Un poco más solos

Un poco más solos

 

Es sábado 8.30 en el barrio Güemes de la Villa 31. Nos reunimos frente a la capilla de la Virgen del Rosario. Se termina una semana difícil. El lunes el barrio amaneció con la noticia de la muerte de uno de los suyos. Uno de los más suyos. 

—Francisco era el padre de todos nosotros— dice María, una de las parroquianas. María no sabe que eso mismo dirá luego el arzobispo: “lloramos porque se murió el padre de todos”. 

El padre Nacho llega a eso de las 9. Viene de organizar la partida de dos micros escolares en la parroquia Cristo Obrero. Saluda a los fieles y a los fotógrafos y periodistas que vinieron a cubrir las celebraciones fúnebres del Papa en Buenos Aires, su ciudad natal. El sacerdote propone rezar. En ronda, las manos juntas en oración: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 

Tres kilómetros y medio separan la capilla rodeada de casas de colores de la Plaza de Mayo. Unos cuarenta caminamos. Somos un grupo desordenado que se estira y se condensa de nuevo para esperar a los que se retrasan. Circulan el mate, las bromas, las charlas. Caminan jóvenes con fotos del papa, parejas canosas tomadas de la mano, la DT del grupo de fútbol feminista de la Villa 31. Pasamos frente a la terminal de ómnibus, cruzamos la plaza a la sombra de la Torre de los Ingleses, caminamos bajo la recova de Paseo Colón. A la altura de Corrientes y el Bajo se suman los que ya bajaron de los micros de Cristo Obrero. Traen un cartel celeste, detrás del que todos nos encolumnamos. Somos ya casi doscientas personas. Entramos a la Plaza desde el este, bordeando la Casa Rosada.

María avanza mientras pasa las cuentas de los rosarios que le mandó Francisco desde Roma, cuando lo visitó el padre Nacho. Tiene 57 años y unas várices que le hacen doler las piernas pero quiso venir caminando. Para hablar del Papa María usa el presente.

—Francisco es una persona muy humilde, muy caritativa, siempre apoya mucho al que más necesita. Para mí Francisco tiene un corazón grande. Nadie lo va a reemplazar a él.

María no conoció a Francisco, pero se sintió parte de su vida. Ella y su amiga Juana participaron en la película Los dos papas. Juana tiene el pelo corto, es bajita y muestra una  sonrisa desafiante. Es chilena y vive hace 40 años en Argentina. Desde hace décadas “ayuda al cura de la Iglesia”. Es ministra de la eucaristía y trabaja en los grupos de adultos mayores. Está a favor del aborto: con la ley, dice, bajó la natalidad y las muertes de las mujeres. 

—Aparezco dos veces— dice Juana— No sé porqué dicen que es la villa 21: la filmaron acá, que es la 31. 

Este es el barrio donde caminó el Padre Carlos Mugica y, como dicen los carteles, “Mugica vive en el corazón del pueblo”. 

Cuando entran a Plaza de Mayo, los jóvenes del Hogar de Cristo llevan su nombre cantando, agitando las banderas: 

–¿Mugica está? 

–¡Sí, está! 

–¿Mugica está? 

–¡Sí, está! 

–¡Entonces mueva, mueva, mueva Mugica mueva!

***

La misa exequial de Francisco en Buenos Aires empieza a las 10 de la mañana en un escenario delante de la catedral metropolitana. La celebra el arzobispo de la diócesis, Jorge García Cuerva. El blanco de los 300 sacerdotes, y el violeta de los  obispos dominan el escenario. Los colores transmiten austeridad, penitencia, luto. La seriedad de los ministros acompaña. Huele a incienso y a circunspección. También está el nuncio apostólico. 

Esta Plaza parece dos plazas. Del otro lado de la valla es evidente un espacio ordenado: filas de sillas acomodadas prolijamente para gobernantes, funcionarios, dignatarios eclesiásticos. 

La vicepresidenta, el jefe de gobierno, gobernadores, jueces de la Corte Suprema, diplomáticos, diputadas y diputados escuchan atentos la homilía, vestidos con una paleta oscura que va del negro al gris. Desde el escenario, agradecen su participación. 

El dolor y la orfandad están de este lado de la valla. El luto aquí no tiene colores oscuros, se libera en una fiesta que combina cantos, brillos y banderas. Los deudos que dejó Francisco cantan Alma Misionera: Llevame donde los hombres necesiten tus palabras, necesiten mis ganas de vivir, y muestran sus ganas de vivir abrazándose y saltando en ronda. Donde falte la esperanza, donde falte la alegría simplemente por no saber de Ti, cantan, soñando con alargar la esperanza aunque Francisco no esté ya al mando del Vaticano. 

