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EFECTO ETIQUETADO FRONTAL: REFORMULANDO

Marcas que se reconvierten para evitar los sellos negros. Danone, Nesquik, Bimbo y La Serenísima son algunas que modificaron el contenido de ciertos productos para así no tener el octógono. Crece el cumplimiento en góndolas.

Una barrita de cereal, un alfajor de arroz, un pote de queso untable “light” nunca fueron garantía, pero desde que en las góndolas comenzaron a verse los sellos de la Ley de Etiquetado Frontal se cayeron muchos velos nutricionales.

Los octógonos negros marcan exceso de grasas, azúcares, sodio, calorías o edulcorantes según los estándares internacionales. Incluso el organismo de control, el Instituto Nacional de Alimentos (INAL), puso en línea una calculadora de uso público donde cualquier persona puede cargar los valores nutricionales de un producto y saber si le corresponde o no un sello.

A las grandes empresas se les venció el plazo (y prórroga) para cumplir con la ley, pero hay otro lado menos conocido: los productos que fueron rediseñados, adaptando su composición para evitar el sello negro.

Con el debate, la sanción y posterior puesta en funcionamiento de la norma, el sector empresarial salió a cruzarla, con este tipo de planteos: “hay una discusión a nivel internacional al respecto, por ejemplo, un producto que aquí puede llevar tres o cuatro sellos, en Francia con el uso del sistema Nutri Score, que evalúa los alimentos no solamente por el exceso de nutrientes sino por el valor nutricional en su conjunto, tendría una A que es el estándar más saludable”.

No obstante, el cumplimiento va creciendo, los sellos se perciben en los comercios y fuentes oficiales evalúan como positiva la recepción de la norma entre las grandes cadenas. Entre las empresas que rediseñaron las fórmulas de sus productos están Bimbo, Nesquik y Kellogg’s que usaban como parte de su marca a dibujos de animales. Es que la ley prohíbe que un producto con sellos dirija su publicidad al sector infantil «atrayéndolos» con personajes.

La Serenísima, por ejemplo, pasó de criticar la ley –diciendo frases como «que contenga sellos no significa que el producto no sea saludable»–, a reconvertir algunos de ellos, como el Serenito. Hoy se ufana y en su envase tiene un octógono verde con la leyenda «100% libre de sellos».  

Bimbo modificó la composición de sus panes para poder interpelar el consumo de niños y adolescentes; también hubo una reformulación en productos que no son de consumo masivo como las comidas instantáneas, que bajaron el volumen de sodio.

Otra es Danone. En charla con Tiempo, fuentes de la empresa expresaron que “en este contexto tan estricto, la compañía tomó una decisión muy valiente, estudiamos cómo hacer –ya que es un desafío considerando el gusto del consumidor– y se ha logrado reformular muchos productos que hoy están sin sellos en la góndola y para toda la familia”. 

Entre los productos cuya fórmula Danone modificó se cuentan yogures, quesos untables, postres para niñes, Actimel, Activia, chocolotadas e incluso las leches vegetales, que en su fórmulación original hubiesen llevado tres sellos.

“Es un proceso que lleva mucho tiempo, mucha inversión, muchos testeos con consumidores porque tiene que ser algo rico también. Valoramos como positivo que la meta sea mejorar la alimentación de la gente por eso hacemos lo posible dentro de nuestras posibilidades técnicas y sensoriales para mejorar esos productos”, añadieron.

“Muchas empresas han aprovechado el período de prórroga para modificar la fórmula de sus productos para no tener los octógonos y hacer los testeos (con consumidores). Sabemos que algunos productos no se pueden reformular como un alfajor de chocolate y dulce de leche, va a tener los octógonos; pero hay algunos yogures, panes, galletas o lácteos que sí se están este reformulando”, cuenta a Tiempo Sandra Tirado, secretaria de Acceso a la Salud.

Durante la prórroga las empresas podían seguir produciendo sin sellos porque tenían que cambiar todo el bobinado de donde salen los paquetes impresos, tenían que traerlos del exterior, también llevaba tiempo cambiar el diseño de para que los octógonos fueran visibles y del tamaño determinado en la ley”, acota.

Los equipos técnicos del Instituto Nacional de Alimentos y de la Dirección de Enfermedades No Transmisibles son los encargados del seguimiento y control. En caso de advertir algún incumplimiento, inician un sumario. “La verdad es que no está sucediendo, estamos en constante diálogo con la industria y pesar de todo lo que generó la ley la gran mayoría está cumpliendo”, dice Tirado.

Consultada por cómo se realizó el control del stock que produjo cada empresa durante la prórroga de productos sin sello que aún se ven en las góndolas enfatiza: “se hicieron controles sobre todo antes de que se termine el plazo final para ver cuánto tenían de stock final. Estas empresas producen mucho, no hay forma de que lo hagan sin sello porque todo el bobinaje nuevo ya lo tienen puesto, hacer dos les sería muy caro”.

El INAL y la Defensa del Consumidor también capacitan a grandes cadenas de supermercados para la correcta implementación de la ley. Y queda saber cómo reacciona la gente: “tenemos previsto hacer encuestas e investigaciones para medir el impacto, ver si el octógono se interpreta, si cambió o no la conducta del consumidor”, concluye.

Fuente, TiempoAr
Por: Gabriela Figueroa

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    Para decirlo de un modo simplificado: si las democracias no les pueden subir los impuestos a los billonarios para financiar al Estado y no pueden regular los daños que provoca el proceso productivo sobre el mundo de la vida de los trabajadores, efectivamente el contrato democrático se debilita y el espacio público parece hundirse en discusiones farsescas sobre la solución de los problemas económicos a través de las deportaciones masivas o la reducción de los servicios sociales de las personas con discapacidad. 

    En la Argentina a esta problemática general se le agrega la necesidad de reducir los escandalosos niveles de informalidad económica, las demandas para volver más razonables y eficaces las políticas del Estado de bienestar y la urgencia de poder contar con una política monetaria realmente profesionalizada. Pero encauzar esta discusión, la experiencia reciente así lo demuestra, no es nada fácil. Para regular democráticamente al sistema económico global se requiere, al mismo tiempo, participación ciudadana en temas poco atractivos como la política tributaria o la política comercial, coordinación internacional en un momento de desconfianza geopolítica y un compromiso por parte de los dirigentes con reformas que no siempre responden a sus intereses políticos de corto plazo. Para poner sólo un ejemplo entre muchos: los impuestos a las compañías globales (el intento que comienza a regir lentamente de imponer un 15 por ciento sobre sus ganancias) o a los super-billonarios (la idea de un tributo que logre recaudar el 3 por ciento sobre su patrimonio) avanzan mucho más lentos que el malestar social que genera la desigualdad y la precarización.    

    Esta es la encrucijada en la que se encuentran los ciudadanos y los dirigentes políticos de las democracias contemporáneas. Ya no pueden seguir jugando –sin consecuencias catastróficas– el juego de la política habitual, pero tampoco disponen de las herramientas institucionales para resolver los problemas del sistema económico que están a la vista de todos. 

    En un escenario relativamente parecido a este, en la política del siglo XX apareció una gran disyuntiva: recurrir a un líder extraordinario que sea capaz de proveer con su decisión inescrutable aquello de lo que la realidad objetiva carece o abocarse a la experimentación de la construcción democrática de nuevas instituciones. En la escena política contemporánea vemos que, un siglo después, algunos de nuestros dilemas políticos vuelven a ser muy similares a los de las grandes crisis del siglo XX. 

    La entrada Un límite a la brutalidad se publicó primero en Revista Anfibia.

     

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