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Continúan las actividades turísticas en Regina

Esta semana continuaron las distintas actividades propuestas desde la Dirección de Turismo de la Municipalidad de Villa Regina en el marco del programa ‘Sentite Turista’.

El miércoles se llevó a cabo una excursión especialmente organizada para un grupo de reginenses a fin de conocer uno de los emprendimientos de Turismo Rural: Chacra Arana. Fue la oportunidad de recorrer las actividades que se desarrollan en la chacra, como la producción de lúpulo, cría de ovejas, el sector cervecero y hostel.

Por otro lado, el viernes de la semana pasada se disfrutó de una caminata interpretativa del sector de Barda Sur cruzando el río en la balsa. El recorrido guiado estuvo acompañado por una especialista en geología quien dio detalles sobre las características de formación geológica del valle así como las diferencias paisajísticas entre la Barda Sur y la Barda Norte.

La Dirección de Turismo invita a vecinos y visitantes a acercarse a la oficina ubicada en Florencio Sánchez 817 o comunicarse al 2984 904350 a fin de conocer las próximas actividades que se llevarán a cabo durante la temporada estival, siempre bajo los protocolos establecidos.

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    El enigma de Marat: el cuadro que esconde un crimen, un mito y un mensaje eterno

     

    A simple vista, «La muerte de Marat» parece apenas la escena congelada de un asesinato. Pero cuanto más se la observa, más se abre un pasadizo inquietante: dobleces, símbolos y silencios que Jacques-Louis David sembró como un rompecabezas para detectives del arte. Y en cada pista, una verdad más profunda sobre la Revolución Francesa… y sobre él mismo.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    El lienzo que respira suspenso

    Hay obras que miramos. Y hay obras que nos devuelven la mirada. En esa segunda categoría vive «La muerte de Marat» (1793), el cuadro más perturbador y célebre de Jacques-Louis David. Una pintura que —como recordaría Baudelarie al ver su helado dramatismo— parece contener un alma suspendida.

    El revolucionario Jean-Paul Marat, acuchillado en su bañera por Charlotte Corday, yace quieto, casi sereno. Un cuerpo enmarcado por un vacío monumental, donde parece no haber nada… pero donde ocurre todo.

    Porque detrás de esa calma engañosa, David escondió un sistema completo de duplicaciones: dos plumas, dos cartas, dos mujeres fantasma, dos firmas, dos fechas.
    Un mundo doble, como si cada objeto llevara su sombra acusadora.


    Las dos manos: entre la vida y la muerte

    La primera pista está donde menos lo esperamos: las manos.

    La derecha, la de escribir, cuelga inerte como la del Cristo de Caravaggio o la figura devastada de la Piedad de Miguel Ángel.
    La izquierda, rígida por la muerte, aprieta una carta teñida de sangre.

    Una sostiene una vida que se escapa.
    La otra se aferra al engaño que lo mató.

    Entre ambas, David instala un péndulo: Marat no está vivo ni muerto… está en tránsito.


    Las dos plumas: ¿el arma verdadera?

    David no coloca una pluma. Coloca dos.
    Una en la mano de Marat, aún húmeda de tinta.
    Otra, en la caja que funciona como escritorio improvisado.

    La segunda apunta directamente al pecho herido del periodista.
    David deja flotando otra pregunta:
    ¿Lo mató Corday o lo mataron sus palabras?
    En plena Revolución, la pluma podía cortar más hondo que un cuchillo.


    Las dos cartas: dos voces, dos fantasmas

    Las cartas abren el núcleo dramático del cuadro.

    En la que sostiene Marat, David reproduce la manipulación de Corday:
    “Basta con que yo sea muy infeliz para tener derecho a tu amabilidad.”

    Bajo esa misiva traicionera, la nota que el propio Marat escribía antes de morir: una promesa de ayuda a una mujer pobre, primera aparición del papel moneda revolucionario en la pintura occidental.

    Dos cartas, dos mujeres:
    Corday, la asesina.
    La viuda desamparada que Marat buscaba socorrer.

    Dos fuerzas femeninas en disputa, como en las antiguas alegorías del vicio y la virtud. Pero ahora, con la República como tablero.


    Dos firmas: el artista también se vuelve sospechoso

    Todo cuadro termina con una firma, pero David deja dos.

    Una es la de Corday, reconstruida por él mismo al copiar su carta.
    La otra es la suya, tallada como si fuera piedra:
    “A Marat, David.”

    No firma el cuadro.
    Firma la escena del crimen.

    Como Caravaggio, que escribió su nombre en la sangre de San Juan Bautista, David se inserta en el asesinato —no para confesarlo, sino para declararse heredero político de Marat.


    Dos fechas: el tiempo desgarrado

    Debajo de la firma aparece la última duplicación:
    Qué año es, ¿1793 o “el Año Dos” de la Revolución?

    David superpone ambos tiempos y borra parcialmente el calendario cristiano.
    El tiempo viejo se disuelve.
    El tiempo revolucionario empuja desde abajo.

    Como Botticelli en su «Natividad mística», David inscribe la hora de una revelación… pero aquí no hay ángeles ni apocalipsis: hay República.


    El gran truco: convertir un asesinato en mito

    La suma de duplicidades no confunde: construye.

    David transforma el baño humilde en un altar laico.
    El cuerpo enfermo, en un mártir.
    El crimen, en una liturgia revolucionaria.

    Y al mismo tiempo, se inmortaliza junto a él.
    Porque si Marat es el Cristo de la Revolución, David es su evangelista.


