Volodímir Zelenski confirmó que se reunirá con Donald Trump el domingo en Mar a Lago como parte de los esfuerzos para poner fin a la invasión rusa. Según Zelenski, podría tener lugar en los próximos días y «se pueden decidir muchas cosas antes de año nuevo».
«Ni un día que perder», escribió el presidente ucraniano en la plataforma X. – Acordado un encuentro al más alto nivel – con el presidente Trump en un futuro próximo. Se pueden decidir muchas cosas antes de Año Nuevo». Luego, confirmaron que será el domingo.
El periódico ‘Kiev Post‘ citó fuentes diplomáticas, según las cuales se espera que Zelenski viaje a Estados Unidos para mantener conversaciones el 28 de diciembre en Mar-a-Lago (Florida).
Zelenski dijo que él y su equipo hablaron con el enviado especial del presidente de EE.UU., Steven Whitkoff, y con el yerno del mandatario estadounidense, el empresario Jared Kushner. Según Zelenski, la conversación duró casi una hora, en la que se discutieron ideas sobre «formatos, reuniones y calendario».
El miércoles, el presidente ucraniano dio a conocer una nueva versión del plan estadounidense para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania, que Washington y Kiev llevan semanas discutiendo. Afirmó que Ucrania y EEUU habían llegado a un consenso sobre varias cuestiones clave para poner fin a la guerra de casi cuatro años con Rusia. El texto aboga por congelar la línea del frente, pero no ofrece una solución inmediata a la espinosa cuestión de los territorios ucranianos ocupados por Rusia.
Zelenski dijo que él y su equipo hablaron con el enviado especial del presidente de EE.UU., Steven Whitkoff, y con el yerno del mandatario estadounidense, el empresario Jared Kushner. Según Zelenski, la conversación duró casi una hora, en la que se discutieron ideas sobre «formatos, reuniones y calendario
A diferencia de la versión original de este documento redactada por los estadounidenses, el nuevo borrador del plan de paz no especifica dos de las principales exigencias de Moscú: la retirada de las tropas ucranianas del territorio de Donbás, incluso las que están bajo control de Kiev, y el compromiso jurídicamente vinculante de Ucrania de no ingresar en la OTAN. También sigue sin resolverse la cuestión de la gestión de la central nuclear de Zaporiyia, incautada por las tropas rusas.
Por su parte, el Kremlin anunció el viernes que Rusia retomó los contactos con Estados Unidostras analizar el plan de paz de 20 puntos presentado por Ucrania y sus aliados europeos. Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, indicó que, por encargo del presidente Vladímir Putin, se produjo un contacto entre representantes de ambos países. Por parte rusa intervino el asesor de política internacional, Yuri Ushakov, mientras que Estados Unidos contó con varios interlocutores.
Peskov señaló que el emisario ruso para Ucrania, Kiril Dmítriev, informó a Putin sobre los resultados de su viaje a EE.UU. y que rusos y estadounidenses acordaron continuar el diálogo.
Ni Putin ni otros altos funcionarios rusos han comentado públicamente el documentode 20 puntos presentado por Zelenski. Peskov dijo que cualquier comentario podría «repercutir negativamente en la marcha del proceso negociador».
Hace una semana, Putin afirmó que nunca ha rechazado el plan presentado por Trump y aseguró que «la pelota está en el tejado» de Kiev y sus aliados. Además, insistió en el repliegue ucraniano del Donbás y señaló que respetar los intereses de seguridad de Rusia es la única forma de evitar futuras operaciones militares especiales en Europa.
Claudia Rodríguez deja caer la frase con cierta ambivalencia. Sostiene un cuaderno en la mano sin mirarlo. Uñas anaranjadas, voz honda, coqueta, así se presenta ante un público integrado por alumnxs de literatura latinoamericana, estudios de género y sexualidad, profesorxs universitarios y activistas LGBT que se acercaron a escucharla. Hoy no está en Santiago de Chile, donde vive, sino Estados Unidos, en una universidad pública de Nueva York.
