En la madrugada del sábado y del domingo, fueron sustraídas varias luces led que habían sido cambiadas en el marco de remodelación de espacio público. Esta obra gestionada a través del Intendente, Marcelo Orazi, cuenta con el aporte del gobierno provincial para llevar a cabo no sólo las luminarias, sino también los arreglos en las veredas.
En lo que respecta a las luces, la obra comenzó en diciembre y se colocaron 22 luces led. El fin de semana fueron quitadas 11 luces y una globa.
Desde la Municipalidad de Villa Regina, se repudia este suceso como tantos otros que se vienen registrando en la ciudad desde hace varios meses.
Karina Milei y los hermanos Menem aparecen mencionados como supuestos responsables de un entramado de recaudación ilegal montado en la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis).
La droguería Suizo Argentina, una empresa de la familia Kovalivker, fuerte en el norte del país y de buenos vínculos con Martín y Lule Menem, aparece mencionada como quien ejecuta los contratos y pide un retorno del 8% que va directo a la hermana del Presidente y los riojanos. LPO fue el primer medio en revelar las sospechas sobre esa droguería en agosto del año pasado, cuando este medio reveló una denuncia propiciada por la ministra Santa Petovello contra la Suizo y Martín Menem.
Ahora el caso toma otra dimensión, porque quien habla en los audios que difundió el canal de streaming Carnaval es Diego Spagnuolo, titular de la Andis. Además, amigo y abogado personal de Javier Milei. En la filtración de ese material habría estado Santiago Caputo, quien a último momento intentó evitar que se difundan.
Caputo y su socio Rodrigo Lugones vienen sufriendo la lluvia ácida de periodistas muy cercanos al gobierno, como Alejandro Fantino, que reclaman la renuncia inmediata del ministro de Salud, Mario Lugones, por las cien muertes por el fentanilo adulterado que su cartera no controló. En el entorno de los Lugones atriyuben esas críticas a Karina.
En los audios que se conocieron este martes, Spagnuolo le comenta a su interlocutor que el Presidente no es parte del negocio. “Él no está metido, pero es toda la gente de él. Van a pedirle guita a los prestadores”, le dice a alguien de su confianza probablemente -por los sonidos de fondo- en un bar.
El funcionario describe el porcentaje de la coima y cómo se reparte. Dice que la gente de la Suizo Argentina llama a los proveedores y les dice que ahora tienen que poner el 8%. Que ya no es más el 5% que se cobraba anteriormente, se supone durante el pasado gobierno de Alberto Fernández.
La droguería vinculada a los Menem es la que recauda ese 8%. “De lo que cobran de medicamentos tenés que poner el 8%, lo tenés que traer a la Suizo y nosotros lo subimos a la Presidencia. Es una gama enorme de negocios que hay”, dice Spagnuolo en audios que recibió el periodista Mauro Federico.
De lo que cobran de medicamente tenés que poner el 8%, lo tenés que traer a la Suizo y nosotros lo subimos a la Presidencia. Es una gama enorme de negocios que hay.
El titular de la Andis explica el porcentaje que se lleva la hermana del Jefe de Estado. “A Karina le llega el 3% y el 1% se va en la operatoria”, dice dejando entrever que alguien se queda con un porcentaje importante. Según cuenta Spagnuolo, ese 8% ronda los 500.000 y 800.000 dólares mensuales.
Lule Menem.
“Esto no es una operatoria improvisada. Lule me quiso meter una mina en una dirección nacional lo frizé. Después me quiso meter al de Recursos Humanos y lo frizé. Al final me metió el más importante de todos a través Karina. Uno que vino para chorear”, dice en un relato impactante.
Yo hablé con el Presidente. Tengo todos los whatsapp de Karina. Le dije no te podés hacer el boludo conmigo. No me tires a mi este fardo.
El escándalo ya había empezado a trascender meses atrás y algunos referente cercanos al gobierno tenían en claro que iba a estallar. Hace un año, Alejandro Fantino entrevistó a Spagnuolo en Neura y dejó bastante claro que conocía los negociados que se adjudican a los Menem.