    El frío que queda en el aire

    Por eso “La muerte de Marat” sigue perturbando, más de dos siglos después.
    Porque no muestra solo a un hombre asesinado.
    Nos muestra cómo se fabrica un mito, cómo se manipula una escena, cómo un artista puede transformar un instante sangriento en un símbolo eterno.

    Baudelaire lo dijo con algo de espanto:
    “En el aire frío de esta habitación… un alma se cierne.”

    Y sigue ahí.
    Esperando que volvamos a mirar.

     

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    Altamura, el neandertal que derrumba un dogma: la nariz mejor conservada del registro fósil cambia lo que creíamos saber

     

    Un estudio internacional analizó por primera vez la cavidad nasal íntegra del célebre neandertal de Altamura, en el sur de Italia, y tiró abajo décadas de interpretaciones sobre la adaptación de esta especie al frío europeo. El hallazgo revela que no existían los rasgos internos “exclusivos” que muchos científicos atribuían a los neandertales, lo que obliga a revisar teorías clásicas sobre su anatomía y su evolución.

    Por Alcides Blanco para Noticias La Insuperable

    El cráneo del neandertal de Altamura fue descubierto en 1993 por espeleólogos que exploraban el sistema kárstico de Lamalunga, en el sur de Italia.
    Imagen: Saverio De Giglio/ROPI/picture alliance

    Un fósil atrapado durante 170.000 años que vuelve a hablar

    El neandertal de Altamura es una leyenda dentro de la paleoantropología. Descubierto en 1993 en el sistema kárstico de Lamalunga, su esqueleto —uno de los más completos que se conocen— quedó sellado por la calcita de la cueva durante más de 130.000 años. Ese encierro, que durante décadas impidió el estudio del fósil, terminó convirtiéndose en su mayor fortaleza: la conservación es tan extraordinaria que permitió un análisis sin precedentes de la cavidad nasal, esa región clave en la anatomía humana que casi nunca se preserva en el registro fósil.

    Recién en 2015 un equipo italiano logró extraer material genético mediante un brazo robotizado, confirmando que el individuo pertenecía a Homo neanderthalensis y que tenía entre 130.000 y 172.000 años, colocándolo entre los más antiguos representantes de su especie.


    La nariz mejor conservada del linaje humano

    El nuevo estudio, publicado en PNAS y liderado por Costantino Buzi (Universidad de Perugia / IPHES-CERCA), utilizó tecnología endoscópica de alta resolución para reconstruir en 3D la anatomía interna de la nariz de Altamura. Es, literalmente, la primera cavidad nasal completa jamás registrada en un fósil humano.

    Y los resultados son un golpe directo al corazón de un debate que lleva medio siglo.


    Adiós al mito de las “adaptaciones internas” del neandertal

    Durante décadas, buena parte de la literatura científica sostuvo que los neandertales poseían rasgos nasales internos exclusivos —las llamadas autapomorfías— como una proyección medial verticalizada o una inflamación ósea interna vinculada al clima frío. La ausencia de cavidades nasales preservadas permitía sostener estas hipótesis sin posibilidad de verificación directa.

    Ese vacío se terminó.

    El análisis del equipo internacional demostró que ninguno de esos rasgos existe en el fósil de Altamura. La cavidad nasal es robusta, sí, pero no presenta estructuras internas exclusivas de la especie. En otras palabras: las supuestas adaptaciones internas al frío eran interpretaciones construidas a partir de anatomía incompleta.


    Una cara robusta, sí; una nariz “especial”, no

    El rostro neandertal presenta el clásico prognatismo mediofacial, esa proyección hacia adelante que generó tantas especulaciones sobre su función. Pero el nuevo estudio señala que este rasgo no sería el resultado directo de necesidades respiratorias extremas.

    La evidencia apunta más bien a una combinación de factores evolutivos y restricciones morfológicas que moldearon una cara distinta a la nuestra, pero totalmente funcional para los climas fríos del Pleistoceno europeo.

    La paradoja histórica —un cuerpo adaptado al frío acompañado por una nariz grande, abierta y anatómicamente “extraña”— empieza a desarmarse: la bioenergética del neandertal demuestra que su nariz funcionaba perfectamente sin requerir rasgos internos especiales.

    Hombre de Altamura. Credito: Kennis & Kennis

    Una ventana al pasado profundo… y al futuro de la investigación

    La reconstrucción tridimensional completa de la cavidad nasal de Altamura abre una nueva etapa para la paleoantropología. Por primera vez se podrá modelar con precisión cómo respiraba un neandertal, cómo se calentaba el aire en su cráneo y cómo interactuaba esa anatomía con un cuerpo robusto, de tórax amplio y extremidades compactas.

    Todo gracias a un esqueleto que sigue atrapado en una cueva, pero que, gracias a la tecnología, está más vivo que nunca para la ciencia.


    Un tesoro que Italia esconde a 15 metros bajo tierra

    El hallazgo original de 1993 fue obra de espeleólogos que, en medio de estalactitas, estalagmitas y columnas de calcita, vieron algo insólito: un cráneo humano entero, incrustado en la roca, intacto como si el tiempo hubiera decidido conservarlo a propósito. Con el correr de los años se identificaron también huesos del mismo individuo, bautizado como “el hombre de Altamura”.

    Hoy, aquel cráneo —sellado por el carbonato cálcico y protegido por la geometría imposible de la cueva— se convierte en el único portal directo a la nariz de un neandertal. Y en una pieza que obliga a reescribir capítulos enteros de nuestra evolución.

     

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