Soy el profesor anfitrión aquí en Stony Brook University, esta universidad pública de Nueva York. Lxs alumnxs presentes han cursado mis materias sobre lo trans y lo queer/cuir en América Latina, han leído la obra de Claudia, hemos hablado de ella. Pero no es lo mismo hablar de ella que escucharle hablar por sí misma. Y ese es el punto: un acto de presencia. Esa presencia es política, aquí, ahora. Es político nombrarse travesti en este contexto -en la era de Trump y en tierra de Trump-. Estoy ansioso, anticipo preguntas, burocracia repentina, el problema del idioma, del cuerpo. Tengo miedo de que nos vean fumando un cigarrillo (está prohibido fumar en el campus). Tengo miedo de que no digan nada, de la indiferencia. Pero exhalo. Ya está.
– Soy poeta travesti chilena. Y monstrua resentida- continúa la invitada.
Rodríguez es la figura emergente de la escena cultural trans y travesti de su país. Su trabajo activista se enfoca en la prevención del VIH en comunidades periféricas. Y su trabajo performático, en la hipocresía patriarcal, la violencia de género, lasupuesta multiculturalidad del Estado chileno. En Santiago, a Claudia se la puede ver parada en una esquina, bajo la sombra del Cerro Santa Lucía chusmeando con una amiga, riéndose de clientes viejos o recordando la historia del activismo travesti local. También se la puede cruzar en una marcha feminista vestida de monja, de Pamela Anderson o de la Estatua de la Libertad con una pancarta: “Para las travestis reales el Estado no puede existir”. Es autora de fanzines y libros de poesía como Cuerpos para odiar y Dramas pobres. Algunos de sus textos fueron llevados al teatro, como la autobiográfica Vienen por mí que la actriz y escritora Camila Sosa Villada estrenó en Córdoba, Argentina. Es una de las voces del libro Travesti, una teoría lo suficientemente buena (Ed.Muchas Nueces), entrevistada por Marlene Wayar.
En su obra, el cuerpo travesti se monstrua (así, como verbo) a través de reconfiguraciones plásticas y peligrosas. El peligro es ese cuerpo, peligro latente pero omnipresente. “Ser travesti es ser una muñeca para los hombres que odian a las mujeres”, escribe Claudia. Estos aforismos abundan tanto en su poesía como en sus reflexiones cotidianas. Es su forma de contextualizar la memoria que bifurca y desdobla en cuerpos inertes, degollados. Cuerpos de mujeres travestis que, como ella dice, “murieron sin haber escrito ni una carta de amor”.
La artista chilena fue invitada por el Instituto de Humanidades de Stony Brook University a participar del simposio Unnatural: Gender, Ideology, and the New Latin America (Antinatural: género, ideología y la nueva América Latina).
Stony Brook forma parte del sistema de universidades públicas del estado de Nueva York. Queda a dos horas en tren desde Manhattan, en un suburbio de familias tipo: blancas, burguesas. Es conocida por sus programas en ciencias exactas, por su hospital y por la escuela de medicina. Las humanidades aquí quedan relegadas a un segundo plano de importancia -y de financiamiento-. Stony Brook es una universidad popular, con aranceles accesibles; por eso muchos de sus estudiantes son hijos de inmigrantes latinoamericanos y asiáticos.
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El encuentro busca generar un diálogo sobre el impacto de la vuelta de la derecha en América Latina en la política y en el arte. Y cómo esta vuelta que no es nueva se viraliza y se siente tanto en los espacios públicos como en las relaciones interpersonales, en la intimidad.
También exponen Denilson Lopes, especialista en literatura y cine de la Universidad Federal de Río de Janeiro, y Gabriela Arguedas, filósofa feminista experta en bioética de la Universidad de Costa Rica. Todxs hablan de la coyuntura vista desde las ciencias sociales y las humanidades, y también desde la investigación académica y las experiencias personales.
