasta fosas poco profundas, donde se enterraban tumbados de lado con las patas estiradas o dobladas», explica en un comunicado Sarah Roth, arqueóloga responsable.
Importancia de los animales para los romanos
En la primera mitad del siglo II a.C., este lugar era uno de los emplazamientos más importantes del ejército romano, según los expertos.
«La unidad ecuestre estacionada aquí contaba probablemente con una manada de más de 700 animales. Si un animal moría, era enterrado a cierta distancia del fuerte y del asentamiento, en una zona especialmente seleccionada», afirma el comunicado de la autoridad regional.
Vínculo entre un caballo y su dueño
También se encontraron dos jarras y una pequeña lámpara de aceite en el lugar donde estaba enterrado un caballo.
«Aquí vemos un vínculo especialmente estrecho entre el propietario y su caballo. Incluso después de unos 1.800 años, el dolor por la muerte de este único animal sigue siendo evidente», declara Roth.
Según las autoridades, el descubrimiento podría también aportar nuevos datos sobre el uso de los caballos en el ejército romano.
«Las investigaciones arqueozoológicas proporcionarán información sobre el sexo, la edad en el momento de la muerte y el tamaño de los caballos, así como sobre su uso como montura, las posibles enfermedades y la causa de la muerte», concluye el informe.
La primera vez que robó tenía 12 años. Esa noche su mamá tenía solo un paquete de fideos y dos huevos. Desde los 9, U. juntaba latas de cerveza para llevar plata a su casa. Su mamá siempre se las había rebuscado sola, con sus tres hijos, en la villa 21-24. Esa noche que U. robó por primera vez, ella se hizo un té con un saquito que le dio una vecina y le dejó la comida a los chicos. La escena se repitió muchas veces, los robos también. U. quería tener sus cosas, unas zapatillas, unos botines. Sabía que no se los podía pedir a su mamá. Hoy, a los 19, está en un centro de privación total de la libertad en CABA. Cumple una sentencia de 12 años.
El sistema penal juvenil en Argentina se rige por la ley 22.278, decretada por el gobierno militar de 1980. Cuando se sancionó, retrotrajo la edad de punibilidad a la del código penal de 1921: 14 años. En 1954 la edad había sido elevada a 16 en el marco de una política integral dirigida a la protección de la infancia. Aunque se modificó parcialmente en 1983 y la edad se estableció nuevamente en 16 años, el cuerpo de la normativa sigue vigente. Su noción de minoridad está vinculada a la ley de Patronato de Menores de 1919, que consideraba a Niños, Niñas y Adolescentes (NNyA) como un objeto a tutelar por el Estado. Esta concepción se abandonó en 1994, cuando Argentina incorporó la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño a la Constitución Nacional, pero recién a partir del 2006, con la sanción de la ley de Protección Integral, se reconoce a los y las NNyA como sujetxs de derecho.
Los últimos días de junio la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y el ministro de Justicia Cúneo Libarona presentaron en el Congreso un un anteproyecto de ley para bajar la edad de punibilidad a 13 años. La propuesta contempla penas de hasta 20 años de prisión y faculta a los y las jueces/zas intervinientes a investigar y someter incluso a los y las no punibles menores de 13 años a “internación” con fines de “readaptación social”, en aquellos casos que consideren que existe riesgo de comisión de nuevos delitos o que el niño/a es peligroso/a para sí o para terceros.
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“Este proyecto vuelve a los tiempos de la dictadura”, asegura Claudia Cesaroni, abogada, magíster en criminología e integrante del Centro de Estudios en Política Criminal y DDHH (CEPOC), y de la Red Argentina No Baja. Y aclara: “Desde las organizaciones insistimos mucho con la edad de punibilidad. No se está hablando de la edad a partir de la cual se puede imputar un hecho delictivo a un niño, niña o adolescente, ni a qué edad distinguen el bien y el mal”. La abogada considera que lo que está en discusión es a partir de qué edad se los y las puede someter a proceso penal. Actualmente la política criminal, social y de infancia decide que hasta los 16 años ninguna persona debe pasar por el sistema penal. Con ellos/as debe intervenir el sistema de promoción y protección de derechos de los y las NNyA. Aún así, hay menores de 16 que están privados/as de libertad. Cesaroni explica que los argumentos en favor de la baja “pseudo garantistas” son los más peligrosos porque se esgrimen desde un discurso de protección de derechos: “Sostienen que si los/as metemos en el sistema penal juvenil van a tener derechos y garantías procesales cuando los derechos de NNyA deberían estar garantizados como política de Estado”.
Argentina tiene una edad de punibilidad alta comparada con otros países de la región. En Brasil y Panamá es de 12 años, en Uruguay 13, y las reformas de sus sistemas penales se llevaron adelante en la década de los 90, bajo gobiernos neoliberales. Sin embargo, la ley vigente en nuestro país, todavía vinculada al paradigma tutelar, tiene artículos que van en contra del paraguas de normas de DDHH de los/as NNyA ratificado por Argentina, no solo la Convención sobre los Derechos del Niño, sino también las directrices de Naciones Unidas, o la Convención Americana de DDHH.
Gloria Bonatto fue la última directora de la Dirección Nacional para Adolescentes Infractores a la Ley Penal (DINAI), la última porque el organismo fue desarticulado por la actual gestión. Lxs adolescentes entre 16 y 18 años, explica, no son juzgados/as por el mismo sistema que las personas adultas: “Hay dos momentos: primero se declara si el/la chico/a es culpable o inocente. Si es culpable se dicta una sentencia de declaración de responsabilidad penal donde el/la juez/a aplica un año de tratamiento tutelar, lo que hoy se llaman medidas socioeducativas”. Pasado ese año se evalúa el tratamiento, recién allí se determina si se aplica una pena o se lo/la absuelve. Las penas privativas de la libertad son el último recurso. Y, de aplicarse, debe hacerse por el mínimo tiempo que proceda y en una institución especializada.
