CALAVERA NO CHILLA
La jaula de huesos que rodea el corazón no palpita, tampoco lo sabe, ni lo pretende
El hueso del dedo meñique no conoce de augurios, sortilegios, o murmullos indescifrables
¿Cuántos huesos esparcidos en el magma incandescente de todos los olvidos que se olvidan de sí mismos?
Aparece un fémur partido y una clávicula dislocada, se acompañan en el dolor pero no gritan, sólo la voz de la impaciencia se revela ante los silencios de la indiferencia y la ausencia desmedida
Tenía que llegar la razón para entorpecer el adecuado ordenamiento de los huesos del cráneo, ¿no?
¡Mentira! Dijeron desde un coro lejano hecho de calcio y vitamina D Dios
Coro que elevó a la calavera al estatus de simple muerte
Muerte que persiste más allá del irrefrenable deseo de las carnes o la voracidad de las entrañas
No se trata de la encorvada y quejumbrosa osteoporosis, ni del poder emblemático del esternón
¡No!
¡No!
Los huesos sostienen, agrupan, establecen, acompañan los fluires, protegen, amoldan lo sutíl y lo vulnerable, afirman, y permiten los íntimos devenires del aquí y del allá
Entonces
Luego de ello
Regresa la pelvis de un largo viaje
En donde el alojar va creando hogares en donde la calidez del habitar-nos brinda guarida ante lo disruptivo y apabullante de cualquier imprevista inclemencia
Y
Es justo ahí en donde la pelvis se abre a la continuación de la vida, de las vértebras y los porvenires…