Alto guiso
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Alto guiso

 

La Argentina transita con irracionalidad la añoranza del bienestar y la resignación a la pérdida y la renuncia ilimitadas.

Por Jorgelina Áster para Noticias La Insuperable

Habrá quienes todavía recuerden los quince pesos que en 2011 un hincha de Lanús afirmaba que le eran suficientes para preparar un “alto guiso”. La cifra actualizada con datos del Indec nos daría la suma aproximada de seis mil para este año, aunque la realidad de almacén o supermercado se rían de estadísticas e índices.

A pesar de estar atravesados por la inopia, veríamos con asombro la fortuna que le costaría a una familia tipo alimentarse a puro guiso al considerar el ingreso medio del país. La IA, con benevolencia, ofertas y terceras marcas, calcula poco más de nueve mil pesitos para cuatro porciones de un guiso enano. Un jubileta solitario podría recalentarlo, si aún tuviese gas, y oblar cerca de dos dólares por porción.

La magia del ajuste, el sinceramiento dolarizado de tarifas, el reacomodamiento de los precios relativos, el repliegue del Estado, las virtudes de los monopolios que antaño no sabíamos apreciar, el innegociable déficit cero y la mar en coche de las libertades libertarias de licuadora y motosierra nos han devuelto a las piadosas costumbres de agradecer a las fuerzas del cielo los alimentos y besar el pan aunque las panaderías estén en vías de extinción.

Vuelto en contra

La retórica libérrima, a voz e improperio al cuello, nos ha librado, por otra parte, del vicio del lugar común: si alguien dijera, por ejemplo, la trillada frase “no llegamos a fin de mes”, confiado en la contundencia que supo tener esta figura, comprobaría de inmediato que un viejo aliado de la retórica de entrecasa se ha vuelto en contra.

Enalteciendo la literalidad, con procaz soberbia, los corifeos del libre mercado esgrimirían que a fin de mes llegan todos aunque ya en los últimos días del periodo en cuestión no se entreguen al derroche al que los había acostumbrado el populismo que pregonaba la envidia propia de la justicia social.

Y tras cartón caería una lluvia de cifras improvisadas, indicadores improcedentes e infamias porcentuales en el marco de una procacidad de alta frecuencia que, hasta ayer nomás, hubiera hecho ruborizar a un camionero.

Pero en un contexto en el que cualquier funcionario puede agitar, sin rubor, el fantasma del comunismo sin considerar que vive en el siglo XXI, que el lugar común tradicional sea tergiversado para convertirlo en boomerang contra el que lo usó no debería sorprender en absoluto.

Hasta el lugar común, ya desvalorizado en el terreno de la retórica, entonces, ha perdido su valor práctico. Igual que el bienestar, el salario y los derechos, ingresa a la lista de pérdidas que empobrecen al sector más numeroso de la sociedad argentina. Todo un símbolo de lo que representa el pozo sin fondo de la renuncia ligada a la irracionalidad programática.

No faltará el comedido que, con la mejor de las intenciones, dijera que esta pérdida traerá más beneficios en favor de la oratoria de entre casa que heridas al entendimiento. A la irracionalidad organizada hay que combatirla con un aliado de calidad, es decir: un lenguaje tan enriquecido como original, rematará el cándido bienintencionado.

Pero para quienes miren con la lente del símbolo o desde la perspectiva del despojo, perder hasta lo que nadie hubiese osado considerar oneroso es casi lo mismo que, en amplísimo sentido, encontrarse a las puertas del  reino de la miseria espantosa.

Del guiso enano al besapán

Que el alto guiso se haya convertido en delicia gourmet y que mentar la ventaja alimentaria que representa vivir en el país que podría nutrir sin esfuerzo a cientos de millones de personas haya perdido fuerza argumental explican el irrefrenable impulso que hoy nos tienta a besar el pan, algo que solo se evocaba para ilustrar penurias de guerra o desesperantes tiempos de posguerra.

Mientras quienes se presume progresistas aceptan el imperio del economicismo delirante pero intentan encontrar razones que expliquen por qué llegamos a caer en la trampa de los extremistas reaccionarios, se impone el olvido de las estaciones del camino que nos trajo hasta acá. Cualquiera diría que nunca antes se le entregaron las llaves del reino a derechas rancias.

Hasta el cercano oropel del cambio parecería no haber existido. Nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. Se impone tácitamente que desde fines de 2015 a fines de 2019 tuvimos un republicanismo impoluto solo empañado por las desventuras que nos contagió la lira turca y que el menos que mediocre albertofernandismo hubiera tenido la exclusiva de hacer saltar la liebre que nos condujo a la celada.

Cuando todo lo que no es derechismo recalcitrante es populismo y jamás se habla de populismo ni extremismos de ultra derecha, la miseria pasa a ser consecuencia natural. Se lamenta vivir en un país agobiado por la deuda pero no se osa señalar a quienes la tomaron ni a los que le sacaron el jugo que hoy nos condena al guiso reseco, enjuto y enano.


 
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