“No te dejés usar. Se te nota nervioso. Se ve que sos un tipo que sufre lo que está viendo”, le dijo Fantino al titular de la Andis. “No estabas preparado para ver lo que viste, te asomaste a un abismo”, dice el conductor y empieza a dar pistas de quienes están atrás de la maniobra. “Son gente genéticamente voraz”, dijo en una alusión al apellido Menem.
“Muchas veces a los honestos como vos los usan como forros y los terminan tirando a un tacho de basura”, dice Fantino, mientras Spagnuolo busca esquivar la polémica. “Yo estoy muy comprometido por ordenar esta cuestión. Quiero ordenar esto”, agregó Fantino.
Fantino fue incluso un paso más allá y buscó instalaren esa nota el nombre de Lule Menem. “Escándalos puede haber en la provincia de Buenos Aires o pueden ocurrir, no sé, en Lules”, dijo con ironía haciendo referencia al principal asesor de Karina. Lules es una ciudad de poco más de 20.000 habitantes ubicada en el centro de Tucumán.
Esto no es una operatoria improvisada. Lule me quiso meter una mina en una dirección nacional lo frizé. Después me quiso meter al de Recursos Humanos y lo frizé. Al final me metió el más importante de todos a través Karina. Uno que vino para chorear.
Ahora, en los audios que trascendieron, Spagnuolo deja en claro que habló del tema con Milei. Es decir que el Presidente estaría al tanto de la maniobra de corrupción. “Yo hablé con el Presidente. Tengo todos los whatsapp de Karina. Le dije no te podés hacer el boludo conmigo. No me tires a mi este fardo”, se lo escucha decir.
LPO había contado de la sospecha de una operación interna de Sandra Pettovello contra Lule y Martín Menem. Fue tras la presentación de una denuncia en la justicia federal por estafa y administración fraudulenta por los 30 mil millones de la droguería Suizo Argentina.
Esa denuncia realizada por Alejandro Díaz Pascual, el abogado que en el gobierno consideran cercano a Sandra Pettovello. La denuncia surgió en medio de una fuerte interna entre la ministra de Capital Humano y Karina. Tras ese episodio, ambas se mostraron sonrientes en el balcón de la Casa Rosada. Fue un intento de desmentir la interna entre ellas.
El periodista Tomás Méndez había revelado que la Andis le compró a Suizo Argentina productos medicinales por casi 27 mil millones de pesos. Méndez aseguró que la firma es cercana a Martín Menem y comercializa los productos de su compañía de suplementos dietarios Gentech.
El conductor del programa Telenueve Investiga agregó que el informe surgió a partir de una información que le dio un abogado que habría sido consultado por el titular de Andis, Diego Spagnuolo, acerca de la conveniencia legal de avanzar con esa operación.
La aparición de estos audios se le cruza a destiempo a Santiago caputo. El asesor presidencial mantiene una pelea durísima con los Menem -es señalado como quien amplificó la denuncia por el contrato del Banco Nación-, pero tras la paliza que sufrió en el cierre, decidió bajar el perfil para sobrevivir y aceptó el rol de creativo de campaña sin peso en las decisiones políticas que le impuso la hermana de Milei. En el medio ya estaba disparada la filtración de los audios de Spagnolo, pero sólo logró frenarla en un canal.
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El gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, votó este domingo en la capital provincial para elegir a su sucesor, pero lo que quedó grabado no fueron sus palabras sobre la jornada electoral sino la bochornosa y desubicada respuesta que dio cuando fue consultado por la desaparición de Loan.
Por Roque Pérez para Noticias La Insuperable
Un paralelismo indignante
Al ser entrevistado por el cronista de C5N Adrián Salonia, Valdés aseguró: “La Justicia Federal y todos los correntinos seguimos buscando a Loan como a Nisman”.
La frase cayó como una bomba: el gobernador comparó la desaparición de Loan, el niño de 5 años de 9 de Julio desaparecido el 13 de junio de 2024, con la muerte del fiscal Alberto Nisman, en un paralelismo que muchos calificaron de indigno, irrespetuoso y fuera de lugar.
Mientras la familia del pequeño continúa sin respuestas y la investigación acumula irregularidades y dilaciones, el mandatario radical eligió banalizar el caso con una metáfora que oscurece más que aporta.