U. ingresó al Centro de Atención y Derivación (CAD) ex Inchausti de CABA a los 13 años. Entró y salió varias veces. Se acomoda los anteojos y cuenta que es donde llevan a los/las menores de edad que no pueden estar en comisarías comunes. El CAD Ex “Inchausti”, que depende de la Dirección General de Responsabilidad Penal Juvenil (DGRPJ), tiene un área de no punibles donde solo pueden permanecer detenidos por el tiempo mínimo indispensable (entre 4 y 5 horas). Luego de ese lapso, intervienen las Defensorías de Niños, niñas y adolescentes que deben privilegiar el derecho a volver al núcleo familiar y la protección de derechos de los/las NNyA.
El ex “Inchausti” también tiene un área de mayores de 16 años, que pueden estar detenidos/as entre 12 y 48 hs. Un operador socioeducativo cuenta que “los/as jueces/zas a veces tardan mucho en determinar qué hacer con los/as pibes/as” y recuerda casos donde los/as chicos/as permanecieron semanas y hasta un mes en el CAD.
Al salir del CAD, la Justicia puede ordenar medidas penales en territorio, como programas de acompañamiento vigentes en la jurisdicción, distintas formas de arraigo con una persona adulta responsable, medidas socioeducativas de escolarización, reparativas del daño comunitario, de incorporación laboral -entre otras-, o incluso la prisión domiciliaria. También existe la posibilidad de la restricción de libertad (en residencias de semi privación) y de privación total de libertad (Centros Socioeducativos de Régimen Cerrado). “El margen de decisión del juez/a es muy amplio. En mi caso limito las amplias prerrogativas que me da la ley 22.278 con el cuerpo de normas de derechos de NNyA”, dice Gladys Krasuk, jueza de responsabilidad penal juvenil del juzgado 1 de Quilmes.
En CABA hay 3 centros de privación total de la libertad. Al San Martín le dicen “La Pañalera”, porque van los y las más chicos/as, de 16 años. Al Rocca/Agote van los varones de 17. Al cumplir los 18 pasan al Manuel Belgrano. Luego depende del tribunal de menores o del juzgado que lleve la causa si permanecen para cumplir sentencia allí o si son derivados a Marcos Paz, que es el único penal que tiene un pabellón de jóvenes-adultos.
Hace dos años que U. está en el Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado Manuel Belgrano. La sentencia de 12 años dictada por el tribunal se redujo a 6 por haber cometido el delito a los 17 años. Aún le restan 4 años de privación de libertad. Las sentencias de los/las NNyA se revisan periódicamente.
U. quiere terminar el colegio. Está en el segundo ciclo del CENS y en un año tendrá su título secundario. Cursa de 8 a 11 de la mañana, después charla y mira televisión con sus compañeros. Almuerzan y cenan juntos, a la tarde hace un taller de pizzería y luego deporte en el patio. Cuando salga quiere estudiar abogacía o arquitectura, todavía no se decide: “Hay que ver si eso me da frutos, y sino bueno, a trabajar en la basura con mi familia, tengo varios parientes que están en la basura” dice. Sabe que se está discutiendo un proyecto de ley de baja de edad de punibilidad: “No estoy a favor, no me parece, acá en el contexto en el que estoy. Si hubiese igualdad no pasaría esto. No todos tienen las mismas oportunidades de ir a un colegio, de estar acompañado, de vestirse bien, de comer bien. He conocido un montón de chicos que quisieron hacer las cosas bien y no pudieron”.
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La primera vez que T. vio a un médico en su vida fue en la revisación obligatoria para el ingreso en el Centro de régimen cerrado Rocca/Agote, a los 17 años. Antes vivía con su mamá, sus abuelos y su hermano en la villa 31 de Retiro. Cuando el defensor público que le asignaron le hablaba, T. no lo entendía. Le preguntaba a los chicos que estaban hacía tiempo “y sabían lo del juicio abreviado, lo del juicio oral, y así más o menos fui comprendiendo”.
Bonatto explica que el juicio abreviado -que implica el reconocimiento de los hechos por parte del/la imputado/a y un acuerdo sobre el hecho, la calificación legal y la pena sin una instancia de juicio oral- se creó para descomprimir el trabajo del Poder Judicial. Sin embargo, la cantidad de casos no amerita este tipo de procesos. Dice que deberían estar prohibidos para los/as adolescentes: “Los/as pibes/as ni se enteran qué pasó, el defensor les dice firmá acá”. El proceso, además de ser educativo, debería imponer medidas posibles de cumplir: “A uno de mis defendidos, hace muchos años, le impusieron como regla de conducta que tenía que conseguir trabajo. Yo fui con la tapa de Clarín de ese momento que tenía un título escandaloso de los niveles de desempleo en Argentina”.
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En 2014, Diego Iván Borja murió quemado en el Rocca/Agote. Tenía 17 años y había prendido fuego un colchón mientras estaba sancionado dentro de una celda de aislamiento. En 2023 el instituto acumuló 17 denuncias de maltrato y abuso (golpes y quemaduras de cigarrillos) por parte del cuerpo de vigilancia.
A. llegó al Rocca/Agote luego de entrar y salir cinco veces del CAD ex Inchausti. Y siguió en el Belgrano, donde hoy es compañero de U. Tiene un tatuaje con el nombre de su mamá en el brazo y una condena por robo a mano armada: “Tenía 14 y quería tener mis cosas. Yo me juntaba con personas que hacían esto y veía que ellos se podían comprar sus zapatillas, su ropa, su mochila para ir a la escuela, yo no hice esto para ayudar a mi mamá sino para no tener que estar pidiéndole, lo hice para vestirme bien, para sentirme bien”.
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Un 81.1% de las aprehensiones de NNyA en 2023 fue por presuntos delitos contra la propiedad. Según los últimos datos disponibles del Ministerio de Justicia de la Nación, en 2022 se dictaron 134sentencias a menores.Las estadísticas de la edad que tenían lxs condenados/as al momento de cometer el delito muestran que los/las menores de 18 años representan un 0.6%.