Lopes, el académico carioca, se refiere al deseo de los encuentros cotidianos (inter e intra-generacionales) como un modo tenue pero poderoso de construir redes de afecto. Pone de ejemplo el cortometraje Bailão (de 2009, dirigido por Marcelo Caetano) para explicar cómo, en la sutileza de lo mundano, de los espacios entre la casa y el trabajo, residen otras posibilidades de una sociabilidad si no utópica, fugazmente luminosa, centelleante, en devenir. Pienso en la pista de baile de un bar gay cualquiera, un martes. Pienso en una conversación. Una pausa. Una mirada.
Por Skype y desde Costa Rica, Arguedas (cuyo vuelo de American Airlines se retrasó por una falla mecánica) le apunta a la denominada ideología de género. Se remonta al siglo XVIII, traza la historia filosófica, se enfoca en el neointegrismo católico y en el fundamentalismo pentecostal. Explica: estas dos formas de pensamiento no sólo rechazan los esfuerzos recientes en materia de derechos LGBT, sino que también repudian la soberanía individual, legado de la tradición intelectual de la Ilustración. Quedé impresionado no sólo por la destreza interdisciplinaria de Arguedas, sino por el trabajo político que nos queda por delante. ¿Cómo apelar a los derechos de un colectivo disidente cuando, precisamente, es el individuo quien recibe derechos dentro del sistema legal en la modernidad? ¿Cómo no caer en la quimera de la protección estatal?
Entonces, Claudia. Con las uñas anaranjadas, con su cuaderno como escudo, ¿de qué tiene que hablar? Su intervención comienza con una paradoja que es, a la vez, una reflexión sobre las expectativas culturales, académicas e institucionales y un intento por sintetizar un deseo. Hay en ese “tener que” una postura política ante la obligatoriedad discursiva, ante la aparición de una travesti en público, ante la mirada pegajosa que solicita. Nos provoca a indagar el cuerpo, el deseo y la política a través de una teorización transfeminista que se basa en un recuento de su propia trayectoria activista y poética. Tras una pausa, dice:
– Aprendí del feminismo que hay que poner el cuerpo.
Esa apuesta por un feminismo experimental -cuestiones que guían la obra de Rodríguez- nos interpela como público: ¿cuánto cuerpo hemos puesto y cuánto estamos dispuestos a dar? ¿Qué puede el cuerpo, este cuerpo mío?
La pregunta me transporta a 2015, cuando la vi por primera vez en Chile. Claudia actuaba en Cuerpos para odiar: emergía de la penumbra, se mostraba etérea pero contundente, vestida de blanco, cabello rubio quemado. Interpelaba al público:
— ¿Quieren show?
No era una pregunta retórica. ¿Qué quieren del cuerpo travesti? ¿Qué quieren que les diga?
La inquietud de una alumna me devuelve a Stony Brook. Le pide recomendaciones para seguir pensando la intersección entre la literatura escrita por mujeres y la violencia epistémica. “No te podría decir. No soy mujer, soy travesti”, responde la chilena. Y arroja un ejemplo de su política feminista: hablar desde ese cuerpo encarnado, ese lugar específico. Dejar de pensar en universalizaciones para figurar desde su ontología (si me permiten la verborragia, Claudia propone una ontopoética travesti).
La jornada termina. Los alumnos se dispersan (y me confesarán después que fue el evento más comentado del año académico). Nos quedamos Claudia y yo para la cena celebratoria (de rigor). “¿Querés ostras?”, le digo, y me imagino en aquella escena inicial de Una excursión a los indios Ranqueles, cuando Mansilla se jacta de su colonialismo gustatorio, de sus ostras y de su tortilla de huevos de avestruz. Viene el camarero —un inmigrante salvadoreño—, y toma nuestro pedido:
– Quiero la carne —dice Claudia—. Pero cruda.
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Como somos amigas (la Claudia me mujerea mucho), después del evento nos escapamos del pueblito de Stony Brook. Ella se queda a pasar unos días en mi departamento en Brooklyn. No tenemos mucho planeado, pero en algún momento ella pide:
– Quiero ir adonde la Marilyn sacó su fotografía.