Entre la campaña sucia y la interna libertaria
Valdés también se refirió a la convulsionada campaña electoral que lo tiene como actor central en Corrientes: “Tuvimos una campaña política realmente muy sucia, no tengo memoria de una campaña tan sucia, pero ojalá que se pueda superar”.
El mandatario intentó además despegarse de la violencia registrada en el fallido acto de Karina Milei el viernes pasado, en el que no faltaron empujones y represión: “Son lamentables los hechos de violencia que estamos viviendo en la Argentina, hay que tener manifestaciones que sean pacíficas”.
Sin embargo, reconoció que la propia Policía provincial intervino en el episodio, pese a que –según él mismo dijo– había sido pedido que no lo hiciera.
Loan sigue sin aparecer
Mientras Valdés habla de “campañas sucias” y se despacha con frases desafortunadas, el caso Loan continúa siendo una herida abierta en Corrientes y en todo el país. Han pasado más de dos meses desde su desaparición y la causa, en manos de la Justicia Federal, está cruzada por detenciones, pistas contradictorias y denuncias de encubrimiento.
El gobernador correntino, lejos de transmitir seriedad y compromiso con la búsqueda, prefirió hacer un paralelo con Nisman, un tema que divide aguas en la política argentina y que nada aporta a la desesperación de la familia del niño.
La política y la empatía ausente
El contraste es brutal: la sociedad exige respuestas y un Estado presente para encontrar a Loan, pero los máximos dirigentes radicales y libertarios solo parecen ocupar su tiempo en disputas internas, operaciones mediáticas y frases descolocadas.
La frase de Valdés no solo es desafortunada: es la muestra clara de un gobierno provincial que ha quedado en deuda con su pueblo, incapaz de poner en el centro lo que verdaderamente importa.
En realidad, todo tiene un poder. Todo esta compuesto por átomos y moléculas, y el poder de ellos es abismal. Por eso existe la energía atómica. Incluso las ondas tienen poder, se manifiestan y logran alterar su medio. Las palabras son ondas sonoras que se emanan, y logran alterar, si no está protegido el ambiente,…
Este perfil empieza con un puntinazo para arriba y sigue con un largo poema escrito en prosa. El puntinazo es de Marquinhos, el central de Brasil, en la puerta de su área grande, a los diez minutos y 23 segundos del partido que su equipo juega contra la Selección Argentina por las Eliminatorias que acaban de terminar. El poema, luego, tendrá dos versiones. La primera empieza en ese mismo momento, cuando Marquinhos cree que el peligro ha pasado y la pelota le cae a Nicolás Otamendi, zaguero argentino, en la mitad de la cancha, cincuenta metros más allá. Ésa es la versión aumentada, que acá abreviaremos rápido: en ella, hasta los 11 minutos y 23 segundos, habrá 20 pases sin que roce la pelota un solo jugador de Brasil. Otamendi y Enzo Fernández la pasarán cuatro veces cada uno. Leandro Paredes, Rodrigo De Paul y Cristian Romero lo harán tres. A Nicolás Tagliafico, Alexis MacAllister y Emiliano Martínez (el arquero) les tocará hacer un pase a cada uno. El perfil, mientras tanto, es sobre cómo piensa el fútbol un hombre que en la jugada no aparecerá nunca: Lionel Scaloni, su entrenador. Es el 25 de marzo de 2025 en Buenos Aires y Lionel Messi está viendo el partido por televisión.
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“Entonces —le cuenta Scaloni a Jorge Valdano, también campeón del mundo, en su programa Universo Valdano, unos meses después del torneo en Qatar— empecé a mostrarles a los chicos jugadas en las que juntaban más de diez pases. ¿Por qué? ¿Qué pasaba? Porque vi que cada vez que hacían diez pases la jugada terminaba en una situación de gol. O gol, o situación de gol. Les ponía un video: ‘Miren, ¿ven? Más de diez pases, situación de gol’. Y otra vez: otra jugada, otro video. ‘¿Ven? Es esto’. Obviamente, pases sin franeleo, pases con sentido. Pero siempre, siempre, alrededor de la pelota. Eso es lo fundamental”.