***

Adrián es cura de la parroquia de Virgen Inmaculada, en Villa Soldati. Cuenta que los sacerdotes de la pastoral de villas eligieron celebrar al Papa con misas en los barrios. Y que esas misas se llenaron de gente. 

—Venían y te decían: “Mi pésame, padre, mi pésame”. Eso que uno dice cuando muere alguien cercano. 

Los “curas villeros”, como los suelen llamar los medios, son equipos de sacerdotes con fuerte vocación de entrega, dispuestos a un compromiso integral con el otro. Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio impulsó la pastoral de villas: le puso el cuerpo, caminó los barrios. 

En noviembre de 2022, cuando se preparaban los homenajes por los 50 años de la muerte de Mugica, el mismo padre Guillermo encabezaba la movida. En la villa el cura es una figura central, todos recurren a él: soluciona problemas, apaga incendios. Escucha a todos, y tiene una palabra para cada uno.

Antes de ser párroco en Soldati Adrián estuvo en la pastoral de santuarios. Para las Fiestas, allí reciben miles de personas que muchas veces son las únicas ocasiones en las que van a la Iglesia. La celebración de San Cayetano era, según recuerda Adrián, la elegida por Bergoglio para hablarle a la sociedad. 

—Usaba ese momento para exponer sus conceptos, sus ideas, sus miradas, sus posturas críticas. Siempre los cuestionamientos eran al que estaba en el poder. Con una sonrisa, con un abrazo, pero cuestionando. Cuando pasa a ser Francisco hay una profundización, un jugarse mucho más de lo que hacía como arzobispo. 

Francisco fue muy importante en la vida de Adrián. 

—En lo personal, yo le debo mi sacerdocio. 

Su vocación llegó cuando ya era licenciado en Ciencia Política y tenía una hija chica. Él estaba dispuesto a seguir el llamado al sacerdocio, pero necesitaba tiempo para cuidarla. El obispo Bergoglio lo entendió y lo esperó. 

Cuando Adrián recibió el sacramento del sacerdocio, Bergoglio estaba ahí. Fue el obispo que lo ordenó, una tarde de noviembre de 2009. Hoy, más de 15 años después, en la Plaza de Mayo junto a su comunidad, Adrián lo llora.  

Desde arriba, en el púlpito armado delante de la Catedral, el obispo García Cuerva le pone palabras al dolor. 

—Lloramos porque ya sentimos en el corazón su ausencia física. Lloramos porque nos sentimos huérfanos. Lloramos porque no terminamos de comprender ni de ni mencionar su liderazgo mundial. Lloramos porque ya lo extrañamos mucho.

Ese llanto es bueno, dice el arzobispo. Parece hablar ahora de los otros, a los otros. A esos otros que fueron, dicen, los privilegiados del papado de Francisco.

—Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas.

Abajo, y bastante más atrás de ese púlpito, los pasacalles se multiplican en las veredas, como en la peregrinación a Luján, y los carteles y banderas pueblan los alrededores de la Plaza. Hagan lío, Iglesia a la calle, se puede leer desde Avenida de Mayo. 

Una columna que viene desde Luján lleva un cuadro pintado por Kondor, un artista popular. El Papa Francisco bendice, sonriente, una ciudad de casitas de colores en donde caminan  mujeres y niños felices. El padre Bachi, un cura de La Matanza que murió en Pandemia, y el padre Mugica los acompañan, junto con la luchadora jubilada Norma Plá. Los colores del cuadro combinan con las remeras, las gorras, las banderas de la gente. 

Guillermo es uno de los que llevan ese cuadro. Tiene 34 años y vino hace algunos meses, solo, desde Santiago del Estero. Llegó a Buenos Aires el 14 de enero. El 28 de febrero entró al hogar. Lo llevaron unos chicos que dormían en la plaza con él.

—El problema fue la cocaína. Por culpa de eso he quedado sin hogar, sin nada. He perdido a mi familia. 

No se podía vivir con él, dice. Ahora vive en la Casa San Miguel Arcángel, de la familia de los Hogares de Cristo. 

-Yo no creía. Al estar en consumo rechazaba cualquier tipo de fe. Solamente cuando estaba mal rezaba, ahí sí. La fe siempre está, pero está apagada. Hoy ha vuelto a renacer eso que estaba apagado.

—¿Por qué viniste? 

—Vine por Francisco. Su muerte me da tristeza porque él es el pionero, el creó todo esto.

Gabriel salió de la Villa 31 en uno de los micros. Está en uno de los hogares de Cristo desde hace un tiempo. Charlamos entre bandera y bandera. Tiene 24 años, parece más joven. Es morocho, inquieto, risueño. Se emociona cuando habla de Francisco. 

—No sé cómo explicarle, pero amo amo amo esa persona con locura. Mire, yo le diría que Jesús está arriba de él, obvio, como corresponde. Pero abajo de Jesús está Francisco. Abajo de Jesús está él.