No me lo tiene que explicar. Conozco la imagen de Marilyn Monroe en The Seven Year Itch. La referencia no es gratuita. En su poemario del 2016, Dramas pobres, Rodríguez escribió: “A veces me parezco a la Marilyn. Cuando tomo el cigarro y miro fijamente al pasado; me vuelvo a levantar, a sentirme travesti y minotaura”. Y en Cuerpos para odiar, Rodríguez protagonizó a La Marilyn. Es que Monroe es una suerte de sombra para ella, una figura trágica, modelo imperfecto de una femineidad mediatizada, decadente, monstruosa.
Aquella foto histórica se tomó en la esquina de la calle 52 y Lexington Avenue. Vamos. Pero no hay nada material para reconocer aquella escena, ni una placa ni flores ni olor a Chanel Nº 5. Hay que ir como si fuera un ritual solo para iniciadas, como si la búsqueda de ese espacio, cual soplo de viento fortuito, tuviese que ser también fugaz, tentativa.
De vuelta a mi casa, Claudia sube al Facebook la foto que le saqué. El álbum se titula: “Una travesti pobre en Nueva York”.
El sábado vamos al Central Park. Es el primer día soleado de la primavera de Nueva York. El pasto todavía está mojado, frío, pero igual nos sentamos a ver los cuerpos que, en su transitar líquido, poliforme, reflejan el ansia del encuentro.
Más tarde vamos a sacarnos otra foto, esta vez con la Estatua de la Libertad, aquella mujer tan sola. Tan travesti. Caminamos hacia la última punta de Manhattan, donde el mar Atlántico chapea contra un muelle que en el siglo XIX servía como batería militar y antes como mercado de esclavos. Entonces divisamos una masa humana que, frente a la bolsa de valores, se aferra al Toro (de bronce) de Wall Street, el Charging Bull. Nos dejamos llevar por el bullicio. Hay familias de turistas que se sacan una foto, mejor dicho, que se turnan para sacarse la misma foto. Varias manos encima de los cuernos lustrosos, sonrisitas. Claudia señala con la mirada: “Quiero con el poto”. Obvio. Con el poto del Toro de Wall Street. Se para al lado y, providencialmente, una pareja de argentinos me pregunta:
– ¿Querés que les saque la foto con las bolas?
– No. Con el poto.
Nos miran. Claro, para ellos el poto no significa nada; o quizás entienden, por el contexto, que poto es culo, ano, orto, pero igual nos miran desconcertados con el desdén del falogocentrismo y el gesto irónico de la travesti.
“Podría ser la portada de mi siguiente libro”, sugiere Claudia. Nos reímos. Y sí, ¿por qué no? Necesitamos una potopolítica, propongo. Potopolítica: liberación del ano, política marica-travesti-torta de los (malos) usos del cuerpo, expresión del deseo antinatural, legado del pecado nefando.
En realidad, Rodríguez lleva rato pensando en la lógica anal, en el precioso ano del hombre, como señala uno de sus poemas:
Una loca dijo:
Ser travesti es ser degenerada como los hombres,
estar dispuesta a todo pero en secreto, para que no
duden del hombre, para que no se diga del hombre
que le gusta por el poto. La lengua en su poto y los
dedos de una travesti.
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Si tuviera que nombrar qué nos une a Claudia y a mí diría: el deseo. La forma del deseo, de pensar el deseo, de buscar en sus contornos un territorio propio-compartido a partir del cual nos sentimos cómplices en nuestros respectivos proyectos (de vida, artísticos, políticos, cotidianos). Tenemos, por así decirlo, un trasfondo común a pesar de las muchas cosas que nos diferencian. Y de ese trasfondo surge la necesidad no solo de pensar el cuerpo (individual, colectivo) en estos tiempos de fascismo, sino de poner en práctica la consigna que aprendimos (las dos) de Perlongher: “Lo que queremos es que nos deseen”.
No me sorprende, entonces, cuando Claudia me pregunta: “¿Dónde está el deseo?”.