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Ahora van 20 pases en 56 segundos. Hubo cuatro segundos en los que la pelota no fue de nadie, fue del cielo, entre el puntinazo de Marquinhos y cuando Otamendi la controló. El brasileño la había reventado porque Thiago Almada quiso entrar en diagonal al área, desde la izquierda, tirando una pared con MacAllister (que estaba de espalda al arco), y ahí apareció el bombazo para despejar. Hay que recordar esto: un jugador entra patinando como enganche mientras un compañero parado de 9 lo espera para rebotar. De aquí hasta que termine el poema, Almada tocará la pelota solamente una vez más.
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“Paredes juega bien, De Paul juega bien. ¿Qué significa jugar bien? Jugar bien significa que se junten, que se asocien –insiste Scaloni–. Si les pedimos velocidad o pases de 30, 40 metros, no, eso no va relacionado con lo que puede hacer esta Selección. Nosotros necesitamos juntar muchos pases para que la cosa salga”.
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Muchos pases, muchos, un montón: con el que Cuti Romero le acaba de dar al Dibu Martínez, ya son 20. Y acá es donde empieza la segunda versión, el poema abreviado. La pelota está ahora en el área chica y hay un brasileño que va a apretar: se llama Vinicius y juega en el Real Madrid. Es el minuto 11 con 23 segundos. Hace un minuto —entero, enterito— que no la toca ningún jugador de Brasil.
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“Yo no me identifico tanto con un sistema —intenta definir su estilo el entrenador en una charla con AFA Estudio—, en cambio sí lo hago con un jugador al que le guste la pelota, que no tenga miedo, que no le queme. Es el fútbol que nos gusta a los argentinos: intentar jugar. Contra Holanda, por ejemplo, en el Mundial, el 2-2 ya era un premio para ellos; los penales, psicológicamente, eran suyos también, y ¿qué hicieron los chicos? Siguieron atacando. Es eso: jugar. Sea cual sea el momento, intentar jugar”.
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El pase 21 es uno que cualquier profesional podría dar. Presionado por Vinicius, Dibu Martínez se la da a Otamendi. Van 11 minutos y 27 segundos y la pelota fue apenas desde el área chica hasta el borde izquierdo del área grande. Hace un minuto y un segundo Otamendi la había tocado por primera vez, y ahora que la vuelve a tener, su equipo, Argentina, está parado más atrás, mucho más atrás, treinta metros más atrás: acaso haya sido eso lo que envalentonó a un delantero rival (Raphinha, que juega en el Barcelona) a irlo a apretar. Otamendi, mientras camina, le pasa la pelota a Tagliafico. Entre ellos hay aproximadamente 15 metros —podría montarse un hermoso café boutique ahí— y solo ese rival. Entonces Tagliafico se la da a Enzo Fernández —que está de espaldas, a 70 metros del arco de Brasil—, y mientras ahora son tres visitantes los que ahogan, son cuatro los argentinos que buscan salir. Enzo la rebota rápido para Almada, que se la devuelve, y se la da a Otamendi, rápido, de primera, otra vez.
Más que una jugada, los movimientos parecen a veces un ejercicio de hipnosis, un baile tribal. Es una obra extraña. El zurdazo de Messi a México duró cinco segundos, el sombrerito de Di María en el Maracaná fue de ocho, el contragolpe a Francia se estiró hasta diez. Los hits son todos tiktokeros. El baile de Messi al croata Gvardiol, por ejemplo, había sido experimental: 13 segundos. Ahora van un minuto y 11 segundos. Y acaso Brasil crea que estamos donde comenzamos, pero no.
Cuti Romero recibe el pase 27 (de Otamendi) aún en el área grande, y el 28 es el que le da fuerte, rasante —pero también digamos esto, sencillito, recto, a menos de diez metros—, a Rodrigo De Paul. Es el minuto 11, con 40 segundos. Si congeláramos el partido en este momento y tres amigos brasileños lo estuvieran viendo en una tele mediana colgada en la pared de un bar, al menos dos de ellos le gritarían a esa tele que es ahora: ahora, ya. De Paul está en su campo, recibió la pelota de espaldas, hay cuatro argentinos atrás de su línea (los centrales, Paredes y Tagliafico allá) y, cuando gire, tendrá a Matheus Cunha (Manchester United) pegando un pique para puntearle la pelota desde atrás y a dos rivales adelante, como búfalos, esperándolo: Rodrygo (Real Madrid) a su derecha y Joelinton (Newcastle) de frente a él. Los amigos no lo saben, lo sienten aunque no lo saben, sería inverosímil que se hubieran puesto a contar, más atentos esa noche a sus cervezas y la alteración, pero ya van un minuto y 13 segundos que Brasil, su Brasil, el Brasil de toda la vida, no toca la pelota. Y ahora son tres contra un argentino. Un triángulo amarillo, y en el centro, encima, el cancherito de ellos, ese De Paul. Es ahora. Corran ya.