El último relevamiento nacional de SENAF-UNICEF, en junio de 2023, muestra una reducción progresiva en los tres dispositivos diseñados para la población penal juvenil: medidas en territorio, centros cerrados e institutos de semi privación de libertad. Esta población representaba, al momento del informe, menos del 0,1% del total de adolescentes de 14 a 17 años del país.
Aunque las mujeres tienden a delinquir dentro de bandas y sin armas, los tipos de delito y la edad promedio no varían sustancialmente por género. Como la categorización de “jóvenes” se construye a partir de una perspectiva adultocéntrica, masculina y universal, en el imaginario penal juvenil las adolescentes casi no aparecen. El 94,8% de los/las NNyA en el sistema penal son varones y el 5,2% mujeres. El abogado y escritor Julian Axat sostiene que “la proporción mucho más alta de los varones es también un mecanismo de construcción y mantenimiento del estereotipo del cliente habitual del sistema penal juvenil patriarcal: varón, joven morocho de las periferias, mal vestido y mal hablado”.
La ausencia o el vacío de normas y regulaciones específicas sobre las niñas contribuye a la invisibilización de los problemas de este grupo especialmente vulnerable. La psicóloga Aluminé Rodriguez Lima sostiene que es necesario abordar las especificidades desde la criminología feminista. Las prácticas judiciales con perspectiva de género deben contemplar la creación de lugares de alojamiento específicos para niñas y adolescentes mujeres y problematizar las formas de violencia sobre la población femenina en los territorios, donde la detención suele ser un resultado posterior al hostigamiento en cadenas violentas de circulación machista, extorsiones y acosos.
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Melany Cueto tiene 29 años. Su mamá, policía de la bonaerense, quedó en coma luego de un enfrentamiento cuando ella tenía 10 y no volvió a su casa. Melany estaba sola. Los vecinos llamaron a la policía que la vino a buscar y la llevó a un hospital: “Como si estuviera enferma, me dejaron 15 días, porque yo no tenía a nadie que me cuide”, cuenta. Del hospital también la retiró la policía, esposada y descalza. La llevaron a lo que cree que era una comisaría, no lo supo con certeza. Sí recuerda que pasó dos días sobre una cama de cemento sin colchón, que le dieron de comer una sola vez y no la dejaban ir al baño, se hacía pis encima. Melany no había cometido ningún delito, pero no tenía quien la cuide. Un juez determinó que la trasladaran al instituto de privación de libertad Stella Maris de La Plata.
La policía la llevó otra vez esposada. “Te mandaban a bañar a las 5 de la mañana, si el agua estaba fría estaba fría, te daban la pasta dental medida, desayunábamos un mate cocido y un pedazo de pan era horrible estar ahí, algunas de las chicas se cortaban los brazos, otras se querían ahorcar”, cuenta ella.
Estuvo un año y medio. A los 12 se fue a vivir con su papá, al que no conocía. Nueve meses más tarde se escapó y fue a buscar a su mamá, que estaba en una clínica psiquiátrica por las secuelas del coma. Ella no la reconoció. “Mi vida dió un vuelco”, cuenta. Empezó a delinquir con La Banda de la Frazada, chicos/as de entre 8 y 18 años que estaban en situación de calle. Estuvo varias veces en comisarías: “Nos cagaban a palos, nos dejaban 5 días cagados a trompadas, nos mataban de hambre, los vigis nos meaban”.
A los 16 años ingresó en una de las casas de abrigo de La Plata, una institución que implementa programas para garantizar la protección de derechos de la niñez y adolescencia. Ahí empezó a cocinar para vender como parte de un programa Envión de promoción de derechos. Fue su primer trabajo. “Nos dieron oportunidades. Ese lugar fue mi familia”, cuenta Melany. Hoy es encargada de un pabellón en la Unidad de Alojamiento de Internos en Tránsito Melchor Romero del Servicio Penitenciario Bonaerense.
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“Los/las menores de 16 años no tienen penas, lo que no significa que no haya intervención violenta del Estado”, dice Krasuk. Si un/una chico/a se encuentra “falto de asistencia, en peligro material o moral, o presenta problemas de conducta, según la definición del artículo 1 de la ley vigente 22.278, el juez o la jueza puede determinar que, si tiene familia vaya a la casa y si no la tiene, vaya a un instituto”, explica la magistrada e insiste en que tenemos un sistema penal de acto, no de autor: a la persona se la tiene que juzgar por lo hizo, no por la familia de donde viene.
En Argentina cada jurisdicción tiene, además, sus propias normas procesales. Muchos códigos provinciales continúan dándole un tratamiento a los y las NNyA equiparable al de personas adultas pero reduciendo la pena a los parámetros de la tentativa. Hay regiones donde no hay jueces/zas ni procesos especializados.
“La ley hay que cambiarla, pero cuando se la discute solo se piensa en bajar la edad”, sostiene Krasuk. El delito, dice, es un detonante que no debe guiar las decisiones sobre los/as no punibles. En cambio, según la jueza, hay que evaluar la situación de peligro en la que se puso a ese/a chico/a para definir la mejor estrategia de promoción y protección de derechos.
Argentina fue condenada internacionalmente varias veces por la vigencia de la ley 22.278. Cuando se habla de reformarla se discute la baja de edad, que no atiende al principio de no regresividad de los DDHH, y no los aspectos que colisionan con los principios básicos internacionales que el país se comprometió a respetar. El tratamiento de NNyA debe ser un proceso educativo, dice Bonatto: “Adecuar la ley actual a los estándares internacionales de derechos de NNyA implica voluntad política y dinero, por eso no se hace. Bajar la edad es una respuesta fácil para una población que, en número de casos, es insignificante”.