Salimos del MoMA y vamos a tomar el subte hacia Brooklyn. Seis de la tarde, Midtown. Zona de negocios, de bancos, de trámites pero no del deseo, o por lo menos, del tipo de deseo que queremos ver. “Quizás -me dice- el deseo tiene horario.” Pero en la ciudad que nunca duerme los horarios son flexibles. El deseo también. “Mira que todos andan del mismo color azul marino. ¿Cuál es el color del deseo?” Tal vez tiene en mente una naturaleza muerta de Cézanne, las imperfecciones que se dejan ver en la forma, en el toque, imperfecciones que enmascaran los píxeles de la reproducción digital. Es la búsqueda lo que se deja ver en persona, la búsqueda de la expresión, que es otra manera de decir: el deseo.
Durante el simposio, Lopes había sugerido que el arte puede ser un lugar de encuentros. No lo entendí, y quizás todavía sigo sin entenderlo. Igual, pienso, el arte no escenifica encuentros. El arte es el encuentro. Como el encuentro también es arte.
Por ejemplo: estábamos sentadas en un salón del MoMA. Hablábamos de la muestra fotográfica de Lee Friedlander “Letters from the People” (Cartas del pueblo). Claudia pregunta: “¿Por qué no hay nada en español?”. Miro. “Hay todo un mundo ausente aquí”, dice. Otro pueblo, quizá. Las fotos son de números y letras, graffitis, signos sacados de contexto, combinados para crear otro contexto —un ensamble-. Tiene razón, pienso, pero el fotógrafo busca algo también. Quizás no sabe leer los códigos subterráneos. De repente escucho: “Can you move?”. Nos miramos. Me doy vuelta. “Can you move?”, de nuevo. Es una chica de veintitantos años, rubia, europea. Se interrumpe nuestro encuentro con otro inesperado. “Quiere que nos quitemos de la banca”, le digo a Claudia. Nos pide dejarle el asiento para poder sacarse una foto. Nos corremos un poco. Saca una selfie, nosotras de periferia.
En alguna foto de Instagram estarán nuestras miradas de reojo reflejadas en los retratos de Friedlander, miradas que sirven de trasfondo para el registro fotográfico de una turista europea en el MoMA. Se me ocurre: cuando nos desplazamos se generan otras posibilidades de encuentros, otras constelaciones afectivas y corporales, a pesar de la relación de poder evidente. Luego Claudia me dice: “No hay que buscar hablar desde el centro. La periferia debe nombrar la periferia”. Sonrío. Sí, desde ahí, desde la periferia se pone el cuerpo.
Me sacude la claridad de su pensamiento. Es que había pensado al proponer el simposio, confieso, que serían mis alumnxs y no yo el sujeto de la irrupción de Claudia en el escenario cotidiano. Yo, como sujeto indígena, nunca me he imaginado céntrico en este país genocida. Pero me doy cuenta que mi propio transitar centro-periférico, mi deseo marica, mi piel, mi ciudadanía sexual, dependen precisamente de discursos encarnados, entrelazados, de tensión epistémica. Mejor dicho: me doy cuenta porque ahora lo siento en mi propio cuerpo, junto a Claudia, travesti monstruosa, cuando nos dejamos llevar por el arte del encuentro. No puedo dejar de imaginar, así, que nuestros cuerpos, en un eco luminoso, marcan no sólo coordenadas de pertenencia o de exclusión sino también, y sobretodo, zonas de deseo siempre en movimiento.
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La Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación de Argentina (Agencia I+D+i) es el nombre completo del organismo que financia proyectos científicos pero el gobierno de Milei dispuso un recorte del 78% de sus fondos y la dejó al borde del cierre. Esta semana, los científicos con proyectos vigentes se enteraron que no habrá más dinero para sus investigaciones (ver informe).
Mientras que el CONICET financia infraestructura, edificios, equipamientos y personal de carrera y becarios, la Agencia invertía en proyectos, o sea, en líneas de investigaciones rigurosamente seleccionadas en distintas ramas del conocimiento desde las ingenierías, la medicina, la biotecnología aplicada al agro, la industria alimenticia y las ciencias sociales, entre muchas más.