Sin embargo, De Paul avanza. Es el primer jugador local que agarra la pelota y conduce, acelera, la cubre (frente a Cunha), la toca tres veces y va para adelante, sabe, como los superhéroes, que es inmune, nadie se le puede acercar. Rodrygo está atento al pase a Molina (el lateral, que todavía no tocó la pelota) y Joelinton y André, los dos volantes centrales, retroceden para cubrir a MacAllister y Almada, que se les pusieron atrás. De Paul avanza, entonces, como si estuviera hecho de radioactividad.
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“En los entrenamientos hacemos un ejercicio que llamamos ‘11 contra 0’ —cuenta Scaloni en Clank!, el programa de entrevistas que el periodista Juan Pablo Varsky tiene en YouTube—, que es atacar sin rival. No ponemos a nadie adelante. Los jugadores van moviendo la pelota según el lugar en el que están sus compañeros. Atacan de memoria, sin rival”. También en Clank! profundizará sobre ese duelo contra el equipo invisible Lisandro Martínez, el zaguero del Manchester United, quien —como Messi— también está mirando el partido por televisión: “El 11 contra 0 tiene todo: conexiones, pases, movimientos, ver cómo te perfilás. De ahí viene nuestra fluidez. Sabemos cuándo ponerla de un lado al otro, cuándo la pelota es cruzada, cuándo atacar. Es un ejercicio que no se hace en los clubes, y son cosas básicas, esenciales. Parece una boludez, pero… cuando termina en gol… —se sonríe Licha, quizá tímido, orgulloso— después vas y trasladás eso al partido”.
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Para el pase 29, De Paul se la deja cortita a Paredes, que está solo, de 5, apenas un metro atrás de él.
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Este lunes 8 de septiembre se cumplieron siete años del debut de Scaloni en la Selección. El único futbolista de mitad de la cancha para adelante que jugó de titular ese día (un 3-0 a Guatemala en el Memorial de Los Ángeles) y también está ahora, en Buenos Aires, este 25 de marzo de 2025, en el Monumental, es el hombre que tiene la pelota. Leandro Paredes jugaba en el Zenit, en el frío de Rusia, cuando Scaloni lo convocó para aquel debut. Su último partido antes de ponerse por primera vez la 5 de la Argentina había sido un 0-0 contra el Spartak Moscú. Hacía apenas tres meses había terminado el Mundial de Rusia, donde Scaloni había estado, y de ahí se llevó un aprendizaje, una observación: “El fútbol va camino a ser más vertical —explicó en una de sus primeras entrevistas como entrenador—, y a mí me gusta eso: robar para llegar lo más rápido posible al arco de enfrente, porque es cuando el rival está desacomodado (…) El fútbol va hacia las transiciones, poner jugadores rápidos”.
En sus primeros dos meses de trabajo (un 0-0 con Colombia, dos victorias por 2-0 a México, un 0-1 con Brasil, un 4-0 a Irak y el 3-0 del debut) Scaloni, Roberto Ayala, Walter Samuel y Pablo Aimar probarán atacar por afuera con Cristian Pavón, Matías Vargas, Maximiliano Meza, Eduardo Salvio, Roberto Pereyra, el Pity Martínez y —también de delantero— Rodrigo De Paul. “Yo quería hacer un equipo rápido —se confesará Scaloni, ahora en Universo Valdano, tras ser campeón del mundo—, pero después vi que los jugadores argentinos, o los mejores jugadores argentinos, no son así. Los mejores jugaban a otra cosa. El fuerte, entendí, era la pelota”.