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A. tiene 18 años. Está esperando su juicio hace 8 meses en el Manuel Belgrano. En septiembre, cuando llegue, va a haber pasado unas 7.920 horas esperando. Mientras tanto se levanta a las 7.30 de la mañana y va a la escuela que está dentro del centro, después hace un taller de confección de cuadernos de la cooperativa que funciona dentro del Belgrano. Esa experiencia de trabajo autogestiva fue creada en conjunto por los chicos y los trabajadores de la Dirección General de Responsabilidad Juvenil y del programa de intensificación y Diversificación Curricular (InDiCu) del Ministerio de Educación de CABA. El objetivo es generar una experiencia real de inclusión sociolaboral en la que los chicos realicen producciones que tengan un valor económico para ellos mismos. “Esos cuadernos los vendemos, una parte queda en la cooperativa para comprar más recursos para seguir produciendo y la parte que gano se la doy a mi familia” cuenta A.
A partir de esa experiencia se impulsó la instalación artística proyecto Cisne en la que los chicos construyeron colectivamente un cisne gigante con origami, que luego se exhibió dentro de la Ex ESMA, y un espacio radial que ellos mismos llamaron “La Revancha Radio”.
A. usó la plata de su primer robo para comprar pintura para la casa donde vivía con su mamá y sus tres hermanas, él es el mayor. Después siguió saliendo “a apretar”: “el problema fue la calle”, dice. Hoy está imputado por intento de homicidio. No fue en una situación de robo, pero no quiere contar más. La primera vez que se sentó con un psicólogo y con un trabajador social, fue en el Centro Manuel Belgrano.
Aunque no sabe cuánto falta, sueña despierto con la barbería que le gustaría tener cuando salga.
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L. se presenta y dice “primero que nada, buenas tardes”. Se despedirá con un “muchas gracias por escuchar”. Habla despacio, como si estuviera cansado. Tiene 20 y está privado de su libertad hace más de tres años en el Belgrano. Antes estuvo en el CAD ex Inchausti y en el San Martín.
Piensa que va a ser un poco raro cuando salga por primera vez porque está privado de su libertad hace muchos años: “Era un pibito y conocí a un grupo, y bueno, nos fuimos en un auto y pasó lo que pasó. Yo veía a los pibes que se compraban zapatillas, que se compraban estupefacientes, drogas, y bueno, yo era chico y no quería depender de nadie, ahí arrancó. Vivía con mis abuelos y mi hermanito en el barrio Cildañez, me fui a vivir con ellos porque mi mamá cuando yo era chico se drogaba y no me podía cuidar. La situación de mis abuelos era mala, apenas alcanzaba, yo no les podía pedir nada. Mi abuela estaba preocupada entonces me llevó y me anotó en la escuela secundaria, fui dos, tres meses, pero después caí”.
“Bajar la edad no va a ayudar a los pibes, lo único que va a hacer es que este lugar se llene y los pibes van a empeorar en vez de mejorar” dice P., compañero de L. Dejó de hablar con sus amigxs “de afuera” porque le da vergüenza. Cree que lxs chicxs necesitan más contención en sus familias y de la escuela, él no hablaba con nadie, cuenta: “Ningún adulto se me acercaba, no conocí a nadie del gobierno tampoco que quiera ayudar”.
P. es migrante paraguayo, nunca fue a un hospital porque nadie lo podía acompañar y tenía miedo de perderse en una ciudad que no conocía. Dice que hubiera “estado piola” tener un psicólogo antes, cree que su historia sería diferente. Pide que “se fijen en los pibes”, que miren lo que está pasando ahora con los comedores que no están recibiendo mercadería: “Hay pibes que no comen y lo que ves es que se cagan en todo”.
El papa Francisco no se llama en realidad Francisco. Se llama Jorge Mario Bergoglio. Francisco es el nombre que se puso justo después de su nombramiento como papa, siguiendo una tradición onomástica que se generalizó en la Iglesia durante el siglo XI, tras el pontificado de Sergio IV: desde entonces, ningún papa se llama como se llama; se llama como elige llamarse.
Bergoglio es el primer papa que ha elegido llamarse Francisco. Francisco es, por supuesto, Francisco de Asís, el joven de buena familia que renunció a un porvenir espléndido de amoríos, poesía y milicia para consagrarse a Dios, el asceta que convivía con los pobres y los enfermos y llamaba hermanos y hermanas a los animales, al fuego y a las plantas, el precursor del ecologismo, «il poverello», como lo llamaron sus contemporáneos, la encarnación del «ideal de una Iglesia misionera y pobre, la Iglesia que predicaron Jesús y sus discípulos», por decirlo como el propio Bergoglio, «el mínimo y dulce Francisco de Asís», como lo llamó Rubén Darío, el hombre «colosal y asombroso», como lo llamó G. K. Chesterton, el hombre «que ya escribió el poema», como lo llamó Jorge Luis Borges, el loco de Dios, como eligió llamarse a sí mismo. Ponerse un nombre no es solo ponerse un nombre: es mandar un mensaje. Bergoglio eligió el nombre de Francisco, el loco de Dios. El papa Bergoglio es el loco de Dios.
Ponerse un nombre no es solo ponerse un nombre: es mandar un mensaje. Bergoglio eligió el nombre de Francisco de Asís, el loco de Dios. El papa Bergoglio es el loco de Dios.
¿Quién es el loco de Dios? ¿Quién es el papa Francisco?
Conocemos los hitos esenciales de su biografía. He aquí unos pocos.
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Buenos Aires, en el seno de una familia católica de clase media-baja procedente del Piamonte, Italia. Era el mayor de cinco hermanos; los otros cuatro se llamaban Óscar, Marta, Alberto y María Elena: esta última vive todavía. El idioma de su casa era el español, pero sus abuelos le legaron el italiano, que siempre ha hablado con acento porteño. Fue un niño común y corriente, religioso y aplicado; también fue un adolescente ordinario, amigo de salir con sus amigos. Era un buen bailarín de tango. Tuvo varias novias. El 21 de septiembre de 1953, mientras bajaba por la avenida Rivadavia para reunirse con una de ellas y varios amigos, entró en la basílica de San José, se arrodilló ante un confesionario y se confesó. Bergoglio no recuerda de qué lo hizo, o prefiere no recordarlo; sí recuerda, en cambio, que su confesor fue un sacerdote de la ciudad de Corrientes llamado Carlos Duarte Ibarra, que vivía en el Hogar Sacerdotal, que de vez en cuando decía misa en la basílica y que murió al año siguiente, de una leucemia. Cuando terminó de confesarse, Bergoglio renunció a la cita y volvió a su casa.
