Pasaron con previsible apatía cívica unas elecciones consideradas clave por motivos ajenos al interés legislativo porteño.
Por Jorgelina Áster para Noticias la Insuperable ·
La Ciudad de Buenos Aires registró una bajísima concurrencia de votantes a la elección legislativa. Era previsible. En esencia, se trataba de un acto comicial de poca monta institucional con una trascendencia psicológico-política de alto impacto.
La imagen del podio era la que ansiaba un presidente fanático de las fotos: Adorni en la cumbre, Santoro mirándolo desde abajo y Lospennato hundida sin remedio, dejando comatoso al PRO. Todos los porcentajes, por ínfimos que fuesen, servían si le daban el primer puesto al vocero para exaltar el bilardismo libertario del que se ufana Milei.
La yapa más querida también llegó a la bolsa libertaria: la cachetada resonante a Macri y el comienzo de la redacción del certificado de defunción del PRO.
Los expertos en humillaciones, odio y crueldad no se limitan a divertirse con las tribulaciones de las clases medias o la agonía de jubilados y menesterosos, también quieren ver a Mauricio, exponente máximo de la oligarquía cocoliche, mendigando protagonismo en un largo calvario.
La diatriba a los K, kirchos o como les toque en suerte ser apodados, parece no motivar demasiado la saña libertaria: da la sensación de ser más un reflejo condicionado por la costumbre que una inquina real. O una buena excusa cuando alguna papa económica quema. Pero para el ingeniero traicionado, ninguneado, usado y desechado no hay piedad ni ahorro de tormentos. Hasta se rumora que las milanesas que le convidaron la última vez eran de tortuguita rechaza en el canil.
Como señala Silvina Belén, el relato del extremismo imperante deja atrás la narrativa precursora de las nuevas derechas que explotaban la otrora efectiva impostura de autodefinirse como democráticas, racionales y modernas. Sirvió para allanar el camino hacia el masoquismo de sufragio pero nada más. Llegó el tiempo del escarnio sin fin para los precursores que no acepten ser segundones genuflexos.
Las distintas restauraciones conservadoras que sufrió la Argentina registran variantes exitosas en distintos periodos. Engaño, cinismo e inclemencia nunca faltaron. Endeudamiento, especulación financiera, fuga de divisas, primarización de la economía y empobrecimiento del grueso de sus almas han sido constantes históricas.
Otra vuelta de tuerca a tales costumbres no debería sorprender a esta altura aunque, claro, podría aterrorizar a los no evangelizados en libertarismo procaz. Ver a un restaurador pasar las estaciones del calvario hacia el cadalso es novedad innegable. O quizá no. Tal vez haya miga olvidada entre los traumas para alguna analogía. Sea como fuere, la suerte de Mauricio mata ínfulas y cacareos. El espectáculo, además, es en algún punto más persuasivo para las disidencias que gas pimienta en ojo de anciano.
La ciudad, pobre en electores entusiastas pero aún rica en recursos, tendrá sus horas de protagonismo. Veinte años de hegemonía PRO, al fin y al cabo, si nos ponemos tangueros, no son nada. Y mucho menos en el eterno retorno argento. El espejismo de un tiempo nuevo siempre encandila. Lo que aparenta tragedia, seduce el morbo. El relato caótico que hoy nos atraviesa tendrá su vértigo porteño pero, evocando a Gelman, es seguro que habrá más penas y olvido.