En una era donde no abundan los consensos, hay acuerdo sobre la importancia del desarrollo científico y tecnológico y el conocimiento como valor estratégico. Pero en Argentina esa capacidad de investigar que es muy destacada a nivel mundial ahora se puso en jaque: vislumbramos un panorama sombrío sin fondos para sostener los equipos andando, reparar los que necesiten ajustes o renovar los que estén obsoletos, contó a LPO Fabio Busnengo, investigador principal del CONICET y director del Instituto de Física Rosario.
«La física es una ciencia experimental y las preguntas surgen en medio de los experimentos, por eso es fundamental contar con equipos funcionando y que sean modernos para hacer una ciencia competitiva a nivel internacional para no hacer cosas que a nadie le interesa y se saquen conclusiones que ya han sido sobrepasadas», agregó el investigador.
Vislumbramos un panorama sombrío sin fondos para sostener los equipos andando, reparar los que necesiten ajustes o renovar los que estén obsoletos
En el predio de la Ciudad Universitaria de Rosario se encuentran las doce Unidades Ejecutoras de CONICET que, a su vez, se dividen en Institutos y ocupan sofisticados edificios con modernos laboratorios, instalaciones de experimentación, archivos y docencia. Entre otros tantos, hay un Instituto de Ciencia de los Materiales y sus trabajos se utilizan en la industria y la construcción. Periódicamente se hacían mesas de trabajo con pequeñas y medianas empresas que exponían sus necesidades y los científicos explicaban sus avances. Todo eso ahora quedó sin financiamiento.
Informe sobre subejecución presupuestaria y recortes en Ciencia y Tecnología
«Sin fondos, comienzan a faltar equipamiento, insumos, gases, drogas para sintetizar nuevos materiales y todo eso sale carísimos. Por eso es imprescindible el financiamiento del Estado. Ahora, el gobierno quiere que la Agencia se autofinancie con fondos que aporten las empresas. ¿Qué empresario va a poner fondos en investigación básica cuando un proyecto es un viaje a lo desconocido con resultado incierto?», se preguntó Busnengo que hace esfuerzos para explicar lo evidente.
Guillermo Labadie es químico y dirige el CONICET Rosario. Se especializa en el desarrollo de medicamentos para enfermedades desatendidas por la industria farmacológica como el chagas parasitosis, tuberculosis y cánceres. En diálogo con LPO, explicó cómo funcionaba la Agencia I+D+i:
«Todos los años se abría la convocatoria para proyectos que se seleccionaban mediante rigurosos concursos. Los elegidos recibían los fondos y se ejecutaban los proyectos que duraban entre 3 y 4 años. Durante ese tiempo, los equipos tenían la obligación de presentar informes periódicos que eran evaluados por pares y científicos del exterior», detalló Labadie.
«Una vez que se establecen los planes en Ciencias y Tecnologías se consideran áreas prioritarias, se privilegian ciertas temáticas sobre otras, se definen temas abiertos y se buscan propuestas que se consideren oportunas, eso es potestad de cualquier gobierno. Eso es delimitar un plan científico. Lo que se hace ahora es directamente vaciar a la ciencia», consideró.
Un dato fundamental que aportó el director del Conicet Rosario es que la Agencia I+D+i se manejaba históricamente con créditos del BID de afectación específica y sus recursos no se pueden desviar y si las partidas no se transfieren, el Estado las tiene que devolver. Como este año se subejecutaron los fondos y se paralizaron investigaciones cuando estaban los recursos, el gobierno le va a tener que devolverle al BID esos fondos. Tampoco se pidió la partida para el 2026 y eso significa la paralización de proyectos y pérdida de muchos avances.
la Agencia I+D+i se manejaba históricamente con créditos del BID de afectación específica y sus recursos no se pueden desviar y si las partidas no se transfieren, el Estado las tiene que devolver. Como este año se subejecutaron los fondos y se paralizaron investigaciones cuando estaban los recursos, el gobierno le va a tener que devolverle al BID esos fondos
Por otro lado, el sistema científico colabora en el concierto internacional. Ahora el desfinanciamiento de la investigación abrirá una nueva era de éxodo de científicos argentinos a Europa, Estados Unidos u otros destinos con posibilidades.