Aquel día tomó la decisión de ser cura, aunque durante un año no se la comunicó ni a su familia ni a sus amigos. Por esa época cursaba estudios de química, trabajaba en un laboratorio llamado Hickethier-Bachmann y de noche se ganaba un sobresueldo como portero en bares de tango. En 1955 se diplomó en química. En 1956 ingresó en el seminario de Villa Devoto, donde se formaban los curas de la diócesis de Buenos Aires y donde lo apodaban el Gringo, por sus rasgos de yanqui y su estatura anglosajona. En 1957 hubo que extirparle un pedazo del pulmón derecho para salvarlo de una pleuresía que lo puso al borde de la muerte, una intervención quirúrgica que le dejó como secuela una voz un poco afónica y una ocasional falta de resuello (y que más tarde le impediría realizar su vocación de misionero). En 1958 solicitó el ingreso en la Compañía de Jesús. El 13 de noviembre de 1969, días antes de cumplir treinta y tres años, fue ordenado sacerdote.
Cuatro años más tarde lo nombraron provincial de los jesuitas argentinos y uruguayos, cargo que ejerció hasta 1979. Para entonces hacía ya tiempo que el ejército había abolido la democracia argentina e impuesto un régimen militar. De esa época datan acusaciones con fundamento contra la Iglesia católica de connivencia con la dictadura; desde esa época persigue a Bergoglio la denuncia sin fundamento de haber facilitado o propiciado o tolerado el secuestro y tortura de dos jesuitas, Orlando Yorio y Franz Jalics, a quienes los militares relacionaban con la guerrilla montonera; es un hecho, sin embargo, que no supo proteger a sus dos compañeros, o que los desprotegió, y que siempre se ha sentido responsable de ese yerro. (También es un hecho que en aquellos años Bergoglio dio refugio y ayudó a escapar de su país a algunas personas perseguidas por la dictadura). Entre 1980 y 1986 desempeñó el cargo de rector del Colegio Máximo de San Miguel, el centro de formación de jesuitas más prestigioso de Latinoamérica, desde donde seguía desplegando su influencia en el gobierno de la provincia.
En 1990, tras un período de desencuentros con sus superiores, que lo acusaban de socavar su autoridad, conspirar contra ellos y dividir a la congregación, fue alejado de Buenos Aires y condenado al ostracismo en una residencia para jesuitas en Córdoba, donde pasó dos años de expiación.
En 1990, tras un período de desencuentros con sus superiores, que lo acusaban de socavar su autoridad, conspirar contra ellos y dividir a la congregación, fue alejado de Buenos Aires y condenado al ostracismo en una residencia para jesuitas en Córdoba, donde pasó dos años de expiación. De esa oscuridad lo rescató monseñor Quarracino, arzobispo de Buenos Aires, que en 1992 lo nombró obispo auxiliar de su diócesis y relanzó su carrera eclesiástica: en 1997 era arzobispo; en 2001, cardenal. En marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI al papado, víctima de su fragilidad física y su impotencia para reformar un Vaticano acorralado por la corrupción y los escándalos, Bergoglio fue elegido papa (momento en el cual se reconcilió con sus correligionarios jesuitas, de los que llevaba más de veinte años distanciado). Un papa que parece satisfacer todas las exigencias del argentino prototípico: adora el tango y es adicto al mate, al fútbol y al San Lorenzo de Almagro, el club más humilde de Buenos Aires; todas o casi todas: el 14 de marzo de 2013, al día siguiente de que Bergoglio apareciera en el balcón de la basílica de San Pedro anunciando que sus hermanos cardenales habían incurrido en la extravagancia de designar a un papa llegado del fin del mundo, un diario gratuito colombiano tituló a toda página: «Argentino, pero modesto».
Un titular imbatible. ¿Es también veraz? ¿Es Bergoglio un argentino modesto? ¿Cabe el papa en ese oxímoron genial?
Igual que cualquier persona mínimamente compleja, Bergoglio es un hombre poliédrico, huidizo, múltiple. «Hay tanta diferencia entre nosotros y nosotros mismos como entre nosotros y los demás», escribió Montaigne. La identidad individual es un concepto problemático (no digamos la colectiva, que es una fantasía); no somos uno: somos multitud. Bergoglio no constituye una excepción a esta norma: carece de sentido afirmar que el Bergoglio infantil que pegaba patadas a un balón en la calle Membrillar, donde nació, es exactamente el mismo que el cardenal que, a principios de siglo, tomaba cada semana el autobús para acercarse a las villas miseria que circundan Buenos Aires; o que el adolescente que devoraba publicaciones comunistas y leía con fruición a Leónidas Barletta, olvidado y olvidable escritor argentino de izquierdas, es idéntico al anciano de setenta y seis años que el 18 de enero de 2015 celebró en Manila una misa a la que, según el cómputo de las autoridades filipinas, asistieron seis millones y medio de fieles. El retrato que trazan de él los jesuitas argentinos de los años setenta y ochenta no es halagador: según ellos, Bergoglio era un hombre dotado de una gran vocación de poder, una notable inteligencia política y un proyecto para la Compañía de Jesús, pero también un tipo personalista, duro, soberbio, autoritario, divisivo, sinuoso, manipulador e intimidante (más de un novicio de la época asegura que inspiraba miedo). Veinte años después, sin embargo, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, los testimonios coinciden en presentarlo de una forma casi opuesta: para entonces era un cincuentón introvertido, melancólico y un poco atormentado, pero sobre todo un religioso que se desvivía por atender a los pobres. El papado le deparó una nueva metamorfosis: quienes lo conocieron antes y después de 2013 aseguran que, lejos de abrumarle, aquella responsabilidad máxima lo volvió un anciano cálido, exultante y en paz consigo mismo, igual que si la silla de san Pedro hubiese supuesto para él un revulsivo benéfico.