Los hogares de Cristo trajeron a la plaza una población distinta a las de los fieles de las parroquias. Son varones jóvenes, de sectores populares. Se ríen, gritan, se hacen bromas entre ellos. Caminan, ocupan la ciudad. 

Cuida a tu hermano, cuida tu pan dice una remera. 

Mientras García Cuerva reza allá arriba, bajo un cartel que la UTEP colgó frente al Cabildo y dice “Custodios de la Justicia Social”, un grupo de mujeres de distintas edades se ponen delantales de varios colores. Se atan vinchas verdes, rosas, amarillas en el pelo. Son las cuidadoras comunitarias. 

Norma es de Villa Inflamable. Tiene 44 años, sus ojos vivaces cuentan historias de sacrificio y esfuerzo, de memoria y de trabajo. Durante la pandemia Norma llevaba comida, cuidaba, escuchaba a la gente del barrio. Muchas de sus compañeras se contagiaron de COVID y murieron. En ese momento recibieron una carta de Francisco.

—Nosotras obviamente teníamos miedo y, al recibir la carta de Francisco, dijimos: no estamos solas. Él nos transmitió esa esperanza, esas ganas de seguir soñando.

Hoy Norma y sus compañeras vienen a celebrarlo. Las cuidadoras comunitarias reclaman su legado, y se erigen en sus guardianas. 

—Vinimos para acompañarlo y para despedirlo, como debe ser. Obviamente que nos entristece, pero también nos enorgullece, el Papa fue nuestro. No pudo venir a la Argentina, pero bueno, se lo prestamos a otros países. Él llevó nuestra voz, hizo conocer a nuestro país y nos ayudó a construir la agenda de tierra, techo y trabajo.

Selva vende banderas del Papa. Nació en Paraguay y se crió en Bolivia. Tiene 48 años, el pelo corto con claritos, viene de Berazategui donde vive con su pareja, y cerca de su hija de 28. En fondo amarillo y blanco, la bandera dice Papa Francisco, Dios te llevó, pero en mi mente y memoria guardo tu inmenso amor (1936-2025). Las banderas chicas valen 5 mil pesos, las grandes, 10 mil. Las de 8 mil tienen el escudo de San Lorenzo. Selva y su pareja las hicieron cuando Francisco se enfermó. El lunes imprimieron otras con las fechas. 

—Vine por la memoria del papa. Un papa muy bueno, un papa que trajo mucha paz. En honor a él hicimos la bandera. 

Selva nació y se crió en una familia católica, pero su pareja es evangélico. Para que él no se moleste, ella lo acompaña a la Iglesia Universal. Pero se siente más católica. 

—Yo al papa lo requiero un montón, pero mi pareja me dice: eso es idolatría. 

Para Selva Francisco fue un buen Papa que ayudó a mucha gente, sobre todo a los chicos jóvenes de las villas. Viajó a Rosario muchas veces para llevar banderas a la presentación de Leda, la sanadora rosarina. También van a las canchas con banderas de jugadores de fútbol. Tienen de River, de Boca, de Independiente. Tiene que vender todas las banderas del Papa para irse temprano, porque a la noche irá a la costa de Quilmes, donde toca Uriel Lozano. Hay que seguir trabajando. 

***

En este mismo lugar, hace casi 13 años, se hizo una vigilia por la asunción del Papa Francisco. Las mismas calles, los católicos en la Plaza. Carteles, banderas de parroquias. Pero el público era otro. Los mismos componentes, pero en distinta proporción. 

Aquel marzo de 2013 poblaron la Plaza de Mayo columnas de niños y jóvenes de colegios privados, grupos de elegantes mujeres de mediana edad que venían de las parroquias ricas de la ciudad, jóvenes con los uniformes marrones y los lazos de los scouts y con las camisas celestes y la boina azul de la Acción Católica. En los márgenes se podían ver estandartes de la parroquia de la Virgen de los Milagros de Caacupé, de la villa 21-24 y de Nuestra Señora del Rosario, de la Villa 31. 

Este sábado de 2025, la despedida de Francisco llenó la Plaza de carteles de los Hogares de Cristo, de Luján, de la Matanza, de Moreno, de San Justo. Los redoblantes y los bombos tocaban canciones de Iglesia y vivaban a su Papa. Algunas señoras de Barrio Norte miraban desde la esquina de Diagonal, otras familias paseaban con sus niños. Los grupos de Scouts vinieron esta vez con las columnas de los barrios. 

Las dos plazas de Francisco tal vez sean una imagen perfecta para entender el papado de Bergoglio. Entre la asunción y el funeral, la periferia llegó a la Catedral. 

La entrada Un poco más solos se publicó primero en Revista Anfibia.

 

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