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Es el minuto 11.47 y el que ahora la recibe —solo, sobre la izquierda— es Enzo Fernández. Cuando la pare con zurda estará aún en campo argentino. Cuando se la adelante con la derecha ya habrá cruzado la mitad. Hace 58 segundos había recibido la pelota exactamente en el mismo lugar, y también se la había dado Paredes. Entonces también avanzó, pero André, volante brasileño, estaba cerquita, lo mismo que el lateral por la derecha, Wesley, que lo miraba a Tagliafico, su única compañía, porque por el medio apenas andaban Alexis y un poquito más lejos Almada y Julián. Ahora, 58 segundos y 23 pases después, Enzo sabe que el lugar es el mismo, los compañeros y los rivales que tiene cerca son los mismos, pero la situación no.
Diez minutos con 51 segundos. Enzo conduce y cuatro compañeros van con él. Seis brasileños marcan, vuelven.
Once minutos, 48 segundos. Enzo conduce y cuatro compañeros van con él. Seis brasileños marcan, vuelven.
Pero como el fútbol es distancia, espacios, técnica, coordinación, engaño, amistad, Enzo sabe, Enzo siente, Enzo ve, que Alexis, Almada y Julián están ahora un poquito más cerca entre ellos, así que acelera, y sus tres compañeros —con Tagliafico, allá afuera, cuatro— lo hacen con él. El jugador del Chelsea acaba de activar una estampida. Los cuatro le apuntan al pecho a la defensa de Brasil.
Wesley, Marquinhos, Murillo y Arana corren hacia atrás como si lo que avanzara fuera un incendio. Enzo tiene ahora un metro que antes no tenía: el que lo aleja de André, el mismo brasileño que lo marcaba, en el mismo sector de la cancha, 58 segundos y 23 pases atrás, y el que le dan los cuatro brasileños que, hundidos por los cuatro argentinos, pican hacia su arco. Hay un sexto visitante que vuelve (Joelinton) y un sexto argentino que también irrumpe, avanza: De Paul. La jugada, sabe Enzo, ya no es la misma. Se decide, empieza a patinar. En cuatro toques y seis segundos ya está en el área de Brasil.
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“Estos chicos juegan muy bien. No les enseño yo a jugar a la pelota, basta con haberme visto a mí cuando jugaba para entender eso —dirá Scaloni esa misma noche, unas horas después del pase que en un instante dará Enzo, el número 31, en el estadio Monumental—. Sí les digo que hay veces que es importante que ellos vean que si se juntan, si juegan a un toque, a veces será a dos, a veces habrá que conducir, esas cosas sí les digo, cuándo conviene qué cosa, pero bueno, cuando se juntan, tocan, juegan, ellos saben que algo lindo puede pasar”.
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El pase número 31 todavía no sucedió pero será el que Marquinhos desactivó en el comienzo de este perfil. Lo que entonces era una amenaza habrá sido, finalmente, un boceto, un borrador: minuto 10, segundo 22. Almada se había mandado en diagonal desde la izquierda mientras Alexis, un paso adelante de Marquinhos, se acomodaba de espalda al arco para rebotar. Tagliafico picaba para pasar por afuera. Julián estaba entre el 6 y el 3. Por el segundo palo asomaba, todavía lejos, De Paul. Seis brasileños —cuatro defensores, dos volantes— esperaban de frente la embestida. Eso, en el boceto. Ahora —minuto 11, segundo 52— la escena tiene a los mismos protagonistas: los mismos seis brasileños —cuatro defensores, dos volantes— retroceden en el mismo orden, el mismo lugar.
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“Los que juegan bien siempre pueden jugar juntos. Los que juegan bien, al lado de los que juegan bien, juegan mejor. Lo que hay que hacer, lo importante, en definitiva, es jugar como equipo. Y jugar como equipo es saber ocupar los espacios —explicará Scaloni en la conferencia—. A veces Thiago quedaba adentro y Alexis iba afuera. O Enzo quedaba a la derecha, y entonces Alexis iba a la izquierda. Lo importante es simplemente eso: ocupar los espacios. Nada más”.