Igual que cualquier persona mínimamente compleja, Bergoglio es un hombre poliédrico, huidizo, múltiple. La identidad individual es un concepto problemático; no somos uno: somos multitud. Bergoglio no constituye una excepción a esta norma
Todos estos personajes son el mismo Bergoglio, pero todos son distintos. ¿Hay cosas en común a todos ellos? Muy pocas, probablemente. Un temperamento robusto y pragmático, apenas inclinado a la especulación abstracta y reacio a las ideologías. Una prudencia que le invita a esquivar la confrontación, aunque, si la considera necesaria, ni se calla ni la rehúye, lo que le ha granjeado numerosas enemistades, sobre todo en la propia Iglesia, sobre todo en su propia congregación. Sus enemigos lo consideran astuto, rasgo de carácter que sus amigos alaban; también lo consideran (o lo consideraban) arrogante, intransigente y despótico, rasgos que sus amigos niegan o identifican con su carisma y su capacidad de liderazgo: dos cualidades que ni sus detractores más fieros le escatiman. Repulsión por el boato, por los privilegios y por lo que denomina «la mundanidad espiritual […], infinitamente más desastrosa que cualquier otra mundanidad». Una discreción que puede derivar en hermetismo: entre los jesuitas se le conocía como «la Gioconda», por la expresión impenetrable de su rostro. Una tendencia individualista que en determinados momentos chocó contra la disciplina eclesiástica. Una pericia demostrada en el tú a tú, en la relación personal. Dotes organizativas. Capacidad de concentración y de trabajo. Pasión por la lectura y gusto por la escritura (aunque nunca se ha considerado un teólogo ni un erudito). Afición a la ópera, que solía escuchar de niño los sábados por la tarde, con su madre y sus hermanos. Sobriedad, disciplina: desde tiempo inmemorial, Bergoglio se levanta poco después de las cuatro de la mañana para rezar; se acuesta sobre las diez de la noche; duerme a diario una siesta de cuarenta y cinco minutos. Religiosidad de hierro. De hecho, este último parece el rasgo más permanente de ese hombre tornasolado y escurridizo. ¿Lo es? ¿Es la fe en Dios y la creencia en la resurrección de la carne y la vida eterna la única cosa que iguala a todos los Bergoglios de Bergoglio?
(…)
8.
Es verdad: soy un ateo redomado, un impío pertinaz, no creo en Dios ni en la resurrección de la carne ni en la vida eterna, pero ¿significa eso que no soy católico? ¿Puede no ser católico un tipo nacido en un país rocosamente católico, engendrado en una familia rocosamente católica y educado en un colegio rocosamente católico?
Sus enemigos lo consideran astuto, rasgo de carácter que sus amigos alaban; también lo consideran arrogante, intransigente y despótico, rasgos que sus amigos niegan o identifican con su carisma y su capacidad de liderazgo: dos cualidades que ni sus detractores más fieros le escatiman.
«No podemos no llamarnos cristianos», escribió Benedetto Croce. Italiano y ateo, Croce juzgaba que el cristianismo había obrado la mayor revolución de la Historia: una metamorfosis radical que tuvo lugar «en el centro del alma, en la conciencia moral» de los seres humanos y dotó al mundo de «una virtud nueva, de una nueva cualidad espiritual que hasta entonces le había faltado a la humanidad». Definir esa revolución requiere un rodeo.
Día: 13 de marzo de 2013. Hora: siete y cinco de la tarde. Lugar: Capilla Sixtina. Noventa y cinco cardenales de los ciento quince reunidos en cónclave acaban de emitir su voto en favor de Jorge Mario Bergoglio, y el cardenal Giovanni Batista Re se acerca a él para preguntarle si acepta su nombramiento como papa; Bergoglio responde que sí, y las primeras palabras que pronuncia a continuación, en su latín impecable, son las siguientes: «Aunque soy un gran pecador».
¿Un gran pecador, el papa?
Soy un ateo redomado, un impío pertinaz, no creo en Dios ni en la resurrección de la carne ni en la vida eterna, pero ¿significa eso que no soy católico?
Siempre me llamó la atención que Jesucristo escogiera como fundador de su Iglesia al más débil de sus discípulos, al menos virtuoso, a aquel que renegó de él tres veces consecutivas y en el momento supremo lo traicionó. Al papa Francisco también le habrá llamado la atención este hecho; hasta donde alcanzo, sin embargo, solo lo ha comentado una vez en público. Fue en una homilía pronunciada el 2 de junio de 2017, en la Casa Santa Marta, una residencia para religiosos de paso por el Vaticano donde se aloja desde que fue elegido papa y donde dijo misa a diario para un público reducido de fieles, a las siete en punto de la mañana, hasta principios del año 2020, cuando la pandemia del coronavirus trastocó el mundo. El comentario del papa se me antoja insatisfactorio, al menos tal y como lo recoge el volumen décimo de las Homilías de la mañana, una serie de tomos donde se reúnen aquellos discursos. «Jesús escogió al más pecador de los apóstoles», recordó en aquella ocasión Francisco, glosando el diálogo entre Jesús y Pedro según el relato evangélico de san Juan propuesto para la liturgia del día. «Los otros escaparon, pero Pedro renegó de Él: “No lo conozco”, dijo de Cristo. Jesús escoge al más pecador de sus discípulos. El más pecador fue escogido para dirigir al Pueblo de Dios. Eso te hace pensar». ¿Qué es lo que te hace pensar? Respuesta del papa: «No se trata de dirigir con la cabeza alzada como hacen los dominadores; no, sino de dirigir con humildad, con amor, como hizo Jesús». Y también: «No apacientes con la cabeza hacia arriba, como el gran dominador; no: apacentar con humildad, con amor, como hizo Jesús. Ésta es la misión que Jesús encomienda a Pedro. Sí, con los pecados, con las equivocaciones». Estas palabras son valiosas como llamada a la sencillez de los prelados que le escuchaban aquel día y como insistencia en el retorno al franciscanismo que Francisco predicó desde el primer instante de su papado; pero no resuelven el problema: ¿por qué eligió Jesús al discípulo menos íntegro, al más desleal, al más pusilánime? ¿Por qué no escogió por ejemplo a Juan, su discípulo preferido, que no renegó de él, que permaneció al pie de la cruz hasta el fin, junto a su madre, María de Cleofás y María Magdalena?
