Yo también tengo baches
Resulta incómodo sortear los baches de Villa Regina. Algunos están tapados a medias, otros ya son casi pozos, también hay esos que no se sabe bien qué son, como obtusas manchas irregulares y desgastadas, o retazos de sólidos recuerdos de un pasado que fue arrasado por ruedas desesperadas que apenas intentaban llegar a su destino.
Esto no es una queja, ni un manifiesto de cómo se debe reconstruir una calle, o incluso un manual del imperfecto arreglo de los baches.
Debo reconocer que parte de mí se ha desgastado, mi piel se ha erosionado y dañado como las calles de cualquier ciudad. Convivir con los propios baches, esos que inquietan y angustian, que marcan que algo debe reconstruirse, sí, será el desafío de aceptación de la propia vulnerabilidad.
Y si los baches que viven en mí son dolores, errores, malas decisiones o desviaciones inoportunas de una fragilidad siempre latente, entonces deberé ver como los arreglo para no caer en los mismos dolores, errores, malas decisiones o desviaciones inoportunas de una fragilidad siempre latente.