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Exactamente un minuto y medio después, los que cambiaron de lugar fueron —obedientes— los argentinos. Antes conducía Almada y ahora Enzo. Antes respaldaba Enzo y ahora lo hace De Paul. MacAllister va por el segundo palo. Entre el 6 y el 3 se infiltra Almada. De 9 quedó Julián. El fútbol suele demandar conocimientos sobre matemática, ingeniería: hay que calcular distancias, pensar cómo reducir una equis cantidad de metros, moverse al compás de la velocidad de los demás. Acaso Marquinhos se había cansado de eso. Habían pasado 90 segundos y 30 pases. Los argentinos —los mismos, simplemente que en otro orden— están ahora más arriba, están todos más juntitos. El pase del boceto había sido fuera del área. Éste, el que Enzo da tres dedos, es simplemente una corrección.
Minuto 11, segundo 53.
Esta vez Marquinhos no llega.
El pase 32 es rapidito: Julián la rebota de primera para De Paul. Cincuenta y cuatro segundos, cincuenta y cinco: los brasileños ahora tienen que correr hacia adelante. De Paul sabe que acaso tendrá un breve hueco —y medio segundo— para patear. Arma el derechazo. El próximo 11 de octubre se cumplirán siete años de su primer partido con la Selección. Jugó por afuera, de wing por la izquierda, en un 4-0 a Irak. Le dieron la camiseta número 27 y lo sacaron en el entretiempo: Eduardo Salvio entró por él. Scaloni se lo había marcado por primera vez a Jorge Sampaoli cuando era su quinto o sexto ayudante, en enero de 2018. De Paul era el enganche de un Udinese que esa temporada se salvaría del descenso por cuatro puntos. Ya entrenador, Scaloni entendió algo, y se lo dijo a Aimar. Paredes tenía un gran pase pero no recorrido, galopes, sudor. De Paul podía hacer, entonces, lo que a Paredes no le salía. Un animal de dos cabezas. El Minotauro de la Selección. Recién diez meses después de esa charla los pusieron a los dos, de entrada, en un mediocampo. La Argentina de Scaloni ganó su primer partido oficial, el 23 de junio de 2019, por la Copa América —y si no, nos íbamos todos a casa: tras una derrota y un empate, cerró la fase de grupos con un 2-0 a Qatar.
“Hay un poco de prejuicio cuando se dice: ‘Ha cambiado el fútbol, el potrero no está más’ —se planta el entrenador en Universo Valdano—. Es un tema que hablamos mucho con Aimar. El niño ya no está más en el potrero, sino que se va a entrenar a su club, o a la Selección. El entrenador, entonces, pasa a ser el potrero. Y si yo estoy continuamente diciéndole ‘pasá la pelota a dos toques’ le estoy sacando la inventiva, que es lo mejor que tiene el futbolista argentino. Si antes, acá, lo que más salían eran enganches; ahora te sacás dos, tres jugadores de encima y te dicen ‘pasala’. ¿Cómo ‘pasala’? ¿Me limpié a dos, puedo hacer el gol y le voy a dar el pase a mi compañero de al lado? Bueno: ése es el que después va a marcar la diferencia. El fútbol no es obligar a los chicos a jugar a dos toques. Nuestra cultura futbolística es la picardía, sacarse jugadores de encima, tirar caños, buscar una pared”.
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En este caso, la pared es entre todos. De Paul entiende que la picardía no será patear (porque ya lo tiene a Joelinton encima) ni tampoco gambetear, sino —ya no es un chico: potrero, ahora, es pensar— estirar un poquitito más a Brasil. Estirarlo hasta el hartazgo, la tortura. Minuto 11, segundo 56. De Paul acaba de dar, hacia afuera, el pase número 33. A su derecha hay una autopista vacía. Por ella aparece el único futbolista argentino que no había tocado la pelota en toda la jugada. Otamendi la había controlado a los 10.27. Van 11 minutos y 58 segundos. No se puede hacer más lento. Nahuel Molina Lucero se mete en el área y va a tocar la pelota por primera y única vez.