Mi respuesta: porque la Iglesia no está hecha para los fuertes, sino para los débiles; porque Dios es el nombre que damos a nuestra debilidad, y solo un hombre débil, un pecador inveterado como Pedro, podía convertirse en su representante legítimo en la Tierra. Si esta respuesta es válida, el 13 de marzo de 2013, a las siete y cinco de la tarde, en la Capilla Sixtina, tal vez Bergoglio se dejó traicionar por la solemnidad del momento y confundió un adverbio adversativo con una conjunción consecutiva: no hubiera debido decir que aceptaba el cargo de papa «aunque soy un gran pecador»; hubiera debido aceptarlo «porque soy un gran pecador». O mejor aún: «precisamente porque soy un gran pecador».
Yo creí comprender que la Iglesia está hecha para los débiles cuando todavía era un adolescente. Entonces, justo después de perder la fe leyendo a Miguel de Unamuno, rematé la faena leyendo a Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell, dos de los críticos más lúcidos del cristianismo. No es refutable con facilidad el principal argumento de Nietzsche contra la doctrina cristiana: si, como ésta postula, la vida verdadera es la vida eterna y nuestra vida terrenal es solo un tránsito, un pasaje obligado para acceder a la otra —además del valle de lágrimas de los Salmos y el Salve Regina—, el cristianismo entraña un descrédito de la vida terrenal: una vida que, comparada con la ultraterrenal, no es que no sea valiosa o no merezca la pena vivirse, sino que simplemente pertenece a una categoría inferior, accesoria o subalterna. Por eso escribe Nietzsche, en Ecce Homo, que el cristianismo representa «la negación de la voluntad de vida hecha religión», o, en El ocaso de los ídolos, que hay en Dios «una declaración de guerra a la vida, a la Naturaleza, a la voluntad de vida» y que la concepción cristiana de Dios «es una de las más corruptas alcanzadas sobre la Tierra»; por eso añade en El Anticristo que, como el cristianismo «se ha erigido en defensor de todos los débiles, bajos y malogrados», esa religión transforma en ideal el «repudio de los instintos de conservación de la vida pletórica» y considera «al hombre pletórico como hombre típicamente reprobable, como “réprobo”». Una vez que abandoné la fe cristiana, yo soñaba con transformarme en uno de esos hombres fuertes de Nietzsche, réprobos y reprobables, uno de esos insumisos que no se resignan a su propia debilidad ni aceptan servidumbre ni mentira alguna —empezando por la mentira de la religión—, uno de esos superhombres veraces y aspirantes a la autonomía individual que copian el gesto soberbio del ángel caído y su grito rebelde de guerra («¡Non serviam!»), uno de esos espíritus libres poseídos, como se lee en La voluntad de poder, «por la voluntad incondicional de decir no allí donde el no es peligroso».
El cardenal Giovanni Batista Re se acerca a él para preguntarle si acepta su nombramiento como papa; Bergoglio responde que sí, y las primeras palabras que pronuncia a continuación, en su latín impecable, son las siguientes: «Aunque soy un gran pecador». ¿Un gran pecador, el papa?
No conseguí nada de eso, por supuesto: lo intenté, pero no lo conseguí. Lo que sí imaginé en cambio es que, si en vez de tener discípulos tan débiles como Pedro, Jesús hubiera tenido discípulos fuertes —si simplemente todos sus discípulos hubieran sido tan leales como Juan o tan veraces como los espíritus libres de Nietzsche—, si todos hubieran permanecido a su lado y lo hubieran protegido de sus enemigos, tal vez no habría muerto en la cruz y el cristianismo no habría existido y seguiríamos venerando a los fuertes dioses de Roma, a quienes Cristo mató en diferido con su muerte en la cruz. ¿Cómo sería nuestro mundo ahora, sin Cristo, o más bien sin Cristo en la cruz y sin cristianismo? ¿Sería un mundo mejor que el nuestro?
Nietzsche respondería que sí, por supuesto, y también Bertrand Russell. Hacia 1930, el filósofo inglés tal vez pecó de optimismo cuando escribió que los seres humanos poseemos conocimientos suficientes para asegurar la dicha universal y que «el principal obstáculo para su utilización a tal fin es la enseñanza de la religión». Pero incluso un detractor tan acerbo del cristianismo como Russell le reconocía sin querer una virtud (aunque la interpretaba como un vicio): el hecho de que la doctrina de Cristo proclama la dignidad fundamental de los seres humanos. «Si el cristianismo es verdadero, la humanidad no está compuesta por lamentables gusanos, como parece», escribe el pensador. «El hombre interesa al Creador del universo, que se molesta en complacerse cuando el hombre se porta bien y en disgustarse cuando se porta mal. Eso es un gran halago». La ironía (o el sarcasmo) delata un malentendido: Russell confundía la vanidad con el amor propio; este error —y su justa inquina contra el cristianismo de su época— le impidió identificar la aportación esencial del cristianismo a Occidente: en un momento en que la esclavitud dominaba el mundo, la insurrección conceptual de Cristo consistió en postular que todos los seres humanos merecían respeto y afecto, y que, por mucho que a algunos se les tratase como a gusanos, ninguno de ellos lo era.
