En el nuevo escenario político energético mundial el consumo de energía se expande en un 30% hacia 2040, lo que equivale a sumar una nueva India y China a la demanda energética mundial actual. La población mundial crece a más de 9.000 millones en 2040, a modo de ejemplo el proceso de urbanización agrega una ciudad del tamaño de Pekín a la población urbana mundial cada cuatro meses.
La forma en que el mundo satisface sus crecientes demandas de energía se modifica en comparación con los últimos 20 años el liderazgo lo toma el crecimiento de las energías renovables.
La comunidad internacional energética demandante busca el respaldo necesario en las energías renovables, ya que estas, van a capturar dos tercios de la inversión global en plantas de energía en 2040, siendo para muchos países la fuente energética de menor costo de nueva generación.
La energía fotovoltaica es la que ayudará a que la energía solar se convierta en la mayor fuente de energía de baja capacidad de carbono para 2040. Para este año la proporción de todas las energías limpias avanzará al 40% de la generación total dentro de un contexto en el que la demanda de energía crecerá un 30%.
En el escenario que plantean las nuevas políticas energéticas mundiales, las energías renovables son respaldadas en casi todo el mundo. En parte la transformación del sector energético corresponde a la concientización a favor de las energías limpias en millones de hogares, comunidades, instituciones públicas y privadas, y empresas que invierten directamente en energía renovables.
La generación de energía a partir de fuentes convencionales tiene un enorme impacto en el entorno.
La creciente demanda de consumo energético a nivel mundial se verá sostenida a futuro desde el uso de las nuevas energías que además de tener un menor costo económico colaboran con el cuidado del planeta.
Y esto está directamente ligado al crecimiento ya comprometido de las nuevas generaciones. Los niños son protagonistas fundamentales de este cambio real de conciencia y de acción, el destino del planeta está en las manos más pequeñas.
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Del peronismo montonero a La Libertad Avanza, la carrera política de Patricia Bullrich es una radiografía del oportunismo en estado puro. Mientras el PRO se desintegra y Milei la pone al frente del garrote estatal, el relato de la “exitosa gestión” se cae a pedazos.
En una investigación minuciosa y demoledora realizada por el periodista Javier “El Profe” Romero y su equipo, se repasa el sinuoso derrotero político de Patricia Bullrich, sus saltos partidarios, sus vínculos con agencias extranjeras y sus múltiples fracasos como funcionaria. Una figura clave del régimen neoliberal que siempre sobrevive, aún a costa de la democracia.
Patricia Bullrich no es una política común. Es, quizás, una de las personificaciones más nítidas del régimen que no se elige, ese que sobrevive a las urnas y se perpetúa por otros medios. Mientras algunos la celebran como la “dama de hierro argentina”, otros —con mayor lucidez histórica— la entienden como una operadora de intereses externos, alguien cuya lealtad nunca estuvo ni con los partidos ni con el pueblo, sino con el poder real.
La exposición realizada por Javier “El Profe” Romero no deja lugar a dudas: estamos ante una de las carreras políticas más incoherentes, funcionales y peligrosas de la Argentina reciente. Su recorrido revela más sobre el entramado profundo del poder que cualquier biografía oficial.
Bullrich comenzó su militancia en la Juventud Peronista de los años 70. Con una hermana pareja del montonero Rodolfo Galimberti —quien más tarde fue agente de la CIA y operador del tráfico de armas en América Latina—, Patricia no tardó en dar el salto desde la izquierda revolucionaria al peronismo ortodoxo de los 80, siempre muy cerca de Antonio Cafiero. En los 90, sin tapujos ni vergüenza, se subió al tren del menemismo, para después ser funcionaria de la Alianza que terminó en sangre y helicóptero.
Se podría pensar que un historial así le habría puesto un freno político. Nada de eso. Bullrich es una experta en la supervivencia camaleónica: después de fundar su propio partido, se alió con Elisa Carrió, luego con Pino Solanas, después con Ricardo López Murphy y finalmente con Mauricio Macri. En cada salto ideológico, Bullrich pareció no dejar ni rastro de sus convicciones anteriores. La única constante fue su capacidad para posicionarse en el centro del poder, incluso en los gobiernos más cuestionados.
Durante el gobierno de la Alianza fue una de las impulsoras del tristemente célebre recorte del 13% a jubilaciones y salarios públicos. Se la recuerda también por su brutal campaña contra los trabajadores organizados y su participación en el gabinete que terminó con una represión feroz en diciembre de 2001. En la Plaza de Mayo y en muchas provincias, el saldo fue trágico: muertos, heridos y una democracia en jaque.
Más tarde, en el gobierno de Cambiemos, volvería a escena como Ministra de Seguridad. Desde allí, Patricia Bullrich consolidó su imagen pública: la mano dura, el gatillo fácil, la criminalización de la protesta y un preocupante desprecio por los derechos humanos. Su “gestión exitosa” se basó, entre otras cosas, en reprimir manifestaciones sociales, justificar fusilamientos por la espalda —como el caso de Rafael Nahuel o Santiago Maldonado— y estrechar lazos con el aparato de seguridad de Israel.
Porque Bullrich no se sostiene sola. Su esposo, Guillermo Yanco, es representante de la Cámara de Comercio Argentino-Israelí, y mantiene relaciones directas con empresas proveedoras de armamento. La ministra nunca aclaró las compras millonarias realizadas durante su gestión ni los nexos con el complejo industrial-militar extranjero. Todo indica que su verdadero respaldo no proviene de las urnas ni de la legitimidad popular, sino de agencias de inteligencia y redes de lobby geopolítico.
¿Y ahora? Tras haber perdido las elecciones internas en Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich no tuvo reparos en sumarse al gobierno de Javier Milei. Como Ministra de Seguridad, repite su manual represivo, esta vez con la legitimación total de un régimen que se jacta de odiar al Estado pero lo usa para golpear, perseguir y censurar.
Ella misma lo dijo: “No nací con Macri”. Y tiene razón. Nació antes, mucho antes, y su ADN político siempre fue el del poder que no da explicaciones, que no necesita coherencia ideológica porque se sostiene con dólares, contactos y sangre.
Lo más escalofriante de su figura es que encarna una especie de “ministra eterna” de todos los gobiernos que buscan disciplinar, recortar y reprimir. Su retórica puede variar, pero su esencia es inmutable: la obediencia a intereses transnacionales, la sumisión al poder financiero y la disposición incondicional a usar la fuerza para garantizar el orden neoliberal.
En tiempos donde el PRO se deshace, donde Macri juega a ser titiritero desde las sombras y donde Milei promete “dinamitar todo”, Patricia Bullrich vuelve a escena como garante del garrote. Su rol es claro: asegurar que el ajuste pase sin resistencia, que el saqueo no encuentre murallas populares y que el Estado sea solo una fuerza bruta al servicio de los mercados.
Pero que nadie se equivoque. Su persistencia en la política no es mérito propio. Como bien sugiere “El Profe” Romero, detrás de Bullrich siempre hubo estructuras que la sostuvieron. Desde la JP a la CIA, desde Galimberti hasta Netanyahu, su nombre es apenas una fachada de un engranaje más profundo, más oscuro, más permanente.
Y mientras ella se presenta como “la que no nació con Macri”, lo cierto es que nunca perteneció a ningún proyecto colectivo genuino. Bullrich no tiene raíces políticas; tiene conexiones. No representa ideas; representa negocios.
Hoy, como ayer, los muertos los pone el pueblo. Ella, como siempre, pone la excusa.
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