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“El equipo de fútbol que consigue evitar el pensamiento individual es el que prevalece. Hay una pelota y 22 tipos: cada uno la toca tres minutos sobre 90. Es decir que se juega, en promedio, 87 minutos sin la pelota. Entonces, si vos conseguís moverte para que el gol lo haga un compañero, sos un genio”, piensa Aimar en el suplemento Enganche, de Página 12, el 22 de julio de 2017. Siete días después de esa publicación, Molina Lucero jugaría su penúltimo partido en Boca, el club del que salió: un amistoso en Ciudad del Este contra Nacional de Montevideo (Copa de Campeones del Río de la Plata) que terminó 1-1 y ganó Boca por penales. Guillermo Sara, arquero del equipo que dirigió Guillermo Barros Schelotto, atajó dos.
“Todos los chicos tienen buen pie. Todos. Y además —se suma Scaloni— están los que, sin tocar la pelota, igual preocupan al rival. Eso es clave. Contra Holanda, por ejemplo, sabíamos que Molina podía hacer daño allá. Entonces ¿qué hicimos? La entreteníamos acá”.
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Es el minuto 11.58 y Molina abre el pie para dar el pase 34. Seguramente no, pero acaso sí, se le cruce por la cabeza lo que le pasó la última vez que se la dieron, un minuto y 57 segundos atrás. Fue terrible, horroroso, sencillo: habría que chequear si las agencias de datos contabilizan eso como un toque de balón. De Paul recibió por la derecha y lo fue a apretar Matheus Cunha. Como la pelota venía picando, aprovechó para hacerlo pasar de largo y se la dio de sombrerito, de primera, a su ex compañero en el Atlético de Madrid. Minuto 10 con un segundo: hace una vida. Molina quiere pararla y ponerse de frente, girar, todo a la vez: la pelota se le va por abajo del botín. El director de la transmisión televisiva entiende la gravedad de lo que acaba de pasar y le hace un plano medio al jugador. Mientras vuelve, ya preparado para la marca, Molina junta las palmas, las agita. Todavía no hay subtítulos mentales en las transmisiones pero Molina se está diciendo: “No me puede pasar eso”. Se mancilla: “Qué burro que soy”. Es lateral para Brasil.
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“La idea, nuestra idea, es jugar a la pelota. Algunos dicen ‘La Nuestra’ —parece sonrojarse Scaloni, pensar en voz alta, en una nota con AFA Estudio—. No sé cómo decirlo. ¿Jugar al fútbol? Bueno, eso. Jugar al fútbol”.
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Así que Nahuel Molina Lucero ahora pone fuerte el pie, afirma el pase. Es el número 34, el último de todos. Con él pasarán de largo cinco jugadores de Brasil. Hay uno que, en el camino, llega a rascar la pelota, la levanta. Enzo Fernández entra volando por el segundo palo. A los 12 años su papá le consiguió un gimnasio para que se entrenara solo, en doble turno. A Enzo le decían El Gordo y lo que él quería era no parar de correr nunca, su fútbol —soñaba— consistía en estar en todos lados, volar, más que volar: flotar. Y Enzo flota. Hace 29 segundos entretenía la pelota en la puerta del área argentina y ahora la empuja en el área chica de Brasil. Pasaron un minuto, 37 segundos y 34 pases desde que la reventó Marquinhos. Es el gol colectivo más maravilloso de la historia de la Selección. Una reinterpretación del Gol de Diego a los Ingleses, aumentado, hecho por todos. Y pasó este año. En un 4-1 a Brasil.
Scaloni ni lo celebra. Tampoco se detendrá en él durante la conferencia. En un siglo en el que a los equipos se los trata como la filmografía de un director —el Boca de Bianchi, el River de Gallardo, el Barcelona de Guardiola, el Liverpool de Klopp—, lo único que le sale es desaparecer. Menottismo, bilardismo, bielsismo, guardiolismo: ¿existe el scalonismo, podrá existir? Si scalonismo es poner a todos los habilidosos inteligentes juntos —ganar por afano, en el fútbol de la calle, un pan y queso imperial— y que se junten a gambetear y tocar cortito —porque en la calle, las veredas, el empedrado, los pases largos no van—, entonces sí. Luego, acaso no haya scalonismo sin Scaloneta. Ése es el primer movimiento. Un grupo, cracks que se mandan corazoncitos en Instagram, gente que se quiere. El micro descapotable, los pibes arriba: muchos pases cortitos y una botella cortada de Fernet.