La Iglesia no está hecha para los fuertes, sino para los débiles; porque Dios es el nombre que damos a nuestra debilidad, y solo un hombre débil, un pecador inveterado como Pedro, podía convertirse en su representante legítimo en la Tierra
Ésa es la gran mutación de la que hablaba Croce. Ése es el cambio irreversible del que todos somos herederos y que permite sostener con razón que, aunque no creamos en el Dios del cristianismo, «no podemos no llamarnos cristianos»: ni los humanistas, ni los ilustrados, ni los liberales, ni por supuesto los marxistas (ni siquiera Nietzsche y Russell). El propio Nietzsche admitiría este hecho y por eso él, que tan implacable fue con el cristianismo, no lo fue tanto con Cristo, o no siempre: incluso en El Anticristo enalteció su figura. «Este portador de la buena nueva», escribe, «murió como había vivido y predicado: no “para redimir a los pobres”, sino para enseñar cómo hay que vivir. La práctica es el legado que dejó a la humanidad: su conducta ante los jueces, ante los soldados, ante los acusadores y ante toda clase de difamación y escarnio. Su conducta es la cruz. No se resiste, no defiende su derecho. Y ruega, sufre y ama a la par de los que le hacen mal, en los que le hacen mal… No resistir, no odiar, no responsabilizar… No resistir tampoco al malo — amarlo…».
Para el Anticristo, la revolución del cristianismo consiste en el ejemplo de Cristo.
Podés leer las primeras páginas de El loco de Dios en el fin del mundoacá.
Con un perfil más bajo que el de hace unos meses, su equipo eliminado el fin de semana pasado del torneo local y en zona de descenso tras la derrota del sábado ante Instituto, el presidente de Talleres, Andrés Fassi, bajó de manera notable su cotización en el esquema libertario que buscaba seducirlo hace menos de un año para que integrara la lista de las Legislativas 2025.
Noticia con la que muchos en el arco político cordobés se frotan las manos. En el peronismo, porque observan que no hizo falta mandar ningún tipo de mensaje para acotar el poder de Fassi al ámbito de la dirigencia deportiva; y en la oposición al PJ, aunque ninguno lo admita cierto es que tanto para Luis Juez como para Rodrigo de Loredo también es una buena noticia. Más allá de la paradoja de que ambos sean hinchas de Talleres.
Hasta hace meses, Fassi llenaba todos los casilleros del formulario: sonaba para un cargo ejecutivo en el 2027 -se habló de la intendencia cordobesa- y también estaba en borradores libertarios que lo tenían liderando una boleta y relegando a De Loredo a un tercer escalón. Lo que probablemente aseguraba un triunfo del armado, pero también habilitaba el nacimiento de un nuevo competidor en el esquema opositor.
De a poco, en los últimos meses el panorama para Fassi cambió de manera notoria. Los Milei se acercaron más al presidente de AFA, ‘Chiqui’ Tapia, el enemigo público del cordobés y allí apareció un síntoma de debilitamiento para impulsar una alianza entre los libertarios y el pope de ‘la T’. “La foto de Karina con ‘Chiqui’ en Paraguay lo liquidó”, dijo a LPO una persona que lo conoce.
En tanto, otra fuente admitió que la derrota del sábado frente a Instituto, equipo que preside un hombre de Tapia como Juan Manuel Cavagliatto, lo enfureció. “Él no quería perder contra Instituto porque sabía que era una derrota frente a AFA y al peronismo”, dicen que fue la advertencia en la cena del viernes y el peor de los males para Fassi se consumó.
De hecho, a oídos del propio Llaryora llegó la versión de la necesidad de ganar si o sí que tenía Fassi para mandar un mensaje al PJ y a la entidad que preside ‘Chiqui’ Tapia.
Los resultados deportivos, el enojo de los hinchas por la conformación del equipo para este año y la salida de dos técnicos, con la particularidad de que esta semana se debió nombrar a un técnico interino para reemplazar a otro interino hicieron ruido. Y obligaron a una reconfiguración de planes de los cuales se conocerán los detalles en algunas semanas, cuando Fassi concrete una reforma del estatuto del club que le permitirá ir por un mandato más, una ‘re-re’ hasta ahora inhabilitada en el Mundo Talleres y para un presidente que ostenta ese cargo en el club desde finales del 2014.
“La política no es un lenguaje con el que se iba a sentir cómodo, Andrés es muy verticalista. Él tiene respaldo institucional o imposta eso para la foto, pero no es un tipo de diálogo y democrático”, dijo a LPO una persona que conoce la interna del club de Barrio Jardín.
En algún momento del año, y previo a la obtención del título en Paraguay frente a River, hubo algunos sectores del radicalismo que trataron de acercarse a la entidad pensando en que Fassi con el título bajo el brazo podía dar un paso al costado. Sin embargo, después de esa copa vino todo lo peor y Fassi puso en marcha la reconfiguración del estatuto.
Los que conocen la interna del club admitieron que ya está prácticamente cerrada la modificación del estatuto y que Fassi busca un acercamiento a filiales previo a la convocatoria de la asamblea extraordinaria que le habilite un mandato más. Con una modificación clave: períodos por cinco años.
Esto es vital para consolidar la alianza que firmó en el arranque de este 2025 con Holcim, la cementera con la que espera llevar adelante la construcción del estadio, demanda vital entre los socios, que quedó solapada luego por el reclamo deportivo.
“Fassi se tiene que quedar en Talleres porque sabe que el compromiso de Holcim es con él al frente, de lo contrario se complica. Por eso estuvo buscando capitales para el proyecto en el exterior”, dijo una persona que conoce detalles de la política del club.
Otras voces con terminales en Buenos Aires tienen otra versión del vínculo entre el club y la empresa cementera: “eso está sujeto con Talleres en Copa Libertadores, si no clasifica a Sudamericana está complicado”.
En la tarde del sábado los celulares de dirigentes de Instituto explotaron. No sólo del ámbito del fútbol de todo el país, donde para más de uno Fassi es “el mexicano que desafió a Tapia al decirle que no era campeón del mundo, que el título era de los jugadores” sino también de la política. El coqueteo en esa arena, donde hasta para algunos incluyó en la indumentaria del club el inédito color violeta, trajo un vuelto.