Hasta ahora, Argentina era un lugar atractivo para científicos latinoamericanos que venía a especializarse y a investigar en el país. En diálogo con LPO, el especialista en Historia de la Educación Gustavo Adolfo Parra de Colombia estudia las transformaciones pedagógicas en la escuela secundaria entre las décadas de 60 y 70. La investigación obtuvo financiamiento de la Agencia para el período de marzo 2024 a febrero 2027, fueron uno de los últimos grupos que consiguieron beca y se la suspendieron a los pocos meses.
Con los recortes de Milei, las condiciones cambiaron significativamente. Además del vaciamiento financiero, a los extranjeros se les suma el inconveniente de que la Agencia no emite los recibos de sueldo desde febrero de este año. Sin poder comprobar que trabajan, no pueden pedir la residencia definitiva y se les complica renovar la transitoria.
Además, los ingresos de los becarios se congelaron en los 800 mil pesos promedio y lo tienen que hacer alcanzar para la subsistencia y también pagar los seminarios que tienen que cursar para su formación doctoral que para los extranjeros es una cuota más elevada. La matrícula ronda los 550 mil pesos por cuatrimestre y a veces tienen que viajar a otras universidades para cursar, contó Gustavo.
Otro caso similar es el de Eva Soto, también colombiana, que se especializa en biomedicina y estudia el cáncer de mama triple negativo y el reposicionamiento de fármacos. Eva investiga cómo actúa la microbiota insestinal y tumoral para identificar la reacción con los fármacos y la manera en que los microorganismos del intestino pueden favorecer o no a los tratamientos oncológicos.
La duda que tiene Soto y la mayoría de los investigadores es el lugar que le dará el gobierno a la ciencia básica porque sus voceros hablan solo de la aplicada cuando la ciencia básica es la que le da el andamiaje a la industria farmacológica, por ejemplo.
Pareciera que ni las entidades del campo ni los industriales reivindican esta alianza que tantos beneficios les han generado. Al menos en sus reclamos más aireados que no van más allá de la eliminación de las retenciones.
Para su trabajo Eva necesita del laboratorio e insumos para seguir investigando. Una de las líneas que siguen atentamente son las nuevas bacterias resistentes a los antibióticos, un tema que le quita el sueño a la ciencia internacional y que se está estudiando en los laboratorios del CONICET Rosario.
En el recorte cayeron institutos que hicieron grandes aportes al campo y a la industria. El más reconocido por su impacto internacional fue el Trigo HB4, un proyecto que condujo la biotecnóloga de CONICET Santa Fe Raquel Chan y al que se sumó Bioceres en su tiempo de esplendor. Como ese, hay cientos de descubrimientos que se cimentaron en los laboratorios argentinos y que le dieron impulso al engranaje productivo más allá de los vaivenes políticos.
Sin embargo, pareciera que ni las entidades del campo ni los industriales reivindican esta alianza que tantos beneficios les han generado. Al menos en sus reclamos más aireados que no van más allá de la eliminación de las retenciones.
El recorte a la ciencia del presupuesto 2026 ronda los 300 millones de dólares, poco más de la mitad de lo que representará para la recaudación la reducción de retenciones a las exportaciones de cereales y derivados de entre 2 y 3 puntos como anunció Toto Caputo esta semana. La Bolsa de Comercio de Rosario calculó en 511 millones de dólares que el Estado no recaudará.
Como sea, Argentina no podría haberse convertido en uno de los países líderes de la siembra directa sin la ciencia y la tecnología que permitió expandir los límites agrícolas y potenciar los rindes y convertir a la agricultura en la principal fuente genuina de dólares. A pesar de ello, los gobiernos provinciales tampoco son muy efusivos en el reclamo al gobierno nacional.